Ho visto picar a Nicolás González

Tren, micro y combi. Desde Escobar hasta el Bajo Flores. Seis horas diarias entre ida y vuelta. Un cuerpo adolescente en la vida de un obrero maltratado. Horas de celular. De la napia clavada en una ventana. Para llegar al fin de semana y ser suplente en las inferiores de Argentinos Juniors. La pregunta es si existe el azar. Esa suerte de que un día de mierda en que alguien decide largar todo se cruza con otro que lo salva. Fernando Batista le apareció en la vida. Con un siete de espadas en el antebrazo para retarlo a un retruco: “¿Vos querés que te lastimen en novena o en octava división o romperla cuando estés en sexta y en quinta división?”. Click: Nicolás González maduró.

El Bocha mezcló las cartas y detrás de las palabras sacó una anécdota. Hay historias tan pesadas que se vuelven mitos. Habló de su hermano. Al Checho, el volante central de Argentina 1986, campeón de la Libertadores 1985, tampoco le daban bola de pibito. No sólo se trata de talento sino de sed competitiva. Aguantó y brilló. Lo mismo le pedía a González. Que no sólo posee una gran zurda. Sino que escucha.

Había probado suerte en Platense y en River. Algo del fútbol no le convencía. Le costó pertenecer, aunque su sonrisa siempre pareciera mostrarlo a gusto. La quinta división resultó su mar Rojo. Empezó a romperla. Tan imparable que Gabriel Heinze lo mandó a llamar. El Bicho se hallaba en la B. Cada día jugaba mejor, pero hacía falta un desequilibrio mayor. González había desandado toda su carrera de volante por izquierda. Cuando un dibujo táctico permitía un wing, lo ubicaban allí donde se autopercibía cómodo. El Gringo necesitaba un centrodelantero. La vida lo puso allí. Para que la rompiera.

La categoría 98 de La Paternal poseía dos talentos. Alexis Mac Allister y él. Los dos debutaron en 2016, de la mano del Gringo. Con él la apuesta ocurrió más fuerte. El entrenador deseaba profundamente que le fuera bien. Lo encaró en la previa de un encuentro contra San Martín de Tucumán. Le aclaró: “Me da lo mismo cómo juegues, divertite”. Por dentro, el técnico no lo procesaba de la misma manera. Cuando había propuesto incluirlo, lo miraron de reojo. “Quería que le fuera bien para convencer a los demás”, certificó el conductor, tiempo después.

Alternaba con Javier Cabrera. En los papeles, figuraba como el sexto delantero. El tema es que empezó a convertir. Cuatro goles en veinte partidos. González disponía el mismo destello de talento que lo vuelve imprescindible: ser un picador. Por afuera del lateral, entre el marcador de punta y el central, a la espalda del volante o del interior. Siempre se la ingenia para arremeter en el momento justo. Así no sólo se ganó la confianza de Lionel Messi. Así marcó uno de los gritos más importante de su carrera. Contra Gimnasia de Jujuy. Minuto 42 del segundo tiempo. Miguel Torren, de central, lo vio y cortó la bocha con el empeine. La estampida de Nico resultaba imparable. Con el galope se metió dentro del arco. Controló con el pecho hacia adelante como los valientes. Apenas 19 años y la camiseta como ventilador flotando por el aire. Fulminó al otro palo. Tres años más tarde, haría la misma jugada, calcada, para abrir un encuentro de Eliminatorias contra Perú.

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No quedó mucho tiempo. Hay futbolistas que empiezan a sobrarle a la liga. En los últimos años quedó graficado con Lautaro Martínez y con Julián Álvarez. Argentinos había subido a Primera y Alfredo Berti se situaba a cargo del proyecto. González completaría 40 partidos con la casaca de los Bichos: mitad en el ascenso y mitad en la A. “Nosotros lo dejamos de centrodelantero. Es rápido, ágil y con un estilo integral. Me gustan los nueves que inquietan la salida del rival”, justificaba el entrenador. El jugador respondía sobre el césped. Tanto que chocaba con Lucas Barrios, el histórico punta con pasado en Alemania que había aterrizado en La Paternal. La estadística resultó una locura: cinco gritos en doce encuentros. De repente, se habían clasificado para la Copa Sudamericana. Vivía días hermosos. Hasta que del fútbol italiano se pusieron en contacto para comprarlo. Se le movió el piso: el Inter lo andaba pispeando. No se convencía, pero su cabeza le daba para pensar más allá: “Estoy muy cómodo, pero si mi venta sirve para poner las cuentas en el club, bienvenido sea. Sé que los empleados en el Bajo Flores la están pasando mal y yo nací ahí”.

Su destino culminó más extravagante. El Stuttgart había adquirido a Santiago Ascacíbar y la experiencia del argentino funcionaba a la perfección. Lo intentaron con un compatriota. Apenas conocía el recorrido entre el Conurbano y su casa. De repente, moraba en otra parte del planeta. Estaba en el ascenso alemán y no comprendía cómo venía la cosa. Pese al clima, nada se sentía frío: todos los fines de semana, florecían sesenta mil almas para alentar. Eso lo hacía sentir a gusto. Le costó. No el idioma. El juego. Sin menospreciar a la liga argentina, percibía que había un mayor desarrollo técnico. Miraba los entrenamientos de los juveniles alemanes de diez años y se embobaba con los controles ambidiestros que poseían. Ese detalle se lo puso entre ceja y ceja. Practicar hasta que la bocha se le adhiriera al cuero.

Las reglas de la institución continuaron ordenándolo. Había multa si después de cada entrenamiento no se limpiaba sus propios botines. Los horarios eran intensos. Por eso, casi no se movía de Alemania. Alguna vez, visitó Hamburgo, pero en general permanecía en Stuttgart para no pifiar los horarios. Pretendía que su mamá y su papá se desplazaran a vivir ahí, pero era imposible. Así que aprendió a arreglárselas solo. Jamás olvidará que le tocó la pandemia ahí. Y que fue uno de los máximos anotadores en el retorno a la Bundesliga.

“Antes del partido estaba con nervios, pero cuando empezaron a salir las cosas me tranquilicé”. González se presentó en un amistoso mágico para la Selección de Lionel Scaloni. Un 6 a 1 frente a Ecuador, en España. No era la primera vez que vestía la celeste y blanca. Batista, su padre futbolístico, lo había convocado para el Panamericano en el que conquistaron la medalla de oro. De aquel plantel, compartió el título de la Copa América con Cuti Romero, Nahuel Molina, Lisandro Martínez, Nicolás Domínguez y Julián Álvarez. El Bocha dejó el sub 20 para sumarse como colaborador de José Pekerman en Venezuela. La maduración de jugadores desde inferiores hasta la mayor demuestra una sintonía fina en la AFA.

En la Selección, logró imponerse no sólo por su talento sino por su regularidad. Lucas Ocampos marchaba como un rey del fútbol europeo. Lo pretendían del Manchester United y del Milan. Se lesionó y comenzó a bajar. El ex River poseía momentos top y malos ratos desde inferiores. Para Scaloni, la banda izquierda en Eliminatorias comenzó, frente a Ecuador, con triple zurdo: Nicolás Tagliafico, Marcos Acuña y Ocampos. Para el segundo encuentro de local, cambió la historia. Un 3–4–2–1 conformado por Franco Armani; Gonzalo Montiel, Martínez, Otamendi; Rodrigo de Paul, Leandro Paredes, Exequiel Palacios, Nico González; Lionel Messi, Ocampos; Lautaro Martínez. El gol lo convirtió el parido en Argentinos Juniors. Ese día cambió la fisonomía del conjunto de Scaloni. Ángel Romero lesionó al volante central surgido en River y su lugar lo obtuvo Gio Lo Celso. Desde ese día, el enganche de Rosario Central se ganó la confianza de todos.

Ese, aun así, no fue el partido clave de González. La fecha siguiente, en Lima, alumbró la armonía. Surgió la Scaloneta. Paredes emergió como un líder indiscutido. Nació el esquema que triunfaría en la Copa América: 4–2–3–1. El ex Argentinos mostró la mejor de sus cartas de volante por izquierda, picándole a Messi. Esa tarde repitió su sed goleadora.

El salto de la Copa América se le reflejó en los clubes. De Stuttgart a Fiorentina. A una vida más latina y en la que se sentía más confortable. Nicolás Burdisso, director futbolístico de la institución, creyó en él. La casa de Gabriel Batistuta resulta ideal para los argentinos. Ese aura lo gozaron Germán Pezzella y Lucas Martínez Quarta.

En la cabeza de Scaloni, González perdió el puesto contra uno de los mejores. A veces, los rivales dignifican. Para la final de la Copa América, el entrenador escogió la ficha Ángel Di María. Marcó el gol y la gloria. Luego del Maracanazo, Fideo se transformó en el futbolista más desequilibrante de la Selección. Correr de atrás nunca es un problema para quien metió tren, micro y combi. Cuando menos se lo esperen, click y Nico está picando.

Nicolas González
Ho visto picar a Nico González

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.

Nombre:
Nicolás González
Apodo:
Turbo
Nacimiento:
6 de abril de 1998
Nacionalidad:
Argentina
Altura:
1,80 m
Peso:
72 kg

Subtitulo

Debut deportivo:
Argentinos Juniors
Club:
Fiorentina
Liga:
Serie A
Posición:
Mediocampista y delantero

Subtitulo

Selección:
Argentina
Debut:
13 de octubre de 2019
Dorsal:
15
Partidos (goles):
21 (3)

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