Bolivia: una conspiración sin narrativa, fuera de tiempo y espacio

La reciente intentona golpista liderada por el excomandante Juan José Zúñiga fue rápidamente sofocada y repudiada por todo el arco político. ¿Por qué cayó tan rápido? El conflicto de fondo entre Arce y Morales y sus consecuencias.

En un país que todavía tiene fresca la memoria del golpe de Estado de 2019 y que, en parte, vive aún sus consecuencias, la imagen de las tanquetas en la Plaza Murillo de La Paz y de los militares atormentando el Palacio del Quemado parecieron una repetición del doloroso pasado reciente. Los gases y los balines de goma aportaron al déjà vu de un tiempo traumático y despiadado que, sin embargo, solo podía pensarse de ese modo en los términos del famoso párrafo inicial del panfleto marxiano sobre Luis Bonaparte. Primero, como tragedia, y luego como farsa.

No había pasado una hora y media desde que Evo Morales denunciara el intento de golpe de Estado desde su cuenta de Twitter, y el Presidente, Luis Arce, hiciera lo mismo al referirse a algunas unidades militares, cuando el abierto desafío a la institucionalidad democrática, liderado por el comandante saliente del Ejército de Bolivia, Juan José Zúñiga, ya había sido expresivamente repudiado. No solo por representantes del arco progresista a nivel nacional e internacional, sino también por referentes de la oposición ubicados en la derecha, incluso vinculados de una u otra manera al golpe de 2019. El expresidente Carlos Mesa, derrotado por Evo Morales en 2019, los alcaldes de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, y de La Paz, Iván Arias Durán, y hasta la expresidenta de facto Jeanine Áñez Chávez se pronunciaron en favor del voto popular y la continuidad democrática, contra cualquier intento de interrupción del mandato de Arce.

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El presidente boliviano Luis Arce habló durante el intento de golpe de Estado.

Al final, incluso el cruceño Luis Fernando Camacho, el más violento y de mayor arraigo social de los impulsores del golpe de 2019, repudió la intentona. Sin patrocinadores internos a la vista, el movimiento de Zúñiga también fue repudiado en el extranjero. El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, el villano de 2019 alineado con los Estados Unidos de Donald Trump, manifestó su repudio al intento de golpe de Estado y su respaldo al gobierno democrático de Bolivia. Acompañaron desde el chileno Gabriel Boric hasta el uruguayo Luis Lacalle Pou y el responsable de asuntos exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell. Entre los movimientos sociales, el repudio al movimiento de tropas fue unánime y la Central Obrera Boliviana, de posición ambigua en 2019, declaró un paro por tiempo indeterminado.

El golpe de 2019 había ensayado una justificación — el supuesto fraude electoral, fundamentado en una auditoría de la OEA — , una narrativa — el intento de Evo Morales de reelegirse contra la letra de la Constitución (cabe recordar que la habilitación de Evo no provino de un acto pretoriano sino, por discutible que fuera, de un fallo de la Corte Suprema de Justicia) — y hasta una fachada de continuidad institucional, con la renuncia (forzada y bajo amenaza) del presidente y sus partidarios en la línea sucesoria, y la designación de Jeanine Áñez, la primera en la lista entre los representantes legislativos opositores, como presidenta interina. Una fachada “democrática” que operaba de excusa legitimante hacia adentro y hacia afuera. A nivel social, por primera vez desde 2004, el MAS se ubicaba por debajo del 50% de los votos y una gran parte de los sectores urbanos, movilizados violentamente, habían exigido la caída de Morales. A nivel internacional, gran parte de los gobiernos de la región (con excepciones como la Argentina de Alberto Fernández y el México de Andrés Manuel López Obrador), Estados Unidos y la Unión Europea, oscilaron entre el silencio cómplice y el apoyo al golpe. Sin respaldos sociales ni políticos significativos, internos o externos, sin narrativas legitimadoras ni objetivos claros, esta vez el intento de golpe solo duró lo que aguantaron la sorpresa y el nivel de mando de tropa del depuesto general.

La caída de Zúñiga se venía anunciando desde el martes, cuando había amenazado con enviar a prisión a Evo Morales, en caso de que este intentara una candidatura presidencial en 2025. El exmandatario está hoy inhabilitado por la justicia boliviana y embarcado en una guerra fratricida y sin cuartel con el sector de Arce, a quién él mismo consagró como candidato presidencial cuando Bolivia recuperó la normalidad democrática. La destitución del general, más allá de corresponder debido a las amenazas, era un reaseguro de Arce hacia la interna del MAS de que no hay en su liderazgo relación ni tolerancia con el golpismo de 2019. Acaso la reacción de Zúñiga haya sido, más que un movimiento calculado, una bravuconada ante un desaire a su poder que no esperaba.

En una Bolivia atravesada por dificultades económicas que amenazan lo que fue un muy exitoso modelo de crecimiento y desarrollo social — como la pérdida de reservas, el fracaso hasta el momento de su modelo para explotar el litio y el declive de la producción gasífera — y donde el asedio de la derecha tiene una materialidad obvia y reciente, el principal problema del país en los últimos meses fue el enfrentamiento entre el presidente Arce y su antiguo jefe. Este conflicto, marcado por recíprocos desconocimientos institucionales y graves acusaciones, no parece basarse en diferencias políticas de fondo, ni a nivel nacional ni internacional, que justifiquen la disputa de poder.

Juan José Zúñiga, el saliente jefe del Ejército de Bolivia.

El despliegue del poder militar sobre la institucionalidad democrática debería servir para recordar los enormes desafíos que Bolivia y el propio legado masista tienen por delante, y estimular algún tipo de entendimiento. La rapidez con que se derrotó a la asonada, cuya feliz consecuencia es el fortalecimiento de la voluntad popular y la reafirmación de la autoridad presidencial, posiblemente no incentive a las partes a dejar las diferencias de lado. Las primeras declaraciones del detenido Zúñiga, que habló de un “autogolpe”, posiblemente alimenten las cosmovisiones conspirativas. Habrá que atender, hacia adelante, cuáles serán las narrativas con las que cada sector explicará el fracaso y las razones de una conspiración fuera de tiempo y espacio.

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Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue Subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.