Vamos a estar mejor…la pregunta es cuándo

Flexibilizar la cuarentena y apostar a la responsabilidad individual. Dudoso, pero es lo que hay.

Nos espera un mes horrible. O dos. O seis. O…bueno, mejor no pensar mucho.

Mejor parar ahí y no pretender precisiones temporales. No sabemos cuánto durará el espanto, ni cuándo mejorará. Pero si sabemos que vendrá. Es fácil saber por qué. Una de las cosas más sorprendentes de la pandemia es que las horas y horas y horas de discusiones mediáticas a los gritos encubren el hecho de que los datos fundamentales son muy simples: se trata de un virus nuevo, por lo que todo el mundo es susceptible a priori de contagio; es muy contagioso y se transmite de persona a persona de tal manera que alguien se lo pasa a tres o cuatro, incluyendo super spreaders que pueden infectar a decenas.

Mientras que la mayoría atraviesa la enfermedad con síntomas leves o moderados, un porcentaje de quienes se contagian (alrededor del veinte por ciento), requieren atención médica y posiblemente internación. Un porcentaje de los y las internados fallecerá (hoy más o menos se calcula entre dos y cinco por ciento, pero es muy difícil saber la tasa de letalidad real hasta el fin de la pandemia).

Con estos datos es bastante simple calcular la cantidad de camas que van siendo necesarias según la cantidad de infectados, siempre y cuando uno tome en cuenta las diferencias temporales: si una persona se contagia un día X en general no comienza a mostrar síntomas ese mismo día sino luego de una semana o algo más, por eso el número de contagiados del día de hoy en realidad es una fotografía de los contagios de hace entre siete y diez días. Como en general quienes requieren internación están dos o tres semanas internados antes de ser o bien dados de alta o bien fallecer, siempre hay un lag, un desfase, entre contagios y fallecimientos.

Vale decir, el aumento de internaciones y fallecimientos que seguirá inevitablemente a los números de casos record de estos tres días pasados no lo veremos hoy, ni mañana, ni pasado, sino dentro de dos, tres y hasta cuatro semanas. O sea, con más de cuatro mil casos nuevos diarios, ya sabemos que veremos un aumento de internaciones y fallecimientos en dos o tres semanas. 

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Los sistemas hospitalarios de los distritos en donde hay circulación comunitaria ya están al límite. En la Ciudad de Buenos Aires la información oficial dice que la ocupación de camas críticas está al 60%, pero por otro lado jefes de terapia y directivos de hospitales públicos como el Santojanni advierten que ya no tienen capacidad de internación. ¿Ese 40% de camas libres corresponderá al sistema privado? ¿Estarán coordinados con el público?

Chaco y Jujuy están solicitando que otras provincias les “presten” médicos especializados en terapia intensiva. En la provincia de Neuquén los contagios del personal de salud obligaron a cerrar un sanatorio privado por casi dos meses, así como diversos servicios de hospitales públicos. No se trata sólo de camas, se trata del tremendo recargo a todos los y las trabajadores de salud, y de la dificultad de mantener todo el sistema andando a medida que se diseminan los contagios entre ellos. O sea, el panorama sanitario no puede ser caracterizado como “mejor”. La pregunta clave es si puede o no empeorar. 

En este contexto, resulta difícil comprender la decisión de anunciar progresivas flexibilizaciones que escuchamos en una conferencia de prensa  con el Presidente, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Como siempre hasta ahora, la decisión política de Alberto Fernández ha sido escenificar el consenso y la coordinación con los y las gobernadores tanto de su partido como de la oposición. En esta última conferencia, fue novedad la bienvenida presencia virtual del gobernador de Chaco y la gobernadora de Río Negro, dos de las provincias más afectadas. El mensaje fue uniforme y ensayado: flexibilización, apuesta a la “responsabilidad personal”.

Se me ocurre que hay tres explicaciones posibles para comprender la flexibilización y apertura en un contexto de aumento de casos. Se corresponden a los matices que escuchamos en la conferencia de prensa.

La primera, la más sencilla, es que la sociedad ya había abandonado la cuarentena estricta de motu proprio, con lo cual prolongarla resultaba sencillamente imposible. 

La segunda –complementaria de la anterior– sería que un empeoramiento de la situación haría posible volver dentro de algunas semanas al aislamiento. Algo de eso pareció insinuar Axel Kicillof cuando habló de “cuarentenas intermitentes.” 

La tercera estaría relacionada con la opinión de algunos expertos de que las áreas más comprometidas del AMBA no estarían lejos de la inmunidad rebaño, por lo cual la situación o no empeoraría de manera tan radical o, de hacerlo, sería una crisis que se “apagaría” en un tiempo corto. Es posible suponer por algunas entrevistas a los responsables de la Ciudad de Buenos Aires que el gobierno piensa algo en esta línea: Horacio Rodríguez Larreta habló de “recuperar progresivamente la libertad”, lo que parecía afirmar que una vez pasada esta etapa, no sería necesario volver a pasar por fases de aislamiento. ¿Cuál es la explicación adecuada? No lo sé, pero los próximos días nos iremos enterando.

Un último comentario. Dado que todo el mundo en el gobierno parece aportar a la “responsabilidad individual”, ya sea por convencimiento o porque es lo que hay, el gobierno debería avanzar rápidamente en campañas de comunicación pública de riesgo y capacitación de conductas sanitarias. Es llamativo que no hemos visto aún campañas como las que se hicieron durante las últimas epidemias de cólera o en los primeros años de aparición del HIV.

Se me ocurre que una fuerte propaganda pública sobre qué conductas asumir, cómo ponerse y sacarse un barbijo, la importancia de no compartir el mate, como reaccionar frente a síntomas, son muy necesarias y no implicarían un gasto demasiado grande. Si los gobiernos (no sólo el nacional, sino los provinciales) avanzaron a una fase de “convivir y administrar” la pandemia, se hace aún más imperativo que los estados escalen las capacidades de gestión que serán necesarias. No sólo sanitarias y económicas: comunicacionales, de logística, de coordinación o distribución de recursos humanos. La responsabilidad individual no aparece mágicamente, sino que requiere ser organizada.

La certeza de que nos esperan momentos duros puede acompañarse de la esperanza de que no duren para siempre. Por momentos, en la conferencia de prensa del viernes parecía que los tres jefes de gobierno repetían “el esfuerzo dio resultado” para darse ánimos entre sí. No deja de ser cierto: los esfuerzos sociales siempre dan algún resultado, aunque no sea tal vez el esperado. Repitamos que vamos a estar mejor, y hagámoslo.

Estamos en contacto,

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.