No quieren laburar: ¿falta de ganas o de oportunidades?

En un mundo donde corren en permanente desventaja, el prejuicio contra los jóvenes es que no quieren trabajar y solo persiguen la guita fácil: ¿qué hay de cierto en esa mirada? Cifras y estudios para entender si hay falta de ganas o de oportunidades.

Terminar el colegio, estudiar una carrera, conseguir un trabajo. Tener vacaciones pagas y aguinaldo, ascender en el trabajo, ahorrar y comprar, con esfuerzo, un auto y más tarde –quizás con un crédito– construir una casa. Llegar a viejo y retirarse de la misma empresa en que comenzó o quizás de otra, a la que postuló en algún momento de ese recorrido. Poder vivir. Ese camino, que varias generaciones transitaron hasta hace poco, parece hoy un imposible para el grueso de los jóvenes argentinos. El mercado de trabajo, con mayor precarización laboral y bajos salarios para quienes inician su recorrido laboral, pareciera expulsarlos o, cuanto menos, empujarlos a nuevas formas de buscar dinero.

La desintegración de ese modelo de vida que añoraban los baby boomers (personas nacidas de 1946 a 1955) o la generación X (entre 1965 y 1981) tiene como contracara hoy un mundo al que muchos jóvenes se aferran: el de las promesas de plata rápida, a través de apuestas online, la participación en el mundo financiero –siguiendo consejos de influencers que viajan por el mundo– o inclusive de actividades ilícitas o con objetivos poco claros.

Radiografía del trabajo joven

“De lunes a lunes, casi 12 horas por día. No se para nunca. Igual no alcanza”, así define su trabajo Román (seudónimo). Tiene 23 años, es padre de tres hijos y vive en el barrio Ramón Carrillo, ubicado en Villa Soldati, Ciudad de Buenos Aires. Durante los últimos meses del 2023 trabajó en una metalúrgica, pero en enero lo despidieron. Ahora se dedica a vender verduras que compra en el Mercado Central, es reciclador urbano y hace algunas “changas” de albañilería en el barrio, de tanto en tanto.

“Estaba muy emocionado cuando conseguí el trabajo en la fábrica el año pasado. Venía de tener un asunto con la policía porque me encontraron marihuana. La vendía en el barrio para poder vivir, porque con la venta de verduras no me alcanzaba. Si bien después en el trabajo me pagaban poco, tenía que juntar cartones a la salida para poder comprar comida para mis chicos, tenía todos los papeles y podía progresar”, dijo. Ahora se levanta todos los días a las 4 de la mañana para llegar temprano a “elegir las mejores frutas” para vender en los barrios aledaños. Dice que no descarta volver a vender droga porque a pesar de trabajar todo el día no llega a cubrir los gastos de su familia.

Los jóvenes de entre 14 y 29 años son los más golpeados por el desempleo. El porcentaje de desocupados en esta franja alcanza los dos dígitos (17,3% las mujeres y 14,1% los hombres) y duplica a la desocupación general (7,7%). Asimismo, dos de cada cinco trabajadores informales son jóvenes. Y, si bien trabajan casi las mismas horas que el resto, ganan un tercio menos.

Manuel Mera, director de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), explicó que este panorama es así desde hace muchos años. “Los jóvenes tienen malas variables de empleabilidad: tienen poca experiencia, muchos no terminaron el secundario, o ni siquiera terminaron la universidad, por lo general les falta experiencia y habilidades blandas, que son las habilidades sociales como cumplir con los horarios, seguir la norma, etcétera. A estos se les suma una complejidad más: los jóvenes tienen una mayor rotación en los puestos de trabajo”.

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Gonzalo Assusa, sociólogo y doctor en ciencias antropológicas por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), escribió su tesis doctoral sobre las disputas en torno a la llamada “cultura del trabajo” entre jóvenes de clases populares. Aseguró que desde la década del 80 no disminuye la brecha salarial, de empleo e informalidad que hay entre los jóvenes y adultos: “Cuando mejora el mercado de trabajo en términos globales, mejora la situación de los jóvenes, tanto como mejora la situación de los adultos, pero esa brecha no disminuye”.

Yo, ¿no quiero trabajar?

Ante el difícil panorama que enfrentan los jóvenes, aparecen siempre los estigmas y prejuicios. Existen varios vinculados al mundo laboral: que los jóvenes no quieren trabajar es, desde hace décadas, el número uno. No solo en Argentina, sino en el mundo. Hace unos años, el investigador canadiense Paul Fairie, publicó un hilo de X con varios titulares de periódicos antiguos que datan de diferentes años, desde 1894 a 2022, en los que se repite casi de forma calcada esa máxima. “Existe un diagnóstico adultocéntrico, un discurso sostenido de que se perdió la cultura del trabajo y los jóvenes no quieren trabajar”, explicó Assusa.

Este discurso se puede rastrear en pleno desarrollo de la pobreza estructural en los 90. Solo basta con escuchar la canción “La Guitarra” de Los Auténticos Decadentes, lanzada en 1995, para entender la caracterización de los jóvenes en ese momento. También cuando los índices de desocupación eran altos, durante la crisis del 2001, y en el debate político que se dio alrededor de 2010 con la implementación de la Asignación Universal por Hijo y los planes sociales. Entonces, varios medios de comunicación argumentaban que las políticas de transferencia de ingresos habían menoscabado la “cultura del trabajo” e incluso llegó a hablarse de una tercera generación de desempleados, de pibes que nunca vieron a sus padres trabajar. Hoy vuelve a escucharse. “Son todas estimaciones absolutamente contrafácticas, pero que tienen un efecto político y social muy claro: estigmatizan a la juventud y la culpabilizan por las características de un mercado de trabajo, que los excluyó sistemáticamente”, dijo Assusa.

La falacia de que los jóvenes no quieren trabajar se desmorona en la investigación realizada por Javier Auyero, director del Laboratorio de Etnografía Urbana en la Universidad de Texas, Estados Unidos, y la estudiante de ciencias antropológicas Sofía Servián. Fue publicada en 2022 en un libro que lleva el título: “Cómo hacen los pobres para sobrevivir”. Hicieron su trabajo de campo de 2019 a 2022 en el barrio La Matera de San Francisco Solano, en Quilmes, y concluyeron que los pobres emplean una variedad de estrategias de supervivencia que incluyen el trabajo formal e informal, la ayuda familiar, la ayuda mutua, la asistencia estatal y hasta los emprendimientos ilícitos. Así, los sujetos de las clases sociales más bajas se convierten en “bricoladores”, hacen bricolaje con distintas actividades para poder sobrevivir en los márgenes.

Respecto a los jóvenes, Auyero aseguró: “Hay una tendencia a la explotación en donde se insertan. La mayoría participa en la economía informal, en relaciones laborales muy precarias. Incluso aquellos que dicen tener un trabajo formal reciben salarios muy bajos que no les alcanzan. Personas que definían su trabajo como bien pago contaban que estaban ahorrando para comprar una tira de asado. Combinan esos trabajos con otras estrategias como participación en las economías ilegales, redes de patronazgo o ayuda vecinal”.

Servián es una de las jóvenes que vive en La Paz, el barrio lindante a La Matera. Si bien se encuentra transitando sus estudios superiores reconoce que la suya es una historia excepcional dentro del barrio. Cuenta que la mayoría de las personas de su edad no terminó el secundario ni la primaria, no tiene estudios de formación. Su trayectoria difiere mucho de la de sus primos. Si bien se criaron juntos, ellos dejaron la escuela, no saben escribir ni su nombre e incurren en el delito constantemente. “La mayoría de los jóvenes trabajan de albañiles, venden verduras, y vemos cada vez más jóvenes levantando cartones, botellas o lo que se pueda para vender”.

Otra categorización llena de prejuicios que recae sobre los jóvenes es “Ni, Ni”, en referencia a que ni estudian, ni trabajan. El término viene del inglés NEET (not in education, employment or training), y fue utilizado por primera vez en un informe acerca de jóvenes del Reino Unido en 1999. En Argentina, el concepto se popularizó en los dosmiles. Un informe elaborado por la Fundación Éforo, asegura que 800.000 mil jóvenes en Argentina no trabajan ni estudian.

Sin embargo, los investigadores coinciden en que se trata de una categoría que no se comprueba en la realidad. “Me parece una categoría ficticia cargada de moralismo que no resuena en el trabajo de campo -dijo Servián-. Yo no conocía a nadie que no tuviera ni una cosa ni la otra, y no condice con lo que vimos durante 3 años de trabajo. Había algunos chicos que estaban en la esquina aparentemente no haciendo nada, pero si uno indaga un poquito más se da cuenta que están participando en la economía barrial”.

Días atrás, en una entrevista para Cenital que hizo Fernando Bercovich, Juan Monteverde, líder de Ciudad Futura, se refirió tangencialmente a la posibilidad de hacer más dinero trabajando para los narcos en los barrios que trabajando. “Básicamente tenés que elegir entre levantarte todos los días a las 6 de la mañana, agarrar una bicicleta y andar 10 kilómetros para ir a una obra en construcción o levantarte y hacer de campana de un búnker y ganar en un día lo que ganás en un mes en la obra. La política le tendría que hacer un monumento al que hoy elige la bicicleta”, dijo.

Sin embargo, pareciera que no existe un destino ineludible que empuje a los jóvenes de las clases pobres a la participación en las economías ilícitas. Auyero aseguró que no lo vieron en el trabajo de campo y aquellos casos que encontraron eran una minoría. “No hay una relación directa que explique que con la crisis se va a expandir la economía ilícita. Es plausible pensar que la gente pueda aceptar condiciones aún más precarias de explotación porque necesita acceder a satisfacer necesidades muy básicas”, dijo.

Espejitos de colores

“Este era yo a los 18 años. Tomaba pastillas que me daba el psiquiatra porque estaba deprimido, no tenía energía, no tenía rumbo, no hacía nada de mi vida. Jugaba a los jueguitos todo el día, básicamente no tenía rumbo en la vida. Hoy tengo 23 años y estoy en un excelente estado físico, tengo relaciones que nunca en mi vida imaginé tener y lo mejor de todo es que en febrero de 2024 llegué mi récord de facturación, que fueron 280 mil dólares en un solo mes. Quédate viendo que te cuento cómo lo hice”, dice Ramiro Cubría en un video, que es su primer posteo (fijado) de Instagram y cosechó casi 27 mil likes y 10 millones de comentarios. Cubría es uno de los influencers financieros que más siguen los jóvenes. Desde Dubai, New York o Miami hace videos explicando cómo hacerse millonario. Junto a su socio, Matías Molina, un joven abogado, fundaron del “Club de negocios”, donde por una membresía de 288 dólares por año ofrecen cursos para lograr amasar una fortuna en un mes. En los cursos de capacitación, que salen cerca de USD 2.000, prometen ayudar a sus clientes a generar un negocio digital basado en “pasiones, habilidades o intereses”.

Los perfiles como el de Cubría y Morales se propagan cada vez más en las redes y se encuentran al alcance de un click de adolescentes y jóvenes. TikTok, donde la audiencia es en su mayoría menor a 25 años, es la plataforma donde más se ven. La idea de emprendedurismo y libertad financiera seduce hoy a los jóvenes desocupados o con trabajos precarios de 10 o 12 horas, con los que no llegan a fin de mes. ¿Pero cuántos de estos realmente logran cambiar su vida y convertirse en millonarios de la noche a la mañana?

Vanesa Carballo es una de las dos psicólogas del único centro de salud que funciona dentro del barrio Ejército de los Andes, conocido como Fuerte Apache, en Tres de Febrero. Todos los días atiende adolescentes y jóvenes que se ven embelesados por la vida que los influencers muestran en sus redes.

“La aspiración al dinero fácil hay que verla de manera transversal a la cuestión de clase. Hay una cierta tendencia de los jóvenes a desear acceder a un futuro más prometedor inmediato a partir de lo virtual”, explicó y sumó: “No escucho en mi consultorio tanto sobre la cuestión proyectiva de ‘voy a estudiar medicina para tener un trabajo formal para toda la vida’. Empiezan a cambiar la configuración de esas categorías de ‘para toda la vida’, ‘la casa propia’ y/o “la familia’. Hay una lógica distinta de vivenciar el tiempo. Se busca la inmediatez”.

Para Assusa, las aspiraciones de los jóvenes a tener una muy buena situación económica de forma acelerada no tiene que ver con el mundo del trabajo en sí mismo. “Estamos registrando que la expectativa de muchas y muchos jóvenes es directamente ser rico, quizás el discurso previo era tener un buen trabajo y eso implicaba un buen vivir, tener estabilidad económica. Pero no es solo un cambio de expectativa de los pibes, es también una transformación del mundo. No lo inventaron por desapego al mundo laboral, es en parte porque crecieron en un mundo en el que si a la plata la dejan guardada pierde valor”.

Hoy, regalarle una alcancía a un chico no es un mecanismo de ahorro porque probablemente cuando la rompa esa plata valdrá menos. La posibilidad de las inversiones financieras y las apuestas online se transformaron en una nueva forma de multiplicar el dinero para toda la sociedad, aunque muy riesgosa.

La psicóloga apunta que además existen otras actividades por fuera del empleo por las que optan los jóvenes del Fuerte Apache, como el escaneo del iris. “Se popularizó mucho en el barrio entre los más jóvenes. Se contactan con una empresa que les paga con monedas virtuales por el escaneo, a veces hasta seis meses”. Carballo señala que quienes lo hicieron desconocen el propósito, para qué se usa la información y ven esa suma de dinero como un alivio a la ajustada situación económica que viven.

A pesar de estas actividades que, según Auyero y Servián, definen como parte del bricolaje de los sectores pobres, el trabajo y la educación seguirán siendo la principal herramienta de ascenso social. “Hay una pregunta en las entrevistas que hablaba de la esperanza. ¿Cuál es tu deseo para el futuro? Y el deseo estaba puesto en sus hijos: deseo que mis hijos terminen el colegio, que mis hijos vayan a la universidad, que puedan tener una profesión. Lo sostenían discursivamente y también en la acción, hacían cosas para que eso sucediera”.

En la misma línea, Assusa asegura que, “pese a los deseos de dinero rápido, los pibes de clases populares siguen saliendo a laburar muy jóvenes y lo hacen toda su vida. La idea de que podés vivir sin laburar es mentira. Puede suceder que puedas necesitar ingresos para complementar tus ingresos laborales. Si no habría un montón de gente que no labura y vive igual. Hoy se rompió el mercado laboral, buena parte de la población no llega a fin de mes. Las y los jóvenes no están siendo fantasiosos diciendo que hay personas que trabajan todo el día, se rompen el lomo y son pobres. Hay una transformación que está sucediendo en el medio más nombrado por los jóvenes pobres para ascender en la escala social: el trabajo”.


Esta nota forma parte del especial de Cenital llamado Quiero plata fácil. Podés leer todos sus artículos acá.

Socióloga y periodista. Colabora con varios medios nacionales e internacionales. Trabajó en radio, pero lo que más le gusta del oficio es contar historias y escribir.