Diario de campaña N° 10 | Harris y Trump, palo a palo
Ambos pelean por los últimos votos, luego de completar sus actos finales de campaña. En una contienda que se va a definir por la movilización, cualquier traspié puede ser significativo. El expresidente tuvo uno el domingo. Luego apareció Biden.

Si Donald Trump eligió Nueva York para su último gran evento de campaña, Kamala Harris prefirió hacerlo en Washington, otro territorio no competitivo pero con fuerte carga simbólica. La candidata habló el martes con la Casa Blanca iluminada de fondo, en el mismo lugar donde Trump empoderó a sus seguidores aquel 6 de enero de 2021, el día de la toma del Capitolio.
“Sabemos quién es Donald Trump”, dijo Harris. “Es la persona que se paró en este mismo lugar hace casi cuatro años y envió a una turba armada al Capitolio de Estados Unidos para anular la voluntad del pueblo en unas elecciones libres y justas”. La candidata hizo su alegato final (así lo promocionó su campaña, a propósito de su pasado como fiscal) con la promesa de pasar la página, luego de diez años de trumpismo. Retrató a su oponente no solo como una amenaza a la democracia –la línea que empuña el partido desde entonces– sino más bien como un narcisista preocupado en cobrarse su revancha antes que en resolverle los problemas a la gente. “Es inestable, está obsesionado con la venganza, consumido por el agravio y en búsqueda de poder sin control”.
La capital se venía preparando para el evento final de Harris, que según su equipo reunió a más de 70.000 personas, un récord en la campaña. Toda la zona trasera de la Casa Blanca estaba vedada cuando pasé la semana pasada. En uno de esos días me reuní con un colaborador del comando de Harris, un treintañero a cargo de los anuncios en estaciones de radio latinas. Le pedí que me grafique el estado de situación. “Pensalo como en fútbol”, me dijo, tratando de evitar los lugares comunes. “Para el momento de la Convención nos fuimos al descanso ganando 1–0. Ahora estamos en el minuto 80 y nos están contraatacando”.
El colaborador me confió que en esas estaciones de radio los demócratas están gastando doce veces más plata que los republicanos. Esto forma parte de una tendencia: la campaña de Harris tiene muchos más recursos que la de Trump y los está invirtiendo. Buena parte de esos esfuerzos están destinados a redes sociales y a público joven, y en algunas plataformas populares entre ese segmento, como Snapchat, el partido no tiene competencia, porque la campaña de Trump decidió no invertir ahí. “En ese sentido nos veo bien. En el terreno no estoy tan seguro”, dijo. Y enfocó hacia la economía. “Nuestro trabajo es convencer a los votantes de que la vida es más que pagar un poco menos de plata por gasolina”.
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SumateEsto ilumina dos puntos cruciales de la dinámica de la campaña. La certeza –compartida por republicanos– de que los demócratas tienen una mejor maquinaria electoral, pero cuentan con una coyuntura en contra. Esta maquinaria es importante no solo para recaudar y gastar plata sino, sobre todo, para movilizar votantes el día de la elección, el movimiento que seguramente defina el resultado. En la jerga de las campañas gringas esto se conoce como el Get out the vote, y lo que hay que entender acá es que los demócratas cuentan con un aparato sólido y propio, mientras que el comando de Trump ha tercerizado esos esfuerzos en grupos políticos ajenos al partido, cediendo el control principalmente a Elon Musk y a influencers. La estrategia apunta a movilizar votantes en comunidades digitales, algo inusual pero cuya eficacia solo va a quedar demostrada el 5 de noviembre. Algunos creen que podría funcionar.
Como te conté en este correo, una de las historias de esta elección es que un número pequeño pero relevante de votantes afroamericanos y latinos, especialmente los jóvenes varones, está más inclinado a votar por Trump que en elecciones anteriores, algo que se explica en parte por la coyuntura. Esto se enmarca en un cambio de tendencia más grande, y dialoga con la enorme brecha de género que hay en los jóvenes en general. Ya hablaré de esto. Acá solo me interesa recordar que todos estos grupos a los que Trump está apostando fuertemente en esta elección tienen un perfil abstencionista. Salen menos a votar que otras poblaciones. Por eso es tan importante prestar atención a la cuestión de la movilización (vale la pena recordar que el voto en Estados Unidos no es obligatorio).
La campaña de Harris sabe que en esta elección le va a ir peor con afroamericanos y latinos en comparación con las anteriores candidaturas demócratas (Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden). Su desafío está en no perder tanto –“detener el sangrado”, es la frase e imagen que utilizan los asesores– y compensar con otros grupos. ¿Qué grupos? Pues, principalmente, las mujeres de los suburbios, una población más blanca y con mayor acceso a estudios universitarios, con la que Harris mide mejor en comparación con el Biden de 2020. Para eso la candidata demócrata habla sobre aborto y convoca a figuras ajenas a su fuerza, como la republicana Liz Cheney, purgada de su partido en la era Trump, que salió a hacer campaña con Kamala. Cheney, cuyo padre fue vicepresidente de Bush y es en buena medida responsable de la guerra de Irak, está pidiendo el voto de una manera genial: les dice a las mujeres republicanas que voten por Kamala sin contarle a sus maridos. “No tienen por qué enterarse”.
La combinación de estas variables, cruzadas por la pregunta de la movilización, le agregan incertidumbre a la elección. Las encuestas siguen parejas, dentro del margen de error, aunque ahora es Trump el que encabeza varias de ellas en estados competitivos.
Ayer llamé a Daniel Hopkins, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Pensilvania, para que me explique el panorama, y no sé si es porque soy argentino o qué, pero la metáfora futbolera sigue apareciendo. “Esto es como ver un partido de fútbol desde la punta de la grada y en un día muy, muy nublado”, me dijo. “No tenemos una imagen completa y comprensible de cómo y dónde se va a definir la elección, en parte porque varias de las recientes elecciones presidenciales se definieron por menos de un punto porcentual en estados clave. Y ese es un nivel de precisión que las encuestas actuales no pueden ofrecer”.
Tampoco se puede sacar una conclusión con los elementos de información disponibles, más allá de los sondeos. “Puedo señalar algunas tendencias que son prometedoras para los republicanos, como el registro de votantes aquí en Pensilvania. Y también podría señalar algunas tendencias prometedoras para los demócratas, como el fuerte voto anticipado de los grupos favorables en Michigan”.
“No somos basura”
Mientras Kamala se preparaba para su alegato final en Washington, yo llegaba a Allentown, una de las típicas ciudades de Pensilvania donde las campañas batallan por el último voto, y donde es posible recorrer calles en las que los carteles de uno y otro candidato se van intercalando en cada casa.
La atmósfera estaba tensa, atravesada por el rally que iba a ofrecer Trump esa noche, pero también por la resaca de su presentación del domingo, donde un comediante dijo que Puerto Rico era “una isla flotante de basura en el mar”. Esos comentarios son particularmente sensibles para un estado como Pensilvania, donde viven más de medio millón de puertorriqueños. La campaña de Trump había acusado el golpe: sus voceros latinos, como Marco Rubio y Maria Elvira Salazar, salieron a despegarse y despegarlo, para blindar el impacto, que igual parece haberse provocado. Desconozco si es un indicador pero lo tengo que decir: Nicky Jam le retiró el apoyo que le había otorgado hace un par de semanas (aunque Trump pensaba que Nicky Jam era una mujer) y Bad Bunny, que vota a Kamala, salió a manifestarse.
Dentro del estadio donde sucedía el rally, la campaña había entregado carteles con el lema “Boricuas con Trump”, que fueron desplegados detrás del atril, y los oradores latinos de la noche, entre ellos Rubio, fueron especialmente celebrados. Jaime Florez, el vocero hispano de la campaña de Trump, me dijo que no estaban preocupados por el impacto “porque los que se molestaron igual iban a votar por Kamala y las encuestas ya los habían registrado”, pero era evidente que el comando estaba en modo control de daños.
Afuera, mientras una larga fila esperaba para entrar, un grupo pequeño de manifestantes demócratas, la mayoría latinos, coreaba: “Todos somos Puerto Rico”, con canciones de Bad Bunny sonando de fondo. Los trumpistas, disfrazados de rojo, les respondian coreando el nombre de su candidato. La escena de tensión duró unos minutos y luego se disolvió. “Estamos aquí para dejarle saber a Trump en su propia cara que nosotros no aceptamos que nos llamen basura”, me dijo Diana Robinson, codirectora de Haz el camino, una organización que promueve la participación latina.
La oportunidad fue rápidamente aprovechada por los demócratas, que se expresaron en masa. Hasta Biden, que viene apareciendo poco en la campaña (esto sí es un indicador), salió a opinar. Pero se le fue la mano. “La única basura que veo flotando por ahí son sus partidarios”, dijo el presidente. Esta vez fue Kamala la tuvo que salir a despegarse, y ayer Trump hizo campaña con un chaleco de los trabajadores que recogen la basura.
Ya el miércoles a la noche, cuando volví del rally y justo antes de quedarme dormido, recibí un mensaje de la campaña de Trump que decía: “EL JEFE DE KAMALA JOE BIDEN ACABA DE LLAMAR BASURA A TODOS MIS SIMPATIZANTES!”
Esto es palo palo.