Julián Álvarez, el arte de ser indetectable

Le ardía el bocho. Era su primer Superclásico en inferiores. No era presión. Había amanecido con una banda de fiebre. En los papeles, iba a ser titular. Le suplicó a Juanjo Borrelli que no lo devolviera a la pensión. No reunía las condiciones. Probaron con una aspirineta. Suficiente razón como para habilitarlo en el banco de suplentes. Tenía 16 años. En el entretiempo, le tocaron la frente. Caliente. Necesitaba sobrevivir a esos dolores. Aseguró que podía cuando el entrenador de la séptima división le pidió un símbolo de pulgar. La chapa indicaba 1–1. A los 20 del segundo tiempo, lo metieron. Era el predio de River en Ezeiza. A los cinco de que había rozado el césped. Un centro. El arte de contorsionar el cuerpo. Por el aire, cara interna, la obsesión con cambiarla de palo. Un golazo. Para ganar. Nada en la vida se define en un instante. Hay detalles que subrayan una forma de ser. Julián Álvarez estaba explicando de qué estaba hecho.

–¿Por qué Julián Álvarez es tan bueno?
–Porque es indetectable.

El fino concepto es de un miembro de la Selección argentina. Sus compañeros de la categoría 2000 de River lo reafirman: “A mí siempre me sorprendió la visión de juego que tiene con y sin la pelota”. Borelli, ahora en la Reserva, antes en inferiores, lo describe: “Tiene un algo extraño, como que tira la pelota hacia adelante y parece que no va a llegar, pero tiene todo controlado”.

Embalse es un pedacito hermoso de Córdoba. Enmarcado en el valle de Calamuchita. En un torneíto de ahí, lo vieron. Había superado los quince años. Para la modernidad del mercado futbolístico, etiquetaba casi viejo. Podía ser el último tren. “Sabía que las oportunidades se me iban a acabar”, pensó él. Los buenos entran siempre. River lo fichó. Lo incorporó a su mundo. Pensión, escuela, psicólogos, nutricionistas, predio de Ezeiza, partidos que espían los scouts más poderosos del mundo. Una vidriera donde la gente pasa a valer millones. Los entrenadores de inferiores intentaron cuidarlo. A la fuerza. Lo pusieron de suplente. Seis partidos. Cosa de que no fuera demasiado rápido. Una lógica que en algunas primeras citas se vuelve imposible. Cuando fluye magia, no hay tesis que aguante. Partiendo desde el banco era el goleador del equipo. Siete gritos representaban demasiado para un debut. Cuatro fechas antes de que culminara el año, con trece puntos de diferencia, fueron campeones.

Calchín no supera los tres mil habitantes. Es tan pequeño que hasta el propio Álvarez se hace chistes sobre la extensión del lugar donde nació. Por ahí circula la ruta provincial 13. Está a 110 kilómetros de Córdoba capital. Como todos esos poblados que narra hermosamente Osvaldo Soriano en Una sombra ya pronto serás, posee esos nombres de calle que justifican la nacionalidad: Sarmiento, San Martín, Belgrano y 25 de mayo. Su arraigo ahí es potente. Su papá, Gustavo, labura de camionero. Su mamá, Mariana, es docente en la escuela. Una mañana, había visualizado que los niños y las niñas habían redactado una hojita con sus sueños. Espió el de su hijo: “Quiero ser jugador de fútbol profesional”. La última palabra, tan tajante, le aclaró adónde iba el corazón de su pibe.

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El dato lo pasó un árbitro. Piero Foglia es el director deportivo de Atalaya de Córdoba. Uno de esos tipos que andan pispeando las geografías de Argentina para ver qué nuevo crack brota de la tierra. “Hay un pibito en Calchín que marca mucho la diferencia”, le tiró. Álvarez tenía once años. Un diamante en bruto. Sin metáforas. Movió un contacto. Se lo llevó a España a una prueba en el Real Madrid. La rompió. Amontonó goles. La reglamentación en 2011 no era la misma que cuando Lionel Messi aterrizó en Cataluña. Había que esperar a los dieciséis. Se trajo unas fotos con Gonzalo Higuaín. Y una gran desilusión.

En Argentina, midió su suerte en Argentinos y en Boca. No encajó. Más tarde regresaron a buscarlo, pero ya no era el momento. Su corazón se había teñido de riverplatense. Su formación en la pelota estaría dedicada unos años más en Futura Estrellita y en Calchín Fútbol Club. A veces, no existe nada mejor que casa. Lo cobijaba Rafael Varas, su entrenador de siempre. El mismo que porta como imagen de WhatsApp la casaca número nueve de River. Hay vínculos tan profundos que no necesitan de ningún gesto. El papá Álvarez se apareció por la puerta de la casa del primer técnico de su pibe. Tenía una camioneta. Se bajó y le dijo: “Esto te lo manda Julián. Es para que puedas trabajar a la tarde en el pueblo”. Una mano para que pueda distribuir sus productos alimenticios. Lo narra la canción. Acordate de dónde saliste y que ahí siempre se puede volver.

Julián estrenó su carnet de ciudadano ilustre luego de que River ganara la Libertadores en Madrid. A los 96, ya en el suplementario, antes de que Juan Fernando Quintero dibujara uno de los mayores hitos del fútbol argentino, ingresó por Exequiel Palacios. Cinco minutos antes, habían expulsado a Wilmar Barrios. Marcelo Gallardo ponía toda la carne al asador. “Ver cuando Infantino le ponía la medalla es algo que no puedo explicar”, le contaba papá Gustavo al periodista Hernán Laurino en el aeropuerto de Córdoba, mientras esperaba que desembarcara. Un delirio. Abrieron el estadio del Club Atlético Calchín para que el público lo alentara. Se mandaron de neutrales hinchas de Boca a los que les explotaba el cuore por lo lejos que había viajado el nombre del pueblo. Caían de ciudades cercanas. Apenas 18 años sumaba Álvarez. Su perfil de Wikipedia coleccionaba la gloria.

En el Etihad Camp, el predio del Manchester City, el ejercicio resultaba frecuente. Pep Guardiola lo traía como herencia del cruyffismo en Barcelona. El primer formato de la práctica consistía en un medio. Organizado en seis que la manejaban y dos que marcaban. Jorge Sampaoli lo usaba para que calentaran las piernas y las neuronas. Álvarez oficiaba de sparring. Corría como un perro de presa. Lionel Messi le tiró un tubo. Distante de ofenderse, sonrió. “El mejor caño que me hicieron en mi vida”, relató, después.

Es jodido dormir en el predio de Ezeiza de la AFA. Suena raro, pero hay mentes que no soportan estar entre los mejores del país. “Vino un día y se quedó y no extrañó y eso es muchísimo”, explica Hugo Tocalli cuando le consultan sobre por qué Javier Mascherano es un futbolista especial para la Selección. Lionel Scaloni fue campeón con Argentina en el sub-20 de Malasia en 1997. Disputó muchos encuentros de la mano de Marcelo Bielsa y participó en el Mundial de 2006, en Alemania, siendo titular contra Holanda y frente a México. Comprende que no es poca cosa el pedigree de bancarse esos ratos en que se entona el himno y late la pregunta del quién carajo me mandó a estar acá. No pudo estar en el torneo de L’Alcudia de 2018 porque Gallardo lo necesitaba en River. En 2019, intervino la Copa del Mundo sub-20 en Polonia. El cuerpo técnico interpretó que era tiempo de foguearlo y convocarlo para la mayor. Hasta que dejó de ser un proyecto.

Julián tiene un plus que enloquece a Gallardo y a Scaloni. “Es increíble cómo progresa y las ganas de entrenarse que tiene”, describe el entrenador de la Selección. No se trata simplemente de una condición de voluntad. Es que aquellos que entienden demasiado el juego poseen una facilidad mayor para adaptarse a puestos. O a esquemas. En Argentina apenas apiló unos minutos frente a Bolivia en la Copa América. Su crecimiento es exponencial.

Para el nuevo campeonato, River perdió a Rafael Santos Borré que emigró al Eintracht de Alemania. El colombiano y sus 56 gritos son el récord en la era Gallardo. El temor de su partida lo suplió Julián. Acumula siete tantos. Un promedio superior al 0,5. Es el máximo anotador del equipo. Rubricó su firma con los dos golazos en el Superclásico. A lo Higuaín. Ritual necesario para conquistar al público riverplatense.

Indetectable. El concepto resuena. Esa capacidad de recibir entrelíneas. De desordenar a un rival. De entender cómo jugar largo y cuándo jugar corto. Un cuerpo humano adaptable desde el concepto a ser extremo, mediapunta, segunda punta. O centrodelantero, cuando se ausenta Lautaro Martínez, como frente a Paraguay. Hay un video muy tierno de Julián de niño en que pareciera resumir esa vocación cartográfica: “Yo la tiré un par de veces y estaban en offside o se iba larga entonces decidí encarar yo y salió bien”. Es cautivante saber que esta historia recién comienza y que solo él sabe hasta dónde puede ir. El secreto de sus ojos.

Julian Alvarez
El arte de ser idetectable

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.

Nombre:
Julián Álvarez
Apodo:
Araña
Nacimiento:
31 de enero de 2000
Nacionalidad:
Argentina
Altura:
1,70 m
Peso:
71 kg

Subtitulo

Debut deportivo:
River Plate
Club:
Manchester City
Liga:
Premier League
Posición:
Delantero

Subtitulo

Selección:
Argentina
Debut:
3 de junio de 2021
Dorsal:
9
Partidos (goles):
11 (2)

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