El mito de un presidente pacifista

Más que el fin de las guerras globales, las propuestas de Trump parecen tener menos que ver con el pacifismo y más con una estrategia de “primacía recargada”. Ucrania, Israel, China y la pregunta sobre qué rol tendrá Estados Unidos en el mundo a partir de fines de enero.

El mito de Donald Trump como un presidente pacifista se gestó en la campaña presidencial de 2016, cuando mintió sobre su postura con respecto a la invasión a Irak en 2003. “Si hubiera estado en el Congreso en el momento de la invasión, habría votado en contra”, declaró en un evento en Cleveland, criticando a Hillary Clinton por apoyar las intervenciones y las “guerras interminables”. Sin embargo, en 2002 había respaldado la invasión, calificándola como un “tremendo éxito”. Además, durante su gobierno, Trump no cumplió la promesa de “traer a las tropas a casa”: las fuerzas estadounidenses permanecieron en Irak, Afganistán, Siria y Somalia. Al contrario, aumentó el número, incrementó la dependencia de contratistas privados y escaló la guerra aérea, lo que resultó en más bajas civiles en África y Medio Oriente.

En el primer año de su mandato relajó restricciones internas para ataques con drones, habilitando su uso sin una revisión rigurosa y aumentando los bombardeos en Afganistán, Kenia, Yemen y Somalia. Además, eliminó el requisito de contacto directo con fuerzas enemigas para ejecutar bombardeos. Su decisión de asesinar al general iraní Qasem Soleimani puso a los países de Medio Oriente al borde de una catástrofe, evitada solo por la moderación iraní. Además, Trump ha sido un activo promotor del rearme mundial sin límites: rompió el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, se retiró del Tratado de Cielos Abiertos y no renovó el crucial New START con Rusia.

En la campaña presidencial de 2024 el mito de Trump como pacifista pareció resurgir otra vez en Estados Unidos –e incluso acá en Argentina–, con una narrativa que habla del fin de las guerras globales: una posible paz en Ucrania, el fin de la guerra con Rusia, y el retiro del “cheque en blanco” para Israel en Medio Oriente. Sin embargo, sus propuestas y muy probables movidas parecen tener menos que ver con pacifismo y más con una estrategia de “primacía recargada” de Estados Unidos orientada a reconfigurar los conflictos a su favor, posiblemente reavivándolos o redefiniendo sus objetivos estratégicos, especialmente en el contexto de las relaciones de poder en regiones y ámbitos claves.

La guerra en Ucrania

Trump ha afirmado que Ucrania debería haber hecho concesiones a Putin para evitar el conflicto, y presentó un enfoque al que llamó “paz a través de la fortaleza”. Criticó el nivel de ayuda a Ucrania y aseguró que terminaría la guerra en 24 horas, sin dar demasiados detalles de cómo sería. Muchos ucranianos desconfían de él, especialmente por su admiración por Putin. Cabe recordar que en 2019, Trump fue sometido a un juicio político por intentar presionar a Zelenski para que abra investigaciones contra Joe Biden y su hijo Hunter sobre sus negocios en Ucrania. Aunque se dice que Trump busca debilitar la alianza entre Rusia y China, la reacción del Kremlin a su victoria ha sido fría. Dmitry Peskov, portavoz ruso, subrayó que Estados Unidos sigue siendo “un país hostil” involucrado directa e indirectamente en el conflicto, y el Kremlin estima que esta postura no cambiará.

Lo que sabemos sobre un posible “quid pro quo” en Ucrania incluye un supuesto “Plan de paz de Trump”, mencionado en un artículo del Wall Street Journal por Mike Pompeo y el lobbista David J. Urban. El plan propone un programa de “arrendamiento” de 500 mil millones de dólares para que Ucrania compre armamento, lo que fortalecería la industria de defensa estadounidense y facilitaría la integración de Ucrania en la Unión Europea y la llegada de inversiones privadas. Sin embargo, surgen conflictos de intereses, ya que Pompeo es directivo de la empresa ucraniana de telecomunicaciones Kyivstar y Urban representa a empresas de defensa como RTX y Lockheed Martin, dos de las vendedoras de armas más grandes del mundo, quienes podrían beneficiarse directamente del plan. Trump no piensa en Ucrania, sino en Alabama, Pensilvania y Virginia, las ciudades donde está emplazado el complejo militar-industrial estadounidense.

Lo que se plantea no es tanto el fin de la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania, sino su reemplazo: en lugar de donaciones, ofrecer préstamos, aliviando la carga financiera estadounidense sin detener la militarización de Ucrania, vista como un factor clave para que los ucranianos conserven su capacidad disuasoria necesaria para negociar. Hay que recordar que fue el propio Trump en 2017 quien levantó el embargo de armas de la administración Obama contra Ucrania, proporcionándole los misiles Javelin que han sido claves para la defensa de Kiev. Pero Ucrania podría perder un apoyo financiero crucial para su economía de guerra: Washington lleva comprometidos 108 mil millones dólares en ayuda militar, humanitaria y económica desde la invasión rusa de febrero de 2022. Respecto a las negociaciones con Rusia, Moscú habría sugerido que Ucrania retirara sus tropas de Kursk, donde controlan una gran franja de territorio, como primer paso para entablar conversaciones. Esto es algo en lo que Zelenski no está dispuesto a ceder y es posiblemente un punto que se trató en la conversación telefónica que tuvo con Trump y Elon Musk tras las elecciones.

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Lejos del deshielo supuestamente habilitado por la afinidad Trump-Putin, las sanciones económicas a Rusia muy probablemente se intensifiquen, dado el enfoque de Trump, que siempre optó por palos –medidas de presión económica– en lugar de zanahorias –incentivos o alivios. El líder republicano parece decidido a aumentar la competencia en el sector energético y contempla la posibilidad de que el Departamento del Tesoro endurezca las sanciones sobre los bancos rusos en sus transacciones de energía, el principal ingreso del Kremlin para su maquinaria bélica. Esta estrategia también beneficiaría a las empresas energéticas de Estados Unidos al facilitarles la competencia por los precios energéticos. En cuanto a la OTAN, aunque Trump no abandonará la alianza, intentará reducir su financiamiento, presionando a los países europeos para que asuman una mayor parte de los costos de defensa. También podría exigir que la Unión Europea contribuya con asistencia militar directa para Ucrania en lugar de limitarse a préstamos e infraestructura. Como consecuencia, Europa no tendría más alternativa que incrementar su gasto en defensa, lo que implicaría una mayor militarización del continente y una mayor disposición a la guerra.

La guerra de Israel en Medio Oriente

La guerra en Gaza se ha convertido en un conflicto prolongado y descontrolado desde el ataque terrorista de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023. Ahora, más de 13 meses después, la situación ha escalado, involucrando a Israel en conflictos tanto en Gaza como en el Líbano. Trump mantendrá una postura de alineamiento férreo con Israel, su aliado clave en Medio Oriente, y con su líder ideológico Benjamin Netanyahu, evitando cualquier acción que pueda perjudicar los intereses israelíes en la región. Durante la campaña, este tema fue un problema mayúsculo para Kamala Harris, ya que la percepción de que la administración Biden otorgó a Israel un “cheque en blanco” para operar en Medio Oriente genera críticas en la sociedad estadounidense, especialmente por los efectos humanitarios del continuo bloqueo de la Franja de Gaza y las graves carencias de alimentos y medicinas para su población.

La situación en Medio Oriente continúa al borde de una posible guerra regional de gran escala, y Estados Unidos podría verse más directamente involucrado, especialmente en las tensiones entre Israel e Irán y en los conflictos en Gaza y Líbano. La administración de Biden fue percibida como subordinada a la estrategia de guerra definida por Tel Aviv, lo que ha generado un fuerte debate en los medios de comunicación en Washington. Para marcar el contraste con ello, es muy probable que veamos un Estados Unidos al frente de la estrategia e intentando marcarle la cancha a Netanyahu. Trump incluso podría llevar a una política de mayor intervención directa en las condiciones de la ayuda a Israel, consciente de que apenas el 24% de los estadounidenses apoyan que se envíen armas y ayuda a Israel de manera incondicional en el conflicto con Gaza. Sería Trump quien, de manera subterránea, conduciría, mientras Netanyahu se encargaría de ejecutar en el terreno.

En suma, el republicano parece inclinado a condicionar la estrategia israelí en Gaza sin abandonar el apoyo militar. Actualmente, Israel no parece tener un objetivo claro aparte de la “eliminación total” de Hamás. En esta línea, es probable que Trump busque restablecer relaciones con Arabia Saudita, tras su acercamiento con China, y empujar a Israel a definir objetivos más precisos en la región, centrándose en contrarrestar la influencia de Irán y Hezbolá. La reciente oleada de ataques contra bases estadounidenses en Irak y Siria por parte de grupos respaldados por Irán –más de 170 incidentes desde octubre de 2023– indica una escalada potencial, con Estados Unidos probablemente asumiendo un papel más activo en la región en contra de Irán. La escalada, una vez más.

La escalada de tensiones con China

Trump fue quien inició la guerra comercial con China en 2018, implementando una política de aranceles y sanciones especialmente dirigida a las empresas tecnológicas de ese país. Sin embargo, la administración de Biden continuó esta línea de confrontación. Incluso, en septiembre de 2023, el Departamento de Comercio de EE. UU. aprobó una normativa extrema de arancelamiento del 100% que resultó en una prohibición de facto a la entrada de automóviles chinos a su territorio, alegando un riesgo para la seguridad nacional, aunque sin presentar evidencia concreta de tal amenaza. Este movimiento refleja una convergencia en la élite política estadounidense sobre la “amenaza” que representa para la seguridad de Estados Unidos. La estrategia de Trump parece encaminada a reforzar el sendero y buscar un desacoplamiento total en sectores de tecnología avanzados entre ambas economías.

Durante la campaña llegó hasta a declarar que impondrá aranceles del 60% a las importaciones provenientes del gigante asiático, una medida que podría tener un efecto boomerang. El aumento en los costos de los bienes importados, especialmente en sectores clave como tecnología, electrodomésticos y ropa, impactaría directamente en los precios de los consumidores, generando inflación. Muchas empresas estadounidenses dependen de estos productos a precios bajos, por lo que al elevarse los costos debido a los aranceles, las empresas trasladarían estos incrementos. Además, China, al verse afectada por los aranceles, reduciría sus compras de productos agrícolas estadounidenses, como la soja, lo que afectaría aún más a la economía norteamericana. Incluso, China podría fortalecer su autonomía tecnológica si fuera excluido del mercado estadounidense. A pesar de las políticas de desacoplamiento, más de 40 grandes empresas como Apple, Amazon, Microsoft, Intel, Qualcomm e incluso Tesla de Elon Musk, siguen operando en el país asiático, resistiéndose a las medidas.

El mito del “Trump pacifista” parece fusionarse con otro mito, el de un presidente proteccionista. Si bien Trump prefiere el uso de garrotes económicos, su enfoque no es propiamente proteccionista, sino que se basa en el fin de llevar adelante una guerra económica contra China con una fuerte carga geopolítica. Más que como una política de protección de mercados internos, Trump utiliza el arancelamiento como una herramienta de diplomacia económica, buscando objetivos políticos mediante medios económicos. En efecto, internamente, ha expresado su interés en que Elon Musk, por ejemplo, desempeñe un papel en el impulso al desregulacionismo y en la reducción del gasto gubernamental, incluso liderando alguna secretaría de la administración, un enfoque que tiene el respaldo del poder económico de Silicon Valley. Incluso la movida contra el Estado podría llevar a una depuración ideológica hacia adentro, en línea con lo que propone el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage. Además, se ejecutaría sin contrapesos institucionales, dado el apoyo que tiene en ambas cámaras y una Corte Suprema favorable. Arancelamiento contra China, desregulacionismo hacia adentro.

En paralelo, las relaciones entre Estados Unidos y China probablemente se tensarán aún más en el Estrecho de Taiwán. Durante su primer mandato, Trump impulsó varios acuerdos clave de venta de armas a Taiwán, lo que reflejó su apoyo a la isla y aumentó la presión sobre Pekín. En total, se autorizaron ventas por miles de millones de dólares, incluyendo 66 aviones de combate F-16, 18 torpedos MK-48 y misiles Harpoon, entre otros sistemas de defensa avanzados. Es muy probable que, a medida que la guerra económica entre ambos países se intensifique, la administración de Trump decida incrementar el apoyo militar a Taiwán. Aunque no se prevé un enfrentamiento militar directo, la percepción de que el 40% de los estadounidenses considera que Estados Unidos debería defender la isla en caso de un ataque militar chino y el 58% cree que el país debe prepararse para una nueva Guerra Fría influirá seguramente en cada uno de los pasos de Trump.

En Ucrania y Europa, en Gaza y Medio Oriente, en China y el Estrecho de Taiwán, Trump intentará poner al frente a Estados Unidos y continuará explotando las tensiones, jugando con fuego en un escenario global cada vez más peligroso. No hubo un Trump pacifista entre 2017 y 2021, y es casi seguro que tampoco lo habrá en el período que comienza en 2025. Sin embargo, lo que sí habrá es un Trump mentiroso.


Esta nota es parte de un especial de Cenital que se llama Knock Out. Podés leer todos los artículos acá.

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Doctor en Ciencias Sociales. Investigador del CONICET. Profesor en Universidad Nacional de Quilmes y Universidad Torcuato Di Tella.