Putin, ni tonto ni loco

Un análisis de las tres razones rusas para invadir Ucrania, más allá de la caracterización del presidente.

Para ciertos sectores, siempre predispuestos a ver en Rusia una amenaza constante, la invasión a Ucrania no es ninguna novedad. Quienes creen que Putin es un megalómano capaz de soltar osos para que la población no salga a la calle no se sorprenden con lo que está ocurriendo. Algunos incluso se regodean de que finalmente se haya quitado la máscara y muestre su verdadero rostro.

A Putin le caben muchos calificativos, pero ni tonto ni loco concuerdan con él. En sus mensajes televisados del 21, 24 y 25 de febrero el presidente ruso expuso tres razones fundamentales para la “ineludible operación militar”: ayudar a los ciudadanos del Donbás, defender a Rusia de la OTAN, y desmilitarizar y desnazificar Ucrania. Es necesario dejar en claro que sus motivaciones no sólo son geopolíticas sino también fuertemente simbólicas.

El territorio

En su mensaje del 21 de febrero, Putin pidió a los miembros de la Asamblea Nacional que traten un proyecto de ley para legitimar la autoproclamación de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk, y firmar con ellas un acuerdo de amistad y ayuda mutua. Esta propuesta tenía dos objetivos. 

El primero consistía en oficializar en los papeles una aceptación existente desde el comienzo mismo del conflicto en el Donbás en 2014. No hay dudas de que estas dos provincias jamás habrían podido subsistir en conflicto con el poder central sin la ayuda militar y económica de una potencia. Además, en 2018 la Asamblea Nacional rusa había aprobado una ley para que los ciudadanos de las autoproclamadas repúblicas pudieran acceder fácilmente a la nacionalidad rusa.

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Al oficializar este reconocimiento, Putin echó por tierra cualquier posibilidad de continuar con los Tratados de Minsk y allanó el camino para la invasión. En el proyecto promulgado por la Asamblea Nacional se aclaraba que se respetarían las fronteras conforme a lo establecido en las constituciones de las autoproclamadas repúblicas. Según estos documentos, sus fronteras coinciden con la de las provincias ucranianas, pese a que los separatistas no se encuentran en control de todo este territorio. En otras palabras: la invasión era inminente. 

Sin embargo, Putin no se conformó con el Donbás y está avanzando sobre todo el territorio ucraniano. Ante esto, la justificación del gobierno ruso radica en una potencial defensa ante posibles ataques de la OTAN. Es cierto que la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue creada para “contener” a la Unión Soviética y que Rusia, en tanto heredera legal de la URSS, sigue siendo su primer objetivo. De más está decir que esto no justifica una guerra. No fue un justificativo durante la invasión a Osetia del sur en 2008 en el marco de la guerra ruso-georgiana y no es un justificativo ahora.

Entre la geopolítica y la simbología

En el primer día de invasión, Putin hizo evidente que hay tres lugares que le interesa particularmente dominar: Kiev, Odessa y Chernóbil. Kiev no solo es la capital del país sino que es la capital del que fuera el primer estado ruso: la Rus de Kiev. Muchos ucranianos esgrimen con desdén que Rusia es su hermana menor porque el primer estado eslavo-oriental fue creado en su territorio. Putin desaprueba esta perspectiva y lo dejó en claro en su propia y particular versión de la historia ucraniana en su mensaje del 21 de febrero.

Por otro lado, Odessa es una ciudad central para la economía y la estabilidad del Mar Negro. Quien detente el control de Crimea y Odessa se asegura el dominio comercial y militar del Mar Negro. Pero no es únicamente una cuestión de geopolítica. Odessa es una ciudad de vital importancia en el inconsciente colectivo ruso como una ciudad “fuerte”, de marinos y bandidos. “Rostov es el papá y Odessa la mamá”, afirma un dicho ruso, haciendo referencia a las dos ciudades con mayores crímenes durante la Unión Soviética. El dominio de Odessa busca replicar el éxito de Putin al dominar las mafias que asolaron a la Rusia de los años 90. 

Por último y para nada menor: Chernóbil. Al margen de cuán aprovechable es una región devastada por una catástrofe nuclear como la que ocurrió el 26 de abril de 1986, aquí, de nuevo, la carga simbólica es lo importante. La URSS no cayó por la explosión en Chernóbil pero sí dejó en evidencia que el Partido ya no podía seguir acumulando polvo debajo de la alfombra. Al controlar Chernóbil, el mensaje es claro: “esto no se termina, esto recién empieza”. 

La propuesta

En la reunión televisada con miembros del gobierno el 25 de febrero, Putin declaró que en Ucrania no combaten  fuerzas de seguridad regulares sino “milicias nacionalistas que, como es sabido, tienen la responsabilidad por el genocidio en el Donbás y la sangre de los ciudadanos pacíficos de las repúblicas populares (de Donetsk y Lugansk). Estas formaciones, argumenta, son “neonazis drogadictos” que actúan bajo influencia de “consultores” extranjeros, especialmente, estadounidenses.

En virtud de este panorama, Putin instó a los militares ucranianos a tomar el poder con sus propias manos. De esta manera “será más fácil llegar a un acuerdo”. Lo mismo hacen los medios rusos: transmiten imágenes de una Ucrania tranquila, en absoluto inquieta con la presencia de tanques en sus calles, piden a los ucranianos que no opongan resistencia, ya que así será peor. Pareciera que de a poco están construyendo consenso para crear un nuevo gobierno, uno que bajo ningún punto de vista quiera entrar en la Unión Europea ni en la OTAN.