Argentina en el mapa de la ultraderecha

El triunfo de Javier Milei convierte al país en un nodo para la familia antiprogresista. El entusiasmo, sin embargo, puede ser apresurado.

Buen día, ¿cómo estás?

Este es un correo exprés sobre la elección de ayer, aunque las palabras, a esta hora de la madrugada, no aparecen de forma clara. Facu Cruz y Blas Lantos escribieron sobre los resultados acá. Cenital publica también un dossier con miradas varias sobre el tema. Y mi análisis sobre el ascenso de Milei en clave global lo escribí hace unos meses en este correo.

¿Qué agregar, entonces? Quizás empezar por algo casi obvio: Argentina se ha convertido en un nodo de la ultraderecha global, que a partir del 10 de diciembre volverá a tener un referente dentro de los países grandes de América Latina. Lo confirman los saludos, con exhibición de orgullo incluido, de Trump, Abascal, Bolsonaro, el cada vez más gravitante Elon Musk y el exótico Bukele, que celebró el triunfo trolleando a Gustavo Petro en X. 

Pero hace tiempo ya que acá se ensayan narrativas y estrategias de esta Internacional Antiprogresista, que comparte información y recursos, aunque no tenga una dirección centralizada ni fronteras claras. Quienes seguimos estos movimientos desde hace años sabemos que este desembarco fue paulatino pero contundente, aunque estuvo acompañado de un cóctel particularmente explosivo: una crisis económica fuera de control, un creciente descontento con la oferta política establecida, los traumas de una pandemia larga y otros etcéteras varios. Así y todo, cuesta reconocerse en las escenas de ayer a noche, saber que el clima de series distópicas se apodera del ambiente, enfrentarse a la incertidumbre y la sucesión de imágenes –graphs, discursos, festejos, carteles– que aturden hasta lograr el silencio.

Cuesta más lidiar con un tipo de desconcierto bien particular, que no se expresa solamente por lo que puede venir sino con lo que estuvo pasando y no llegamos a advertir. La idea de que el juego cambió no de reglas sino de tablero. Esta campaña, en la que no sabíamos el impacto que iban a tener determinados discursos y eventos, la realidad de estar a ciegas ante una definición crucial, operó como un síntoma de ese desconcierto. Acá no se trata de la preocupación sobre lo que puede romperse sino de lo que se rompió y no nos dimos cuenta. 

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Lo dije mejor en un tweet, pero acá va otro ejemplo. En esta elección tan intensa como bizarra se expresaron, como nunca antes, un sinfín de instituciones: partidos, sindicatos, iglesias, clubes, marcas, influencers, fandoms. ¡Hasta la Sociedad Rural Argentina! Y al mismo tiempo nunca hubo tanta distancia entre ese gesto “desde arriba” y el comportamiento “desde abajo” del electorado. Esta profunda crisis de representación quizás sea de los principales datos de la elección, y uno de los componentes compartidos con otros casos en el mundo.

Es otro tablero.

Dicho esto, el entusiasmo de la ultraderecha global por Milei puede ser apresurado. En primer lugar, el paleolibertario es una suerte de bicho raro en la familia. Su proyecto económico, derivado de una doctrina periférica como la escuela austriaca, no tiene traducciones prácticas en ningún otro lugar del mundo. Eso, sumado a las dudas legítimas sobre su temperamento, la falta de experiencia política y las condiciones apremiantes del país lo convierten en un caso de estudio en tiempo real. 

Un ejemplo reciente de los límites a modelos puros, basados en la ideología, ocurrió el año pasado en Reino Unido, cuando la primera ministra Liz Truss aplicó un recorte brutal de impuestos, de inspiración thatcherista. Duró menos de dos meses en el cargo. “Lo veo con cautela, porque si le va bien nos ayuda, pero si le va mal nos puede pegar”, me dijo hace poco un dirigente del Partido Republicano de Chile, el espacio de Kast, cuando le pregunté sobre Milei. No es una lectura arriesgada, y menos en América Latina, donde a los presidentes les cuesta cada vez más terminar el mandato (le pasó a Castillo en Perú y a Lasso en Ecuador), y sufren rápidamente la erosión de su popularidad, como demuestran Boric y Petro en Chile y Colombia. Si hay algo que caracteriza hoy a la región es la inestabilidad. 

Pero, en segundo lugar, el fenómeno Milei en Argentina viene con un impuesto llamado Mauricio Macri. La relación entre la ultra y la derecha tradicional, turbulenta en todos lados, acá puede signar el futuro del proyecto, cuyos contornos hoy no son claros. Este modelo de convivencia existe en sistemas parlamentarios pero sería casi único en un presidencialismo. Si se lleva a la práctica, puede que Milei termine siendo un híbrido entre la versión local de la ultraderecha y la radicalización de la vieja centroderecha. Quizás sea una variante sosa, o quizás la alianza le traiga otro tipo de problemas, como tensiones internas. Está por verse. 

Esa tensión puede aparecer en su política exterior, a la que dedicamos un correo. La visión ideológica de Milei, alineada con el club antiglobalización, contrasta con la de su virtual canciller Diana Mondino, aunque en privado ella también defiende la idea de que los Estados pueden ser prescindibles en el comercio bilateral (Milei dijo que no haría negocios con “comunistas” como Lula o Xi, los gobernantes de nuestros principales socios comerciales). Se trata, ante todo, de una concepción equivocada, cuyas consecuencias hoy son difíciles de estimar. Y, a diferencia de Bolsonaro, que asumió con Trump en la Casa Blanca, Milei no tendrá aliados de peso en su cruzada ideológica. Rápidamente puede quedar aislado.

Pero eso no significa que no vaya a intentar hacer lo que prometió, sobre todo a nivel doméstico. Un refrán conocido tanto en Estados Unidos como en Brasil dice que un error que cometieron los sectores de derecha tradicional fue tomarse en serio a Trump y Bolsonaro pero no de manera literal. Se equivocaron: ambos candidatos intentaron hacer literalmente lo que prometieron. Y millones los votaron justamente por eso.

Los resultados de su versión argentina, eso sí, están por verse. No es un dato menor que tanto Trump como Bolsonaro no lograron reelegirse. Tampoco lo es que ambos ganaron votos comparado con su primera elección, y su presencia no se evaporó. 

Argentina no se encuentra todavía en ese momento. Si el duelo tiene fases conocidas, también existe un patrón para este tipo de shocks políticos. Las escenas se parecen. Ahora es el momento de la sorpresa y el aturdimiento, luego llegará la asimilación y se romperá la parálisis. Como dije, no hay muchas palabras a esta hora de la madrugada. Buceo en medios internacionales. Este titular de El País me parece preciso, contundente: Argentina da un salto a lo desconocido.

Hasta que el panorama se aclare –que lo hará– nos seguimos leyendo. 

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.