Al que se hace el picante, lo ubica la realidad

Concordia entre gobernantes forzados por las circunstancias. El desafío de planificar a mediano plazo qué va a quedar como capacidades instaladas después de la pandemia.

El jueves pasado pudimos ser espectadores de otra conferencia de prensa del Trío del Poder Ejecutivo argentino: el Presidente, el jefe de gobierno porteño y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. En ella se anunció la extensión de lo que las medidas de aislamiento y/o distanciamiento social hasta fines de junio, y la división del país en dos tipos de ciudades: aquellas que por su curva de contagios en ascenso seguirán en ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) y las que hayan controlado la curva de contagios pasarán a DISPO (Distanciamientos Social Preventivo y Obligatorio). ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro? No sé, no entendí nada. Si te querés enterar de eso te recomiendo Google.

Lo que me interesa es señalar otra cosa. Primero, la concordia del tridente ofensivo Larreta-Kicillof-Fernández sigue vigente –a pesar de los comentarios mordienets de Axel hacia Horacio, pero bueno, alguien del elenco gobernante tiene que tomar esa tarea–.

Hace algunas semanas leímos por algunos lados que “comenzaba el quiebre” entre albertismo y larretismo. No se produjo. Dos razones pueden explicar esto. La primera es que la situación sanitaria no amaina, y el aumento de contagios obliga a deponer la dicotomía “normal entre gobierno y oposición”. La segunda es que, para decirlo rápidamente ninguno de los sectores involucrados tiene hoy nada que ganar en escalar la disputa. Las encuestas (y quiero remarcar que todas las encuestas) dicen que la población sigue apoyando de manera mayoritaria las medidas de aislamiento/distanciamiento como manera de proteger la salud, que las mismas se cumplen en términos generales, y que, si bien la preocupación por la economía en general y la personal es aguda, aparece una demanda por medidas de mitigación antes que un reclamo de “abrir todo”.

Según un estudio que se dio a conocer recientemente de la Fundación Bunge y Born (!) la “cuarentena” es apoyada por el 80% de la población. ¿Qué ganaría Rodríguez Larreta pidiendo un levantamiento del aislamiento generalizado en este contexto? Nada. Y a la inversa, que es algo que por ahí se dice menos, ¿qué ganaría el sector más duro del kirchnerismo denunciando a Rodríguez Larreta por su gestión? También: nada. Como nadie está exento de que aparezcan casos en sus distritos, no hay mucho para ganar levantando el dedo para denunciar los casos en distrito ajeno. Esto es válido tanto para Mario Secco, el intendente kirchnerista de Ensenada, como para Ezequiel Galli, su par macrista de Olavarría. Secco criticó a Larreta, sólo para ver como pocos días después aparecieron casos en su ciudad, que no los tenía. Galli tuiteó pidiendo levantar las restricciones, y al día siguiente aparecieron cuatro casos, uno de ellos en el sistema sanitario. Para tirar piedras no hay que estar a cargo de ningún ejecutivo del cual dependan sistemas de salud que cuiden de la vida de personas, o la realidad te disciplina rápidamente. 

Un dato notable de esa conferencia fue la reversión de roles entre Rodríguez Larreta y Kicillof. Larreta se concentró en dar datos y cifras, y Kicillof en hacer storytelling y en contar “historias de interés humano”, como el caso de una bebé de Necochea que nació con Covid. Rodríguez Larreta parece cada vez más cómodo hablando desde un rol de “gestor” –¿su origen en el peronismo?– y menos de sensaciones, sentimientos y perritos. Y a Kicillof se lo ve más descontracturado. ¿Tal vez se coachean mutuamente?

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Eso sí, esas conferencias tienen un 10 en cordialidad y un 0 en federalismo. Todos entendemos que el 90% de los casos de COVID están en el AMBA, pero eso no quita que valga la pena poner atención y escuchar qué dicen los gobernantes de otras provincias. Deberían agregarse, al menos uno por videoconferencia. Escuchar como hizo Córdoba para disminuir dramáticamente los contagios, o qué piensa Capitanich de la situación límite en Chaco, o cómo se maneja la epidemia en el Gran Rosario, otra área urbana. Lo mismo con los periodistas. Si sólo preguntan acreditados de Buenos Aires, nunca escucharemos sobre el turismo invernal, o el manejo de fronteras.  

Una última reflexión sobre los anuncios. En las última semanas se habló mucho de la cantidad de tests, si son pocos, si son adecuados, si faltan. No puedo opinar sobre la materia, que excede mi conocimiento, pero me gustaría retomar un punto de la conferencia. Tanto Rodríguez Larreta como Kicillof hicieron hincapié en que la capacidad de testeo estaba en aumento, que el operativo Detectar funcionaba muy en los barrios vulnerables, y demás. Pero en un momento dado Rodríguez Larreta dijo: “Tenemos que ampliar la estructura de testeo, y para eso estamos firmando un convenio con la Universidad de Buenos Aires para disponer de voluntarios”. Esto me parece relevante. Primero, porque el énfasis de la discusión pública sobre los tests clausuró que la fórmula no es nunca sólo “tests” sino “tests, rastreo, y aislamiento”. Hay que expandir la capacidad de testeo, pero hay que crear desde cero una capacidad de rastreo. Sobre todo cuando los casos globales empiecen a disminuir, ya que entonces se vuelve crucial poder detectar rápidamente los pequeños focos infecciosos que aparezcan, rastrear a todas las personas que entraron en contacto con ellos en 48 horas, y garantizar su aislamiento efectivo. 

A pesar de los sueños tecnofuturistas de que esto se puede hacer “con una app”, el rastreo requiere personas haciendo llamados, interrogando decenas o cientos de contactos, y chequeando la situación de las personas aisladas todos los días. Esto no se puede hacer con voluntarios, ni con empresas tercerizadas que armen call centers improvisados, ni con empleados públicos forzados a hacerlo. Requiere la conformación de una burocracia especializada, capacitada, bien paga, con supervisión efectiva, y coordinada con el Ministerio de Salud y con las demás provincias. Requiere, en suma, construir capacidades estatales duraderas y sistemáticas, y eso requiere presupuesto, personal estable, y esfuerzo. Porque además, si se hace mal o a medias, el remedio puede ser peor que la enfermedad. 

Y además por otra razón. Porque la pregunta para un gobernante no debe ser sólo “¿cómo podemos ameliorar la situación actual?” sino sobre todo “¿qué de lo que haga hoy puede quedar como capacidad instalada para el futuro?”. Así como el Hospital María Ferrer, creado durante la epidemia de poliomielitis, sigue siendo hasta hoy referente nacional en medicina del sistema respiratorio, o como el método de tratamiento a pacientes del Covid con plasma de enfermos recuperados se basa en desarrollos del año 1957 para la fiebre hemorrágica, pensemos todo lo que un servicio nacional de salud comunitaria podría hacer el día de mañana. Detección temprana de patologías, acompañamiento a población anciana, chequeo de cumplimiento de tratamientos crónicos o prolongados (como el de la tuberculosis). Sin ir más lejos, cuando esté la vacuna del Covid vamos a necesitar poder llevar adelante una campaña vacunatoria nacional de una escala inédita en el menor tiempo posible. Eso hay que empezar a planificarlo ahora, no mañana.

No estamos tan mal, o, por lo menos en mi caso, estamos mejor de lo yo que imaginaba hace tres meses. Esas son las buenas noticias: la mala es que todo puede empeorar en un abrir y cerrar de ojos. Pero aquí estamos, y seguimos. 

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.