Retenciones: el impuesto maldito

Qué son y para qué sirven los derechos de exportación. Por qué generan una grieta ideológica.

Las retenciones (también conocidas como derechos de exportación) son unos de los instrumentos de política económica más sobreideologizados en ambos lados de la grieta. Como suele ocurrir con muchos instrumentos, la clave de que las retenciones sean útiles o no depende del diseño y del contexto en el que se apliquen. En épocas de devaluación y crisis, las retenciones pueden ser amortiguadores que atenúen el deterioro social.

Hace décadas que Argentina es un péndulo en materia de distribución del ingreso, lo cual se plasma en alternancia de ciclos de apreciación y depreciación cambiaria, que generan una alta volatilidad y conspiran contra la certidumbre de largo plazo. Cuando hay apreciación del tipo de cambio real (es decir, cuando el dólar está «barato»), los salarios suben en dólares (y, por lo general, también crece su poder adquisitivo en el mercado interno, motorizando así el consumo y la economía). La expansión económica asociada al mayor poder de compra de los trabajadores implica mayores exigencias de dólares, puesto que parte de ese consumo es importado. A su vez, el sector exportador pierde competitividad, dado que sus costos en dólares se encarecen. Si bien hay sectores que con un tipo de cambio apreciado les sigue resultando rentable exportar (como el complejo sojero) hay otros a los cuales se les vuelve imposible (parte de la industria, de las economías regionales o mismo el turismo). Por tal razón, la apreciación cambiaria, al demandar muchos dólares, ha tendido a no ser sostenible y a ser sucedida por una devaluación importante (ejemplos sobran, piénsese en 2001-2002, 2014, 2016 o 2018).

Así como las apreciaciones cambiarias implican transferencia de ingresos del sector exportador a las clases trabajadoras urbanas, las devaluaciones implican lo contrario. La devaluación dispara la inflación por dos mecanismos: a) la suba del precio de los productos importados (por ejemplo, autos o computadoras) y aquellos de producción nacional pero con insumos importados (celulares), y b) la suba del precio de los productos que Argentina exporta, muchos de los cuales componen la canasta básica alimentaria (carne o trigo, por ejemplo). Es por esta razón que siempre que hay devaluación los alimentos suben por encima del promedio del resto de los precios. Por ello, casi siempre que el peso se devalúa sube la pobreza, puesto que los ingresos de las familias corren detrás de la inflación.

Las retenciones como amortiguadores ante las crisis

En este contexto, resulta clave que el Gobierno diseñe y aplique mecanismos que permitan morigerar las brutales transferencias de ingresos que generan estos ciclos de apreciación y depreciación cambiaria. Uno de ellos son las retenciones. El kirchnerismo tendió a subirlas en épocas de subas de los commodities, hasta que explotó el conflicto por la Resolución 125 en 2008. Luego, si bien hubo cambios menores, las alícuotas se mantuvieron en valores altos (con 35% para la exportación de soja por ejemplo). Por su parte, el macrismo las eliminó a poco de asumir (y las fue bajando de a poco para la soja), pero forzado por las circunstancias y la presión del FMI las reimplantó en septiembre del año pasado.

A mi juicio, el porcentaje de las retenciones debiera fluctuar según la evolución del tipo de cambio real. ¿Qué es el tipo de cambio real (TCR)? Dicho simple, el TCR tiene que ver con cuán barata está Argentina en dólares. En economía se dice que el TCR sube cuando la producción nacional de bienes y servicios se abarata en dólares, respecto al resto de los países del mundo (tal como sucedió en estos días). También se llama a este proceso «devaluación real». A su vez, se dice que el TCR baja cuando Argentina se encarece en dólares (como ocurrió en buena parte de 2017 o entre mayo y julio, y más recientemente entre abril y mediados de julio de 2019). A este proceso se lo denomina «apreciación real».

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¿Por qué las retenciones, si bien son un impuesto debatible, pueden ser un instrumento válido de política económica? Porque pueden servir de amortiguadores cuando Argentina se abarata/encarece en dólares. Veamos más en detalle.

Un ejemplo muy simple

Imaginemos un exportador que produce una tonelada de soja, que vende a 300 dólares en el mercado internacional. Imaginemos que los costos de ese productor eran, el viernes previo a las PASO, de $4.600 por tonelada. Al tipo de cambio de ese viernes (unos $46 por dólar), ese productor producía por 100 dólares y vendía por 300. La ganancia es de 200 (estoy haciendo un ejercicio súper simplificado e imaginario con fines didácticos; la realidad es bastante más compleja).

Ahora ubiquémonos esta semana. El productor sigue vendiendo a 300 dólares, pero sus costos en dólares cayeron a 76 (suponiendo a los fines de este ejemplo hipotético que no usan insumos importados [1], que todavía no hubo traspaso a precios de sus costos internos y que el dólar hoy está a $60). La ganancia aumentó en dólares (de 200 a 224) y además, el poder de compra de esos dólares en el mercado local subió fuerte, dado que muchas cosas todavía no subieron o lo hicieron en una magnitud menor a la del salto cambiario. Para que se entienda esto último: el dólar trepó 30%, pero la inflación de agosto no será del 30%, sino más cercana al 4/5%. Por ello, el exportador se ve muy beneficiado con una devaluación.

Imaginemos ahora que el Estado decide implementar un impuesto a la exportación (las llamadas «retenciones») de, pongamos, el 10%. Por cada tonelada que vende el productor, el Estado se queda con 30 y el productor con 270. Sus costos en dólares son de 76, de modo que su ganancia en dólares es ahora de 194 (es decir, de los 300 dólares exportados, 30 van al Estado, 194 son ganancia del productor y 76 son costos). El poder de compra del exportador en el mercado interno es mucho más alto que en la situación original, puesto que si bien su ganancia en dólares es algo menor, con esos 194 dólares compra muchos más bienes y servicios hoy que con 200 dólares hace una semana atrás.

En momentos de devaluación real, subir retenciones permite morigerar las transferencias de ingresos hacia el sector exportador y dotar al Estado de recursos para hacer políticas que compensen a los grandes perjudicados (clases medias urbanas, sectores populares o PyMEs que dependen del mercado interno). En su momento, en el año 2002, Duhalde implementó retenciones al sector exportador y con ello financió la implementación del Plan Jefas y Jefes de Hogar, que llegó a tener más de un millón y medio de beneficiarios. Estos hogares pasaron a tener algo de plata en el bolsillo, lo cual permitió recomponer en parte el híper deprimido consumo y ayudar a reactivar la economía.

Por qué está mal diseñado el esquema actual de retenciones

El esquema actual de retenciones, impuesto tras la crisis cambiaria de agosto del año pasado, en lugar de amortiguar las transferencias de ingresos en momentos de devaluación, las amplifica. Ello ocurre porque el gobierno decidió poner una suma fija en pesos por dólar exportado, en lugar de un porcentaje. Hoy los exportadores de granos pagan $4 por dólar exportado (y los industriales y servicios pagan $3). Eso significa que, si el dólar está a $40, los exportadores de granos pagan un 10% de derecho de exportación. Con el dólar a 60, los exportadores de granos siguen pagando $4 por dólar, de modo que se les licua el gravamen al 6,7%. El rumor que corrió esta semana era que Hacienda pensaba subir el impuesto a $6 por dólar, para mantener una alícuota cercana al 10%, pero el ministro de Agroindustria (Luis Etchevehere, ex presidente de la Sociedad Rural Argentina) hizo el lobby suficiente para frenarlo.

¿Por qué el gobierno diseñó el esquema de retenciones de ese modo? Porque confiaba en que el peso se fuera depreciando de a poco y, de ese modo, licuar el impacto de un impuesto con el cual nunca se sintió ideológicamente a gusto.

Ahora bien, las circunstancias obligan a que el esquema de retenciones sean diseñadas de otro modo. Primero, deberían ser fijadas como porcentaje en lugar de una suma fija. Segundo, ese porcentaje debe variar en función del TCR: si Argentina tiene devaluación real, ese porcentaje debe subir; si Argentina tiene apreciación real, ese porcentaje debe bajar y de este modo darle mayor aire al sector exportador (algo que el kirchnerismo no hizo en sus últimos años de gobierno, lo cual fue un grave error). Ese cambio de alícuotas debería hacerse cada cierto período de tiempo (mensual o trimestral, habría que explorarlo), por ejemplo en función del índice de TCR que publica diariamente el Banco Central. La fórmula de ajuste también podría agregar la evolución de los precios internacionales de los commodities, de modo que si estos caen se disminuye la alícuota (para mejorar la situación del productor) y viceversa cuando suben.

Un instrumento de este tipo permitiría que los ciclos de devaluación y apreciación cambiaria tengan impactos más suaves sobre el poder adquisitivo de los hogares. A su vez, el sector exportador perdería menos rentabilidad cuando Argentina se encarece en dólares, y no tendría tanto shock de rentabilidad cuando se abarata en dólares. Asimismo, esto disminuiría el incentivo a retener la cosecha en épocas de altas expectativas de devaluación [2].

A la inversa, las clases medias urbanas y los sectores populares no estarían tan expuestos a semejante vaivén en sus condiciones de vida. Por su lado, dado que las devaluaciones son recesivas, el Estado podría hacerse de mayores recursos que permitan financiar políticas contracíclicas y redistributivas, que permitirían suavizar el ciclo económico. Todo ello debería generar una mayor certidumbre en los distintos actores, que tendrían horizontes claros de rentabilidad, facilitando decisiones de inversión. No sólo eso, las propias exportaciones podrían tener un impulso, gracias a que el TCR sería en la práctica más estable (hay cierto consenso en que la estabilidad del TCR es importante para que los exportadores salgan a buscar mercados con horizontes previsibles de rentabilidad). Lógicamente, el Estado debería sentarse con los actores y negociar razonablemente la letra chica. Sería un primer paso para avanzar hacia la tan ansiada estabilidad macroeconómica, que hoy luce a años luz de distancia.

A modo de cierre, las retenciones son un instrumento, que puede servir en ciertas circunstancias y ser contraproducente en otras. El problema es que, tras el conflicto por la 125, ese instrumento quedó hiper ideologizado, de uno y otro lado de la grieta. Escuchamos la palabra «retenciones» y se nos altera el sistema nervioso. Como instrumento, las retenciones tienen ciertamente sus bemoles, pero también pueden contribuir a resolver (o por lo menos atenuar) uno de los grandes problemas de la Argentina contemporánea: el péndulo distributivo y la consecuente volatilidad macroeconómica.

 

 

[1] En la práctica, hay un porcentaje significativo de los insumos del productor (combustibles, fertilizantes o semillas) que están dolarizados, de modo que al momento de una devaluación parte de sus costos aumentan inmediatamente. De todos modos, el concepto sigue siendo el mismo: se exporta en dólares, y hay una parte significativa de los costos que permanece en pesos y por lo tanto se licúa en dólares.

[2] Si sé que me van a subir la presión fiscal cuando hay devaluación no voy a querer tanto una devaluación comparado con si me la van a mantener igual -con un esquema de porcentajes fijos- o si me la van a bajar -como ocurre con el esquema actual-.

 

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo.