Citius, altius, fortius

Reflexionamos acerca del impacto urbano de los Juegos Olímpicos. ¿Pueden ser sustentables? ¿Qué diferencia hay entre Tokio 1964 y 2020?

Hola, ¿cómo estás? Espero que muy bien. Antes que nada quiero pedirte disculpas por la no entrega de la semana pasada. La verdad es que necesitaba un descanso. 

El poco tiempo libre que tuve últimamente lo dediqué a mirar por tercera vez Okupas, ahora en alta definición y con los nada decepcionantes reemplazos sonoros a cargo de Santiago Motorizado. La serie es aún mejor de lo que recordaba. Aproveché el momentum para buscar algunos datos que rodean a la que yo considero la serie más urbana de todas. 

El show no es declamativo políticamente. No es, digamos, “de denuncia” ni mucho menos. Pero al mismo tiempo creo que no se puede soslayar el contexto en el que se inscribe. En 1995 se introdujo en el Código Penal la figura de usurpación y el desalojo inmediato, lo que despojó de cualquier abordaje social a la política en torno a las ocupaciones de inmuebles. Una práctica que por la crisis del modelo neoliberal había emergido como solución habitacional, incluso entre familias que pocos años antes no imaginaban ocupar una vivienda para no tener que dormir en la calle. Esos “muchachos recién caídos del sistema”, como describe Tamara Tenenbaum a los protagonistas en esta muy linda nota.

Además, a encontré algo que pinta bastante bien lo complejo que fue filmar la tira y su anclaje en el territorio. El caserón que albergaba a Ricardo, el Pollo, Walter y el Chiqui estaba compuesto por tres locaciones diferentes: un domicilio en el barrio de Congreso, como se relata en la primera escena de la serie, en el Pasaje Rivarola 4221; la fachada que se filma constantemente, en Barrio Norte, en el Pasaje Del Carmen y Viamonte (ahora tapiada y seguramente próxima a demolerse); y el interior, en San Fernando, al norte del Conurbano bonaerense. Esta última locación era una casa alquilada al municipio por Marcelo Tinelli, productor ejecutivo de la serie, a cambio de muchos litros de pintura. La última: en el baldío donde plantan marihuana hoy podés encontrar el edificio del Centro Cultural de la Cooperación, en Corrientes y Paraná. 

Otro de mis vicios de estos días, por supuesto, fueron los Juegos Olímpicos. Transité la sensación de emocionarme por la Peque Pareto llevando la bandera y las ganas de jugar al vóley o experimentar arco y flecha, todas el mismo día. Mañana vamos con los pibes del vóley por el bronce y un poco estoy así

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Más rápido, más alto, más fuerte 

En 1964, Tokio no era la ciudad que nos mostró a quienes vivimos en Occidente Lost in Traslation, la segunda película de Sofía Coppola, donde Bill Murray y Scarlett Johanson tienen un fugaz amorío mientras recorren la ciudad más poblada del mundo. 

Hace casi seis décadas, Tokio transitaba una bisagra. De alguna manera el lema de los Juego Olímpicos –citius, altius, fortius– se confundía con las transformaciones que atravesaría una ciudad cuya juventud no había vivido la Segunda Guerra Mundial. El lugar ya había sido elegido para albergar los JJOO de 1940, que se cancelaron justamente por el conflicto bélico.

La primera parte de ese lema -más rápido- se había materializado días antes de la inauguración del evento: el primer tren bala de la historia empezó a funcionar el 1 de octubre, acortando más de la mitad el tiempo de viaje entre Tokio y Osaka, que pasó de casi 7 horas a poco más de 3. Su construcción había empezado en 1959, el mismo año que Tokio fue elegida como sede, con un préstamo del Banco Mundial de 80 millones de dólares.    

Shunya Yoshimi es un sociólogo de la Universidad de Tokio que escribió Los Juegos Olímpicos y la posguerra y le hicieron una entrevista (en inglés) que la podés leer acá. El título que eligió no es azaroso. Para él, la elección de la capital japonesa para albergar el evento deportivo más importante a nivel mundial estaba inscripta, guerra fría mediante, en la recuperación por parte del capitalismo de uno de los territorios más golpeados por la SGM. 

“Cuando Japón ganó su candidatura para los juegos en 1959, el auge del país acababa de comenzar y Tokio todavía estaba atrapada entre la devastación y la recuperación”, describe Yoshimi. Esa devastación era palpable en lo cotidiano, explica el urbanista: tomar agua de la canilla era riesgoso porque los ríos estaban contaminados a causa de un sistema de alcantarillado deficiente, el aire estaba muy contaminado y la red de autopistas estaba colapsada por una cultura automovilística inversamente proporcional a la inversión en transporte público. 

El baby boom tuvo especial relevancia en la capital nipona: su población pasó de 3,5 millones a 10 millones de personas entre 1945 y 1963. En ese contexto, la oferta de vivienda no logró alcanzar a la demanda y eso se reflejó en la informalidad con la que se expandió la mancha urbana de Tokio, donde las casillas precarias eran parte del paisaje urbano habitual sobre todo en las afueras de la ciudad. 

Dos hitos marcaron a Japón una vez terminada la guerra: la caída del imperio y la instalación de bases norteamericanas, que ocuparon el territorio hasta entrada la década del 50. La reconversión de las instalaciones imperiales y militares, concentradas en el oeste de Tokio, impulsó la renovación urbana de estas áreas, pero al mismo tiempo amplió las disparidades con el centro tradicional de la ciudad, ubicado en el este. 

La trayectoria del Parque Yoyogi es paradigmática en ese sentido. Pasó de ser un territorio de uso militar para luego albergar a los oficiales norteamericanos durante la ocupación de la posguerra y en los Juegos de 1964 se convirtió en la principal villa olímpica y allí se construyó el Gimnasio Nacional, con capacidad para más de 10.000 personas. A su alrededor se instalaron hoteles de lujo para albergar a las comitivas. 

En 1967 prácticamente todo el predio pasó a ser de uso común y hoy Yoyogi, con 51 hectáreas, es uno de los parques urbanos más grandes de Japón. La etapa imperial también está presente en ese territorio: a metros del parque se puede visitar el Santuario Meji, dedicado al emperador homónimo, que fue destruido por los bombardeos estadounidenses durante la SGM y se reconstruyó en 1958. 

Hoy la palabra que se usaría para todo esto es “resiliencia”. Pero creo que el concepto le queda chico a ese resurgir literal de las cenizas que quería mostrar Tokio en 1964. No es casual, como cuenta acá Matías Baldo, que el encargado de encender la llama olímpica aquel 10 de octubre haya sido un chico de 19 años que había nacido en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el día que Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre esa ciudad matando a casi 150.000 civiles cuando la guerra ya estaba prácticamente terminada.

Promesas de austeridad   

Las ambiciones de Tokio 2020 en términos de transformación urbana fueron mucho menores. Desde su postulación destacaba que el objetivo era demostrar que no hacían falta muchas disrupciones para organizar el evento y que todo iba a suceder a 8 kilómetros a la redonda de la villa olímpica. De alguna manera buscaban introducir la noción de “ciudad compacta” a los Juegos.

Sin embargo, la villa olímpica de Harumi no refleja del todo ese espíritu austero, ya que está construida en una isla artificial sobre la bahía de Tokio y se parece bastante a las urbanizaciones de lujo que hay en otras islas de la zona. Durante la pandemia, la ciudad permaneció deshabitada a pesar de los reclamos para que sirviera de refugio para personas en situación de calle. Pero gran parte de los departamentos ya estaban vendidos a desarrolladores y muchos compradores hicieron juicio porque les habían prometido que se mudarían en septiembre de 2020, algo que obviamente no pudo suceder. 

Harumi Futo está compuesta por 21 torres de alrededor de 16 pisos cada una y las viviendas que inyectará en el mercado equivalen a alrededor del 30% de la oferta anual de toda la ciudad en esa materia. Son muy pocas las opciones de transporte público en la zona, lo que impide que familias sin auto habiten dichos departamentos. Harumi de alguna manera va a contramano de la salida del paradigma auto-céntrico que supo impulsar la ciudad. 

Por lo general, las dos preocupaciones para una ciudad olímpica en términos urbanos son el despilfarro de recursos públicos en obras que después no tienen una utilidad clara para la población -comúnmente llamados elefantes blancos- y la gentrificación generada por la regeneración de ciertas áreas donde el criterio que prima es la rentabilidad del sector inmobiliario. 

Tokio 2020 no es la excepción de esas preocupaciones. Por ejemplo, el Parque Miyashita, donde solían dormir muchas familias sin techo, se convirtió en un centro comercial con espacios verdes en sus terrazas. “Necesitamos cambiar nuestra idea de la ciudad de ‘más rápida, más alta, más fuerte’ a ‘más agradable, más resiliente y más sostenible’ y los JJOO no son necesarios para ese propósito”, concluye Yoshimi. No todo es negativo, claro. Algo que va a dejar Tokio 2020 es una ciudad mucho más accesible para personas con discapacidad. Claro, al término de los JJOO empiezan los Juegos Paralímpicos y Tokio debe estar en condiciones de no dejar a nadie afuera. 

La casa de Houseman

Los grandes eventos deportivos también fueron usados, sobre todo en países con economías más frágiles, para legitimar el ataque y expulsión de ciertos grupos de un territorio determinado. En nuestro país, la previa del Mundial de 1978 se usó como excusa para llevar adelante el plan de erradicación de villas de la última dictadura. Días antes del partido inaugural en la cancha de River, la topadora del Birgadier Cacciatore empezó a barrer la villa del Bajo Belgrano (a metros del Monumental), donde vivía la familia de René Houseman, uno de los convocados por César Luis Menotti a jugar el mundial. Su madre y sus hermanos tuvieron que abandonar la casa en la que habían vivido por casi veinte años.

La historia de la familia Houseman podría ser la de una familia de alguna favela de Río de Janeiro, en la previa del Mundial 2014 o los JJOO de 2016. Guadalupe Granero Realini vivió en la cidade maravilhosa e investigó sobre el impacto urbano de dichos eventos. Para la arquitecta y urbanista, “la llegada de los megaeventos ha potenciado la desigualdad estructural de la ciudad, dejando vía libre a la acción del capital inmobiliario en la definición de transformaciones urbanísticas estratégicas”. 

Guadalupe me da algunos ejemplos: el trazado de un BRT (Bus Rapid Transit, algo parecido al metrobús) afectó viviendas de bajos recursos que fueron desalojadas, la construcción de equipamiento turístico y vivienda de lujo encarecieron el precio del suelo, resultando en lógicas expulsivas y las favelas fueron intervenidas militarmente para hacerlas más “visitables” por la avalancha de turistas. También hubo quejas de ambientalistas cuando se decidió hacer un campo de golf olímpico sobre una reserva natural que hoy está abandonado. 

¿Hubo juegos olímpicos más amigables con el territorio? De alguna manera Barcelona 92 fue uno de los casos de relativo éxito, aunque la gentrificación de muchos barrios fabriles es una realidad que perdura hasta hoy. “La ciudad utilizó el evento para catalizar una importante renovación urbana. El plan maestro implicó la reutilización adaptativa del tejido histórico, el desarrollo de la playa que la ciudad ahora puede capitalizar y la creación de las carreteras de circunvalación que redujeron significativamente el tráfico en el centro de la ciudad”, describe en este artículo Andreea Cutieru.

Para la arquitecta la clave está en la flexibilidad de las infraestructuras y la adaptabilidad de todo el Plan Maestro a las necesidades de la comunidad una vez terminados los Juegos. Así como Atenas y Pekín son ejemplos más cercanos a lo que fue Río, Londres en 2012 logró resolver el problema de los elefantes blancos estableciendo como temporales los espacios que ya se sabía que no tendrían un uso posterior. 

Qué hacer con las villas olímpicas una vez terminados los JJOO es una decisión urbanística clave para las ciudades. Después de los Juegos de la Juventud de Buenos Aires en 2018, el barrio olímpico fue vendido con créditos flexibles a familias que buscaban acceder a su primera casa. Las dificultades y tensiones alrededor de esas viviendas no fueron ni son pocas pero no deja de ser una idea más inclusiva que lo que sucederá con la villa olímpica de Tokio.   

No es una idea nueva, claro. En 1952, Helsinki fue la primera ciudad que propuso que su Villa Olímpica sea reutilizada. Fue diseñada bajo los preceptos de la Ciudad Jardín y hoy todavía está habitada. Cuatro años después, Melbourne destinó su ciudad olímpica a vivienda pública. En 1996, Atlanta construyó el barrio para albergar deportistas de todo el mundo en el Instituto de Tecnología de Georgia, una universidad pública, y hoy es habitado por estudiantes. Las viviendas para atletas en Atenas 2004 hoy son uno de los complejos de vivienda públicas más grandes de Grecia. Y así podría seguir. Pero mejor termino y te dejo que sigas vos acá, donde las podés ver con foto. 

Bonus tracks

  • La edición pasada te escribí sobre el proyecto de IRSA de un barrio de torres de lujo sobre la costanera sur de la ciudad de Buenos Aires, en la ex Ciudad Deportiva de Boca. Finalmente una medida cautelar frenó el desarrollo (ayer se iba a tratar pero se suspendió) pero es muy probable que avance a la larga o a la corta. Te recomiendo esta nota que escribió Fede Poore.
  • No lo sabía, pero parece que las durmientes de madera que usan las vías de tren provocan un nivel de deforestación muy alto. Así lo denuncia Greenpeace y dice que hay formas mucho más sustentables de hacerlo. Reclaman que se haga efectivo un convenio entre los ministerios de Ambiente y Transporte para su reemplazo definitivo en las renovaciones.
  • Ayer se votó afirmativamente la ley de rezonificación del predio de San Lorenzo en Boedo. El año pasado te escribí sobre esa historia y sobre otros estadios.

Eso es todo por hoy.

Que tengas un lindo fin de semana.

Abrazos,

Fer

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Escribe sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de su trabajo. Estudió Sociología en la UBA y cursó maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en sus ratos libres juega a la pelota con amigos. Siempre tiene ganas de hacer un asado.