Rusia, Estados Unidos y Ucrania: en las puertas de una enorme derrota estratégica

Las tácticas de Putin y Trump en relación a la guerra parecen llevar a uno de los dos a pagar con el debilitamiento de su imagen o su posición geopolítica. Cuáles son las salidas reales a este conflicto.

Esta semana, una delegación estadounidense de altísimo nivel, encabezada por sus dos máximos referentes diplomáticos, el secretario de Estado, Marco Rubio, y el asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, concluyó en Arabia Saudita una instancia de diálogo con el gobierno ucraniano destinada a enmendar el desastroso resultado de la visita de Volodímir Zelenski a Washington al final del mes pasado. Luego de aquel entredicho sumamente público, el diálogo encabezado por Rubio y Waltz parece haber marcado un nuevo comienzo en los posicionamientos estadounidenses y ucranianos, cuya distancia había alcanzado, incluso, al cese de la colaboración de inteligencia y la provisión de equipamiento militar ya aprobado por el Congreso.

El encuentro en las costas del Mar Rojo produjo una declaración conjunta con lenguaje norteamericano y sustancia ucraniana, en el que se llamó a poner fin a la guerra a partir de una tregua de 30 días que inicie un proceso de negociaciones. En el comunicado, Ucrania declaró su disposición tanto al cese de fuego como a algún tipo de acuerdo que termine el conflicto de forma permanente –como pidió Donald Trump desde sus redes sociales– y expresó su “fuerte gratitud” hacia el presidente, el Congreso y el pueblo de los Estados Unidos por “hacer posible el progreso significativo en pos de la paz”. 

Detrás del lenguaje acomodaticio, sin embargo, afloran las deferencias a las pretensiones ucranianas, incluyendo el retorno durante la tregua “de los civiles desplazados y la devolución de los niños ucranianos transferidos de manera forzosa”, y la “seguridad de Ucrania en el largo plazo”. Acaso más importante, los Estados Unidos acordaron reanudar en forma inmediata los envíos de ayuda y la asistencia en materia de inteligencia. Tanto Rubio como Waltz ahondaron luego, en diálogo con la prensa, sobre la necesidad de que Ucrania cuente con garantías de seguridad con capacidad de disuadir ataques rusos en el futuro. Al día siguiente, en un acto junto al megamillonario que ejerce de interventor en el aparato estatal, Trump instó a Putin a aceptar la tregua, casi intimándolo, aunque la respuesta rusa fue elusiva y dejó trascender que, como mínimo, incluiría demandas adicionales.

Suscribite para recibir un alerta cada vez que Martín Schapiro publique un nuevo artículo.

Durante la campaña, Trump, que ha sido recurrentemente señalado por cercanía o hasta compromisos espurios con Putin, fue un crítico feroz de la asistencia a Ucrania. En su base, florecen figuras cuyas simpatías por el ruso son públicas, e incluso JD Vance llegó a declarar en algún momento que tenía nulo interés en el destino del país del este europeo. Aunque se trata de un punto en el que la base trumpista aparece desacoplada de la abrumadora mayoría de los estadounidenses, cuya opinión tanto de Rusia como de su líder es negativa, la parte más potente de su retórica fue la promesa de dar fin rápidamente a una guerra que, aseguró, nunca hubiera comenzado si hubiera sido reelecto en 2020 y que, concordantemente, podría resolverse fácilmente con su regreso a la Casa Blanca. Como con la inflación, prometió que su presencia tendría un efecto mágico.

En las condiciones de su asunción, la prioridad de Trump en relación al conflicto de Ucrania es cumplir con lo único que prometió. Poner fin al conflicto para dejar de destinar a ese país recursos “de los contribuyentes”. Entre las primeras definiciones de política exterior del norteamericano, una clara es su desinterés en el sistema de reglas y prioridades construido por su país durante más de medio siglo, con un público y particular desprecio por la Unión Europea y sus intereses. No extraña que las preocupaciones que llevaron a Biden a evitar presionar a Zelenski para aceptar una negociación que asumiera pérdidas territoriales antes agotar del todo las posibilidades de dañar significativamente a Rusia no aplicaran a la estrategia del republicano, aparentemente más preocupado por no ofender a Putin que a su par ucraniano. 

La posición de Ucrania

Aún sin achacar a Trump simpatías putinistas, vista del lado estadounidense, la estrategia de aplicar presión principalmente sobre Ucrania tiene sentido si el único objetivo es terminar la guerra. Por cuestionable que fuera el maltrato que propinaron a Zelenski en la Casa Blanca, Trump y su vice tienen razón sobre la dependencia ucraniana respecto de la ayuda estadounidense. Por el contrario, la economía rusa, aún con problemas, ha enfrentado durante años algunas de las sanciones económicas más astringentes que hayan aplicado las potencias occidentales sobre un país, sin que aquello afecte demasiado el esfuerzo bélico. La capacidad de condicionamiento norteamericana sobre uno u otro actor es, por lo tanto, difícilmente comparable. El bullying calculado sobre Zelenski debería ser visto como parte de esta opción estratégica de ahogo, para obligarlo a aceptar sus términos de negociación, lo que llama “hacer la paz”.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

Sin embargo, el margen de acción de Trump respecto del gobierno de Ucrania es también limitado. Los límites no son materiales o militares, sino políticos, y no los pone el continente europeo, sino la percepción interna de su liderazgo. En todas las encuestas, las simpatías del público norteamericano favorecen abrumadoramente a la parte ucraniana sobre la parte rusa, aún cuando prevalecen los llamados a las soluciones diplomáticas al conflicto. La porción del pueblo norteamericano que sigue la guerra con un mínimo de interés entiende la necesidad de una negociación, y aquello supone que Ucrania deje de lado sus pretensiones de recuperar todos sus territorios y volver a las fronteras anteriores a 2014. Pero esa definición tan contundente, dice poco. Más allá de los discursos públicos, la idea de que la guerra –o al menos esta etapa– debe terminarse mediante una negociación es conocimiento común para todas las potencias occidentales desde, al menos, el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023. La posición ucraniana ha sido desde entonces, mayormente defensiva, con Rusia ganando ventaja relativa de forma muy lenta, pero también sostenida. La hipótesis desarrollada por la campaña trumpista –de que la guerra se puede terminar si Ucrania renuncia a combatir por los territorios ya perdidos– supone extraordinaria una concesión que, con mayor o menor entusiasmo, casi todos juzgan inevitable.

¿Cuál es entonces el problema para lograr la paz? Para Ucrania, los mínimos aceptables suponen detener el avance ruso y obtener garantías de seguridad. De los dos objetivos, detener el avance ruso parece una obviedad en el contexto de un cese del fuego, pero es una concesión difícil de obtener de un enemigo que está avanzando, aún con dificultades. En cuanto a las garantías de seguridad, resulta casi imposible identificar arreglos que no dejen a Ucrania vulnerable a una retomada bélica rusa y que no involucren a uno o más ejércitos de países de la OTAN, cuya expansión hacia el este es, para la mayoría de los analistas, la preocupación primaria que llevó a Moscú a profundizar su intervención en la que considera su zona de influencia y, en última instancia, a invadir a su vecino. Aunque proclame su neutralidad y renuncie a ingresar a la OTAN, una Ucrania cuyo territorio se puebla de tropas de algunos de sus integrantes asentados en forma permanente se parece demasiado al escenario que Rusia buscó evitar y que se invoca como causa última de la guerra. 

La situación de Rusia

Dadas las condiciones en el campo de batalla, sería legítimo preguntarse por qué Rusia aceptaría detener su avance y dejar de lado su lenta pero persistente ofensiva. Si hubiera un cese de fuego en las condiciones actuales, Rusia sería, técnicamente, el ganador de la guerra. ¿Qué significa eso? Qué terminaría la guerra con más territorio que el que la comenzó. Putin podría dar un mensaje público cantando victoria y dar por concluida la cuestión. Pero tal victoria lo sería sólo en el sentido técnico. De terminar la guerra ahora, Rusia sería un vencedor vencido, y no habría cumplido ninguno de los objetivos que los analistas ni el propio Gobierno proclamaron al iniciar la guerra. 

Los objetivos proclamados por el gobierno eran la “desnazificación, desmilitarización y neutralidad” ucranianas. La llamada “desnazificación” no es otra cosa que cambiar al actual gobierno por uno favorable a Moscú. Parece imposible. Zelenski puede irse o no tras la firma de un acuerdo, pero si saliera, no es concebible que lo reemplace un dirigente que no tenga compromisos con el esfuerzo bélico. Rusia es hoy rechazada en Ucrania de un modo en el que no lo era antes de recuperar Crimea en 2014, o incluso antes de invadir en 2022. El fracaso en el intento inicial de ocupar Jarkov, la histórica capital de la población rusoparlante en el este del país, es simbólica de la pérdida de capacidad para influir sobre Ucrania por la vía del convencimiento de la población. En cuanto a la desmilitarización y neutralidad aparecen inconcebibles como resultado de una negociación. Ucrania podría declararse neutral pero, tras la invasión, no puede permitirse ninguna solución que le impida  preservar sus armas y sumar garantes externos. De no hacerlo, quedaría expuesta a una completa anexión forzada rusa futura, sea o no la voluntad del gigante eurasiático concretarla luego. 

Desde el punto de vista de los pocos analistas que anticiparon la invasión, la racionalidad militar de realizarla suponía ocupar, al menos, la mitad del territorio, hasta el río Dnipro, y dejar una Ucrania condicionada, pequeña, y con dificultades para salir al mar Negro. Quienes conversaban con fuentes en Moscú en 2022 pensaban en una guerra rápida y una victoria rusa inapelable. Ninguno de esos escenarios ocurrió. El ataque inicial sobre Kiev fue rechazado en forma casi instantánea, y la porción del territorio que permanece ocupada hasta el momento es relativamente menor.  Ucrania mantiene una extensa frontera con Rusia, que utilizó incluso para una pequeña incursión en su territorio que lleva ya más de siete meses y no hay perspectivas de control bélico sobre la capacidad de Ucrania de acceder al puerto de Odesa. En cuanto a la expansión de la OTAN, no es sólo la conversión de Ucrania en un protectorado occidental (ya sea de la OTAN o de la UE), sino la ampliación de la alianza atlántica, que ahora incluye a Suecia y Finlandia, dos países históricamente inclinados a la neutralidad, con dos de las Fuerzas Armadas más serias de Europa. Finlandia aporta además 1.340 kilómetros de frontera adicionales de Rusia con la OTAN, mientras la incorporación de Suecia rodea la salida rusa al mar Báltico de miembros de la alianza militar creada por Estados Unidos. Excepto Rusia, todos los países costeros del norte de Europa la integran. 

¿Entonces quién pierde?

En las condiciones actuales, un intento de Trump de forzar algún tipo de arreglo parece chocar con la posición rusa. Si la guerra tuvo un serio error de cálculo inicial, Rusia todavía puede esperanzarse de que la situación en el campo de batalla sea más sostenible para sus tropas que para las de Ucrania. Rusia parece tener menos problemas económicos, de ocupación del frente, y de agotamiento que Ucrania, aunque para que aquello pueda dar resultados verdaderamente significativos para la posición rusa, debería prolongarse la guerra al menos, hasta el mediano plazo. Si Putin decidiera simplemente cantar victoria y aceptar un acuerdo permanente, seguramente consiga un alivio o incluso levantamiento de sanciones, pero se dejaría una derrota estratégica, con una OTAN más grande y una Ucrania con la mayoría de su territorio preservado y aún más comprometida política y militarmente con sus patrocinadores occidentales que hace tres años.

Si Rusia decide seguir avanzando, serán los Estados Unidos los que deberán optar entre asistir militarmente a Ucrania de manera más enfática, y con resultados inciertos, o asumir que será Putin quien dictará los términos de la resolución del conflicto. En caso de concesiones mayores a Rusia, para el presidente estadounidense, el riesgo es ver diluido su liderazgo y que sea asociado a la debilidad o incapacidad. Si bien es cierto que los estadounidenses quieren una salida negociada, no lo es menos que los estadounidenses castigan duramente los fracasos en el área de Defensa. El punto de quiebre de Joe Biden, cuando su imagen negativa superó por primera vez a la positiva, fue durante la caótica salida de las tropas estadounidenses de Afganistán. Nunca más se recuperó.

Para toda la sintonía personal entre uno y otro, las tácticas de Putin y Trump en relación a la guerra en Ucrania, parecen llevar a uno de los dos a una derrota estratégica que podrían pagar con un debilitamiento de la posición geopolítica de su país uno o con el empeoramiento severo de su propia imagen y liderazgo global el otro. El mínimo de lo que Ucrania está dispuesta a conceder no es compatible para las pretensiones rusas, y todo lo que ceda por encima de ello se facturará en la cuenta que Trump pagará con su capital político. Si ninguno está dispuesto a asumir las consecuencias de ceder, podría pasar que, tras tanta charla de alto volumen, de promesas de paz, de acuerdos y alianzas rotas, todo el escenario ucraniano siga, más o menos, como hasta ahora.

Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.