El fútbol, el mejor amigo de Fontanarrosa

Mediocampista frustrado, hincha de Rosario Central y futbolero nato, fue cronista y llegó a intercambiar con Bielsa mientras era el DT de la selección. “El fútbol –dijo el Negro– es el ADN de la vida”.

Roberto Fontanarrosa acompaña a Ramiro Sánchez Ordoñez, periodista–asador en el programa “El Sello” (TyC Sports, 2001–2004). El Negro le dice que todavía intenta ir a jugar al fútbol. Que trata de “coincidir en algún momento con la pelota”. “¿Qué tal sos?”, le pregunta Sánchez Ordoñez. “¿Esto es ‘televisión verdad’?”, ironiza. Y responde: “Ya soy inexistente”. “¿Y antes?”, le vuelve a preguntar el periodista. “Antes era absolutamente mediocre, lógico”. Fontanarrosa, quien había dicho que había tenido dos problemas para jugar al fútbol, “uno la pierna izquierda, el otro la pierna derecha”, hace chistes como si fuesen gambetas de una apilada. Y se explaya acerca de la importancia del fútbol con amigos. “Así como perdí velocidad y fuerza, perdí el amor propio”.

Hoy, 20 de julio, es el Día del Amigo. Pero en Argentina, desde 2012, los hinchas de Rosario Central celebran el 19 de julio el Día del Amigo Canalla. “Asocio al fútbol con la amistad. Siempre me reúno con un grupo de amigos para jugar, ir a la cancha o ver partidos por televisión”, dijo Fontanarrosa, escritor, dibujante, humorista e hincha de Central, fallecido el 19 de julio de 2007. En el Día del Amigo de 2013, el Centro Cultural Rivadavia de Rosario se renombró Fontanarrosa. Ayer, allí, se celebró el FestiAmigx. Y jugó el Central de Ángel Di María ante Lanús por el Clausura en el sur bonaerense, con canallas en la cancha en la vuelta de los visitantes.

El mediocampista

Fontanarrosa, el escritor que más alumbró a la amistad en su obra, se convirtió en un entrañable que echan de menos aquellos que nunca lo conocieron. “Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda… desconfiá de su amistad”, advirtió, sin embargo, el Negro, que jugaba al fútbol como terapia, para “limpiar el bocho”, de mediocampista por derecha en ligas amateurs de Rosario. “Pegarle una patada a una pelota es formidable para sacarse cosas de encima. Además gritás, puteás, jodés con los muchachos. Y volvés como los chicos, cansado para bañarte y acostarte, sedado”.

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–¿El Negro Fontanarrosa es un típico sudamericano jugando al fútbol? –le pregunta Jorge Guinzburg en “La Biblia y el calefón” (Canal 13), en 1999, al propio Negro.

–Sí, desnutrido, mal alimentado… Más que un mediocampista, un tercermundista.

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El cuento futbolero perfecto

El 1° de agosto de 1954, a los nueve años, Fontanarrosa “debutó” como hincha en una cancha en la goleada 9–2 de Central a Tigre en el Gigante de Arroyito, porque “uno debuta como espectador en un partido no muy importante”, llevado por su padre basquetbolista, no futbolero. En 2007, poco antes de su muerte a los 62 años tras luchar contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), el Negro diseñó un dibujo de un hincha (el Canaya, con i griega, para “diferenciar” y “ser más fiel a cómo lo pronunciamos nosotros”) que fue directo a la camiseta de Central. La vida en Rosario por Central.

Fontanarrosa abordó al fútbol desde la ficción y los chistes. Ahí tenemos Puro fútbol, compilación de cuentos, y El fútbol es sagrado, de chistes. “19 de diciembre de 1971” fue elegido por la revista colombiana Soho como “el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos”. “El texto mítico que todos habríamos querido escribir es la pieza del Viejo Casale de Fontanarrosa. Es el cuento perfecto. Se sublima de una forma tan bella una jugada, se cuenta tan bien la guerra de cómo las ciudades pueden dividirse, cómo la gente puede enloquecer temporalmente por un juego sin mayor interés, porque el fútbol no es más que lo que nosotros volcamos ahí, que esa pieza de Fontanarrosa encapsula todos esos elementos que luego utilizamos los demás”, me dijo el periodista catalán Enric González.

El Negro, un futbolista frustrado.

En “19 de diciembre de 1971” aparece el gol de palomita de Aldo Pedro Poy, el 1–0 de Central ante Newell’s en el Monumental en la semifinal del Nacional de aquel año, luego el primer título del club rosarino y el de un equipo del interior en la Primera División. “Sueño que el Negro González, en lugar de tirar el centro, engancha hacia adentro. Y me despierto transpirando”, apunta Fontanarrosa en No te vayas, campeón (2000), grandísimo libro de no ficción en el que escribe acerca de los equipos campeones en Argentina (Jorge José González, lateral derecho, fue quien centró para el gol de Poy).

Desde su visión de mediocampista ducho, devoto de los enganches, el Negro rescata el juego de Marcelo Gallardo, actual DT de River: “El Muñeco siempre me ha parecido un jugador sensacional, muy completo, por manejo, por habilidad, por pegada, por panorama y por guapo, muy guapo”. Y acerca de Juan Román Riquelme, hoy presidente de Boca: “Quizás el último de los pisadores. Esa especialidad que hace que el jugador, más que correr con la pelota, camine sobre ella, como algunos perritos amaestrados en los circos. Lo primero que hace cuando recibe una pelota es ponerla bajo la suela, para que no se escape, para que se calme. La trae, la amasa, la frena, la esconde, mientras que con los brazos y el culo mantiene alejado al marcador. Es un infierno quitársela, aunque para el rival la pelota pareciera siempre tentadoramente cerca. Pero si Riquelme se quedara sólo en eso, en el escamoteo corto, correría el riesgo de convertir su juego en un malabarismo inútil. Riquelme va mucho más allá. La pide siempre, la busca y tiene una pegada fantástica”.

Fontanarrosa, de la realidad a la fantasía, inventó en “Fútbol y Ciencia” el AUP, un “sistema de referato a distancia” desde una sala con 127 pantallas en una torre a metros del estadio. “¡Hasta siempre, señor árbitro!”, comienza el cuento, publicado en 1990. Faltaban 20 años para la primera prueba de lo que hoy es el VAR.

El Mono Alfredo Obberti, delantero de Newell’s en el clásico de la palomita de Poy, el 19 de diciembre de 1971, acepta en La hinchada te saluda jubilosa (2007), libro en el que amigos escriben acerca de Fontanarrosa: “Si el Negro no hubiese escrito ese relato, quizás ese choque no habría tenido la trascendencia que tuvo en el tiempo”.

El cronista deportivo

A través de la Hermana Rosa, la pitonisa rosarina que pronosticaba los resultados de los partidos de la selección, Fontanarrosa se transformó en cronista deportivo desde sus columnas en el diario Clarín. “No llego a escribir de fútbol por ser un escritor al que le gusta eso –aclaró una vez el Negro–, sino porque soy un futbolero nato. Mientras los intelectuales leían a Tolstói, yo leía El Gráfico”.

Copa América de Uruguay, julio de 1995. La selección se concentra en un hotel de Salto, cerca de Paysandú, donde jugó los primeros dos partidos. Los entrenamientos son siempre en lugares diferentes. Daniel Passarella, DT de Argentina, pretende desconcertar a los periodistas. Una mañana, con menos de cinco grados, descubren que la selección se apresta para ir a practicar a un campo en el que ni siquiera hay una cancha delimitada. Los periodistas siguen al micro de los jugadores. Passarella, el Tolo Gallego, Alejandro Sabella y el resto del cuerpo técnico aguardan en el medio del campo. Los periodistas, entre ellos Néstor López, quien trabaja en La Razón, se acomodan del otro lado del alambrado. Fontanarrosa baja de la combi con los de Clarín. Campera, bufanda, gorro de lana y las manos en los bolsillos. El Negro mira a Passarella y a los demás, y tira una frase que López, quien me lo cuenta, no olvidará.

–Gente grande en pantalones cortos.

Canalla por siempre.

“El fútbol es el ADN de la vida”

Fontanarrosa, cuenta su biógrafo Horacio Vargas, llegó a intercambiar cartas con Marcelo Bielsa –rosarino pero leproso, hincha de Newell’s– mientras fue el entrenador de la selección (1998–2004). “Sabía mucho de fútbol, en serio”, sostiene Vargas. “Interesante este partido. El 3 de Perú, si aprende a cerrar con la derecha, va a llegar lejos. Lo vengo siguiendo desde hace tiempo”, se lo escuchó decir al Negro, a las once de la noche de un miércoles de invierno, mientras miraba un partido entre selecciones juveniles de Perú y Venezuela en la soledad de la redacción de Clarín, como lo recordó Ariel Scher

Futbolista frustrado, Fontanarrosa fue amigo de César Luis Menotti y de Jorge Valdano, quien dice: “El recuerdo del Negro tiene el efecto de espantar la mala leche”. El cuento “19 de diciembre de 1971” fue leído en 2015 como motivación a su equipo por el periodista Pedro Zuazua en el vestuario del Real Oviedo, que jugará tras 24 años LaLiga de España en la temporada 2025/26. El Negro podría haber dicho que el efecto se demoró sólo una década.

En diciembre de 2006, ocho meses antes de su muerte, Fontanarrosa dijo en la Feria del Libro de Guadalajara: “Soy hincha de Rosario Central, ¿se los había dicho? El fútbol es el ADN de la vida. Me dejó dos lesiones. Tengo una operación de meniscos y un reemplazo de cadera izquierda. Yo digo que fui profesional porque siempre pagué para jugar: alquilar la cancha, pagar la camiseta. Ahora que ya no juego, pienso que nada me ha gustado tanto en la vida como jugar al fútbol. Y repito, jugando mal”. En marzo de 2007, en la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, destacó que, de diez personas que lo cruzaban por la calle, uno le nombraba a Inodoro Pereyra y nueve le preguntaban “¿ganamos el domingo?”. Y que, ya en firma de libros, le tendían un ejemplar y le decían, como único intercambio, “yo soy quemero” o “qué mal Central, ¿no?”.

En 2005, luego de que el Ministerio de Educación de la Nación impulsara una campaña de lectura con el reparto de cuentos de fútbol en las canchas antes de los partidos, algunos lo pincharon con que los iban a usar de papelitos. Fontanarrosa les devolvía.

–Qué más quiere un escritor que su trabajo se lance al viento cuando sale el equipo favorito. Eso significa más que un Nobel de Literatura.

Otras lecturas:

Es periodista especializado en deportes -si eso existiese- desde 2008. Lo supo antes de frustrarse como futbolista. Trabajó en diarios, revistas y webs, colaboró en libros y participó en documentales y series. Debutó en la redacción de El Gráfico y aún aprende como docente de periodismo. Pero, ante todo, escribe. No hay día en la vida en que no diga -aunque sea para adentro- la palabra “fútbol”.