Los insectos también tienen sentimientos

Los mosquitos y las moscas son presencias constantes en nuestra vida: nos pican, nos invaden, nos interrumpen, nos despiertan. De su deshumanización y sus posibles sentimientos nos ocupamos en este Hilo Conductor, a través de obras de escritores como Xi Chuang, Augusto Monterroso, Margo Glantz y Marguerite Duras, entre varios otros.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible en una semana marcada por el retorno de las clases presenciales en CABA y otras partes del país. Yo, que hace quince días te escribía desde la playa, ya estoy de vuelta en la Ciudad y padecí, como muchas otras personas, las lluvias de febrero y su consecuente y feroz invasión de mosquitos, que provocó muchas quejas y desinformación. Por suerte Agostina Mileo contó en su última edición del newslestter que la variedad que apareció así como llegó se va a ir (y también compartió, como siempre, excelentes memes. Si todavía no te suscribiste a Que la ciencia te acompañe, no sé qué estás esperando).

A raíz de esta presencia constante de insectos estos últimos días, con las incomodidades del caso, es que me puse a rastrear obras que les dedican espacio. Pero también me puse a pensar en su deshumanización total, como si ante ellos no estuviésemos frente a seres vivos. Sí, ya sé que son indeseables y que pueden incluso contagiar dengue o chikungunya, ¿pero no les parece extraño que naturalicemos el exterminio de cientos de miles de mosquitos a diario? Mientras a muchas otras especies queremos salvarlas de la cruel humanidad, a los mosquitos queremos verlos muertos lo antes posible. Así que ajusticiando todas las muertes de zancudos, vamos a ocuparnos acá de esos seres sin conciencia que vampirizan nuestra sangre y nos dejan su marca en la piel, y también, ya que estamos, de las curiosas moscas, tan ruidosas, inoportunas y asociadas a lo sucio y desagradable. Llamativamente, hay muchas obras sobre ellos, más de las que imaginaba y de las que entran acá. Empecemos a revisarlas mechadas con las fotografías intervenidas del artista sueco Magnus Muhr, que justamente juega a poner a moscas muertas en situaciones humanas, a ver qué sensaciones encontradas nos causan.

Anales del mosquito

Podríamos hablar largamente de La mosca de Sartre, o de la presencia de los insectos en Crimen y castigo o de la crueldad de los personajes de El señor de las moscas, pero prefiero que empecemos recurriendo a la literatura oriental, que muchas veces es más precisa para captar impresiones de aquellas cosas de las que no sabemos muy bien qué decir. Así que les presento al poeta chino Xi Chuan, nacido en 1963, una de las figuras más destacadas de la literatura contemporánea de su país según Miguel Ángel Petrecca, poeta argentino y traductor directo del chino. Parece que Xi Chuan leyó mucho a Borges y a Pound pero que después, por circunstancias personales, su poesía adquirió un tono más ambiguo que lo llevó a experimentar con algunos poemas en prosa. Les dejo acá un fragmento de “Anales del mosquito”, de 2003, que me parece sumamente preciso para abordar la simpleza y la complejidad de ser un insecto. (Si quieren leerlo completo, pasen por el blog de Eterna Cadencia.)

Diez mil mosquitos unidos conforman un tigre; nueve mil mosquitos conforman un leopardo; ocho mil mosquitos, un orangután inmóvil. Un mosquito, por último, es solamente un mosquito.

Los mosquitos, junto con las sanguijuelas y los vampiros, pertenecen a una misma clase; a esta pueden agregarse los burócratas, los terratenientes y los capitalistas. Todos los seres vivientes pueden clasificarse de acuerdo con sus costumbres alimenticias, en carnívoros, herbívoros y chupasangres.

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La vida de un mosquito, sin embargo, es muy breve, comprendida casi entre un amanecer y un atardecer, o dos amaneceres y dos atardeceres, por lo cual un mosquito, en promedio, llega a ver durante su vida a unas cuatro o cinco personas, o unos veinte o treinta cerdos, o un caballo. Esto explica por qué los mosquitos nunca han sido capaces de elaborar la noción del bien y del mal.

En la noche profunda, un hombre tendido en su cama, a medias despierto, a medias dormido, se da a sí mismo una cachetada. No es que esté reflexionando sobre sus propios errores, sino que ha escuchado el zumbido de un mosquito. Cuanto mayor es la fuerza con la que se golpea, más alta la probabilidad de matar un mosquito, más serio parece su mea culpa.

Entonces, ¿en quién se convierte un mosquito después de muerto? Ese hombre que pasa volando histéricamente frente a mí, zumbando, debió ser un mosquito en su vida anterior. Una chica demasiado delgada suele recordarnos también a un mosquito.

La idea de haber sido un mosquito en una vida anterior me inquieta muchísimo. Casi tanto como la imagen de alguien golpeándose a sí mismo en la oscuridad. ¿Qué fue lo más extraño que llegamos a hacer por evadir a los mosquitos? Yo, abandonar una situación social amena para encerrarme tras los mosquiteros en una isla de El Tigre, un espacio que les pertenece, entre las 18 y las 20 horas por lo menos, mucho más a los mosquitos que a las personas. Mosquitos que ya desarrollaron resistencias al Off y los espirales, seres complejísimos y livianos, peligrosos y casi invisibles.

Siguiendo con la deriva oriental, pasemos a este texto de Huang Kuo-Chun, un escritor nacido en Taipéi que era una gran promesa de la literatura de Taiwán que no pudo ser: se suicidó en 2011 y dejó tres libros de cuentos, una novela sin terminar, y algunos ensayos breves como este, traducido (del francés) por Eduardo Berti. 

Sobre el destino 

Una cucaracha desgraciada en el amor, incapaz de sobreponerse a su tristeza, decide precipitarse en una pista de baile con la esperanza de acabar triturada bajo los pies de los bailarines. No obstante, contra toda lógica, consigue atravesar el bosque de pies y llega sana y salva al otro lado. Esta hazaña hace de ella un héroe y, en consecuencia, cumple su sueño, que era el de casarse con un cucharacho macho alemán.

Al contrario, un mosquito no tiene la misma suerte. Deprimido por un desengaño amoroso, va volando por la calle cuando repentinamente oye una hermosa música que brota de una sala de conciertos. El mosquito ingresa en el preciso instante en que cierto célebre pianista polaco pone fin a la primera pieza. La platea estalla en un aplauso y el desdichado insecto muere en el océano de manos.

¿Y si estos sentimientos fueran ciertos? ¿Y si las cucarachas pudieran sentir amor, o el mosquito estar deprimido o apreciar la música clásica? No estaríamos preparados como humanidad para lidiar con la culpa de su exterminio.

La mosca y el dinosaurio

Saltemos a la literatura latinoamericana, más precisamente a dos autores interesantísimos y cómplices: Augusto Monterroso (de Honduras) y Margo Glantz (de México) y a las relaciones entre moscas y dinosaurios, que son más habituales de lo que parecen. (Paréntesis: supongo que se acuerdan cómo comienzan a reproducirse los dinosaurios de Jurassic Park, ¿no? Exactamente a partir del ADN hallado dentro de un mosquito. Porque aparentemente en el período jurásico los velociraptors también sufrían picaduras).

Augusto Monterroso hizo esta cruda afirmación: “Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que la humanidad existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres”. Y así elevó a la mosca de estatus, convirtiéndola en objeto, en metáfora. De alguna manera, con esta frase también se estaba burlando de la pretenciosa superioridad de ciertos intelectuales de su tiempo. Él, efectivamente, se ocupó de las moscas en este bello microrrelato, un género que cultivó con maestría, incluido en el libro La oveja negra y demás fábulas.

La Mosca que soñaba que era un Águila

Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y los Andes.

En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.

En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.

Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca y por eso volaba tanto , y estaba tan inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes sobre la almohada.

De alguna manera, este texto viene a explicitar un típico ejemplo de insatisfacción contemporánea. El supuesto deseo o aspiración de querer ser otra cosa y probarlo en sueños y luego encontrarnos con la cruda realidad, que nos genera angustia e inquietud. Las moscas somos nosotras, tal vez. Interesante leerlo en tándem con este otro cuento de Monterroso, considerado el relato más breve escrito en español, que no puedo no compartir. Dice así: 

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Sobre estos dos textos breves y a la vez cargadísimos de niveles de interpretación, entre lo onírico y la realidad, y de otras cuestiones de complicidad entre escritores se ocupa la genia de Margo Glantz en este texto sobre la obra de su amigo Tito Monterroso que les recomiendo mucho. Margo es una gran escritora mexicana con una obra original, fresca y fragmentaria (acaba de cumplir 91 años y es de las mejores tuiteras que conozco). Entre sus distintos libros, hoy me interesa destacar Coronada de moscas, la crónica en la que relata sus tres viajes a la India. Hace algo interesante: describe las sensaciones caóticas que le producen los espacios y monumentos que visita en distintas ciudades, también los sabores que estallan en su boca, y a su vez los va relacionando con otros testimonios artísticos de viajeros que fueron a la India previamente, como Octavio Paz, Pasolini, V.S. Naipaul, Agatha Christie, etc. El libro además tiene muchísimas fotografías, tomadas por su hija Alina López Cámara. Las moscas en la India están por todos lados, y en vez de espantarlas se acostumbran a convivir con ellas. 

Quién interrumpe a quién

Marguerite Duras tiene una escritura que se caracteriza por su intensidad para reflexionar. Logra así una intimidad inusitada entre ella misma y sus pensamientos. Condensa, sobre todo en sus textos más autobiográficos, una gran cantidad de sentimientos en imágenes en apariencia sencillas. Lean si no un fragmento de “La muerte de una mosca”:

Estaba sola. Esperaba a Michelle Porter en la despensa. A menudo me quedo así, sola, en esos lugares tranquilos y vacíos. Mucho rato. Y fue en aquel silencio, aquel día, cuando de repente, en la pared, muy cerca de mí, vi y oí los últimos minutos de vida de una mosca común. Me senté en el suelo para no asustarla. Me quedé quieta. Me acerqué para verla morir. (…) Mi presencia hacía más atroz esa muerte. Lo sabía y me quedé. Para ver. Ver cómo esa muerte invadiría progresivamente a la mosca. Y también para intentar ver de dónde surgía esa muerte. Del exterior, o del espesor de la pared, o del suelo. De qué noche llegaba, de la tierra o del cielo, de los bosques cercanos, o de una nada aún innombrable, quizá muy próxima, quizá de mí, que intentaba seguir los recorridos de la mosca a punto de pasar a la eternidad. Ya no sé el final. Seguramente la mosca, al final de sus fuerzas, cayó. Las patas se despegaron de la pared. Y cayó de la pared. No sé nada más, salvo que me fui de allí. Me dije: ‘Te estás volviendo loca’. Y me fui de allí.

La calma escalofriante con la que narra el pasaje a la eternidad de la mosca es tan impresionante porque ella se lo toma, justamente, con mucha seriedad. No le parece en nada intrascendente que un insecto muera. Es un acontecimiento si alguien como ella está ahí para observar el hecho y ponerle las justas palabras. Detenerse en lo que supuestamente puede ser nimio tiene muchísimo que ver con la escritura. Atender a los detalles, mirar y observar algo que nadie más ve: ahí hay una poética. ¿Duras interrumpe la agonía de una mosca para convertirla en literatura? ¿O la mosca interrumpe a Duras, para reclamar su atención en el momento de su muerte? 

La mosca asociada a las interrupciones es un tema transitado por distintos autores. Ya lo dijo Glantz mejor: “La literatura no podría existir si no existieran las moscas”. Seguramente esas moscas molestando a los escritores generaron desvíos inesperados en sus textos, que los llevaron a lugares nuevos a los que de otra forma no habrían accedido. De estos equívocos se encarga una historieta reciente llamada justamente Las interrupciones, dirigida a grandes y chicos, escrita por Nicolás Schuff e ilustrada por Mariana Ruiz Johnson. En ella, un escritor se sienta a escribir un relato fantástico, pero una mosca lo interrumpe. Entonces se levanta para abrir la ventana y que salga la mosca, pero al abrirla entra un dinosaurio, y así la aventura sigue su camino con otros seres extraños que lo molestan permanentemente y redireccionan lo que supuestamente quiere contar. En el libro hay varios cuentos en uno, suerte de homenaje a Perec y sus amigos. 

Y hablando de sorpresas e interrupciones, no puedo dejar de mencionar el asunto de las moscas y la escatología. De todos los ejemplos posibles, hoy me quedo con el libro La mosca, de Gusti, un ilustrador y escritor argentino radicado en Barcelona. Es un libro sin edades que por medio de la técnica del collage cuenta con un humor absurdo y refinado una historia desde el punto de vista de la mosca en cuestión. El subtítulo nos anticipa el final: “Un día perfecto puede llegar a ser una pesadilla”. Resulta que esta mosca quiere darse un baño. Se lleva todo como para meterse al agua (toalla, protector), y de a poco, con guiños sutiles, vamos descubriendo que no es un río o lago donde está nadando, sino un lugar que se oscurece de pronto. Sí, la pobre se fue a meter en el agua del inodoro. No daré más detalles, pero se los pueden imaginar, ¿no?

Insectos polisémicos

Antes de despedirme, un breve popurrí de otras apariciones de moscas y mosquitos en distintas obras, ya sea como protagonistas o metáforas de otra cosa. 

  • No puedo dejar de mencionar La mosca y la sopa, un álbum que sonó mucho durante los noventa, década que estuvimos revisitando estos últimos días a raíz de la muerte de quien fuera presidente mientras salió este disco. 
  • Otra referencia musical: León Gieco escribió el bastante famoso “Tema de los mosquitos”, que fue censurado por el COMFER durante la última dictadura militar. Si bien hablaba de muchos animales, claramente se estaba camuflando una denuncia y no la dejaron pasar.
  • El mosquito se llamó también el primer periódico satírico de la Argentina, editado por Eduardo Wilde entre 1863-1893. De su historia se ocupa la investigadora Claudia Román en este libro
  • Me quedé con ganas de leer Esas imbéciles moscas, un ensayo sobre las moscas y la literatura escrito por Luis Gusmán, que no pude conseguir. Se produjeron a mano solamente 100 ejemplares, editados artesanalmente entre las editoriales Barba de Abejas y Godot. Seguramente sea buenísimo. 
  • Dos películas, clásicos a esta altura: La mosca, de David Cronenberg, y La costa Mosquito, con Harrison Ford y River Phoenix. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de dos semanas.

Espero que este Hilo te haga pensar en las picaduras de otra manera. Y no te olvides de vaciar todos los recipientes con agua estancada que haya en tu casa para evitar que el Aedes aegipti (a.k.a. dengue) se propague. 

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho.

Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.