The Trump Show, capítulo juicio

La justicia acecha al expresidente, que regresa al centro del escenario político y se consolida como favorito en la interna republicana. La campaña presidencial de 2024 vuelve a llenarse de drama.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. El correo de esta semana comienza con una foto. El 4 de abril, ante la mirada de cientos de cámaras y otro puñado de simpatizantes, Donald Trump ingresó a un juzgado de Nueva York para declararse inocente de 34 cargos de delito grave por falsificación de registros comerciales. Unos días antes había sido acusado formalmente por un gran jurado, en el marco de la causa que lidera el fiscal de distrito y nuevo enemigo público del Partido Republicano, Alvin Bragg.

La foto es icónica, porque es la primera vez que un expresidente de Estados Unidos es procesado. Pero Trump es más que un expresidente: es, después de estas semanas, el claro favorito a obtener la nominación republicana para ser candidato en 2024, y nada indica que no pueda ganar otra vez. Así, el país entra a un terreno desconocido, con una campaña presidencial que se va a solapar con la causa judicial de Trump, a la que se pueden sumar otras. Visto de otra manera, sin embargo, Estados Unidos se prepara para algo que ya conoce: una campaña atravesada por altas dosis de dramatismo, incertidumbre y espectáculo. Un circo que se repite y a estas alturas aparece normalizado, expuesto incluso al aburrimiento.

Trump lo hizo de nuevo. En marzo se anticipó a cualquiera de sus opositores y publicó en su propia red social lo que hasta entonces eran rumores. “El candidato republicano mejor posicionado por lejos y expresidente de Estados Unidos será arrestado el martes de la próxima semana. ¡Protesta, recupera nuestra nación!”, escribió. Para el momento en que llegó la acusación, una semana más tarde de lo previsto por el posteo, Trump ya había cerrado filas en el Partido Republicano y sus satélites, incluido Rupert Murdoch, el magnate y dueño de Fox News que está jugando con el otro candidato de la interna republicana, Ron DeSantis. Luego de un inicio de año complicado, con un lanzamiento formal de candidatura que no generó el ruido esperado, opacado por el ascenso de DeSantis al escenario nacional, Trump acumuló sus primeros dardos narrativos, dio el primer gran golpe de campaña y le pasó la pelota a la justicia.

Hoy ya pasaron dos semanas y podemos comprobarlo: los argumentos que presentó el fiscal en la lectura de los cargos de Trump dejaron dudas en expertos legales y no son pocas las voces de la izquierda que advierten, oh qué sorpresa, que podría ser beneficiado políticamente. Así lo demuestran todas las encuestas de votantes republicanos que se publicaron luego de la noticia. Todas registraron una mejora de Trump, que en algunas le saca hasta treinta puntos de ventaja a DeSantis.

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Las críticas más serias al fiscal cuestionan los fundamentos legales para acusar a Trump de un delito grave. Repasemos: el origen de la causa es el pago de 130 mil dólares que hizo un abogado de Trump, Michael Cohen, a una actriz porno en 2016, en el marco de la campaña presidencial. La actriz en cuestión, Stormy Daniels, había tenido sexo con el candidato en 2006, cuando todavía era casado, y el dinero era para callarla. Una política de reducción de daños. A priori, como el pago –que en sí no es ilegal– redundaría en un beneficio para la campaña, este debía haber sido informado y no se hizo, lo que viola una ley electoral. Pero el foco de la acusación de Bragg es que, para efectuar ese pago y reembolsar a su abogado, que fue el que formalmente lo llevó a cabo, Trump falsificó registros comerciales. Este también es un delito menor. Para ser considerado grave, que es lo que sostiene la fiscalía, se debe probar que ese delito incluía la intención de cometer u ocultar un segundo delito. Ese es el principal problema que tiene la acusación, que para los seguidores de Trump y mayoría de votantes republicanos está motivado políticamente para afectar su campaña.

Los escépticos se preguntan si esta era la mejor forma de procesar a Trump, dado que existen otras causas, como la que lo señala como incitador del ataque al capitolio del 6 de enero o como personalmente responsable de presionar a un funcionario electoral de Georgia para “encontrar votos” y dar vuelta el resultado. Son causas de mayor responsabilidad directa y cuyo subtexto es más potente: que si un presidente intenta liderar un golpe de Estado, bueno, debe ser penalizado por eso.

Los pesimistas descuentan que el caso va a complicar todavía más la convivencia entre republicanos y demócratas, al igual que la polarización en general. La formulación de cargos contra dirigentes de uno y otro partido se podría volver más frecuente, mientras la tensión sigue escalando.

Conviene quizás leer el caso no como un punto de inflexión sino como un capítulo más en la degradación del sistema político norteamericano, para decirlo de manera solemne. Pero pensemos: ¿cuántas veces en los últimos años escuchamos que era la primera vez en Estados Unidos que pasaba tal cosa? La primera vez que un presidente es sometido a impeachment dos veces…la primera vez que la Corte Suprema tiene una mayoría ideológica tan clara…la primera vez que un presidente intenta organizar un golpe de Estado…y así.

Y sin embargo ya nos acostumbramos. El circo de Trump, los tiroteos, el bloqueo del sistema político, para no hablar de escenas pandémicas, aparecen como banda de sonido de una obra más grande, de carácter global, donde todo sucede demasiado rápido y los estallidos se producen de manera permanente. Un mundo de realismo gore donde Years and Years, hace unos años una serie de ciencia ficción, ahora puede ser vista como una telenovela liviana.

Casi una década después de su irrupción en la política de la primera potencia mundial, Trump reafirma su protagonismo. La causa lo impulsa nuevamente al frente del Partido Republicano, que puede reeditar el clima de 2016 si el establishment conservador decide apostar aún más fuerte por DeSantis. El movimiento tiene a su vez repercusión en los demócratas, que parecen resignados a que el candidato sea otra vez Biden y el mensaje, otra vez, la batalla contra Trump. El republicano no tiene asegurada la victoria, porque lo que lo fortalece hacia dentro también puede dañarlo hacia fuera. El cuadro judicial, sumado a la radicalización paulatina de su figura puede costarle votos en sectores más moderados, como las mujeres de suburbios, un grupo demográfico clave. Pero Trump tiene chances de volver a ganar. Para lo que venimos charlando en este newsletter eso es importante y no solo para Estados Unidos. El gobierno de Ucrania, para poner un caso, lo va a estar siguiendo de cerca.

La campaña, por lo pronto, ahora tiene un elemento más. La próxima audiencia judicial de Trump está fechada para inicios de diciembre, en pleno calendario de primarias y temporada de debates. Eso en el caso de que no lleguen otras acusaciones formales por las otras causas, un escenario a todas luces posible.

La paradoja es que cada vez hay más en juego y la definición va a depender, como casi siempre, de los remotos, los indecisos, los que cambian su voto según el clima o se preguntan si vale la pena salir o, como una parte importante del país, si no es mejor quedarse en casa. Un dilema que trasciende a Estados Unidos y se conjuga con una de las emociones madre de este tiempo: la impotencia.

Las elecciones son de vida o muerte pero se resuelven por aquellos que creen que votar –o la política, para el caso– no les va a cambiar nada.

Acá dejamos.

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.