Cristina candidata por la orfandad de su espacio
La expresidenta elige competir ante la ausencia de figuras con volumen y en medio de la interna con Axel Kicillof. Escenarios posibles. Los riesgos de la economía de Milei.

La confirmación de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner en la tercera sección electoral abre un escenario con múltiples variables de cara a las elecciones provinciales, pero fundamentalmente las nacionales. El escenario en territorio bonaerense está más o menos claro: si el Gobierno no tiene un salto significativo del tipo de cambio y, como parece, La Libertad Avanza, el PRO y un sector de la UCR conforman un frente común, es probable que veamos la provincia pintada de violeta con excepción del conjunto de municipios en los que estará la boleta de CFK.
Si el resultado es muy holgado –y no se replica una masacre en contra del PJ en el resto de las secciones–, hasta tal vez, en cantidad de votos, el peronismo podría ser competitivo a nivel provincial. Esto tiene varias implicancias. La primera, que en aquella reunión de ocho horas del sábado en La Plata, a Sergio Massa le asistía la razón cuando anticipó que LLA y el PRO iban a ir unidos y no separados, que era una de las hipótesis sobre las que Axel Kicillof sostenía su desdoblamiento. La segunda, que de darse el escenario más probable, si el peronismo gana será por la diferencia que saque Cristina en la tercera y, si pierde, será con ella en pie, pero habiendo irradiado con su figura a toda la PBA. Una pregunta que se impone: si Emmanuel González Santalla sacó 51% en 2023, ¿por qué CFK no compite en una sección más esquiva para el peronismo?
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Es decir, la elección se va a nacionalizar sin dudarlo. ¿Hubiera pasado lo mismo si CFK no era candidata? Es una incógnita. En caso de derrota, Kicillof dirá que no; que el peronismo perdió la elección por la estrategia de nacionalización. Cristina dirá que fue por el desdoblamiento. En caso de un triunfo, probablemente los argumentos se inviertan. En cualquier escenario, va a ser difícil para el dispositivo del gobernador instalar una lectura si la única sección pintada de celeste es la tercera. Otra pregunta es qué harán los intendentes de esos distritos. Fernando Espinoza estuvo en el escenario con Kicillof en el lanzamiento de su espacio “Derecho al futuro”. Federico Otermín, que había oficiado de Cardenal Samoré en el maratónico encuentro en La Plata, tiene diálogo con todos los sectores, pero su proximidad y la de su familia es con el dispositivo de la expresidenta. Avellaneda es el distrito de Jorge Ferraresi, uno de los principales sostenes del gobernador. ¿Cuánto pesarán los aparatos locales? ¿Tiene sentido hacerse esa pregunta después del triunfo de Javier Milei? ¿Pondrían en riesgo sus Concejos Deliberantes por un enfrentamiento que no está claro cómo se gana? Es una incógnita.
En La Libertad Avanza no hay demasiadas novedades más que las actualizaciones semanales de la capitulación del PRO. Ayer se dio un episodio singular. Consultado por #OffTheRecord, una figura relevante en el armado bonaerense de LLA dijo que “los amarillos” tendrían “tres diputados entrables y probablemente uno en expectativa”. Un armador del PRO fue más cauto: “Te diría más tres que cuatro”. Este sometimiento, que incluirá que el frente se llame como la coalición de gobierno y mantenga su identidad cromática además de la adhesión, tiene hoy a tres figuras amarillas como número puesto: Diego Santilli, María Florencia De Sensi y Alejandro Finocchiaro. Mauricio Macri no quiere a Santilli, pero no parece ser algo que afecte el ánimo en Casa Rosada ni ponga en riesgo la presencia del Colo que, según dicen en su entorno, prefiere terminar en el Ejecutivo que continuar su carrera política en el Congreso.
Esto genera una alarma en el peronismo. ¿Quién va a enfrentar a José Luis Espert? ¿Será Massa? No parece. También le genera un problema discursivo a la oposición. Si el Gobierno está tan débil y con poca aceptación social, enfrentarlo debería ser un estímulo para cualquiera. El nombre que está en todas las mesas para encabezar la boleta es, hoy, el del intendente de Pilar, Federico Achával. Joven, con foco en la gestión y con poca negativa, podría sembrar la semilla de la renovación que, aparentemente, no puede salir del entorno de Cristina donde no habita ningún activo competitivo electoralmente. El anverso de eso es que una elección de entre 30 y 35 puntos –en un escenario optimista para el PJ– son menos diputados para la oposición y más para el oficialismo. Es decir, más cerca y no más lejos de las reformas que el presidente necesita aprobar en el Congreso.
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SumateAdemás del anuncio de su candidatura, la reaparición de Cristina en una entrevista con C5N aportó una agenda de propuestas que incluyó volver a reformar el sistema electoral a nivel legal y constitucional. Primero, propuso la reinstauración de las PASO, una reforma para la que no parece haber apetito ni en una población cuyo entusiasmo por dirimir las diferencias entre la clase política se refleja de manera bastante elocuente en los niveles de participación electoral, ni en la propia dirigencia, que no utilizó o no se benefició del instrumento. Las internas competitivas, como la de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich en 2023 derivaron en rupturas y la inexistencia de internas –o las testimoniales– no fueron penalizadas sino premiadas. Los casos ganadores de Macri, Alberto Fernández y Milei –y el ímpetu del peronismo para unificar candidaturas detrás de Daniel Scioli en 2015 y de Massa en 2023– dejan en evidencia la percepción de las primarias como una gran encuesta que define escenarios más que como un instrumento de participación. Si la herramienta era positiva, fue mal usada.
Acaso más interesante sea la propuesta de reforma constitucional para eliminar las elecciones de medio término, una cuestión que ya había planteado Juan Manuel Olmos. El punto no concita apoyos sólo en el peronismo sino en general en la dirigencia política y hasta empresaria. El factor unificador es el fastidio con una situación de campaña casi permanente. Argentina es el único país del mundo que cambia la mitad de la Cámara de Diputados cada dos años, lo que supone un fuerte desorden en la generación de mayorías y minorías legislativas para cada período de gobierno. Aún peor, los incentivos vinculados a la necesidad de ganar en esa elección suponen muchísimas veces tomar medidas cortoplacistas que, en muchas ocasiones, sacrifican la sostenibilidad de mediano plazo en el altar de la construcción de mayorías legislativas que otorguen “gobernabilidad”, cuyo objetivo sería, ahora sí, dictar las mismas medidas que se evitaron en el primer bienio. Sólo el miedo de todos los sectores a abrir la caja de Pandora de una reforma constitucional explica que no se haya adoptado todavía este consenso, cuya verbalización, posiblemente, sea un impulso relevante.
Junto al programa institucional, presentó también un diagnóstico económico. La expresidenta insistió con la cuestión del bimonetarismo de la economía argentina y el problema de la falta de dólares. La exposición volvió a dejar en evidencia la escasa densidad de las propuestas económicas de los referentes del peronismo. La crítica al dólar barato y su sostenibilidad –en la que confluye con el mainstream económico–, coincidente con el cuestionamiento a la salida del cepo, supone mirar para otro lado con la dinámica de los últimos dos mandatos del peronismo en los que el cepo se instauró, precisamente, para sostener una apreciación insostenible del dólar. Su consecuencia fue una brecha creciente que, hacia el final del último gobierno, se ubicaba en niveles insoportables para la actividad económica.
Del mismo modo, el discurso en materia de acuerdos. El llamado a discutir el perfil productivo y la deuda adolecen de falta de contenido. En materia productiva, tras la bienvenida revisión de los esquemas industriales sustitutivos, no parece haber una idea sobre qué podría producir el país para superar la restricción externa con un esquema de salarios altos como el que postula la expresidenta. En tanto, sobre la deuda, la idea parecería ser que la solución de la relación con el FMI, al que Néstor Kirchner le pagó hasta el último centavo, es apenas una cuestión de voluntad política.
Si el diagnóstico de CFK sobre los dólares es insuficiente, el presidente se pronunció esta semana completamente desacoplado del que puede ser el principal problema de su propio gobierno. En una columna de opinión llena de referencias teóricas publicada en Infobae, desestimó cualquier preocupación sobre el déficit de cuenta corriente que, dijo, sólo es alarmante cuando es motivado por el déficit fiscal; es decir, por el gasto del Estado mayor a los ingresos públicos. Afirma también que, por sí sólo, el equilibrio fiscal permitiría alcanzar un crecimiento per cápita de más del 4% a lo largo de más de una década. Un guarismo que, además, califica como piso. Si las afirmaciones del presidente fueran ciertas debería, como él mismo sugirió, reescribir la teoría del crecimiento y ganar el premio Nobel. Con el riesgo de anotar el nombre propio en el listado de mandriles, no se advierten demasiados motivos para pensar que vaya a ser así.
El déficit de cuenta corriente significa que el país, como un todo, consume más de lo que produce domésticamente. O, lo que es lo mismo, gasta más dólares que los que tiene. La diferencia se financia con ahorro externo, es decir, con dólares de afuera que llegan como inversiones o como préstamos. Es en esas dos posibilidades –y no en el origen fiscal o no del déficit externo– que se juega la sostenibilidad del esquema. Para que no sea un problema, los flujos de ahorro externo –los dólares, de las empresas o de los individuos, argentinos o extranjeros– deberían estar destinados a que el país se capitalice y aumente su producción y productividad. La contracara es el endeudamiento para financiar consumos. Puesto como ejemplo, si los dólares llegan fruto de nuevo endeudamiento y financian un aumento de los viajes al exterior es distinto que si llegan como inversión para desarrollar un yacimiento minero que aumentará las exportaciones en el largo plazo.
El repetido caso de la crisis chilena del 82 o, más recientemente, la espiralización inflacionaria en Turquía, muestran que lo fiscal no exime a los países de enfrentar una crisis externa. La sostenibilidad del déficit externo puede verse como una carrera entre los objetivos del RIGI y los consumos dolarizados de los argentinos, particularmente los de más poder de compra. Si los dólares de Vaca Muerta, la minería y el campo se multiplican, la apreciación habrá sido apenas un gasto a cuenta de un boom exportador que hará sostenible nuestra economía. Lo que imaginan quienes pregonan el famoso modelo australiano. Por el contrario, si el consumo dolarizado –que incluye no sólo el de bienes, sino también la dolarización del ahorro de las personas y las empresas– es mayor a la perspectiva de aumento de las exportaciones, nos encaminamos a un ajuste externo que, cuando falten fuentes de financiamiento, puede llevar a procesos muy traumáticos tanto devaluatorios como de defaults, que en el esquema del presidente –y suponiendo una Argentina cuyo superávit fiscal le da acceso a los mercados– podrían no ser del Estado sino de las propias empresas. La ausencia de proyectos RIGI aprobados hasta el momento, aun en las muy beneficiosas condiciones que ofrece la legislación vigente, debería significar una luz de alarma.
En ese marco transita la actual recuperación económica, que exhibe un panorama desigual que refleja sus dinámicas distributivas. Mientras los salarios reales registrados se encontraban en marzo un 6% por debajo de noviembre de 2023, los medidos en dólares contra los paralelos de aquel entonces tuvieron un aumento que supera cómodamente el 100%. El correlato de esta dinámica es un rebalanceo del consumo que beneficia a los sectores de mayor poder adquisitivo, que destinan una menor porción de su ingreso a alimentos y que tienen una mayor capacidad de ahorro o de consumo de bienes durables. Las cifras son elocuentes. Mientras se verifica una reducción en el consumo de alimentos, que se reduce mucho en supermercados y crece pero sin compensarlo, en canales electrónicos e informales, vuelan los viajes al exterior, el patentamiento de autos y motos, el consumo de electrodomésticos y las compras de inmuebles.
Salvo en el caso de las motos, se trata de bienes cuyo mayor consumo correlaciona con mayor poder adquisitivo. También se trata de cosas que están hechas de dólares. ¿Qué significa esto? Que más allá de grandes cambios en la distribución del ingreso –que aún no se verifican en los indicadores–, los beneficios del actual modelo –por fuera de la obvia mejora para los sectores populares que implica la baja de la inflación– están concentrados en los sectores de mayor poder adquisitivo. Si hubiera una devaluación en el horizonte, al menos tendría el consuelo de la casa o el auto nuevo.