Verso a verso
A raíz del libro Berisso 1928 de Daniel Samoilovich, Martín Kohan piensa en el tiempo y su conjugación a través de las palabras.
Se impuso en algún momento, y aparece cada tanto aún ahora, esta formulita: “atrasa”. Se la emplea para descalificar, para descartar algo que el otro dice. No es del orden de la argumentación, ya que no se adentra en razones, sino apenas una apelación al criterio de la moda, según el cual hay cosas que se usan (el verde inglés, el tiro bajo) y hay cosas que no se usan (las botamangas anchas, las botas altas, el fucsia). Se trata de algo evidentemente superfluo; la prueba está en que hasta hace poco no se podía hablar de izquierda y derecha, porque “atrasaba”, y ahora en cambio se habla de eso a cada rato, incluso por demás. La noción de actualidad que se interponía no era mucho más consistente que la de “Gente y la actualidad”, en la revista Gente, o la lista de los “in” y los “out” que ensayaba jocosamente Landrú (pero claro, ¡lo hacía jocosamente!). Se usaba remitir al interlocutor a 1945 (“se quedó en el ’45”) o a 1917 (“se quedó en el ‘17”), según los casos, y así el asunto se daba por zanjado.
La concepción del tiempo que de hecho se ponía en juego era la de un continuo lineal, sucesivo, progresivo, unidimensional, según el cual cada presente existe como puro presente y deja siempre el pasado atrás, superado, perimido, se diría que anulado (el futuro, por su parte, pasaba a ser, no un asunto de proyecto o de deseos, de ilusión o de conquista, sino apenas una suerte de acertijo: la objeción “no pega una”, para impugnar a tal o cual analista, se volvió por sí misma suficiente y abundó por doquier). Una hiperinflación del “ahora” multiplicaba sentencias de “atraso”.
Claro que uno podría quedarse adrede en el ’40 y pensar en las “Tesis de filosofía de la historia” de Walter Benjamin, que proponía expresamente “hacer saltar el continuum de la historia”. O venir más hacia acá y considerar la manera en que lo retoma Georges Didi Huberman, con su noción de anacronismo, por la cual temporalidades distintas habitan un mismo ahora, entrelazadas o en conflicto. El pasado entonces no queda meramente atrás, para ser en todo caso rememorado, sino que perdura existiendo en el presente, como huella o como ruina. Y el futuro como tal también cambia su condición; en principio, porque somos el futuro de algún pasado, y el presente puede entonces ser escrutado según lo que alguna vez se quiso o se imaginó; pero además, y sobre todo, porque una cierta noción de utopía permite que el futuro se incorpore en el ahora como una exigencia al presente: exigencia de que no sea más como es.
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Conjugar tiempos distintos y traerlos a este tiempo: es lo contrario de un pasado que “atrasa” y de un futuro al que uno “le pega” o “no le pega”. Es más valioso, es más difícil, es más estimulante, es más complejo. Y es lo que hace, con ribetes de prodigio, Daniel Samoilovich con los poemas de Berisso 1928 (Bajo la luna, 2023). La fecha que consta en el título se alarga hasta ya casi el siglo, y es por su inactualidad conmovedora que los versos de Samoilovich sacuden nuestro presente. El mundo de Berisso es el mundo del trabajo, el mundo de la fábrica Swift, del que quedan la resaca y el fantasma: Lla resaca de más de medio siglo / de ebria, metódica matanza”; “Esto quedó: la traslúcida fantasma de Swift”.
El tiempo en ese sitio ya hizo lo suyo: “Dos ciudades en miniatura / calcinadas por el sol, / desvalijadas por el tiempo”. De ese tiempo, sin embargo, no deja de brotar otro tiempo, el tiempo que delineó una conciencia: “si nos volviéramos contra los que nos explotan”, y el tiempo que ese otro tiempo soñó: “y a pesar de todo la revolución sigue su curso / el sueño va, va, el sueño no se apaga”. Está el trabajo y está la explotación, pero está además la conciencia de ser explotados, y está además el sueño de dejar de serlo.
Palabras como “libertad” y “cambio” hoy suenan estupidizadas (y así suenan porque, en efecto, eso han hecho: las estupidizaron). El tiempo y el destiempo de Berisso 1928 las recuperan en disonancia. ¿Cuál es la libertad de los que entran mansamente a la fábrica, para trabajar, como luego entrarán a su vez las reses, para morir? ¿Qué cosa habrá de cambiar esta realidad, sino el volverse los explotados contra aquellos que los explotan? Uno de los tres epígrafes del libro va muy lejos hacia atrás, va hasta el Dante y el Infierno, pero no es sino para consignar una visión propositiva: “tocando un poco la vida futura”. El libro lleva ese subtítulo: “La vida futura”. Y se cierra justamente así, en “El sueño de David Bronstein”:
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Sumate“todo eso se diluye y surge de la tierra lavada
un resplandor, la promesa o añoranza
de un lenguaje, un nombre, un tiempo
que quizás no hayan existido nunca
y que ni siquiera estamos seguros
que vayan a existir, pero la lluvia sigue
cayendo, se arremolina
y nos empapa de pies a cabeza,
nos cala hasta el tuétano y nos limpia el corazón
despertándonos al fin a la vida futura”.
Promesa o añoranza, pasado o vida futura, un sueño y su despertar. Y una oscilación trepidante: “Aclarémonos: ¿dónde estamos, / la Revolución, sucedió, sí o no?”. Sí o no, sí y no. Sucedió y no sucedió. Ya pasó. Y está por suceder. Siempre por suceder.