No, el lobo gigante no volvió de la extinción

Una empresa afirma haber revivido al lobo gigante. Pero sin una sola gota de su ADN, ¿de qué estamos hablando realmente?

“No hay nada que la ciencia no pueda”.

Sin importar cuál sea el desafío, con suficiente ingenio y recursos, ningún problema es demasiado complejo. Esa es más o menos la idea que circuló hasta las náuseas en los últimos días. Un equipo de científicos dice que ha logrado la “desextinción” de una especie que desapareció hace miles de años.

Detrás de este supuesto logro monumental está la compañía Colossal Biosciences, una firma privada de biotecnología valuada en unos 10.200 millones de dólares. En su llamativa campaña publicitaria, apuntalada en un artículo de la revista Time, afirman sin rodeos haber revivido una especie extinta, el lobo gigante (Aenocyon dirus), gracias a un ingenioso proceso de edición genética.

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Colossal presentó tres ejemplares de lobo gris (Canis lupus) modificados genéticamente para parecer lobos gigantes: dos machos, Romulus y Remus (nacidos el 1 de octubre de 2024), y una hembra, Khaleesi (nacida el 30 de enero de 2025). Se necesitaron ocho madres sustitutas (perras domésticas de gran tamaño) y un promedio de 45 embriones por cada una. Cinco transferencias no resultaron en embarazos y otra cría nacida junto con Khaleesi murió a los 10 días por una infección.

Beth Shapiro, directora científica de Colossal, dice que, en contra de lo que puedan decir los libros de biología, efectivamente se trata de ejemplares de extintos lobos gigantes: “Si vemos a este animal y vemos lo que está haciendo, y se parece a un lobo gigante y actúa como un lobo gigante, lo llamaré un lobo gigante. Y mis colegas taxónomos no estarán de acuerdo conmigo”.

Esta superficial relativización de la ciencia es problemática. Contentarse con su afirmación no difiere mucho de tomar un caballo muy blanco, pegarle un cono en la frente y llamarlo unicornio (incluso si ese cono fuera, por obra y gracia de la ciencia, agregado genéticamente).

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El lobo gigante se extinguió hace unos 10.000 años. La presunción de un parentesco cercano con el lobo gris fue refutada en 2021 mediante la secuenciación de genomas de cinco fósiles, que encontró una línea evolutiva muy divergente de los cánidos actuales, separada hace unos 5,7 millones de años, estableciendo que ni siquiera eran lobos (Canis), sino que pertenecen a un género distinto (Aenocyon).

Notablemente, Shapiro participó en aquella investigación de 2021. Ahora, sin embargo, basándose en otras muestras (un diente de Ohio de 13.000 años y un cráneo casi intacto de Idaho de 72.000 años) y mejores técnicas de análisis propone una nueva interpretación. Aunque su evidencia aún no ha sido publicada ni verificada por la comunidad científica, afirma haber alcanzado una cobertura del genoma 500 veces superior y sostiene que los lobos gigantes surgieron de la cruza entre dos linajes de lobos ocurrida hace 2,5 a 3,5 millones de años, y que comparten un 99,5% de ADN con el lobo gris. En comparación, humanos y chimpancés comparten un 98,8%.

Pero incluso aceptando ese número, la cifra oculta que el 0,5% restante en un genoma de miles de millones de pares de bases se traduce en millones de diferencias genéticas. Un abismo evolutivo insalvable mediante ediciones puntuales. Ignorar o minimizar esta distancia es, como mínimo, un poco trucho.

Colossal asegura haber revertido millones de años de evolución al reescribir apenas 14 genes del lobo gris mediante la técnica CRISPR, con el objetivo de replicar 20 rasgos del lobo gigante, en particular su tamaño, musculatura y pelaje. Esta cifra es irrisoria frente a la magnitud de la diferencia real. Como señala el profesor Anders Bergström, experto en evolución canina: “Dudo que 20 cambios sean suficientes […] probablemente se necesiten cientos o miles. […] Pero alcanzan para obtener un lobo gris de aspecto extraño”.

Bergström apunta a la incógnita biológica sobre si las especies se definen por muchos cambios pequeños o pocos de gran efecto. Se inclina por la primera opción y resalta que es imposible saber cómo estas ediciones afectarían al comportamiento.

Sin ir más lejos, desde Colossal admiten que “no se empalmó ADN antiguo de lobo gigante en el genoma del lobo gris”, por lo que su supuesta especie “desextinta” no tiene ni una pizca de ADN de la especie extinta. ¡La desextinción más loca del mundo!

El enfoque en rasgos como el pelaje blanco parece una clara concesión al imaginario popularizado por Game of Thrones más que a la evidencia científica. De allí tomaron el nombre Khaleesi, pero por algún motivo no el de Ghost, el huargo más famoso de la serie, o Conan, otro célebre perro clonado. Lo cierto es que no sabemos con certeza el color del pelaje de los lobos gigantes, pero la evidencia paleoecológica apunta a hábitats variados donde un pelaje exclusivamente blanco podría ser contraproducente. Incluso optaron por tomar un “atajo”: desactivar dos genes conocidos por producir pelaje claro en otras especies, en lugar de intentar replicar los genes pigmentarios del lobo gigante (que conllevan riesgos de albinismo o sordera en los cánidos). Las otras ediciones cosméticas, que buscan alterar superficialmente tamaño y forma, según la propia Shapiro, ni siquiera serán visibles hasta dentro de un año.

En este contexto, no sorprende que en muchas noticias se hablara de “huargos” y no de lobos gigantes, sea por acrítico entusiasmo o el descuido propio de usar traducciones automáticas. Este término (“warg” o “dire wolf” en inglés), una invención literaria de J.R.R. Tolkien (basada en el nórdico antiguo vargr y el inglés antiguo wearh) y popularizada por George R. R. Martin, alude a una criatura fantástica y no a una especie real. Martin, conviene agregar, es inversor en la empresa y claramente hace cualquier cosa con tal de no sentarse a escribir.

Afirmar que estos cachorros son lobos gigantes es científicamente insostenible. La justificación de Colossal, apelando a un concepto morfológico de especie (“si se parece, lo es”), implica un contorsionismo argumental que ignora la biología evolutiva y cualquier rigurosa taxonomía. No estamos ante lobos gigantes resucitados, sino ante un simulacro: lobos grises modificados para una fantástica puesta en escena (que incluye el famoso trono de la serie, cortesía de Peter Jackson, otro inversor de la empresa).

Estos tres animales vivirán confinados en una reserva de 800 hectáreas, protegida por vallas de casi 3 metros y vigilada por drones, sin planes de reproducción, lo cual añade cinismo al discurso de la “reintroducción al ecosistema”. El mundo en el que la especie original prosperó ya no existe –su extinción probablemente resultó, entre otras cosas, de la desaparición de los megaherbívoros–. Nos guste o no, en nuestro planeta los lobos gigantes ya no tienen mucho que hacer.

Un propósito mucho más creíble es el de asegurar más inversión para los desarrollos biotecnológicos de Colossal. En su última ronda de financiación, en enero de este año, levantaron 200 millones de dólares, con la promesa de revivir al mamut lanudo para, supuestamente, expandir la biodiversidad y restablecer equilibrios ecológicos. La elección del lobo gigante, de hecho, parece responder más a su viabilidad técnica — dada la experiencia previa y éxito en clonación canina, mucho más sencilla que enfrentar los desafíos de la gestación de elefantes o la modificación genética de aves como el dodo — que a un plan ecológico coherente.

Incluso desde Colossal reconocen que elegir un animal extinto famoso por una serie televisiva — u otro por ser emblema de la última era glacial — se explica porque son mucho más atractivos en el ojo público que una extinta ratita.

Ni siquiera amerita detenerse en la muy filosófica y científicamente rica discusión acerca de la reintroducción de especies recientemente extintas como el dodo o el tilacino (tigre de Tazmania). Esta desextinción se perfila más bien como una elaborada campaña de relaciones públicas construida sobre bases biológicas endebles. El uso de terminología ambigua estirada al punto del absurdo y la manipulación de conceptos científicos bordean un esfuerzo de deliberada desinformación antes que un genuino interés por la biodiversidad. La contratación de un ejecutivo de marketing de Hollywood no suma demasiada credibilidad.

Quizá convenga mencionar también a George Church, co-fundador de Colossal y la inspiración detrás del proyecto. Este famoso genetista, celebrado en el circuito de las charlas TED, lleva más de una década empujando proyectos vinculados a la desextinción de especies como el mamut lanudo –con foco en posibles “modelos de negocio” que incluyen, turismo, carne y marfil, como alguna vez especuló–, así como a la edición genética experimental de embriones humanos o la propuesta de una plataforma que, vinculada con apps de citas, permitiría establecer la compatibilidad genética entre dos personas para evitar que se conozcan aquellas incompatibles, una idea que suscitó algo de debate sobre la eugenesia.

Además, entre 2005 y 2007, el trabajo de Church fue parcialmente financiado por Jeffrey Epstein, célebre magnate y depredador sexual estadounidense condenado por tráfico de menores.

El lobo gigante sigue extinto y aunque la desextinción — una disciplina científica incipiente y poco establecida — puede ser fascinante, en estos términos solamente embarra el debate público. Incluso si Colossal se adelanta a las objeciones y dice que todo este circo en realidad podría llegar a servir para reforzar esfuerzos de conservación — argumentando, por ejemplo, que el proyecto incluyó la clonación de lobos rojos en peligro crítico o que se pueden modificar especies para que desarrollen resistencia a patógenos — el modo en que presentaron a sus “lobos gigantes” no le hace ningún favor a la ciencia ni al planeta.

Incluso si la retórica en favor de la ciencia privada gana terreno en diversos ámbitos — en oposición a la ciencia como un bien público que gira en torno a la discusión abierta basada en la evidencia disponible — se debe insistir en que no hay ciencia alguna hasta que no hay una publicación científica revisada por pares. En una situación crítica para la ciencia en todo el mundo, discutir estos trucos de salón orquestados por multimillonarios excéntricos resulta cuando menos inquietante.

Hasta ahora solo contamos con una gacetilla de prensa y los ecos bien financiados en un puñado de grandes medios que la replican palabra por palabra seguida de un montón de ohs, ahs y wooow, junto con alguna torpe comparación con Jurassic Park. Pero si vamos a comparar, mejor hacerlo con la novela original de Michael Crichton publicada en 1990.

En uno de sus diálogos, el Dr. Henry Wu, jefe científico y responsable de la desextinción de los dinosaurios, discute con John Hammond, el empresario que lo financia, qué tan reales eran sus creaciones si su ADN había sido empalmado con el de ranas y otros animales. Cuando Wu sugiere “mejorarlos” aún más para volverlos más atractivos para el público, Hammond lo rechaza enojado, porque eso arruinaría la autenticidad de todo el proyecto. A lo que Wu responde: “Pero ahora tampoco son reales, John. Eso es lo que estoy tratando de decirte. Aquí no hay ninguna realidad”.

Receta para desextinguir un lobo gigante

(Según Colossal Biosciences)

Ingredientes:

  • 1 diente de lobo gigante (13.000 años de antigüedad)
  • 1 cráneo de lobo gigante (72.000 años de antigüedad)
  • Células progenitoras endoteliales (EPC) de lobo gris moderno
  • Óvulos de lobo gris (sin núcleo)
  • Perras gestantes (madres sustitutas)
  • Kit de edición genética CRISPR
  • Medios de comunicación y nombres cinematográficos (opcional, pero recomendado)

Instrucciones:

1. Extracción del ADN antiguo

  • Con cuidado, extraer el ADN del diente y el cráneo de lobo gigante.
  • Purificar el material genético para evitar contaminación.

2. Secuenciación y comparación genética

  • Secuenciar el genoma del lobo gigante y compararlo con el del lobo gris moderno.
  • Identificar las 20 diferencias clave en 14 genes responsables de rasgos únicos (tamaño, pelaje blanco, cabeza ancha, etc.).

3. Edición genética

  • Tomar células EPC de lobos grises vivos.
  • Usar CRISPR para editar los 14 genes y ajustar los rasgos del lobo gigante.
  • Corregir genes adicionales para evitar efectos secundarios no deseados (ej.: sordera o ceguera).

4. Clonación

  • Insertar los núcleos editados en óvulos de lobo gris (sin núcleo).
  • Cultivar los embriones en condiciones controladas.
  • Implantar los embriones viables en perras gestantes.

5. Gestación y nacimiento

  • Monitorear el embarazo durante 65 días.
  • Realizar cesárea programada para asegurar el nacimiento seguro.
  • Nombrar a los cachorros con nombres épicos (Romulus, Remus, Khaleesi).

6. Presentación al mundo (toque final opcional)

  • Invitar a medios de comunicación y preparar un buen titular.
  • Añadir nombres de Hollywood y algún objeto icónico (ej.: un trono hecho con espadas).
  • ¡Anunciar con orgullo la desextinción del lobo gigante!

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