Misterios en el aire

Un Hilo que se remonta a los cielos para preguntarse por los misterios aéreos en documentales, libros y canciones.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, dentro de todo, disfrutando con algo de culpa este clima deforme que no es nada invernal sino bastante húmedo y primaveral (por lo menos al momento de escribir este texto).

Vayamos a lo que nos convoca. Para esta entrega decidí concentrarme en una especie de segunda parte del Hilo Conductor sobre el cielo. Será sobre el reverso misterioso de lo que pasa en el aire. Sin mayores explicaciones pero con un poco de fascinación morbosa, hoy vamos a hablar sobre aviones y misterios, sobre cielos o vuelos traicioneros, a partir de varios documentales, libros y canciones.

El otro día, en una cena con amigos y amigas, todas confesamos qué tipo de contenidos nos causan debilidad. Uno dijo que miraba muchos videos sobre barrabravas, otro sobre animales depredadores cazando a sus presas. Yo mencioné que me apasionan las noticias sobre accidentes o misterios aéreos. Si se estrella un avión o me entero de una historia extraña sobre la aeronáutica del pasado, voy a fondo y le doy clic sin dudarlo. Incluso reviso portales de otras partes del mundo, busco por hashtag en Twitter. ¿Por qué? No sé bien por qué. ¿Quizás porque mi bisabuelo fue aviador de un biplano especialista en acrobacia aérea? ¿O porque me sigue pareciendo increíble que podamos surcar los cielos en máquinas?

Para ilustrar, esta vez vamos a usar fotografías de aeropuertos tomadas desde el aire. Más específicamente, de las pistas de estacionamiento de aviones y jets, tan distintos a los mundanos garajes de los coches. Me parecen curiosas, bellas a su manera, siempre ajetreadas.

Empecemos.

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UNO. Myriam Stefford, aviadora excéntrica

La de Myriam Stefford es una historia de esas que tienen muchos ingredientes: glamour, pasión, tragedia. Es que esta actriz nacida en Suiza en 1905, hija de padres italianos y de una belleza singular, fue la primera esposa del oscuro Raúl Baron Biza, terrateniente cordobés y escritor díscolo, autor de El derecho de matar. Myriam de jovencita trabajó como actriz en films alemanes de la UFA hasta que en 1928 conoció a Raúl en Viena. El exotismo y la galantería del millonario argentino la fascinaron y juntos se creyeron los dueños del mundo: esquiaban en Saint Moritz y se bronceaban en las playas de la Costa Azul a todo lujo. Se casaron nada menos que en la Basílica de San Marcos, en Venecia. Y ya en Buenos Aires, se instalaron en el barrio de Recoleta. Myriam había abandonado sus pretensiones artísticas, quizás a expensas del deseo de su marido, y se limitaba a posar para las fotos emperifollada con joyas y pieles, y asistir a cuanta gala hubiera en el Teatro Colón. Por entonces, entre el aburrimiento de la alta sociedad y las pasiones que permite el dinero, se despertó en Myriam el interés por la aviación luego de un vuelo a Río de Janeiro que hizo con su esposo. Fiel a su estilo de apuntar a lo más alto, consiguió que un instructor alemán la preparara, y en dos meses ya tenía permiso para volar. Los cielos argentinos iban a deparar aventuras y sorpresas. “Quiero llegar con mi avión adonde nunca llegó otra mujer”, decía, y en un aeroplano biplaza bautizado “Chingolo”, regalo de Raúl, se propuso unir las catorce capitales del país en esa época. De Buenos Aires a Corrientes, y de allí a Santiago del Estero, Jujuy, Tucumán, La Rioja… Pero en agosto de 1931, el motor del avión se detuvo en el aire camino a San Juan, y Myriam y su copiloto murieron en un paraje lleno de polvo. Ella tenía 26 años.

Alrededor del accidente hubo toda clase de conjeturas, desde que Baron Biza lo había provocado por celos hasta que la excursión era una estrategia para volver a lanzar su carrera de actriz. Se dice que el viudo se hundió en un dolor tan excéntrico como él: cambió el nombre de su estancia por el de su esposa, mandó a construir un monolito en el sitio de la caída, y le encomendó al ingeniero Fausto Newton un monumento colosal en su memoria. Fastuoso, quince metros más alto que el Obelisco, se dice que en la cripta del mausoleo para Myriam Stefford, con forma de ala de avión clavada en la tierra, Raúl enterró sus diamantes junto con sus restos y este epitafio: “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”. Desde entonces, el sepulcro más grande de la Argentina, a la vera de la Ruta 5, cerca de Alta Gracia, ejerce fascinación en algunos, alienta la profanación en ocasionales saqueadores de tesoros y se deteriora inexorablemente con el paso del tiempo. (Este verano pasé por la zona y tuve que desviarme para visitarlo. Sigue siendo imponente, sombrío y despampanante, como ellos.)

DOS. La desaparición de Amelia Earhart

Muy cerca en el tiempo de la muerte de Stefford, sucedió algo similar con otra aviadora que desapareció de los cielos cuando trataba de hacer una hazaña. Me refiero al famoso caso de Amelia Earhart, una pionera absoluta en la aviación nacida en Kansas en 1897, una mujer que se animó a poner el cuerpo en un ámbito mayormente ocupado por hombres y a lograr proezas y récords para pasar a la historia. Militante del Partido de la Mujer y defensora de la igualdad de derechos, fue además la primera pilota en hacer un vuelo transatlántico en solitario sin escalas. Una ídola total. Hasta que un día de 1937, a los 37 años, cuando estaba por finalizar una travesía que la había llevado a completar casi una vuelta al mundo, Amelia desapareció en el Pacífico, cerca de Nueva Guinea, junto con su copiloto. La buscaron 9 barcos y 66 aviones dispuestos por el entonces presidente Roosevelt. ¿Cómo sé todo esto? Porque estuve viendo el documental Expedición Amelia Earhart de National Geographic (disponible en Disney+), en el que en la actualidad un equipo de arqueólogos, oceanólogos y demás investigadores y técnicos reconstruyen el accidente y persiguen una pista a fondo: la que dice que Amelia no cayó al mar, sino que aterrizó de emergencia en una isla pequeña llamada Nikumaroro y ahí pasó sus últimos días, entre cangrejos cocoteros y los restos de un barco naufragado. Lo impactante del documental no es tanto la reconstrucción histórica de la notable vida de Amelia en el aire, sino el tremendo despliegue que hacen para encontrar sus huesos y algunas piezas del avión que permitan comprobar la hipótesis de que efectivamente cayó ahí. Robert Ballard, un oceanógrafo especializado en arqueología submarina (que encontró entre otros los restos del Titanic), peina las profundidades de la isla con robots increíbles mientras varios investigadores sacuden arena en los sitios indicados por sabuesos entrenados para encontrar restos humanos. Spoiler Alert: no hallan absolutamente nada, ni en la tierra ni en el agua. El destino final de Amelia seguirá siendo un misterio. Y tendremos que vivir con la falta de certezas aunque la tecnología siga avanzando y sirva para hacer documentales pintorescos de National Geographic.



TRES. El vuelo de Malaysia Airlines y sus interrogantes

Uno de los misterios más radicales de la aviación de todos los tiempos es el que envuelve al vuelo MH370 de Malaysia Airlines, que salió de Kuala Lumpur el 8 de marzo de 2014 con destino a Pekín con 239 personas a bordo, y desapareció de todos los radares cuarenta minutos después de despegar, al momento de abandonar el espacio aéreo de Malasia y adentrarse en el de Vietnam. ¿Puede un avión simplemente sustraerse de los radares, esfumarse o torcer su trayectoria sin que nadie lo encuentre? Al parecer, sí.

Durante meses se barajaron hipótesis de todo tipo, especulaciones que ahora se reconstruyen en los cuatro episodios de la serie MH370 de Netflix, en la que se siguen distintas pistas y se entrevista a varios familiares de los pasajeros (el testimonio del francés que pierde a su mujer y sus dos hijos y se involucra con la investigación no oficial es el más impactante). También es interesante cómo funcionó la cooperación internacional, con especialistas de todo el mundo armando foros para ayudar a entender cómo un Boeing 777 puede fallar o desactivarse o ser blanco de ataques sospechosos. Hay varias cosas intrigantes en el asunto: la aparición en una isla de restos de una nave similar que no se sabe si pertenecen o no al avión hallados por un viajero experimentado pero sospechoso, la carga que se subió a la bodega del avión a último momento sin pasar por los escáneres, el involucramiento de agentes de inteligencia de EE.UU., y el derribamiento de otro avión de la misma aerolínea poco después por culpa de un misil ruso en el marco de la guerra del Donbás que cayó en territorio ucraniano… Todo puede tener que ver con el avión desaparecido o no… Aunque no se llega a nada preciso (la investigación se cerró nueve años después del hecho concluyendo que no se conoce qué pasó ni dónde está), la serie nos deja con la sensación incómoda de que podría saberse mucho más y que nos están ocultando y retaceando información. Ojalá algún día se devele tremendo misterio, por la memoria de las víctimas y por el bien de las personas que seguimos el caso.

CUATRO. La anomalía

Pasemos al terreno de la ficción, más exactamente a La anomalía, una novela entretenida e inteligente publicada por Seix Barral del escritor y crítico francés Hervé Le Tellier. La publicó en 2020 y ganó nada menos que el prestigioso premio Goncourt. La premisa es buenísima: el 10 de marzo de 2021 aterriza después de una tormenta un avión de pasajeros en Nueva York proveniente de París. Cada una de las personas sigue normalmente con su vida. Y a los tres meses exactos, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y la misma tripulación, vuelve a aterrizar, lo que provoca una crisis política, mediática y científica vertiginosa y bastante divertida. Porque de lo que se trata es de evitar que esas personas que viajaban en el avión se crucen con sus dobles, y a la vez los Estados se debaten entre dar a conocer u ocultar el acontecimiento. ¿Las turbulencias pueden causar saltos temporales? ¿Estarían los representantes políticos y los investigadores a la altura de las circunstancias si llegara a pasar algo así, por fuera de todos los protocolos conocidos? Le Tellier se lo pregunta en un libro original y sagaz, que cuestiona los límites de nuestra existencia como humanidad. Un dato: él es también matemático y uno de los integrantes más activos de Oulipo, el grupo de experimentación narrativa al que también pertenecieron Perec, Queneau y Calvino, entre otros.



CINCO. Ensayo de vuelo

Una mujer se sube a un avión que cubre el trayecto Buenos Aires-San Pablo y se propone, durante el viaje, no parar de escribir. No soltar el impulso de las palabras, dejarse fluir en un bloc de notas del teléfono mientras el vuelo sucede con naturalidad. Ella es Paloma Vidal, una escritora que nació en Argentina pero que vive desde los dos años en Brasil, autora de novelas, cuentos, poemas y obras de teatro, y traductora al portugués de Adolfo Bioy Casares, Margo Glantz y Tamara Kamenszain, entre otros. En Ensayo de vuelo, su biografía se empieza a cruzar con dos libros que estaba leyendo antes de embarcar: La habitación alemana, de Carla Maliandi y Buena alumna, de Paula Porroni, dos títulos en los que las mujeres protagonistas hacen sus valijas y se marchan de sus ciudades hacia Europa, el mismo trayecto que hace poco hizo la propia hermana de la narradora. ¿Cómo se cruzan las vidas y los destinos literarios? ¿Cómo se conectan las decisiones intempestivas con los planes concretos de supervivencia? Estas preguntas se van abordando a lo largo de esta obra pequeña, inquieta e incómoda como cuando estamos sentadas en un avión, que le sirvió de inspiración a Tamara Kamenszain para empezar a escribir Libros chiquitos.

SEIS: Música para volar

Antes de despedirme, pasemos a un punteo musical de canciones y discos sobre aviones, pasajeras y aeropuertos.

  • Ambient 1: Music for Airports de Brian Eno. Este disco de 1978 es hermoso en su minimalismo. Es de los primeros discos en ser catalogados como “música ambient”, el género en el que priman los instrumentos electrónicos y en el que se privilegia la atmósfera de los sonidos más que la estructura o la rítmica. Este es, digamos, un clásico del ambient. Y que se llame “música para aeropuertos” me parece genial: es que estos sonidos llenos de bucles y repeticiones parecen venir de un no-lugar, de un espacio de paso. Suenan mullidos como las alfombras, nos trasladan como si estuviéramos caminando por las cintas mecánicas y a la vez generan una sensación acolchonada que nos predispone a bajar las estridencias de la mente. Ideal para relajaciones.
  • “Pasajera en trance” de Charly García. Un temazo que no requiere demasiada presentación. Les dejo en especial esta versión del Unplugged con María Gabriela Epumer, porque acaban de cumplirse ¡veinte! años de su muerte. “Un amor real es como dormir y estar despierto/ un amor real es como vivir en aeropuertos”.
  • El avión ya se estrelló y yo sigo volando, de Jaime Sin Tierra. El disco debut de esta banda argentina de fines de los noventa tiene un título muy sugerente. Y el tema “Azafata”, de su tercer disco Autochocador, también, como si hubiera en sus letras una pulsión irresistible hacia los accidentes: “El discman vuelve locos a los controles/ te lleva a cualquier lugar/ ajústense pronto los cinturones/ nos vamos a estrellar./ Evidentemente, no escuchaste el speech/ que dio la azafata antes de despegar”, canta Nicolás Kramer. Debo reconocer que fui muy fan de Jaime. Marcaron mi adolescencia indie con su sonido. Por suerte en 2017 se volvieron a juntar para tocar en La Trastienda los temas viejos y yo tuve el placer de entrevistarlos para Inrockuptibles.



Ahora sí, me despido por un mes (es que me voy a tomar unas mini vacaciones de invierno).

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Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.