Guerra, cambio climático y comercio: Trump y un nuevo giro geopolítico en Estados Unidos
El nuevo presidente comienza a delinear sus políticas internacionales y genera tensión. ¿Qué implicancias puede tener en otros líderes? ¿Tiene sentido pensar en una consecuencia lineal de sus acciones alrededor del mundo?

A partir de ahora, en Mundo Propio vamos a explorar el mundo juntos a través de tres categorías que estructurarán nuestro contenido semanal: radar, sonar y escritorio.
En Radar, analizaremos dos o tres noticias internacionales destacadas de la semana, ofreciéndote herramientas para entenderlas desde diferentes perspectivas y contextualizar su importancia.
Sonar se centrará en procesos o fenómenos que, aunque no sean evidentes o estén en la primera plana, están moldeando la política global “bajo la superficie”. Buscaremos identificar tendencias emergentes, señales débiles y desarrollos a largo plazo.
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Con este formato, mi objetivo es proporcionarte un contenido variado, que cubra desde eventos recientes hasta temas más profundos y estructurales. ¡Espero que disfrutes la lectura tanto como yo disfruto la escritura!
Radar – El giro de Trump en la guerra entre Ucrania y Rusia
Luego de un primer mes muy intenso, el gobierno de Trump está señalizando un giro en la política exterior de Estados Unidos con respecto al conflicto entre Ucrania y Rusia.
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SumateLa nueva narrativa tiene tres elementos:
- La guerra entre Rusia y Ucrania no es asunto de Estados Unidos.
- Hay que dejar de apoyar a Zelensky, a quien Trump acusó de ser un dictador.
- Putin y Zelensky deben firmar la paz más temprano que tarde.
El dato clave fue la reunión que tuvieron las delegaciones de Estados Unidos y de Rusia en Riad, Arabia Saudita, el 18 de febrero. Ahí comenzaron a hablar de una normalización de las relaciones. Rusia puso varias condiciones: que la OTAN abandone la invitación hecha a Ucrania para ingresar a la organización; que el territorio conquistado por Rusia quede en manos rusas y que las sanciones americanas hacia Rusia terminen. Fue su delegación, además, la que mencionó la necesidad de cuestionar la legitimidad del presidente Zelensky, en tanto su mandato ya estaba vencido.
Notablemente, la reunión no contó ni con ucranianos ni con líderes de la Unión Europea. Tanto Bruselas como Kiev parecen estar en el menú y no en la mesa. Para ponerlo más claro: Ucrania está ausente de la conversación sobre la paz en Ucrania.
La historia muestra un amplio repertorio de potencias que se encontraron para discutir el destino de países menores. Y los resultados no fueron los mejores: la conferencia de Berlín de 1884 para “la repartición de África”; el acuerdo Sykes-Picot para dividir Medio Oriente entre el Reino Unido y Francia; Munich en 1938 para decidir el futuro de Checoslovaquia sin su participación; o Yalta en 1945 para repartirse Alemania.
¿Cómo explicar este giro? Hay varias lecturas que podemos hacer. La primera es que Trump considera que Estados Unidos no tiene porqué gastar dólares para asegurar la soberanía de Ucrania. En su mirada, la derrota de ese país no representa una amenaza existencial para el territorio que preside. Considera, en cambio, que tiene otras urgencias: frenar la inmigración ilegal, generar mejores términos de intercambio comercial con el mundo y competir con China, entre otros. Una segunda lectura más banal consiste en señalar que le encanta deshacer lo que hicieron sus predecesores. Lo hizo luego de Obama y lo está haciendo ahora luego de Biden.
Esto satisface sus bases de apoyo republicanas más duras, que tienen un instinto aislacionista. Una tercera línea conecta este giro con una mirada antieuropea muy fuerte expresada por el vicepresidente, JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Munich. En ese evento, Vance señaló que el enemigo no era Rusia o China, sino el enemigo interno europeo. Finalmente, nunca descartemos el sesgo pro-líder fuerte que tiene Trump, incluyendo su respeto a Putin o Xi y la idea de que la paz entre ellos es preferible al conflicto. Al final del día, el mandatario no parece muy incómodo con el blend de oligarquía y autocracia que circula fuera del mundo libre.
Dos interrogantes. ¿La denigración de Zelensky es estratégica para obtener concesiones o no hay vuelta atrás? ¿Qué ganancia obtiene Trump entregando Ucrania a Moscú? En cuanto a la primera pregunta, nada en él es definitivo. No hay cosa que le guste más que ganar y ver a sus rivales entregar convicciones en el altar del interés. En cuanto a la segundo, algo se está hablando de un intercambio de paz por inversión norteamericana en tierras raras en Ucrania, pero hasta acá sería más un pago por los servicios prestados que un proyecto a futuro.
La sonrisa de Putin. Mientras tanto, pagaría por ver cómo Putin festeja el desacople que se está dando entre Estados Unidos y Europa. “No sos vos, soy yo”, dice Washington.
Sonar – Estados Unidos, el cambio climático y el liderazgo por la transición energética
Fuera de París. Una de las primeras decisiones que tomó Trump al asumir como presidente en su segundo mandato fue retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París de 2015, un instrumento fundamental para luchar contra el cambio climático. No fue un deja vu. Trump ya lo había hecho en su primera presidencia, decisión que Joe Biden revirtió al llegar a la Casa Blanca. Que Estados Unidos se retire de París supone que no estará presionado a mantener sus metas de descarbonización ni presentar sus contribuciones determinadas.
Los efectos. El golpe contra el clima no solo es simbólico sino material. Estados Unidos es el segundo emisor de carbono en el mundo y su involucramiento en la transición energética es fundamental si queremos tener chances de evitar el aumento de la temperatura a 1.5 grados en relación a la etapa preindustrial. Cierto, ya estamos en zona de aumento de 1.5, aunque los próximos años veremos si el clima se pone peor aún o se puede estabilizar. ¿Qué efectos puede tener la retirada de Estados Unidos?
- El correlato interno. La decisión de Trump tiene un lado doméstico de enorme importancia: el desmantelamiento de muchas políticas y regulaciones diseñadas para impulsar la transición energética.
- La reacción de China y la Unión Europea. Los otros dos grandes actores en la política climática se verán obligados a asumir un rol de liderazgo aún más pronunciado, aunque sin la garantía de que el resto del mundo los siga con la misma disciplina o incluso de que el impulso hacia la transición siga siendo el mismo que el de los últimos años. En Europa, la geopolítica y la inteligencia artificial están cambiando la conversación, poniendo otras prioridades sobre la mesa. Los partidos de derecha están cuestionando muchas políticas climáticas europeas. En China, un vocero del Gobierno afirmó el 21 de enero que las acciones de su país contra el cambio climático continuarán sin alteraciones. Está encontrando en la descarbonización un motor fundamental de su economía y su sector exportador, de modo que difícilmente altere su curso, el que va en la dirección correcta, pero lejos de la velocidad deseada.
¿Puede haber un efecto dominó? Días después de que Trump anunciara el retiro, circuló la noticia en los medios de que el gobierno de Javier Milei estaba evaluando sacar a la Argentina del Acuerdo de París. Unos días después, el enviado de Indonesia para energía y clima, y hermano del presidente Subianto, cuestionó la utilidad de París ante la salida de Estados Unidos: “Si Estados Unidos, que actualmente es el segundo emisor luego de China, se niega a cumplir con el acuerdo internacional, por qué países como Indonesia deberían cumplir?”, dijo.
Pero no nos apresuremos. Para pensar mejor este escenario, miremos hacia atrás, cuando George W. Bush anunció que Estados Unidos no ratificaría el Protocolo de Kioto (un antecedente clave al Acuerdo de París), otros países fortalecieron sus posturas proclima y buscaron aislar a Estados Unidos de la conversación. En 2017, Trump anunció la retirada de París, pero por cómo funciona el tratado, la salida se hizo efectiva recién en 2021, justo un día después de las elecciones en las que perdió contra Joe Biden. Como sea, tampoco hubo un efecto dominó en ese momento.
Creo que la mejor manera de pensar un efecto dominó no pasa por lo que haga o deje de hacer la Casa Blanca, sino por lo que haga o deje de hacer Wall Street, el federalismo y los consumidores. Durante la primera presidencia de Trump, el mercado de las renovables no dejó de crecer a pesar de las políticas anticlima. Esto fue así porque nuevos sectores económicos concluyeron que existe una forma de ganar dinero siendo sostenible, que hay consumidores dispuestos a pagar por esa sostenibilidad y que hay inversores que demandan más responsabilidad ambiental.
A su vez, los estados gobernados por líderes demócratas continuaron con regulación estatal proclima, un proceso que los politólogos denominan “federalismo compensatorio”: California estableció estándares de emisiones más estrictos que los federales; varias ciudades y estados se comprometieron a cumplir con los objetivos del Acuerdo de París a nivel local y grandes corporaciones; y las universidades tomaron medidas de sostenibilidad a pesar de la política federal.
Con esto no digo que lo que haga Trump tendrá un efecto nulo. Lo que busco señalar es que la conversación y la acción climática tienen otros canales y otros actores que forman parte de un ecosistema cada vez más complejo integrado por inversores, corporaciones, consumidores y líderes políticos y sociales que harán lo posible para defender los avances alcanzados al momento. Trump puede desregular y quitar presión a la industria fósil en línea con el “drill, baby drill” de campaña, pero los incentivos del mercado, incluyendo la demanda global de combustible, están fuera de su alcance.
En los próximos años, el debate no será si el cambio climático es real o si debe combatirse. Eso ya está resuelto. La pregunta será si la política estadounidense puede sostener un compromiso estable con el clima o si la Casa Blanca seguirá tratando el Acuerdo de París como un simple trámite administrativo, sujeto a la ideología del presidente en turno. Trump ha hecho su jugada. Ahora le toca al resto del mundo decidir cómo responder.
Escritorio – ¿De qué manera la geopolítica está alterando el comercio?
Están quienes tienen un interés en la geopolítica, el conflicto y el balance de poder. Y también están quienes se interesan más por el comercio, la integración y la cooperación en un mundo globalizado. El punto es que hoy estos dos modos de interacción, que por mucho tiempo habitaron universos paralelos, están cada vez más conectados entre sí.
La narrativa más aceptada es que hoy la globalización está aguas abajo de la geopolítica. Pero esto no necesariamente significa menos globalización o comercio. En un informe reciente, McKinsey acaba de actualizar su análisis sobre la reconfiguración global en este sentido y las conclusiones son bien interesantes:
• el mundo no se está desacoplando, sino reorganizando sus flujos comerciales según criterios políticos y estratégicos.
• la distancia geográfica ha aumentado, pero la distancia geopolítica entre socios (el grado de alineamiento político) comerciales se ha reducido.
Estados Unidos. Desde la primera administración Trump, el mantra de la “desglobalización” ha cobrado fuerza, pero la realidad es más matizada. Sí, Estados Unidos ha reducido su dependencia de China, pero no al punto de cortar lazos. En su lugar, ha reforzado sus importaciones desde México y Vietnam, que han asumido el rol de intermediarios en una cadena de suministro aun profundamente vinculada con la manufactura china. Washington quiere reducir su exposición a Beijing, pero sin pagar el costo de producir en casa.
Europa. Bruselas aprendió una lección costosa tras la guerra en Ucrania: la dependencia energética de Rusia no es solo un riesgo económico, sino también un problema de seguridad nacional. Alemania, que solía abastecerse de gas ruso sin mayores preocupaciones, ha girado hacia Estados Unidos como su nuevo proveedor clave. Y aunque la relación comercial con China sigue siendo fuerte, hay señales de una desaceleración que podrían anticipar una estrategia de diversificación.
China. Durante años, su economía fue impulsada por la demanda occidental, pero hoy su comercio se inclina cada vez más hacia las economías en desarrollo. La Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN) ha desplazado a Europa como su principal socio comercial, mientras que los lazos con América Latina y Rusia se han fortalecido. Este giro tiene implicaciones profundas en tanto China parece buscar depender cada vez menos del Occidente próspero para sostener su modelo de crecimiento.
Mckinsey pinta un cuadro relativamente optimista: La interdependencia no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma. Creo que aún necesitamos más tiempo para verificar esta afirmación. Lo que es innegable es que la geopolítica ha vuelto a influir sobre el comercio. Ya no se trata solo de eficiencia y costos, sino de estrategias nacionales, de autonomía y de esferas de influencia. Las corporaciones que no lo entiendan a tiempo quedarán atrapadas en la nueva realidad: la economía global sigue siendo una red compleja, pero ahora tejida con hilos políticos. La competencia entre bloques no es solo por influencia militar o tecnológica; es, cada vez más, una cuestión de quién comercia con quién; quién invierte en dónde y bajo qué condiciones.