Fuera de sí: el arte y la locura

Un recorrido literario por las inflexiones de los extravíos y el encierro en primera persona: Emilia Gutiérrez, Alda Merini, Delphine de Vigan, Santiago Loza y Leonora Carrington.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, con semanas de mucho ajetreo, pero organizándome para no colapsar. Por suerte pronto vienen dos feriados.

Antes de empezar, seguro viste que el 7 de junio fue el Día del Periodista, que coincide, oh casualidad, con el cumpleaños número 4 de Cenital. Para festejarlo lanzamos una campaña repasando un poco qué se hizo durante todo este tiempo y contando de qué manera se organiza y se financia el medio. En este video de Iván podés enterarte. Y ojalá te quieras sumar a nuestro círculo de Mejores amigos y ayudar a que siga creciendo.

Otra de las cosas que pasó en Cenital digna de mención es que se publicó uno de los informes especiales que viene realizando Tomás Aguerre, en este caso dedicado a la salud mental y la juventud: Estado de malestar. Ahí se pregunta cuáles son las causas sociales y políticas que contribuyen al sufrimiento de los jóvenes y, a través de varias notas con diversidad de voces, se profundiza la cuestión de la falta de escucha, la precarización material y simbólica, las consecuencias psicosociales de la pandemia, los abordajes comunitarios y la accesibilidad de los tratamientos. Me interesaron varios enfoques, por ejemplo el de esta entrevista a la directora nacional de Salud Mental de la Nación, Mariana Moreno, y el de este artículo de Romina Zanellato sobre cómo músicos muy populares como Khea, Marilina Bertoldi y Alejandro Sanz hicieron públicos sus estados depresivos rompiendo el viejo tabú de no hablar de ciertas cosas.

El informe sobre salud mental me da el pie que necesito para meterme de lleno en el tema de esta quincena. Porque vamos a hablar justamente de la locura. De ese estado de alteración, inadecuación o corrimiento que trae la locura y sobre cómo fue tratado por la literatura. Podría remontarme a El Quijote, a la obra de Artaud o de Pizarnik, pero elegí un puñado de libros un poco menos transitados que tematizan la locura desde la experiencia personal del encierro. O sea que son obras de autores que pasaron temporadas en hospitales o sanatorios intentando que el sistema de salud los ayude con sus delirios. En algunos casos, son memorias de momentos en los que tocaron fondo y luego volvieron a cierta cordura. En otros, son el registro de cómo se quedaron ya definitivamente en ese extravío. No me voy a poner muy técnica respecto de los diagnósticos, porque para eso existen los psiquiatras. Solo soy una lectora interesada en la voz de quienes pasaron por eso y después escribieron para contarlo. Así que empecemos a recorrer algunas obras. 

La buceadora, 1974

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UNO. Las pinturas de Emilia Gutiérrez 

Hace algunas semanas visité Puerto Madero, un barrio al que no suelo arrimar, para acudir especialmente a la exposición Emilia en el museo de la Colección Fortabat. Curada por el crítico Rafael Cippolini, la muestra es bastante impactante (y el edificio también), y es la primera antológica sobre esta pintora argentina que permanecía bastante olvidada. De hecho, yo hasta hace muy poco no sabía quién era Emilia Gutiérrez y viendo sus dibujos y pinturas me fui con la sensación de haber accedido a su visión del mundo, entre taciturna y espectral. Sus imágenes volvieron a mí en los días siguientes, algo me fascinó de esos cuadros. La historia de Emilia es triste: tuvo una infancia poco feliz porque su madre enloqueció luego de tenerla y fue criada por su abuela Esperanza. Estudió en la escuela Fernando Fadel y asistió al taller del pintor Demetrio Urruchúa. Aprendió a pintar al óleo y sus motivos fueron fundamentalmente personas en interiores domésticos –jóvenes, adultos y niños–. Sus rostros son pálidos, como fantasmales. Y esas personas no parecen estar nada felices, sino ensimismadas; tienen la mirada perdida y parece como si Emilia las estuviera contemplando a través de una ventana. El uso de los colores es también bastante tenue, como apagado. Pero al ver las obras juntas y en sucesión generan un halo de misterio. Una sensación muy fuerte de soledad y desolación que en vez de entristecernos nos seduce. 

Hay que decir que todos sus cuadros los hizo en un lapso de diez años. Luego, cumpliendo con la orden de su psiquiatra, dejó de pintar porque sentía que “los colores le hablaban” (sobre todo el rojo). Así que se pasó al dibujo en blanco y negro y se encerró en su departamento de Belgrano hasta su muerte en 2003. Como si algo del aislamiento de sus criaturas se hubiera trasladado a ella, no apareció más en la escena pública ni participó de exposiciones. Por suerte ahora la están rescatando del olvido. Suyos son los cuadros que ilustran este Hilo. Si quieren leer más sobre ella, les recomiendo esta hermosa nota de Ana Montes en Anfibia, y esta crítica de Imanol Subiela Salvo en Radar. Pero sobre todo traten de ir a ver la muestra, que está montada hasta el 30 de julio en Fortabat. 

DOS. La loca de la puerta de al lado

La poeta italiana Alda Merini (1931-2009) lidió con la enfermedad mental durante toda su vida. Su producción literaria está totalmente cruzada por sus internaciones en hospitales psiquiátricos en los que pasó varios períodos. Y dentro de su producción, la prosa ocupa un lugar menor. Por eso sorprende La loca de la puerta de al lado, una especie de autobiografía fantasiosa y lírica en la que recorre varios tópicos (“El amor”, “El secuestro”, “La familia”, “El dolor”) con un tono confesional. Llama la atención justamente por la forma poco ortodoxa y lineal de dar cuenta de sus obsesiones o sus vínculos. Acá la locura es tratada tal vez como una especie de reivindicación. Es un elemento purificador y una herramienta poética visceral. “La locura es el levantamiento de unos poderes ocultos que se proyectan en una sola dirección y que de repente irrumpen en el trazado de una vida que poco antes parecía lineal. La locura es también un vínculo mágico con la realidad, es una forma de sacar las púas para enfrentarse a un enemigo que tal vez no existe, pero que sin dudas ha preparado el terreno en la intimidad de su escondite secreto”, dice Merini en un pasaje de gran lucidez. El libro, publicado por Tránsito, empieza con un prólogo escrito a la manera de carta a Alda por su traductora, Raquel Vicedo.

Mujer, 1974

TRES. Memorias de abajo

Cualquier excusa es buena para volver a hablar de Leonora Carrington (Inglaterra, 1917 – Ciudad de México, 2011), una artista que nos dio su propia visión del surrealismo en la pintura y la escritura y que pasó una temporada en el infierno. Es que en 1940, después de haber sido separada a la fuerza de su pareja, el pintor Max Ernst, a quien persiguieron los nazis, Leonora presentó algunos rasgos de trastorno psicológico, huyó a España y fue internada por su familia en un sanatorio de Santander. Su estancia en ese lugar está narrada en las cinco entradas de un diario que escribió en pleno verano, el de agosto de 1943, y que se conoce como Memorias de abajo. Es un libro fuerte porque ella reconoce las dificultades que tiene para procesar toda la crueldad del mundo y a la vez denuncia los métodos muy poco ortodoxos de los doctores de la época para tratar una crisis de angustia. Esta es una memoria muy valiosa en la que su autora no cae en la autocompasión a la hora de describir sus alucinaciones y su sufrimiento. La escritura funciona como un exorcismo necesario. Si les interesa, aquí pueden leer algunas páginas de este libro publicado por Alpha Decay. La edición se completa con un prólogo de la escritora Elena Poniatowska, que la trató mucho cuando Carrington finalmente se instaló en México. 

CUATRO. Diario inconsciente 

“Esto es un diario incompleto sobre algo que no puedo recordar del todo”, dice el dramaturgo, director y escritor Santiago Loza (Córdoba, 1971) en Diario inconsciente, un libro breve e íntimo hecho de recuerdos desmembrados sobre los dos brotes que tuvo cuando era muy joven, uno con internación domiciliaria y otro en un lugar más retirado, como en el medio de un campo. Los fragmentos aquí no están ordenados por fechas, sino que las sensaciones que nacieron de los sucesos fueron reconstruidas muchos años después: a veces tienen pocas líneas, a veces varios párrafos, a veces basta con una sola frase. La relación con la familia, con las rutinas médicas, con los amigos que acompañan, incluso con otros pacientes, aparecen como registro de un tiempo signado por el extrañamiento de sí mismo que se revisa a la distancia como algo de lo que nadie se libera del todo. Me gusta del libro que no es sórdido, tampoco luminoso. No quiere dar explicaciones ni ser edificante para otros, aunque seguramente le sirva a alguien que haya pasado por lo mismo o a sus allegados. Lo que queda claro al leerlo es que la locura está hecha de distorsiones y que el encierro suspende el tiempo y lo llena de horas muertas para que en ese bache la persona intente reconstruir algo de lo que era antes de extraviarse. Hay un componente de misterio que Loza nos acerca, y también reflexiona sobre la fuerza de la escritura como expresión que permite hacer pie para poner el caos en su lugar. Les dejo un fragmento, el de la página 66.

La locura es algo a lo que uno se entrega por completo. Es un estado que se abraza como una pasión. La locura es insaciable.
Se está loco de manera total. No hay un estar medio loco.
Es un torrente que arrastra, no hay dónde sujetarse.
La caída es abismal, produce pánico y al mismo tiempo euforia.
La locura insume una energía que deja al cuerpo exhausto.
Pasaron veinticinco años y todavía estoy cansado.

Diario inconsciente es el primer libro de la editorial Bosque Energético, un proyecto que promete especializarse en diarios íntimos (salieron también Diario de los quince, de I Acevedo, y Diario de una guardavidas, de la chilena Natalia Figueroa).

Nora, 1969

CINCO. ¿Quién es Bette Howland?

El de esta autora es un rescate que realizó la editorial Eterna Cadencia el año pasado, porque hasta ese momento no había nada traducido de Bette Howland, una escritora y crítica literariade Chicago que en 1974 publicó su primer libro, S-8, una autobiografía sobre el tiempo que pasó recluida en un pabellón psiquiátrico luego de un intento de suicidio. El suyo es un caso en el que resuenan los ecos de otras maternidades: ella criaba y mantenía sola a sus dos hijos pequeños mientras trabajaba a destajo de bibliotecaria, editora y trataba de escribir, y un día colapsó. No pudo más. Entonces se tomó más pastillas de la cuenta. Cuando abrió los ojos, estaba en terapia intensiva siendo cuidada por su madre y varios enfermeros. En S-8 cuenta por dónde pasaba su caso y la incomprensión que sintió todo ese tiempo con una sensibilidad muy accesible y lograda gracias a la traducción de Inés Garland (que está trabajando también en un volumen de cuentos de Howland, que supongo que saldrá próximamente). Un dato: era muy amiga de Saul Bellow. 

SEIS. Nada se opone a la noche

Pasemos ahora a un testimonio de la locura ajena. Me refiero a la fascinante novela de la escritora francesa Delphine de Vigan. Nada se opone a la noche comienza cuando la autora encuentra a su madre Lucile muerta en circunstancias que dan a entender que se quitó la vida. Y a partir de esa pérdida, como manera de procesar el dolor y el pasado, de Vigan se propone ir hasta el fondo: revisa fotos viejas, entrevista a miembros de su familia y reconstruye la memoria de un clan muy particular que vivió en Francia durante las décadas del cincuenta, sesenta y setenta con un contrapunto muy potente que pasa por su propio proceso de escritura. Para nadie es gratuito escribir sobre la muerte de la madre y menos sobre la vida y la locura que arrastró a Lucile cuando Delphine y su hermana eran pequeñas e incluso mucho después cuando tuvo que cumplir el rol de abuela. Esta es una novela familiar y de duelo que asume muchísimos riesgos y lidia muy bien con ellos, y que está escrita desde las entrañas. Desde el desamparo pero también desde el amor y el respeto, con la intención de dialogar con los espectros que poblaban la psiquis de su mamá. Un libro bellísimo y perturbador, que se lee con fluidez y con el corazón en la mano. Lo recomiendo muchísimo.

Niños con juguete, 1965

Antes de despedirme, les dejo una película interesante: The Devil and Daniel Johnston, un documental (disponible en Amazon Prime) dirigido por Jeff Feuerzeig sobre la vida, la música y la locura de Daniel Johnston, una persona adorablemente extraviada y profundamente creativa que a fuerza de sus dibujos y grabaciones caseras logró llegarle al corazón de muchos artistas (entre los que están Kurt Cobain, Matt Groening, Beck y los integrantes de Sonic Youth) y a personas más comunes y corrientes como yo. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

Gracias por leer y por favor cuidate mucho,

Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.