Una revolución bolchevique en la Antártida

Dos años después de la Revolución de Octubre se proclamó la primera república bolchevique fuera de Rusia. Fue, dónde si no, en territorio argentino.

El 11 de enero de 1920 se proclamó, en el territorio argentino de las islas Georgias, la primera república bolchevique fuera de Rusia. Fue en el marco de una huelga de los trabajadores de la Compañía Argentina de Pesca (CAP), una empresa de origen argentino que se había convertido en la primera compañía ballenera en operar en los mares antárticos.

La historia se remonta unos años atrás. Se la debemos a la expedición sueca del buque Antarctic, hija de una conclusión del 6° Congreso Internacional de Geografía realizado en Londres: “La exploración de las regiones antárticas es la labor geográfica fundamental que hay que emprender antes de que acabe el siglo”. Comandada por el geólogo Otto Nordenskjöld, la expedición tenía como objetivo instalar una estación científica en la Antártida para realizar investigaciones geológicas, geomagnéticas y meteorológicas durante todo 1902. Pero la misión duraría algún tiempo más.

Los suecos llegaron a Buenos Aires en diciembre de 1901. A cambio de ser reabastecidos de alimentos y combustible, el alférez José María Sobral, de la Armada Argentina, consiguió un lugar en la embarcación. Tras una escala en las Islas Malvinas, el pequeño grupo de investigadores arribó a las Islas Shetland el 11 de enero de 1902. Un mes después desembarcaron los materiales para construir un pequeño refugio de invierno — 6,5 metros de largo y 4 de ancho — en la Isla Cerro Nevado. El denominado “Refugio Suecia”, que todavía hoy sigue en pie, sería la base de operaciones.

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Recién entonces se retiró el buque Antarctic y nuestros expedicionarios quedaron solos. Eran los únicos habitantes del enorme continente blanco. Tenían desafíos científicos y provisiones para casi un año de trabajo, en un ambiente con temperaturas que llegaban hasta los 35° bajo cero y fuertes tormentas de nieve. Pese a las condiciones del clima, los investigadores lograron sobrevivir y avanzar en muchas de las investigaciones. Llegaron a hacer caminatas de hasta 500 kilómetros por el hielo. Llegando a noviembre de 1902, el Antarctic partió de las Islas Malvinas al mando del navegante noruego Carl Anton Larsen, un personaje clave de esta historia. El buque debía recoger a los expedicionarios y devolverlos al puerto de Buenos Aires. Pero a tres días de llegar a destino, los hielos atraparon la embarcación y no la dejaron continuar.

Parte de la tripulación bajó del barco para intentar llegar a pie, por el hielo congelado, hasta el lugar de rescate. Pero el derretimiento del hielo también los atrapó a ellos en Bahía Esperanza. Pocos días después, el Antarctic se hundió por la fuerte presión que ejercieron los hielos y los náufragos se refugiaron en la Isla Paulet. Es decir que el equipo original, que partió desde Suecia, quedó dividido en tres puntos geográficos distintos del Atlántico Sur. La llegada del invierno volvió crítica la situación. El carbón, que escaseaba, fue reemplazado por la grasa de foca. La nueva dieta de los tres grupos de náufragos pasó a los huevos de pingüino, las focas y otros animales que pudieran cazar para sobrevivir.

Ya era 1903 cuando el Estado argentino, sin recibir novedades de los expedicionarios, decidió enviar a la cañonera Uruguay para un rescate que fue exitoso: volvieron todos en perfecto estado. Y así llegamos al momento clave, que relata el investigador Pablo Fontana en el libro La pugna antártica, que usamos para este relato y que toda persona interesada por la Antártida (y por la Argentina) debería leer.

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Estamos en el banquete de agasajo a los expedicionarios rescatados. Quien va a ofrecer unas breves palabras será el capitán Larsen. Es el 5 de diciembre de 1903. El noruego levanta su copa y dice:

Les agradezco mucho. Todo esto es muy agradable y ustedes son muy amables conmigo. Pero yo les quiero preguntar, ya que estoy aquí: ¿por qué no toman todas esas ballenas en sus puertas? Son ballenas muy grandes y vi cientos y miles.

La interpelación — tal vez en un poco de castellano aprendido del tripulante Sobral — despierta el interés de uno de los asistentes al banquete: el banquero argentino Ernesto Tornquist. Alertado por Larsen, reúne a Pedro Christophersen, esposo de Carmen de Alvear; el empresario argentino Teodoro Bary; y Heinrich Schlieper, un alemán también residente en Buenos Aires y fundan la Compañía Argentina de Pesca. Su primer gerente será, claro, el propio capitán Larsen.

La empresa instaló la primera factoría ballenera en la isla San Pedro, en Grytviken (que significa, en sueco, “puerto de las calderas”, pues en ese lugar los expedicionarios varados habían encontrado calderos del siglo XVIII y XIX utilizados por españoles y criollos, que les permitieron procesar grasa de ballena y de pingüino). Así se convirtió en la primera ocupación humana permanente en las islas Georgias del Sur. Permanente y argentina.

La CAP fue la primera empresa ballenera en actuar en los mares antárticos. Las tripulaciones de los primeros barcos eran argentinas y noruegas. Las chimeneas de los barcos estaban pintadas con la bandera argentina. Pronto comenzó a ondear la insignia nacional en Grytviken y a partir de 1904, en el lugar, regía la ley argentina. El 17 de enero de 1905 comenzaron oficialmente las actividades de la Oficina Meteorológica Argentina: el Estado argentino tomaba posesión formal de las islas.

La novedad llegó a oídos británicos. En 1906, los trabajadores de la compañía ballenera vieron arribar un buque de la marina británica: el crucero HMS Sappho. El capitán del barco le dio a Larsen media hora para arriar la bandera argentina. De lo contrario, abriría fuego sobre el mástil. Sin armamento ni hombres suficientes para defender el lugar, Larsen aceptó las condiciones. En el territorio continental argentino sucedían otras cosas: el presidente Manuel Quintana caía enfermo y su lugar lo tomaba el vicepresidente Figueroa Alcorta. En ese período de transición, nadie protestó por la ocupación británica de las islas. En octubre, uno de los buques de la CAP hizo una escala en las Islas Malvinas donde el “gobernador” impuesto por Gran Bretaña le advirtió que todo lo ubicado al sur de las Islas Malvinas acababa de convertirse en posesión británica.

Pese a las tensiones, los pescadores balleneros consiguieron convivir en el lugar. Pronto se sumaron algunas otras empresas europeas y visitas con objetivos científicos. La compañía argentina no solo ofrecía los servicios de sus trabajadores a otras empresas, sino también ciertas condiciones de vida en el lugar: un hospital, alimentos, una estación de radio, una cancha de fútbol y hasta una usina hidroeléctrica para proveerse de energía.

Adelantemos unos años, cuando la épica por la conquista de un lugar vírgen había pasado. Pese a las comodidades que ofrecía esa primera instalación, las condiciones de trabajo en una factoría ballenera seguían siendo duras. Y algo había cambiado. No allí, sino a 15.000 kilómetros del lugar. En 1917, en un ambiente igual de frío que el de las Islas Georgias, estalló la revolución bolchevique. La ola expansiva de semejante acontecimiento no tardaría demasiado en llegar. Había, del otro lado del mundo, un Estado controlado por obreros, soldados y campesinos.

Llegamos así al momento que nos ocupa. Mientras una huelga de los trabajadores de los talleres Vasena deriva en la militarización de la Ciudad de Buenos Aires y la represión del gobierno de Yrigoyen y grupos parapoliciales — la denominada Semana Trágica — una pequeña embarcación parte del puerto porteño hacia las Islas Georgias. Lleva entre su tripulación a 36 trabajadores reclutados en el barrio de La Boca para trabajar en la factoría ballenera de la isla. A su arribo, en 1920, la factoría estaba integrada a lo que ya casi era una pequeña ciudad preparada para albergar hasta más de mil habitantes en verano.

Sin embargo, las condiciones de trabajo seguían iguales o habían empeorado. Y esos 36 trabajadores venían de la experiencia revolucionaria que sacudía el territorio continental argentino. Pronto comenzaron las primeras demandas: la reducción de la carga horaria, el aumento del salario, las horas de descanso. Ante la falta de respuestas, el domingo 11 de enero ese pequeño grupo declaró la huelga. A las pocas horas, todos los trabajadores del resto de las compañías balleneras se habían adherido a la medida. Se reunieron y redactaron, en conjunto, sus demandas a la patronal. Liderados por Hersh Schwartz y Oscar Johansen, los huelguistas reclaman por mejorar las condiciones de trabajo, recibir el pago de sus salarios en pesos argentinos, limitar la jornada laboral máxima a ocho horas y el pago de horas extras.

Las autoridades de las empresas rechazan las demandas pero empiezan a entender las posibles consecuencias. Los huelguistas destruyen las maquinarias de la factoría y amenazan con atacar directamente a las autoridades de la ocupación británica. Estos comienzan a enviar desesperadamente mensajes pidiendo apoyo militar desde las Islas Malvinas. Pero la situación parece escalar minuto a minuto. Y no hay dónde escapar.

Entonces los huelguistas, que ya son todos los trabajadores menos tres, reconocen que no habrá negociación posible en ese contexto y toman una decisión: declaran la instalación de una república bolchevique en el territorio de las Islas Georgias, bajo la consigna inspiradora de El manifiesto comunista: “¡Trabajadores balleneros del mundo, únanse!”.

Las autoridades siguen enviando informes y aseguran que no pueden controlar la situación. Describen a los obreros “en actitud agresiva y amenazante”. Esa actitud amenazante era nada menos que negarse a trabajar y dictar sus propias reglas. La recientemente instalada república bolchevique tiene un primer pedido: expulsar a los tres obreros que no habían adherido a la huelga.

La nueva república obrera instalada en el lugar comenzará a organizarse de acuerdo al modelo soviético, bajo los ideales del marxismo y con la ambición de organizar a todos los trabajadores de factorías balleneras del mundo. La segunda decisión, cuenta el propio Pablo Fontana en esta nota que resume el acontecimiento, fue destruir los fusiles de caza que fueron encontrando para evitar que fueran utilizados por las autoridades para la represión contra los trabajadores. La primera república bolchevique fuera de Rusia había sido instalada en territorio argentino, ilegalmente ocupado por Gran Bretaña.

¿Cómo reaccionó el Estado argentino? ¿Qué dijo la Unión Soviética? Son preguntas que no llegaron a responderse por una simple razón: no se enteraron.

Antes que a ellos llegó el mensaje a los británicos, que enviaron refuerzos desde las también ocupadas Islas Malvinas. Cuando el flamante gobierno soviético cumplía su sexto día al mando de la isla, el crucero británico HMS Dartmouth al mando del capitán

H.W.W. Hope desembarcó en Grytviken. Un grupo de marinos armados, bajo la conducción del teniente Moon reprimió y desarmó a los trabajadores sublevados sin demasiadas posibilidades de resistencia. A las pocas horas, dieciséis de los líderes del levantamiento fueron desterrados de las islas en dos barcos arponeros con destino el puerto de Buenos Aires.

La república bolchevique había sido vencida.

FIN

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.