Una cuestión de pelo

Un recorrido artístico por cabezas melenudas, conflictos con los rulos, libros sobre pelucas y galería de cortes célebres.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, con varios frentes abiertos, tratando de avanzar al mismo tiempo con muchas cosas. Espero que esta incipiente primavera ayude a disipar la angustia de las últimas semanas.

Hoy vamos a hablar de un tema clave para el aspecto de las personas: el pelo y sus vicisitudes, desde un punto de vista “artístico”, si se quiere. Se me ocurrió hace unos días, cuando fui justamente a la peluquería (cosa que hago dos veces por año) sin darme cuenta de que estaba yendo nada menos que el Día del Peluquero. Le pregunté a mi peluquero Mariano si sabía por qué el 25 de agosto se lo festejaba y no tenía la menor idea, así que recurrimos a Google y nos enteramos de que era por la santificación de Luis IX. El rey, que en el siglo XVII jerarquizó la profesión, declaró a su peluquero oficial como un hombre libre, equiparándolo con caballeros, jueces, médicos y magistrados, autorizándolo incluso a usar un espadín como parte de su atuendo. Ahí fue que los peluqueros, estilistas y barberos dejaron de ser sirvientes que solo cuidaban pelucas o retocaban a la realeza para pasar a ser hombres fundamentales para el bien de la corte. Por suerte, hoy también hay muchísimas mujeres ejerciendo esos oficios.

Me puse a pensar en la relación de las personas con su pelo. Morrissey exageraba cuando decía: “Si tu pelo está mal, toda tu vida está mal”. Pero es notable cómo cortarnos o hacernos algo en el cabello transforma inmediatamente la percepción que tenemos de nosotras mismas. Confieso que soy de las que a veces se hacen algo y nadie se da cuenta del cambio (medio tibio lo mío). Pero a la vez, un poco sospecho de la gente que todo el tiempo está transformando su apariencia cabelluda, como si nada la conformara. La profesión de los peluqueros y peluqueras me parece súper noble. Viven de escuchar a personas insatisfechas o inseguras y de transformar eso que tienen en la cabeza en un corte que les guste, combinando pericia técnica con creatividad. Muy desafiante.

Este Hilo entonces se ocupará del pelo en distintas manifestaciones artísticas, entrando y saliendo de varias cabezas. Empecemos.

UNO. Las largas cabelleras de Irina Werning

Hace poco fui al Teatro San Martín y, antes de entrar a ver una obra, recorrí la fotogalería. Ahí me topé con una impactante serie de fotos de la argentina Irina Werning que me voló la peluca. Cuac. Estuve investigando un poco su trayectoria, y resulta que hace años que viene retratando a melenudas. De hecho, viaja por el país buscando pelilargas en distintas comunidades, entrevistándose con ellas para dilucidar qué historias se esconden o exponen a través del pelo. Una de esas historias es la de Antonella, una niña de cabellos larguíiiiisimos a la que conoció cuando tenía 9 años. La retrató varias veces, incluso en La Boca, en la casa y el kiosco familiar, hasta que empezó la pandemia. Por ese tiempo, Antonella le confesó a Irina que cuando volvieran las clases presenciales iba a cortarse el cabello. Así que lo que ella retrató fueron justamente esos últimos momentos de pelo hasta los pies en una serie llamada “La promesa”, que ganó el importante premio World Press Photo. A lo largo del Hilo, les comparto algunas de estas fotografías. Imposible mirarlas y no hacerse preguntas: ¿cómo se lava y peina un pelo tan largo? ¿cuánto tiempo tarda en crecer así? Si quieren saber más, pueden visitar la página web de Werning o leer esta entrevista que le realizó otra fotógrafa, Irupé Tentorio, en Las12.

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DOS. Historia descabellada de la peluca

Allá por 2014, el escritor y crítico mexicano Luigi Amara se preguntó por una pieza clave de toda esta locura capilar: las pelucas. Y se pasó varios años investigando cómo es que los postizos en tanto prótesis tienen la capacidad de dislocarnos, de sacarnos de nosotras y alterar nuestra identidad. Tan en serio se tomó la cuestión que escribió un libro llamado Historia descabellada de la peluca, publicado por Anagrama, con un tono entre erudito y humorístico, en el que cuenta anécdotas e hitos de la historia de la humanidad en relación con ellas. Hace varios años lo entrevisté por este lanzamiento para Los Inrockuptibles y me contó que le interesó mucho el desafío de escribir un libro provocador, cosa que los lectores no supiéramos si nos hablaba en serio o si nos estaba “tomando el pelo”. Algo clave del libro es que no sigue un orden cronológico: “Opté por el mosaico, por la contigüidad y el contraste de esas distintas facetas. Quería que el lector saltara de un texto sobre la identidad y el disfraz a otro sobre la Roma imperial, y de allí a la calva de Andre Agassi y a la guillotina como navaja de afeitar última. Una suerte de tapiz puntillista que solo a la distancia revela su dibujo. La investigación fue lenta y azarosa; la apariencia, y ya ni se diga la peluca, han sido tachados de temas superfluos, y los estantes de las bibliotecas no rebosan de apartados sobre el cabello. A veces una cosa llevaba a otra; a veces había que comenzar de cero a partir de una pista repentina. Con las anécdotas y curiosidad capilares que me han contado a partir de la publicación del libro habría tela para un segundo volumen, que desde luego no escribiré”, me dijo aquella vez.

Uno de los capítulos más curiosos es el que se llama “La peluca de Andy Warhol”, en el que cuenta que la casa de subastas Christie’s vendió uno de los postizos de Warhol (que tenía más de treinta de esos) a USD 10.800, convirtiendo al objeto en un fetiche que exhibe una vez más toda su impostación y artificialidad. Es que como el lunar de Marilyn o el jopo de Elvis, esa peluca de Warhol se transformó en un sello indiscutible de la cultura estadounidense y su permanente simulación.

TRES. Los rulos vs. el alisado definitivo

“Lo primero fue un rulo. Luego salió el resto del cuerpo. Nací con mucho pelo, pero mi madre no quiso pelarme, tampoco hacerme aritos”, cuenta la periodista y escritora Maia Debowicz al comienzo de “El peso de los rulos”, el bello texto que da comienzo a su nouvelle autobiográfica ¿Y si no es suficiente?, publicado este año por Vinilo. Ahí ella narra con mucha gracia y frescura los pormenores de la relación con su pelo y el infierno por el que pasó cuando comprobó en el jardín de infantes que además de sus rulos tirabuzón existían otros tipos de cabellos. Supo de una vez y para siempre que quería ser lacia. Mi parte preferida es cuando habla de su peregrinaje por las distintas peluquerías para probar los “alisados definitivos”, que por supuesto no son tales, porque el pelo vuelve a crecer y adiós tratamiento. Es muy interesante cómo va contando las distintas formas de incomprensión por las que tuvo que pasar (por ejemplo por parte de su madre y de su padre, hasta que se resignaron a que no quisiera tener rulos). Pero todo cambia para bien cuando conoce a Miguel, de la peluquería Fashion, en la calle Arenales. Les transcribo una partecita.

Conocí a Miguel a mis 12 años sin saber que sería mi primer amigo marica. Tardé años en entender por qué sus brazos algunos días eran lampiños y otras veces una alfombra. Algunas noches se montaba, usaba pollera de cuero y botas hasta las rodillas. Antes de pintarse los párpados con sombra violeta, se afeitaba el vello del cuerpo entero con gillette. No tuvo necesidad de explicarme, un día me mostró excitado su pollera nueva, eso fue todo.

Los peluqueros son tan esenciales en nuestra vida como una almohada mullida para poder dormir. Una charla en esa silla que subía y bajaba, mirarlo en el espejo mientras él tocaba mi pelo, me salvó más de una vez. (…)

A Miguel le entregué mi cabello: me hizo toda clase de cortes y peinados, teñidos y tratamientos. Nunca buscó que aceptara mis rulos, me alentaba a que eligiera lo que quisiera. (…) Desde la primera vez que lo vi, a mis 12 años, no volví a mostrar mis rulos. Ni siquiera a mi círculo más íntimo. Fue nuestro gran secreto.

Si quieren expandir la anécdota, pueden seguir leyendo este homenaje que salió publicado en SOY.

CUATRO. Un bello y triste cuento de O. Henry

Cuando era más chica y lo leí, me impactó muchísimo este relato. Tanto que recordé el argumento siempre pero no al autor. Ahora lo rastreé. Se llama “Cuento de Navidad” y es de O. Henry, un escritor estadounidense que murió en 1910. Es la historia de una pareja de jovencitos muy pobres que están por festejar Navidad. Ella, Della, es dueña de una hermosísima cabellera (“Si la reina de Saba hubiese vivido en el piso de enfrente, Della habría dejado caer su pelo por la ventana para secarlo al aire, solo para que a su lado palideciesen las joyas y adornos de Su Majestad”, dice el narrador). Y tiene solo un dólar y ochenta y siete centavos para elegirle algo a su novio. Como quiere impactarlo con un buen regalo, decide vender su cabello (le dan 20 dólares por eso) y con el dinero comprarle una hermosa y lustrosa cadena para el reloj de bolsillo de él. Porque resulta que ese reloj es el objeto más preciado de su novio. Cuestión que, cuando llega Nochebuena, ella aparece con el pelo cortito y el novio se pone pálido: él había vendido su reloj justamente para comprarle a ella un broche para su hermosa cabellera. O sea que los dos se quedaron sin su objeto más preciado solo para hacerle un regalo al otro. (No estoy llorando, solo se me metió una basurita en el ojo.) Si prefieren leer el cuento original en vez de mi vago resumen, acá está en una traducción decente.

CINCO. Hombres hablando de sus peinados

Hace varios años, el periodista Lucas Garófalo (un gran amigo al que tal vez recuerden de cuando quedó a cargo de una edición especial de El Hilo Conductor) tuvo una idea genial: armar un breve cuestionario para que distintos hombres (de edades variadas y dedicados a diferentes disciplinas) se expresaran libremente sobre la relación específica que tienen con sus cabellos. Eran los tiempos de los blogs todavía (bueno, del Tumblr) y la idea de Hombres hablando de sus peinados prendió mucho, porque no era nada común que las masculinidades hicieran pública una faceta estética y coqueta, o que expusieran sus fantasmas capilares. Y lo que empezó como un proyecto medio indie se convirtió en una sección fija de la revista Brando. “¿Cómo explicarías tu peinado? ¿Te da miedo quedarte pelado? ¿Dónde te cortás el pelo? ¿Tuviste muchos peinados a lo largo de tu vida? ¿A quién le envidiás el peinado?” son algunos de los disparadores que van respondiendo figuras como Esteban Lamothe, Juan Di Natale, Fernando Trocca, Alan Pauls, Rodolfo Barili, Franco Torchia, Darío Sztajnszrajber, Sebastián Wainraich y Leo García, entre muchos otros. Pueden leer los cuestionarios, las respuestas y ver fotos de sus cabelleras, por supuesto, pasando por acá.

SEIS. Galería de cortes célebres

Y hablando de looks y cortes, me acordé de algo que me divirtió mucho. Resulta que hace varios años, una amiga que es poeta, Paula Peyseré, decidió dedicarse en sus ratos libres a cortar el pelo en su casa, porque tiene un talento innegable para eso. Así nació la Pauliquería, por la que pasamos muchas cabezas. Y, como bien sabrán, es una costumbre extendida el acudir al lugar con fotografías de cortes que nos gusten para usar de referencia. Pues bien, con eso como norte, y aprovechando su creatividad poética, Paula armó en su blog las divertidas Galerías de Cortes Célebres con fotos de escritores y artistas de distintas épocas para que apreciemos básicamente sus peinados. Si pasan por acá, pueden valorar el corte de “frente repulgado” de la poeta Elizabeth Bishop, la “coleta pensadora” de Denise Levertov, el “graso tronco” de W.H. Auden, el “flequillo valiente” de Artaud o la “rampa adolescente” de un joven Thomas Pynchon, entre otros. Me parece un gran divertimento ponerle nombre a los cortes de las personas famosas de otros tiempos.

SIETE. 2 x 1

Bueno, vamos llegando al final y como siempre quedan muchas cosas afuera. Así que sale un breve potpourri con las últimas recomendaciones peludas:

  • Este video de 12 segundos de cuando Lennon y Yoko Ono se metieron varios días en la cama en 1969 para pedir por la paz en el mundo. Solo dicen “Stay in bed! Grow your hair! BED PEACE. HAIR PEACE”, como si hubiera una clara relación entre la paz y los cabellos.
  • “Esa troncha trenza de cana”, un cuento de Gabriela Bejerman incluido en su libro Heroína en el que una chica (en pareja con un preso) se calienta mucho con una policía que tiene una trenza bien gruesa y sexy. Se puede leer entero acá.

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

Espero que este Hilo te haya hecho considerar brevemente la relación con tu pelo, a ver si hay algo nuevo por probar. O aunque sea que te haya hecho pensar en otra cosa, en estas jornadas tan cargadas de información y noticias por todos lados.

Gracias por leer, y por favor cuidate mucho.

Malena

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Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.