Putin invade Ucrania: cómo llegamos a esto

Qué busca el Kremlin. El rol de la OTAN y algunas preguntas claves.

Buen día,

Desde sus inicios, allá por mediados de 2019, este newsletter ha contado golpes de estado, un par de estallidos sociales, una pandemia, los efectos de una pandemia, elecciones sorpresivas y guerras. Nos acostumbramos a tener el volumen alto. Muchas veces nos preguntamos –también jodimos– si estas explosiones rutinarias, esta sensación de que todo se va a la mierda, no estaba de alguna manera conectado, no formaba parte del cuadro de la nueva normalidad. Y la respuesta llegaría sola, en cuerpo de otra explosión. Hoy toca contar otra guerra, esta vez en Europa. Una que quizás la cambie para siempre. 

Empecemos. 

Esto es lo que sabemos

  • La guerra entra en su quinto día, luego de que el jueves Vladimir Putin anunciara una intervención militar en Ucrania a partir de tres frentes: por el norte desde Bielorrusia; el este a través del Donbás, la región donde había reconocido la independencia de dos repúblicas separatistas el lunes; y en el sur desde la península de Crimea, que controla desde 2014, el anterior capítulo militar de esta saga.
  • La campaña de Rusia empezó de manera áerea, con bombardeos en casi toda la extensión del territorio ucraniana, pero se fue haciendo más terrestre con el correr de los días. Rusia se hizo con el control de ciudades en el perímetro de los tres frentes mencionados y movilizó tropas hacia la capital del país. El foco del enfrentamiento con el ejército ucraniano hoy está localizado en las dos ciudades más grandes: Kiev, la capital, y Járkov. La estratégica ciudad portuaria de Mariupol, en el sureste del país, también estaría bajo ataque.
  • Si bien sus capacidades son significativamente menores, el ejército ucraniano ha logrado mantener el control de la capital. Eso, para algunos analistas, mayormente occidentales, señala una “resistencia inesperada” por parte de Ucrania. El tiempo, sin embargo, juega a favor de Rusia, que todavía no desplegó la totalidad de las fuerzas destinadas a la invasión, que el Kremlin llama “operación militar especial”. 
  • Después de algunas idas y vueltas, funcionarios de Ucrania y Rusia comenzaron negociaciones en Bielorrusia.
  • Tanto Estados Unidos como el resto de la OTAN condenaron el ataque ruso, pero reiteraron su negativa a participar de un conflicto armado. Además de entregar armamento a Ucrania (de manera sorpresiva en el caso de la Unión Europea), la respuesta de Occidente, coordinada por el G7, se dio en el plano económico: luego de un primer paquete de sanciones a bancos e individuos rusos, hubo un acuerdo para desconectar parcialmente a Rusia del SWIFT, el sistema internacional de pagos. Las sanciones también alcanzan al Banco Central ruso, poniendo en peligro el robusto colchón de reservas que tiene el Kremlin. Su moneda se desplomó esta mañana.
  • Ucrania reporta 352 muertos y asegura que las bajas en las tropas rusas alcanzan las 4.300. Las cifras no fueron confirmadas por el Kremlin ni verificadas por los principales medios en terreno. Según Naciones Unidas, ya hay más de 500.000 desplazados, y la cifra podría llegar a los cuatros millones. Los hombres ucranianos que tienen entre 18 y 60 años no tienen permitido salir: pueden ser llamados a la guerra.
  • La amenaza está escalando. Putin puso a las fuerzas de disuasión nuclear en alerta. Las justificó como una respuesta a los anuncios de Occidente. Bielorrusia aprobó un referéndum que revoca su estatus no nuclear y según Estados Unidos va a enviar soldados al conflicto. 

Lo que no sabemos

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Sumado a las urgentes qué va a pasar y cuánto va a durar, podemos separar tres preguntas. La primera es qué busca Putin. La segunda es sobre cómo la OTAN se va a involucrar en el conflicto. La tercera es cuáles van a ser las consecuencias de la invasión para el mundo, pero sobre todo para Europa.

Son preguntas imposibles de responder por el momento, porque dependen del desarrollo del conflicto. Propongo acercarnos con algunas claves que fuimos publicando en Cenital, que ayudan a entender cómo se llegó a este punto, y agregar unas propias.

  1. Rusia

En este artículo que publicamos el sábado, la historiadora y traductora de ruso Noelia Perez Rivaben analiza las motivaciones citadas por el Kremlin en el anuncio de la invasión: “ayudar a los ciudadanos del Donbás, defender a Rusia de la OTAN, y desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Para Noelia, en su avance sobre el territorio ucraniano Putin combina razones geopolíticas con decisiones simbólicas. El foco en Kiev, el origen del primer estado eslavo-oriental; la conquista de Odessa, una ciudad que junto al control de Crimea le asegura un dominio total sobre el Mar Negro; y la toma de la central nuclear de Chernóbil, símbolo del declive de la Unión Soviética, así lo demuestran. El cuadro se completa con el cambio de gobierno –que el Kremlin considera ilegítimo– y la llegada de uno más afín a los intereses rusos.

Putin se aferró a una visión particular de la historia ucraniana. Afirmó que la nación fue un invento de los bolcheviques rusos (esto, sumado a la gestión del espacio sovietico en el marco de la disolución de la Unión en los 90, fue para Putin uno de los más grandes errores del Partido). Repitió también lo que ya había escrito en un extenso ensayo el año pasado: que el pueblo ruso y el ucraniano son uno, y comparten la misma historia, cultura y “espacio espiritual”. Por último, Putin describió al gobierno como un grupo cooptado por “neonazis” y nacionalistas que además de alejar al país de sus presuntas raíces amenaza a la población de origen ruso, de fuerte presencia en el este del país. Si tomamos por válida esta interpretación, las razones para intervenir son más que suficientes.

Por suerte podemos recurrir al Instagram Live que hicimos el miércoles con el periodista Ignacio Hutin, que sigue el conflicto desde hace años. Hutin nos explicó que Ucrania siempre tuvo una identidad nacional propia, separada de la rusa, localizada principalmente en el oeste del país y más orientada hacia Europa. Nos contó también que la presencia de grupos neonazis en los frentes nacionalistas es visible y tiene un capítulo particular en la Segunda Guerra Mundial, donde hubo sectores alineados a Alemania, pero no representan a la mayoría de los ciudadanos de esa región o a los que buscan un acercamiento a la Unión Europea, para el caso. Y nos habló de la vida cotidiana en la región del Donbás, envuelta en una guerra entre separatistas apoyados por Rusia –ahora formalmente reconocidos– y el ejército ucraniano desde 2014, con más de 14.000 muertos. 

Además de las motivaciones citadas por el Kremlin, con su posterior escrutinio en los hechos, se pueden agregar otras lecturas complementarias. Laura Carpineta pone el foco en movimientos recientes de la política ucraniana, con cada vez menos espacio para los jugadores pro-rusos. Hay, sin embargo, otras consideraciones acerca del rol de Putin en la crisis, su liderazgo y su futuro a partir de esta decisión trascendental. Si apartamos por un momento las consideraciones morales –de poca utilidad para la comprensión–, puede servirnos de algo para pensar lo que viene.  

La inquietud acerca de una presunta radicalización del líder ruso, dominado por una suerte de resaca imperial, circuló en varios análisis occidentales. Hace un par de semanas, Gideon Rachman, el prestigioso columnista del Financial Times, aseguraba que la respuesta a si iba a haber invasión o no dependía de qué versión se tenía de Putin: si la de un frío calculador estratégico o la de un líder nacionalista más impulsivo. Rachman creía que el peso de los veinte años de Putin en el poder, sumado a la pandemia, habían convertido al ruso en un líder más paranoico e insensato, más volcado a las lecturas –y producciones– sobre la historia y el legado imperial ruso, que a la disposición a negociar con Occidente. Y que por tanto la posibilidad de una acción radical no podía descartarse. 

Ariel Gonzalez Levaggi, secretario ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales de la UCA y especialista en la región de Eurasia, descarta la lectura esquizofrénica. “No hay dos Putin. Hay uno que ha utilizado varias estrategias en esta crisis, y ahora se decantó por una decisión que por el grado de movilización parece haber sido tomada hace varios meses”, me dijo. “Putin busca neutralizar a Ucrania, y a partir de eso generar nuevas reglas en el espacio europeo. En principio sería impedir la incorporación a instituciones euroatlánticas –la OTAN y la Unión Europea–, pero no sabemos si está buscando convertir a Ucrania en un Estado vasallo. O si busca dividirlo más. Dudo que si Rusia termina de conquistar el sur, que tiene salida al Mar Negro, lo vaya a devolver”.

Respecto al futuro de su liderazgo, hay dos frentes que me parecen importantes. 

El primero es interno. Y es sobre los costos de la guerra. Si bien se ya registraron protestas dentro del país –con más de 3.000 manifestantes detenidos según organizaciones locales–, las encuestas por ahora no muestran una mayoría en contra de la invasión: CNN afirma que hay más rusos dispuestos a usar la opción militar contra el ingreso de Ucrania a la OTAN que en contra; el centro Levada registró una subida al apoyo de Putin la semana pasada. Pero las actitudes pueden cambiar según cómo se desarrolle la operación militar, cuya duración es incierta. Hoy es imposible saber qué va a pasar en Ucrania. Pero aún si Rusia logra una suerte de victoria, no es descabellado pensar en un escenario donde haya focos insurgentes compuestos por grupos nacionalistas –y armados por Occidente– negados a aceptar un nuevo status quo. Los gastos del despliegue militar, sumado al daño que van a infligir las sanciones occidentales en una economía que ya se encuentra en crisis, pueden potenciar el descontento social. Acá Putin puede aprender de las campañas militares de Estados Unidos. O puede escuchar a Charly Garcia: “la entrada es gratis, la salida…vemos”.

El segundo frente es Europa. Esto supone preguntarse por los límites de la operación de Putin. Gonzalez Levaggi, por ejemplo, duda si el Kremlin se va a limitar a Ucrania o va a intentar algún tipo de maniobra –ya sea preventiva u ofensiva– sobre el resto del espacio pos-sovietico (Putin ya amenazó a Suecia y Finlandia respecto a su adhesión a la OTAN). El vínculo con el resto de la alianza, por otro lado, se proyecta mucho más tenso a partir de ahora.

Hacia allá tenemos que ir. Pero antes, una cosa más a tener en cuenta del lado ruso: todavía no vimos todo. “Rusia todavía tiene la alternativa, si la resistencia es buena, de virar hacia un ataque aéreo más fuerte, como hizo en Siria, para quebrar definitivamente al ejército ucraniano. Por ahora ha seguido una campaña aérea de precisión, más al estilo occidental, en parte por los costos en su imagen internacional que tendría la otra estrategia. Pero eso puede cambiar”, me explicó Juan Battaleme, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Buenos Aires y especialista en cuestiones militares.

Pero esta historia tiene otro protagonista.

  1. La OTAN (y Estados Unidos)

En el segundo artículo que publicamos, Bernabé Malacalza se pregunta por el rol de la OTAN en esta historia. Y como no lo dice explícitamente, la cita corre a cargo de Mundo Propio: es imposible entender el desarrollo de los acontecimientos –y por tanto, las motivaciones de Putin– sin prestar atención a la expansión de la alianza militar hacia el Este. 

Bernabé relata tres puntos de quiebre. El primero es en 1990, cuando James Baker, secretario de Estado norteamericano, le promete a Mijaíl Gorbachov que la alianza no se va a expandir hacia el Este, una promesa que queda rota a fines de la década, cuando la OTAN comienza a incorporar países del espacio post-sovietico. El segundo es en 1999, con la intervención de la alianza en Kosovo. El tercer episodio es el que se está desarrollando ahora, luego de que Rusia exigiera que la OTAN abandonara el compromiso que hizo en 2008 respecto a la incorporación de Ucrania y Georgia (escenario que, como hemos contado acá, estaba lejos de producirse en un futuro cercano). Y luego de dos manifestaciones previas: una invasión exitosa a Georgia en 2008 y una anexión, también exitosa, a Crimea en 2014. 

“Es muy sencillo –dijo Juan Gabriel Tokatlian en una entrevista con María O’Donnell–. Ninguna gran potencia quiere en su vecindario un actor hostil”. Y cita un ejemplo: la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, cuando Estados Unidos se rebeló contra la decisión de la entonces Unión Soviética de armar a la isla. 

Pero la expansión al este cuenta una historia más grande.

Lo dice Stephen Walt en un texto escrito un día antes de la invasión, por lo demás una brillante clase de argumentación. El origen del problema en el que se metió Estados Unidos reside en su incapacidad para reconocer los límites de su poder y plantearse objetivos realistas. Si la línea te suena, quizás es porque Joe Biden la repitió hasta el hartazgo cuando justificó la retirada norteamericana en Afganistán (ya vamos a llegar acá). Para Walt, Washington creyó que podía expandir la OTAN hacia el este sin enfrentar una reacción de Moscú y sin generar, por ejemplo, que Rusia decidiera acercarse a China. Según este argumento, era evidente que lo que Rusia veía como una provocación –y, por qué no, una humillación– iba a traer consecuencias no deseadas. 

Algo tienen en común la expansión al este de la OTAN y la intervención estadounidense en Afganistán: son postales de un mundo unipolar, donde el muro había caído, y Estados Unidos no era solo la potencia más picante del condado, sino la única. Algo tienen en común, entonces, la retirada de Afganistán con este escenario. Estados Unidos debe lidiar con los límites de su poder y la llegada de un nuevo contexto global, donde ese poder es menor, se encuentra fragmentado, se comparte. Y no es solo que la debilidad se huela. Hace tiempo que Estados Unidos –y esta es una de las pocas agendas bipartidistas– viene diciendo que su atención y recursos militares van a estar cada vez más destinados al Asia Pacifico, el teatro de la confrontación con China, en detrimento de regiones como Europa o Medio Oriente. 

Y acá estaba para Walt el callejón sin salida. Rusia había demostrado que Ucrania era un escenario de alta prioridad y por el cual estaba dispuesto a usar la fuerza. Estados Unidos, en cambio, había demostrado que ese territorio no era una prioridad y había aclarado que no se iba a involucrar militarmente. Al mismo tiempo, no estaba dispuesto a acceder a una concesión diplomática como la que pedía Rusia respecto a la OTAN, lo que Walt define como una incapacidad para “empatizar” con las preocupaciones de Moscú (con el diario del lunes, y aunque sea contrafáctico, vale preguntarse si una concesión iba a frenar la invasión o ya era demasiado tarde). Visto de esta perspectiva, el desenlace no es descabellado. Paradójicamente, Estados Unidos lo predijo a la perfección. Le avisó a Ucrania que se prepare porque el lobo iba a llegar, mientras avisaba que no lo iba a enfrentar. Y el lobo llegó. 

Dos apuntes más. El primero supone repetir lo que dijimos en el correo de Afganistán: el repliegue de Estados Unidos, que busca salir de Europa, no es solo hacia el Asia Pacífico. Es también hacia dentro. Estos días nos dejaron dos buenos ejemplos. En su primera respuesta a la agresión rusa, Biden destinó buena parte de su discurso a tranquilizar a los ciudadanos estadounidenses, a los americans taxpayers, de que los precios de los combustibles no van a subir y que Estados Unidos no va a ser arrastrada a una –a otra– guerra. Por otro lado, la reacción de Trump a la invasión rusa fue elocuente: “Putin es un genio”, dijo. Unos días después anunció que va a ser candidato en 2024.

Lo segundo nos lleva a las consecuencias del lado europeo respecto a un vínculo más tenso con Rusia. Acá se empiezan a vislumbrar las sombras de la avanzada de Putin, que pedía por una menor presencia de la OTAN en sus fronteras. La alianza seguramente se vea reactivada. Putin posiblemente logre lo que ni Trump ni Biden pudieron: que los europeos comiencen a gastar más en defensa (el anuncio de Alemania de que va a honrar el compromiso de destinar el 2% de su PBI a ese área es bastante simbólico). Seguramente contribuya también a elevar el perfil de actores como Polonia o Hungría. Pero todavía hay discusiones donde es temprano para especular, porque no sabemos cómo va a terminar esto. Por ejemplo, los refugiados ucranianss. O la dependencia respecto al gas ruso –cuyo valor ha subido– y cuya compra Europa por ahora no ha detenido, si bien deberá reemplazarlo a mediano y largo plazo. 

El interrogante más grande, sin embargo, es si Estados Unidos y el resto de la OTAN mantendrán su posición de no involucrarse militarmente en el conflicto, más allá de suministrar armamento (cada vez más pesado). Eso cambiaría casi todo lo que dijimos hasta acá. Putin confía en que su armamento nuclear –al cual aludió tácitamente en su amenaza a Occidente– sea suficiente para mantenerlo alejado. Pero la guerra es improlija por naturaleza. Además de impredecible.

  1. Oh, mundo

El último texto es de Federico Merke, que se toma el trabajo de mirar la cosa desde arriba. Su primera conclusión es que el orden de seguridad europeo que emergió tras la guerra fría se encuentra en una crisis profunda (alguien más arrebatado, pongamos, un periodista que escribe sobre cosas que lo desbordan, diría “agotado”). Dice Federico:

Ese orden se construyó sobre dos expectativas fundamentales: (1) que la expansión de la prosperidad y la expansión de la seguridad irían de la mano a través de la ampliación de la Unión Europea y la OTAN y (2) que la interdependencia económica y comercial con Rusia (especialmente de Alemania) generaría incentivos para establecer vínculos estables, pacíficos y predecibles con Moscú. Nadie era inocente. Los conflictos entre Bruselas y Moscú, claro, aparecerían. Pero el costo del conflicto armado sería muy elevado como para tomarlo seriamente.

Este equilibrio entre prosperidad y seguridad se fue disolviendo de a poco cuando Putin percibió que no se estaba quedando ni con manteca ni con cañones, y comenzó a desarrollar una política exterior de carácter más ofensivo.

Esta crisis descansa sobre otra mayor: la de todo el orden liberal de la posguerra. Federico se pregunta por el rol de China, cuyo ascenso es uno de los factores que lo ha puesto en jaque. Decíamos hace unas semanas que Xi y Putin se juntaron para reforzar su asociación estratégica y publicaron un jugoso documento con su visión sobre un orden global alternativo al liberal. Allí hablan, entre otras cosas, de los elementos de una nueva multipolaridad y decretan una tendencia a la redistribución del poder en el mundo.

China, que tiene intereses comerciales en Ucrania y pide respetar su integridad territorial, no ha condenado la agresión rusa y se abstuvo en una votación de Naciones Unidas para rechazarla (otro voto clave fue India, que no ha perdido su cercanía militar con el Kremlin). Resta saber si va a tener algún rol en un posible escenario de negociaciones. Dice Federico: “China debe demostrar que además de pensar en términos de razón de estado piensa en términos de razón de sistema (internacional). De lo contrario, no habrá consumido capital político en el conflicto en Ucrania, ciertamente, pero tampoco habrá ganado capital diplomático y reputación”. 

Juan Battaleme espera una mayor coordinación militar entre Rusia y China. “No descartaría algún ejercicio cerca de Europa”, dice. Pero advierte que una diferencia clave con otros contextos históricos, por ejemplo el de la Segunda Guerra Mundial, es que Beijing y Moscú no forman un eje militar. Le pregunté si China podría aprovechar este momento para invadir la isla de Taiwán.  “No lo veo. Taiwán no es Ucrania. Estados Unidos ahí sí está involucrado militarmente”, me respondió. Suena sensato: nadie quiere apostar contra la que todavía es –y por varios cuerpos– la mayor potencia militar. 

¿Pero estamos tan lejos de un conflicto así? Las escenas de Rusia entrando a Ucrania, visibles desde CNN a TikTok, ¿no nos hacen reflexionar sobre lo cerca que podemos estar de un escenario tal, como la trama de fondo de la aclamada Years and Years? ¿Puede ser que algo de esa percepción haya amplificado nuestra reacción ante la invasión, por lo demás devastadora en el tejido humano de Ucrania?

Un comentario más y dejamos por hoy. La crisis del orden liberal internacional ya lleva años. Y sus efectos en la proliferación de conflictos armados en los que Estados Unidos no cumple rol alguno –o China, para el caso– también viene desde hace tiempo. Hace más de un año que Etiopía se encuentra en guerra civil, apenas un poco más que Myanmar. Pasó con Nagorno Karabaj, sigue pasando en Yemen. ¿Por qué dejamos de hablar de Afganistán y la lucha diaria de los talibanes contra insurgencias diversas? Y para los efectos de la crisis climática quizás deberíamos hacer otro correo. 

Hace tiempo que los efectos más drásticos de la crisis se vienen desplegando por todos lados. La diferencia es que esta vez se ven en Europa. Le podemos decir, sin temor a equivocarnos, doble vara. También le podemos decir síntoma.

Acá dejamos por hoy. 

Desde que hicimos el Live con Ignacio, pasando por el especial del fin de semana, a esta entrega, en Cenital nos rompemos la cabeza para ver qué contenido de calidad te podemos ofrecer en momentos tan delicados. Sería importante y de gran ayuda que nos puedas apoyar.

Un abrazo,

Juan

PD: el jueves, en plena panzada de scrolleo en tuiter, me crucé con esta breve columna de Jorge Carrión, casualmente publicada el mismo día. Allí, el español hace una defensa del periodismo de largo aliento en un contexto donde nuestro consumo mediático se produce a través de “una ráfaga constante de microdosis difusas”, ya sea en redes o páginas webs. Es el periodismo en el que todavía creemos. Me pareció importante recordarlo.

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.