Elogio del desvío: cómo seguir jugando

César Aira dice que los niños cuando caminan nunca van recto, siempre dibujan un recorrido lúdico, mientras los adultos van. Del keep walking y el mecanicismo al juego y la libertad.

I. Hace poco en una conversación un amigo le explicaba a otro –que no sabe nada de fútbol– la diferencia entre el fútbol sudamericano y el fútbol europeo. Se lo resumía un poco así –o con esto es con lo que yo me quedé–: “En el europeo se trata de técnica, las jugadas son limpias. Acá hay más gambetas, es más desprolijo, más sucio”. Alguien que estaba escuchando agregó: “Acá hay más juego”. Luego también entendí que hoy en día esas diferencias ya no son tan notorias, porque, siguiendo esas explicaciones, todo el fútbol se transformó en un deporte sin juego: más técnica, menos gambeta, menos juego. Más allá de los tecnicismos, más allá del fútbol –no estoy hablando de fútbol– y sus diferencias de antaño, me quedé pensando en el asunto de la gambeta y del juego, de la técnica como opuesta al juego. Cuando digo que me quedé pensando, quiero decir que ya me fui del tema, que ya me fui de la conversación y que me puse a divagar alrededor de estas cositas y entonces empecé a tomar notas. Acá comparto algunas de esas notas, que culminaron en este elogio del desvío.

II. El psicoanálisis descubre que nacemos inadecuados, nacemos desajustados, desviados, porque no somos sujetos del instinto, sino de la pulsión. Hay un desajuste, un desacople entre nosotros y el mundo. Y es por eso que la educación y la civilidad implican acomodar ese desvío, adaptarlo a lo esperable, lograr que se aplaquen las pasiones y las estridencias del cuerpo para encajar en la tan preciada normalidad –el sueño de la normalidad engendra monstruos–. Ese desvío se acomoda, se encaja en lo que el código del Otro nos propone. Por eso Freud va a decir, nada menos que en El malestar en la cultura, que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de la felicidad. Progreso, civilidad, adaptación. Adaptarnos hasta ser un engranaje de la cadena de montaje, alienarnos en la máquina, no sobresalir, no desviarnos. Adaptarnos para, como dice el eslogan de un riquísimo whisky, keep walking. Pero por fortuna no todo desvío puede ser enderezado, no todo desvío puede ser subsumido en la adaptabilidad, en la norma, en la aparatosa normalidad. Y porque a pesar de los modos de vivir maquinales a los que nos somete el capitalismo salvaje, no somos máquinas. Por fortuna existe el inconsciente que resiste, que insiste en sus maneras de irrumpir desviado. ¿Qué es soñar, sino el modo permitido de transcurrir en los desvíos inimaginables, en las oscuridades que encandilan, en los infiernos tan temidos? ¿Qué es equivocarse, sino introducir un desvío en la línea recta hacia lo que se espera de nosotros? ¿Qué es olvidarse, sino descansar un rato de aquello que parecía no tener alternativa? ¿Qué es reír sino recuperar, al menos un poco, la infancia perdida? Mientras haya inconsciente, habrá resistencia a la adaptación total. Mientras haya inconsciente habrá desvío. No somos máquinas, aunque a veces se pretenda que lo seamos.

III. Keep walking, pero hay formas y formas de caminar. César Aira dice en una entrevista que los niños al caminar nunca van recto, “si encuentran un escalón, se suben, saltan (…) siempre encuentran un juego. Mientras que el adulto cuando va a un lugar, va. No se detiene. Mi escritura es más bien como el caminar de los niños (…) cada momento me estoy desviando”. Y pienso también en algo que dice, así, al pasar, Erri de Luca, que los niños no piensan en tropezar, eso es cuestión de los adultos. Hay una literatura que lleva el procedimiento del desvío como marca, como estilo.

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IV. Pero el desvío no sólo es un procedimiento de la escritura, lo es también, sin dudas, de la lectura. No hay lectura sin desvío, no hay lectura sino en el desvío. De ese desvío se ocupa Harold Bloom cuando sugiere que la angustia de las influencias poéticas se atraviesa, en parte, por una lectura desviada de los poetas anteriores. Algo así como una “corrección creadora”, una especie de “mala” interpretación. Y esa idea es la que sigue Ricardo Piglia cuando sugiere: “El lector como criminal, que usa los textos en su beneficio y hace de ellos un uso desviado, funciona como un hermeneuta salvaje. Lee mal pero solo en sentido moral; hace una lectura malvada, rencorosa, un uso pérfido de la letra. Podríamos pensar a la crítica literaria como un ejercicio de ese tipo de lectura criminal. Se lee un libro contra otro lector. Se lee la lectura enemiga. El libro es un objeto transaccional, una superficie donde se desplazan las interpretaciones”. El término que usa Bloom es clinamen, el término latino para desvío. Y es el primer capítulo de su clásico La angustia de las influencias: “Clinamen o mala interpretación poética”. Leer es “leer mal”, desviadamente. Leer es desvíar las letras, arrancarlas de su sentido común. Leer es profanar, equivocar un texto.

V. Raymond Queneau escribió Ejercicios de estilo –texto al que llegué hace muchos años gracias a la psicoanalista Isabel García–. Un mismo párrafo, anodino, un poco trivial y hasta estúpido, una pequeña anécdota mundana (se puede leer el comienzo acá), va retorciéndose, contorsionándose a lo largo del libro y va adquiriendo distintos sentidos, distintos tonos, distintos matices, distintas sensaciones en el lector según el modo y el género en el que se lo escribe –relato, poético, vacilante, filosófico, pero también gustativo, olfativo, etc–. Dice además que se inspiró al escuchar El arte de la fuga, de Bach. Que le parecía que se podía hacer algo así en el plano literario. Pero “no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio”. Variaciones sobre un mismo asunto. 99 maneras distintas de contar un episodio cotidiano. 99 formas distintas de tratar un mismo asunto. 99 formas de decir ¿lo mismo? No. Claro que no es lo mismo. La genialidad de Queneau reside en la escritura como forma. Le da distintas formas a un mismo texto y produce, en cada uno, un efecto diferente. A la vez, leídos uno seguido del otro, el efecto de variación y de sorpresa es mayor. Minúsculas variaciones sobre lo mismo que tienen efecto produciendo otra cosa. Queneau muestra, en acto, que se trata de la forma, la forma del lenguaje, y no del contenido, lo que hace que el desvío tenga efectos.

VI. Pienso en un análisis como un espacio en el que se empieza a ensayar esas variaciones sobre lo mismo. El análisis como un ejercicio de estilo, como la posibilidad de leer de otra manera eso que viene siempre idéntico, eso que insiste en su invariabilidad. Un análisis: 99 mil formas de contar ¿lo mismo?

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Analizarse es también la posibilidad de desviarse un poco del camino recto, ese que vino marcado como destino. Es la posibilidad de empezar a caminar no tan derechitos. Sacarnos un poco el tutor de encima.

VII. Juego, poesía, infancia. Me gusta mucho cuando Freud dice: “Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada (…). Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva”. El juego acaso sea entonces ese modo de lidiar con el mundo, el mundo de esos “adultos”, el mundo adulto. Ese otro mundo, el de los adultos, que muchas veces se nos viene encima y resulta aplastante, agobiante, asfixiante. Incluso cuando ya no somos niños. El mundo adulto que pretende que no haya que desviarse, el mundo en el que hay, justamente, tutores. El juego irrumpe como lo otro de la realidad ineluctable. El juego, la imaginación, la risa. El asombro y la sorpresa: ¿acaso quedan lugares para que se pongan en juego? Quedan, quedan. Pero quizás haya que hacerlos con un poco más de esfuerzo. Jugar es también que haya lugar para lo inesperado, no pretender buscar sino, más bien, encontrar aún y sobre todo, lo no buscado. Objet trouvé. ¿No es acaso el desvío de su uso común lo que hace del mingitorio de Duchamp un objeto dispuesto en un museo de arte? ¿No es acaso el desvío de las palabras de uso común lo que hace que algo sea literatura? La literatura como arte del desvío.

VIII. Pensé en estos tiempos en los que efectivamente está un tanto replegado el juego. Y me refiero tanto a su vertiente metafórica –en los adultos–, como a su vertiente literal: los niños juegan menos. Lo señalan varios autores, pero ahora cito lo que dice Lucía Faimbom, consultora especialista en Ciudadanía y Crianza Digital y cofundadora y directora de Bienestar Digital: “Los chicos y las chicas juegan cada vez menos con juguetes, casi no desarrollan juegos simbólicos y las pocas infancias lúdicas tienen que ver con lo virtual/digital. Además dejan de jugar a edades cada vez más tempranas y, sumidos en lo virtual, abandonan rápido el juego físico y presencial con otros”. Concomitantemente, son cada vez más los adolescentes, y cada vez más jóvenes, los que entran en el nefasto mundo de las apuestas. Los índices de ludopatía son tristemente preocupantes. Pienso lo mal que me cae en este contexto que se les llame juego a las apuestas y jugador al apostador.

IX. No puedo dejar de pensar cierta relación entre esta época en la que no hay demasiado lugar para inventar, para jugar y para ponerse un poco en juego, para arriesgar algo en el encuentro con los otros, para ir al encuentro de lo que no se sabe, para cierta apuesta que tiene que ver con el deseo, y el crecimiento notable de las ludopatías. No es un análisis sociológico, ni psicológico, es una asociación de ideas que tuve mientras escribía esto.

X. Creo que el psicoanálisis también es un arte del desvío. Por eso Lacan, en la primera sesión de su seminario dedicado a las formaciones del inconsciente, nos pone de lleno frente a la noción de à côté, que da cuenta del sesgo, del desvío, de algo que irrumpe erradamente. Porque a côté, en francés, es erradamente: único modo en que se “aclara” el inconsciente. Una noción que designa “siempre al lado, lo que sólo se ve mirando en otra dirección”. Si el psicoanálisis es una experiencia y no una técnica, lo es en tanto el inconsciente es lo más vivo en nosotros, es lo que nos despierta –en la medida en que no lo rechacemos– y nos saca del sopor en el que nos introduce la mecanización de la vida. El inconsciente: ese arte del desvío.

XI. Más técnica, menos juego. Esa frase es la que me trajo hasta acá. Y entonces volví a la palabra clinamen, que sé que viene de la filosofía. Y fui a buscar algo más.

Y encontré acá que “Aristóteles le objetó a Demócrito que los átomos que se mueven con la misma velocidad en dirección vertical no puedan encontrarse nunca. Para responder a esta objeción, se supone que Epicuro forjó la doctrina luego llamada del clinamen o inclinación de los átomos. Consiste en suponer que los átomos experimentan una pequeña «desviación» que les permite encontrarse. El peso, pondus, de los átomos los empuja hacia abajo; la desviación, el clinamen, les permite moverse en otras direcciones. Así, el clinamen es considerado como la inserción de la libertad dentro de un mundo dominado por el mecanicismo”. Pienso en la mecanización que a veces toma nuestra vida cotidiana, en la pretensión de que nada falle, en ese keep walking que se me aparece más maquinal que cool. Y entonces se me ocurre, siguiendo a Epicuro, que no hay libertad –ese poco de libertad al que podemos aspirar– sin desvío, que no hay libertad sino el desvío.

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).