Así sería una política exterior de Milei

La visión más ideológica del libertario, que denuncia al marxismo cultural y propone alejarse de Brasil y China, puede chocar con el pragmatismo de su virtual canciller, en una tensión que rememora al bolsonarismo.

Si la política exterior de Javier Milei es una incógnita se debe en parte al poco lugar que tuvo el tema en la campaña electoral. Ausente en los dos debates presidenciales, la discusión sobre el lugar de Argentina en el mundo apareció de manera fugaz, en general ante eventos de coyuntura como el ingreso del país a los BRICS (rechazado por Milei debido a la presencia de “comunistas”) o la reactivación del conflicto entre Israel y Hamas, en el cual todos los candidatos se posicionaron. Pero fuera de eso hubo baja sustancia, en un contexto internacional convulso y por tanto condicionante.

Diana Mondino, la virtual canciller de Javier Milei.

No hay propuestas de política exterior en la plataforma de La Libertad Avanza. Apenas una vaga mención a la necesidad de que Argentina tenga “una economía abierta e inserta al mundo”. Esa es la línea que promueve Diana Mondino, la virtual canciller de Milei, una economista con casi nulas credenciales en la materia. En una larga entrevista que le realizó Sebastián Fest para Forbes, Mondino plantea una política exterior dominada por la lógica comercial, sin priorizar a América Latina como ámbito natural de inserción (“claramente el resto del mundo son nuestros principales clientes, proveedores de tecnología, posibilidad de intercambios”) y sin mucho interés en la promoción de Derechos Humanos (“actuar desde el ejemplo es lo mejor”) o de la causa Malvinas. “Está en nuestra Constitución, dice que son imprescriptiblemente argentinas”, responde cuando Fest le pregunta si van a buscar la recuperación de la soberanía de las islas.

El reportaje trasluce, además, un esfuerzo constante de Mondino por traducir o matizar algunas de las definiciones en política exterior de Milei, volcadas en la entrevista que le otorgó el candidato a Tucker Carlson, ex presentador de Fox News e icono mediático de la ultraderecha global. “No solo no voy a hacer negocios con China, no voy a hacer negocios con ningún comunista. Soy un defensor de la libertad, de la paz y de la democracia. Los comunistas no entran ahí. Los chinos no entran ahí. Putin no entra ahí. Lula no entra ahí”, dijo Milei. También trazó una suerte de objetivo: “Nosotros queremos ser el faro moral del continente”.

La ambición de Mondino es diferente. “Si me permitís un sueño”, dijo en el reportaje de Forbes, “es que en cada plato de comida de los 7.000 millones de habitantes del planeta haya un elemento argentino”. El sueño, además de ser discutible en términos de desarrollo, implica naturalmente una perspectiva diferente a la de Milei. “Vamos a tener la mejor relación posible con todos los países del mundo. Es simple sentido común”, sintetizó Mondino.

“Los enfoques de Diana y Javier son bien distintos tanto en forma como contenido. Javier es mucho más fundamentalista. Diana es más pragmática, pero en los core values coinciden”, me dijo un colaborador de Mondino la semana pasada. En su opinión, estas diferencias no implicaban necesariamente una tensión: “Javier sabe que necesita segundas y terceras líneas como amortiguadores, para poner paños fríos”. Esto desliza una primera pregunta: ¿tendría la cancillería un rol de segunda o incluso tercera línea? No sería, por cierto, la primera vez que sucede algo así en una gestión. Y la segunda: ¿cuán manejables pueden ser esas diferencias de enfoque?

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“Javier es demasiado transparente, y su manera de hacer política es a través de ese estilo, así que es difícil decirle que no diga ciertas cosas. Es así”, explica el colaborador.

Milei en el mapa

Javier Milei y Tucker Carlson.

No sorprende que las declaraciones más estridentes de Milei en política exterior hayan sido con Tucker Carlson. La entrevista, en cierto sentido, fue el mensaje. El ex presentador de Fox News mudó su show a X (seducido por Elon Musk, otro entusiasta de Milei) y sumó al economista a una lista de invitados que incluyen a Bolsonaro, al húngaro Viktor Orban, a Nayib Bukele y al propio Trump, entre otros integrantes de la internacional antiprogresista. Allí, Milei mostró su cara más ideológica, en sintonía con la prédica antiglobalista del club. La entrevista fue celebrada como un gol por parte del círculo chico del economista, nutrido por jóvenes que siguen con mucha atención el contexto global (basta con navegar por La Derecha Diario para reconocerlo). Parte de la familia estuvo ayer en el búnker, con Eduardo Bolsonaro –hijo de Jair– como invitado predilecto.

“Puedo imaginarme a Milei con esta postura contraria al globalismo y a la agenda 2030”, me apunta Alejandro Frenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la UNSAM. La agenda, por cierto, fue mencionada en el debate presidencial junto al concepto de “marxismo cultural”. Existe la posibilidad, dice Frenkel, que Milei piense una política exterior como herramienta de una guerra cultural global. “Lo veo marcando un soberanismo, planteándose como enemigo a ciertas instituciones como Naciones Unidas”.

Esto puede ser un desafío para la Cancillería y otros sectores a cargo de la política económica: China y Brasil, liderados por “comunistas” con los que Milei no haría acuerdos, según sus declaraciones, son los dos principales socios comerciales de la Argentina. Juan Gabriel Tokatlian y Bernabé Malacalza analizaron de manera detallada estos riesgos.

La tensión no sería novedosa. Acompañó, por caso, a toda la gestión Bolsonaro, cuya política exterior estuvo la mayor parte del mandato en manos de Ernesto Araujo, un abanderado en la lucha antiglobalista y asiduo crítico de China, al igual que Eduardo Bolsonaro, involucrado en varios conflictos diplomáticos con la potencia asiática. En el caso de Brasil, fue la burocracia diplomática –más robusta que la argentina– y los ministerios de Economía y Agricultura los encargados de moderar la política exterior para evitar comprometer el vínculo comercial. En el último caso, la presión fue directamente ejercida por el agronegocio, preocupado por sus ventas a China.

Para Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas, de San Pablo, la estrategia de contención funcionó porque el agronegocio era parte de la coalición de gobierno. “Cuando sectores de la oposición protestaban sobre el daño a la reputación de Brasil en el mundo, por ejemplo, no pasaba nada. El Congreso tampoco tenía mucha influencia en la política exterior, a excepción de algunos grupos. Pero Bolsonaro necesitaba el apoyo del agronegocio”, dice. De ahí su influencia.

Stuenkel me señaló otra cosa importante a la hora de comparar con Brasil: Bolsonaro comenzó gobernando con Donald Trump en la Casa Blanca. “Hubo dos gobiernos de Bolsonaro, uno con Trump y otro sin él”, explica. “Trump le generó una protección a Bolsonaro, en parte porque desviaba la atención y la energía de otros gobiernos sobre lo que estaba pasando en Brasil, pero también porque evitaba el aislamiento total de Occidente. Esto cambió cuando ganó Biden. El costo de la política exterior radical aumentó bastante, y ya no había ninguna potencia en el mundo dispuesta a ignorar lo que estaba pasando. Esto lo obligó a reemplazar a su ministro, y las cosas se moderaron bastante”. El cambio de administración presidencial en EE.UU. fue clave, entre otras cosas, para evitar un golpe de Estado.

Esto significa que Milei podría sufrir también la convivencia con la administración Biden, preocupada públicamente por el ascenso de la ultraderecha y la crisis climática que el candidato rotuló como una “mentira socialista”. Pero, además, vuelve más significativa la contienda presidencial que Estados Unidos tendrá el próximo año, donde las posibilidades de que Trump regrese al cargo no son descabelladas. Todo análisis debe tener en cuenta que Milei propone una dolarización que, de llevarse a cabo –un escenario para nada seguro–, modificaría de manera estructural el vínculo bilateral.

Cada vez que puede, Milei asegura que sus principales aliados internacionales serían Estados Unidos e Israel, una inclusión simbólica que incluye el traslado de la embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalem. Cuando se lo mencionó a Eduardo Feinmann, este le preguntó por los comentarios que lo retrataban como un mini Trump, un mini Bolsonaro o un mini Abascal. “¿Por qué mini?”, respondió Milei, elocuente. Pero cuando Feinmann repreguntó, el libertario se echó para atrás: “Yo solo aspiraría a poder ser un buen discípulo de Alberdi”, dijo.

Es posible que esta retraída persista en una campaña de segunda vuelta, donde Mondino, con buenos lazos en la centroderecha, puede jugar un rol más protagónico.

Argentina como faro

Milei con Eduardo Bolsonaro y José Antonio Kast.

Milei fue la estrella de las elecciones. La atención sobre su ascenso se comprueba al recorrer la prensa global, aunque posiblemente se diluya cuando pasen las elecciones. Especialmente si pierde. En América Latina, la fama del economista es previa a su desembarco en la política, cuando recorría las redes en calidad de influencer junto a otros argentinos como Agustín Laje. Su presencia en TikTok solo lo hizo crecer.

Pero si bien Milei es parte de la familia de ultraderecha latinoamericana, su programa libertario, más radical en comparación al resto, lo vuelve único. ¿Puede Argentina volverse un caso de estudio? La pregunta es sintomática si se tiene en cuenta que en las últimas décadas el país se volvió referencia por una tradición bien distinta, basada en sus políticas de Derechos Humanos. Aunque podría tener una respuesta bien distinta si el liderazgo de Milei quedara a la deriva, en caso de una derrota.

Camila Barón, una lúcida economista que escribe en Las12, sugiere que Milei podría volverse un faro para un liberalismo popular en la región, más allá del resultado electoral. “A diferencia del neoliberalismo, Milei propone una politización desde abajo”, dice Barón, que sugiere prestar atención a la vertiente teórica del economista. “El programa austriaco de Milei tiene dos diferencias sustanciales con la tradición liberal que lo vuelven popular: la concepción del individuo y la total prescindencia del Estado. En el primer caso, mientras la teoría neoclásica habla sobre individuos atomizados, la escuela austríaca supone una idea de comunidad organizada en defensa de la no intervención”.

Es este componente comunitario lo que lo distingue de otros proyectos liberales y lo que lo acerca, paradójicamente, al club de los iliberales, que encabeza Orbán en Hungría y que también plantea una defensa de la comunidad, basada en criterios nacionales y religiosos, aunque en su caso no sea en contra del Estado sino de la globalización. “Milei puede instalar esta idea de la comunidad organizada de otra forma, sin la mediación del Estado”, dice Barón. “Y es paradigmático que se dé en Argentina, que hoy encarna una suerte de fracaso del modelo del Estado de bienestar en América Latina. Creo que puede ser un experimento de qué pasa después de ese modelo”.

La semana pasada, un integrante del Partido Republicano de Chile, la fuerza de José Antonio Kast, me compartió algunas impresiones sobre el lazo que comparten el libertario y el expinochetista. “Efectivamente Milei y José Antonio son dos candidatos que se rebelaron contra la casta, son candidatos que removieron la política tradicional. Compartimos también algunos valores, pero nosotros no tenemos la misma concepción de libertad de Milei”, dijo.

Luego mostró algo más de distancia. “Es parte de la familia, pero no como hermano sino como un primo. Un primo al que le tenemos cariño. Yo lo veo con cautela, porque si le va bien nos ayuda, pero si le va mal nos puede pegar. Así que todos estamos esperando que le vaya muy bien”. Las expectativas ahora se recalibran.

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.