Canadá: el precario triunfo del establishment

Hace cuatro meses, la derecha tenía la elección asegurada y el oficialismo aparecía en retirada. Luego apareció Trump, los liberales lograron una victoria histórica y retuvieron el poder. El conservadurismo evidenció que, en las democracias occidentales, las derechas radicalizadas son una fuerza persistente.

El 1 de enero de 2025, las encuestas para las elecciones generales canadienses daban cuenta de un partido liquidado por adelantado. Pierre Poilievre, el candidato conservador, llevaba 20 puntos de ventaja ante un Trudeau que estaba pronto a renunciar al cargo de primer ministro. En esa misma época, La Derecha Diario, el medio favorito del oficialismo argentino, publicaba un perfil elogioso que daba cuenta de sus similitudes con el presidente Javier Milei y lo pintaba como el próximo líder nacional. Económicamente libertario, socialmente más conservador que la media de los dirigentes canadienses, favorable a la explotación petrolera, escéptico sobre las medidas contra el cambio climático y con un discurso endurecido en materia migratoria, Poilievre prometía dotar a Canadá de una impronta trumpista y una orientación liberal y desregulatoria relativamente atípica para las tradiciones de ese país.

Anoche, apenas cerraron las urnas, el resultado fue otro. Liderado por Mark Carney en reemplazo de Justin Trudeau, el Partido Liberal, tras una votación histórica, se aseguró una cuarta victoria electoral consecutiva, inédita en la historia contemporánea canadiense. ¿Cómo un déficit de veinte puntos se convierte, solo cuatro meses después, en una victoria por dos (y para peor, de un candidato oficialista)? La respuesta sólo puede encontrarse mirando a la frontera sur canadiense. Fue la primera elección importante protagonizada por Donald Trump desde su regreso a la presidencia. Sin los aranceles del norteamericano y sus amenazas de anexión, el resultado hubiera sido impensable.

El candidato de la casta

Justin Trudeau tenía una popularidad cercana a los veinte puntos en diciembre de 2024, cuando su propia viceprimera ministra, Chrystia Freeland, renunció a su cargo y le puso fin a su etapa política. Cuando Trudeau efectivamente renunció a mediados de marzo, su valoración se acercaba al 40%. En el medio, se había plantado con dureza y claridad conceptual ante su contraparte estadounidense. Su sucesor, sin cargar con los lastres de casi una década de gestión, heredó en cambio la posición confrontativa, que incomodaba fuertemente a su rival conservador y amplio favorito en las encuestas.

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Pierre Poilievre presentó una versión atípica del conservadurismo canadiense. Convertido en líder tras la pandemia, se autodefine libertario en materia económica, y es ruidoso en esa definición. Es un promotor entusiasta de Bitcoin y los criptoactivos, y propuso convertir a Canadá en la capital global del blockchain; enemigo de los sindicatos y del derecho a huelga; y un curioso predicador — dada la situación canadiense — del evangelio contra la emisión monetaria y el déficit fiscal. Opositor de las regulaciones ambientales, presentó un ambicioso plan de vivienda e infraestructura centrado en obligar a las ciudades a ampliar los permisos de construcción y reducir barreras regulatorias para seguir recibiendo fondos nacionales. Al mismo tiempo, hizo una oposición rabiosa a los impuestos a las emisiones y las restricciones a la producción de hidrocarburos. En línea con las derechas del mundo occidental, ofreció un programa centrado en la reducción de impuestos a los ingresos y la oposición a las regulaciones sobre el discurso público y los mandatos de vacunación, así como una versión atenuada de la agenda de restricción migratoria hegemónica en las derechas del Norte Global. Un discurso que lo alinea mucho más con los llamados líderes populistas de la extrema derecha global que con la élite tradicional conservadora.

El liberal Mark Carney, en cambio, es la encarnación del sistema. Eso que Guillermo Moreno llama “el progresismo globalista”. Formado en Goldman Sachs, fue presidente del Bank of Canada — el banco central de su país — durante cinco años y, posteriormente, el primer titular no británico en siglos del Bank of England, la institución análoga del Reino Unido. En sus pasos por la gestión pública en ambos países, se mostró como un tecnócrata sumamente competente, que maximizó las herramientas monetarias para combatir los efectos de shocks externos como la crisis financiera de 2008 y el Brexit, la salida británica del bloque europeo, votada en 2016. Sin el carisma de su antecesor ni la elocuencia de su rival, Carney presentó su trayectoria profesional como testimonio de su experiencia frente a los grandes desafíos por delante. Un líder capaz y formado, que por su propia trayectoria podía presentarse con alguna verosimilitud como ajeno a la dirigencia política liberal, cuestionada por los altos costos de la vivienda, cierto estancamiento económico, una dinámica social compleja a partir del aumento de la inmigración y las residencias temporarias, y algunos escándalos vinculados a la relación entre el poder político y el dinero. Carney marcó rápidas diferencias con su antecesor dejando sin efecto el impuesto a las emisiones de Trudeau, que había alimentado la campaña conservadora.

Si Poilievre encarnaba aquello de “hacer a Canadá grande de nuevo”, Carney prometía ser el negativo perfecto de Donald Trump. Donde Trump ofrece un liderazgo intuitivo y carismático, Carney opone experiencia y pericia técnica con una perspectiva institucionalista opuesta al personalismo de Trump. Frente a un líder populista enfocado en las demandas de su base, un técnico convencido de la posibilidad de solucionar — mediante la gestión — los grandes problemas políticos. Ante el relato nacionalista y excluyente del trumpismo, una construcción de la identidad canadiense cosmopolita y comprometida con la igualdad de género, racial y de elecciones sexuales. Un hombre de Davos, convencido de los beneficios del comercio internacional abierto, del capitalismo y de cierta intervención estatal indispensable para atenuar las desigualdades más escandalosas.

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Carney ganó sin radicalizar la agenda del Partido Liberal, sin promesas de profundización, sin una respuesta “por izquierda” a la insatisfacción sistémica que se expande como un hongo por Occidente. Apenas con deshacerse de la parte más impopular de la agenda de gobierno de Trudeau y una promesa relativamente vaga de un megaplan de viviendas accesibles. El contraste con Trump — y con quien era percibido como su encarnación local — le alcanzó para constituir una coalición amplia de votantes. En ella incluyó, además de la base liberal, a una abrumadora mayoría de los votantes del Nuevo Partido Democrático, representación tradicional de la izquierda que perdió dos tercios y pasó de 20 puntos de intención de voto en las encuestas de diciembre a seis la noche del lunes electoral. También los separatistas socialdemócratas de Quebec y los verdes dejaron una importante cantidad que pasaron a los liberales. Con casi 44 puntos, Carney y el Partido Liberal crecieron once puntos respecto de 2021 y obtuvieron el mejor caudal para su partido desde Pierre Trudeau — el padre de Justin — en 1980.

La derecha goza de buena salud

El recorte de casi veinte puntos de ventaja en cuatro meses es histórico. La potencia polarizadora de la intervención de Donald Trump y los altos niveles de rechazo que genera en un sector muy importante de la población mundial son evidentes. La hipótesis electoral liberal victoriosa suponía aprovechar esa potencia en dos sentidos. Fue sumamente exitosa en agregar nuevos votantes por izquierda a un oficialismo más bien tibio. Pero la sabiduría convencional suponía un fuerte desgaste para los conservadores que no se verificó en ningún momento. Los 41 puntos que obtuvo la candidatura de Poilievre fueron el mejor resultado para los conservadores desde 1988. El partido ganó 24 escaños en el Parlamento respecto de 2021, y solo el histórico resultado liberal evitó la elección histórica que auguraban las encuestas en diciembre. Los conservadores superaron incluso las previsiones de los boca de urna, y las amenazas de Donald Trump no les costaron prácticamente ni un solo voto a los adalides del trumpismo con características canadienses.

Como en Brasil, donde Lula debió acercarse a antiguos rivales y construir una coalición democrática incluso con sectores de centroderecha; en la Polonia de Tusk; o incluso en los Estados Unidos en 2020, se requieren coaliciones amplias y moderadas para derrotar a las derechas que, lejos de moderarse ellas mismas, se mantienen en sus posiciones y hasta son capaces de subir la apuesta. Su robustez y resiliencia electoral debería incorporarse como un dato estable del panorama político de las democracias occidentales. Como señal de época, son las derechas — y no las izquierdas rebeldes, dentro o fuera de los partidos tradicionales — las que logran representar la insatisfacción democrática, mientras los valores progresistas encarnan una cara, acaso la más visible, del establishment.

Incluso más que Donald Trump, el gran desafío de Mark Carney será probar que desde la competencia y las instituciones hay respuestas para los grandes problemas de los canadienses. La vecindad es apenas un condimento frente a una sociedad que, como tantas otras, teme no poder garantizar a sus hijos que podrán acceder a los mismos beneficios que tuvieron sus padres. Desde la vivienda hasta la seguridad en el empleo y la cohesión social, el sistema que fue exitoso en generar sociedades con pisos de abundancia y bienestar general hoy flaquea frente a los nuevos desafíos. La nueva gestión deberá mostrar que, además de polarizar con valores que no se comparten e ideas que se perciben como peligrosas, hay un sistema capaz de ofrecer un horizonte de soluciones para las mayorías. Un sistema que no merece ser dinamitado.

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Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.