Radiografía del mercado laboral joven

El falso mito de una población que no trabaja, pero que en verdad lo hace y mucho en un contexto de pluriempleo y precarización.

Para las juventudes, quienes llegaron en último lugar a esta sociedad de alto riesgo, se superponen los padecimientos mentales con el malestar en el trabajo, signado por la precariedad a todo nivel. ¿Cuál es el saldo actual de insatisfacción entre el descanso, el ocio y el trabajo? ¿Cómo y quiénes padecen la desocupación, la hiperproductividad, el abandono educativo y la inseguridad laboral? ¿Qué trabajos, qué formación y qué modo de vida se le exige hoy a las juventudes? ¿Cuánto pueden o quieren soportarlo? Al mirar a los más jóvenes, se desarma la narrativa del ninismo. Dato: las juventudes trabajan y, si no empiezan tempranamente, quieren estudiar. Una radiografía del trabajo y la salud mental de las juventudes argentinas. Lo más importante: ¿quién tiene la culpa?

Omitir intro: alarma de la incultura del trabajo

La primera actividad pública de la que participé luego de los confinamientos fue junto a un grupo de activistas por la visibilización de la salud mental en la vida cotidiana. Debatían el documental estadounidense Take your pills (Netflix, 2018) que describe el consumo entre los jóvenes del anfetamínico legal Adderall, utilizado para el rendimiento en el estudio y en el trabajo. ¿Las drogas calman o reproducen el malestar en el trabajo? Analizaban las advertencias de Íñigo Errejón sobre la incidencia del suicidio como una de las principales causas de muerte temprana en España. Querían hacer dialogar a especialistas, comunicadores y artistas mientras buscaban y fracasaban en dar con las investigaciones más actuales sobre epidemiología en salud mental durante la pandemia. La información epidemiológica en la Argentina y sobre la Argentina se hacía esperar. En los cafés preparatorios para el ciclo de charlas de BA LIMA se imponía una pregunta. Si los datos sobre el aumento de los padecimientos mentales y los consumos de los jóvenes eran equivalentes también en la Argentina, ¿son la falta de trabajo, la precariedad y la productividad los factores responsables? ¿O es que ahora los jóvenes meten mano en el botiquín como si se tratara de una caramelera? ¿Es que las drogas blandas y duras están más cerca en el WhatsApp del transa, en la cerveza de la esquina y en el paco de la plaza? ¿De quién es la culpa? Clonazepam y popper para la generación de cristal. Birra y paco para los marginados.

Mientras se extinguía la pandemia, en el mundo resonaba una noticia que se podía avizorar a fuerza de vivencias y relatos durante las cuarentenas. La prevalencia de la ansiedad y la depresión había aumentado un 25%, con especial impacto en las personas jóvenes. La OMS indicaba que las causas más evidentes de este fenómeno eran el aislamiento social y la incertidumbre para salir a trabajar. En un contexto en el que las poblaciones de riesgo no podían trabajar, los jóvenes que pudieron debieron salir para reemplazar a los mayores o completar los ingresos caídos de sus hogares.

Sin embargo, antes siquiera de debatir e investigar las causas, los condicionantes previos a la pandemia y los modos de salir de ella, se destacó otro aspecto, otro ángulo de la entonces llamada pandemia mental. El consumo de ansiolíticos, antidepresivos y otros psicofármacos había aumentado exponencialmente y los jóvenes eran los principales demandantes. En México y España se realizaron encuestas de jóvenes que confirmaban la tendencia alertada por la OMS. Population Council y el gobierno de México estimaron que el 71% de los jóvenes contó con menores ingresos en su hogar y el 14% aumentó el consumo de sustancias psicoactivas.

En Argentina, se relevaron los consumos de la juventud desde un enfoque más escandalizante, pero la cuestión del trabajo también estuvo en el centro, o acaso de costado. En las jornadas sobre adicciones realizadas en la UCA en el año 2022 se presentaron estudios que indicaron que durante la pandemia los estudiantes universitarios habían aumentado considerablemente el consumo de alcohol, marihuana, cocaína y éxtasis. Los expositores de la jornada lo definieron como una “mega barbarie planificada”. Entre las causas de la llamada “patología de la libertad” que afecta a los jóvenes se listaron la “errancia de los amores”, las campañas de reducción de daños y la pérdida de valores como la educación y, por supuesto, la cultura del trabajo.

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Inculturalizados de la educación y del trabajo. Antes de apresurarte con las razones, me dijeron, hay que verificar si las presunciones y los fantasmas existen. Los únicos datos sobre consumo de ansiolíticos los publica la Cámara de Farmacias: más del 40% de los medicamentos que se dispensan en Argentina son psicofármacos, estiman quienes venden la droga legal.

Radiografía del trabajo de las juventudes argentinas

Cuando el sistema de prácticas profesionalizantes para estudiantes de la escuela media ya estaba en funcionamiento, el jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, destacó: “Seguimos dando el mensaje de la cultura del trabajo”. El mensaje de la cultura del trabajo consiste en incorporar las reglas de las labores. Está dirigido a contrarrestar una contracultura, la de los jóvenes que no quieren, no saben o no pueden trabajar. El ethos de una sociedad articulada en torno al trabajo, los derechos y la ciudadanía es reemplazada por una apelación new age al deber, al compromiso anticipado con el malestar del futuro, a una sujeción temprana a la disciplina laboral a cambio de una muestra gratis de éxito vital.

¿En Argentina las juventudes trabajan poco? Según la tasa de actividad (EPH-INDEC), actualmente se encuentran activas al menos la mitad de las personas jóvenes. Parece poco, si tenemos en cuenta que se encuentran activos el 90% de los varones mayores de 30 años. Pero si consideramos que entre las personas jóvenes contempladas en la tasa de actividad se encuentran las pibas y los pibes de entre 14 y 18 años en edad escolar, y también los estudiantes de la educación técnica, universitaria y superior, el indicador cobra otra relevancia. Puede ser mucho o puede ser poco,¹ pero, ¿está bien? Es un hecho. Al menos la mitad de las juventudes argentinas trabaja o busca trabajo y, en el último año, la tasa de actividad de los jóvenes aumentó más rápidamente que la de los adultos (EPH-INDEC 2023). La desocupación de los jóvenes (13,6% en mujeres y 12,6% en varones) duplica a la de la población general (6,3%). ¿Debe ser alentada la participación temprana de los jóvenes en el mercado de trabajo?

El dilema Toyota: reemplazo, empleabilidad y los valores de la humildad, superación y never defeated

Durante la pandemia del año 20, Toyota de Zárate, una de las compañías que más esfuerzos dedica a la cultura organizacional empresaria, quiso reemplazar a los “ausentes por salud o edad” con trabajadores inmunes, jóvenes y calificados. No los encontró. Aunque la terminalidad educativa de la zona no es menor que la de las grandes ciudades de Latinoamérica, a la convocatoria se presentaron muchachos muy jóvenes de hogares de pocos recursos con secundario incompleto o con dificultades de lectocomprensión. Los jóvenes que habían terminado el secundario no se presentaron o no tenían interés en cubrir los puestos disponibles. Los jóvenes que quieren trabajar en Toyota no pueden ser contratados porque no terminaron el secundario y los jóvenes que terminaron el secundario no quieren trabajar en Toyota porque quieren seguir estudiando. Mariano Narodowski lo definió como un “choque aspiracional”. La empresa se enfrentó con este dilema y, en busca de una explicación convincente, se lo presentó a la sociedad en una poco concurrida reunión del Rotary Club de Buenos Aires, a mediados del 2021. Lo que había sido un comentario al pasar estalló una semana después como el gran dilema de la cultura del trabajo y la educación, esta vez a través de un informe del Observatorio Argentinos por la Educación.

Pero Toyota ya había optado por una de las soluciones al dilema. Aunque entre 2018 y 2019 la empresa destinó el equivalente a un total deslumbrante de 100 mil horas de prácticas laborales para estudiantes de escuela media y universitarios, en el año 2020 tuvo dificultades para cubrir el total de las 200 vacantes disponibles para reemplazar a los adultos. En su reporte corporativo de sustentabilidad de ese año, uno de los capítulos más relevantes estaba dedicado a mejorar la empleabilidad de los jóvenes y, para eso, seleccionaron a cientos de estudiantes que tutorados por la gerencia fueron acompañados en sus estudios y realizaron prácticas profesionales y pasantías en las empresas de la zona. El programa Educate para el Cambio es parte de la iniciativa global Start Your Impossible, a través de la cual Toyota “refuerza sus valores de humildad, superación de desafíos y de nunca darse por vencido”. El razonamiento que primó fue el siguiente: muchos jóvenes no terminan el secundario; ergo, hay que enseñarles a trabajar. Aunque los jóvenes volvieron a la escuela y terminaron sus estudios, el programa no dio los resultados esperados. Los jóvenes practicantes fueron seleccionados con la asistencia de las consultoras Randstad, Manpower y Adecco. Finalmente, arrojó un 95% de resultados positivos.

¿Por qué no encuentro a los jóvenes que puedan cubrir los puestos que tengo disponibles? Para responder a la pregunta de las empresas, las consultoras buscan la respuesta entre las juventudes y, por supuesto, en las mismas empresas. Concluyen que uno de los principales motivos por los cuales los jóvenes tienen dificultades para conseguir empleo es que no tienen la experiencia o la formación necesaria. Las empresas buscan cubrir puestos que requieren competencias técnicas específicas pero están en las categorías iniciales del convenio colectivo. Las de salarios más bajos. Entonces buscan personas jóvenes con ese perfil técnico. Pero además, se les exigen las llamadas habilidades blandas. Que además de poseer preparación técnica sean adaptativos, proactivos, positivos, ordenados, tolerantes, comunicativos, sociables, creativos, orientados y puntuales. La respuesta adecuada a este problema me la dio un joven estudiante de primer año de la carrera de Marketing: “¡Pero si acabo de terminar el secundario! No me queda otra que mentir en el CV”.

En la encuesta de 2015 sobre universitarios, Adecco concluyó que existía “cierta ingenuidad fantasiosa” en los jóvenes. Cuando Moritz Erhardt se suicidó mientras trabajaba en el Bank of America de Londres, algunos consultores afirmaron que las causas del burnout entre los jóvenes podían ser sus expectativas poco realistas de superación y la pretensión de autonomía y flexibilidad en el tiempo de trabajo conjugada con la voluntad de continuar con los estudios. Adecco Argentina sostiene que una de las causas por las cuales los jóvenes tienen dificultades para conseguir empleo y (que es lo mismo pero no es igual) que los empleadores no encuentran jóvenes para cubrir los puestos, es su falta de cultura del trabajo, su falta de compromiso. Las causas principales que explicarían la desocupación juvenil, la inestabilidad y el malestar en la cultura del trabajo podrían ser, en suma, ¡todas atribuibles a los propios jóvenes!

Mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Antes de responder a la pregunta sobre la desocupación juvenil y su aparente falta de cultura del trabajo, es necesario conocer qué tipo de trabajo tienen las juventudes argentinas. Podemos imaginar la respuesta: trabajos más precarios e inestables que los adultos. Sí, correcto. Pero qué pasa si observamos solamente a los jóvenes y adultos que tienen acceso a derechos y tienen cobertura de riesgos y de la seguridad social. ¿Encontraremos a los jóvenes que tienen los trabajos estables que permitirían sortear el malestar en la cultura del trabajo? En el gráfico a continuación podemos ver que la línea más estable -menos volátil- corresponde a los más adultos mientras que la línea que muestra la cantidad de empleos de los más jóvenes se comporta como una montaña rusa. ¡Y en el universo de los contratos laborales con cobertura de derechos! Es decir, el primero -y no más importante- de los problemas que encontramos entre las juventudes argentinas que trabajan es una forma de precariedad en la formalidad. La inestabilidad laboral, la alta temporalidad y la volatilidad de los contratos. Aún en la formalidad, el trabajo de los jóvenes se caracteriza por la inestabilidad y la incertidumbre.

Para salir del sendero de la culpabilización y encontrar el camino para explicarnos la alta desocupación juvenil nos tenemos que detener, ahora sí, en la relación entre precariedad laboral y juventudes. En la Argentina, 7 de cada 10 jóvenes con trabajo asalariado no están registrados en la seguridad social. La realidad de los adultos es al revés: 7 de cada 10 mayores con trabajo asalariado están registrados en la seguridad social. La correlación entre edad y calidad del trabajo asalariado es contundente.

Hay trayectorias diversas porque hay juventudes. No hay una juventud homogénea. Si en estas condiciones del mercado trabajo y de la calidad del empleo, mejoráramos drásticamente la calificación laboral de los más jóvenes (16 a 20 años), su empleabilidad, en términos de calidad, no mejoraría. Es probable que solamente logremos aumentar la probabilidad de conseguir un buen empleo de aquellos no tan jóvenes o que pertenecen al segmento que ya tiene empleo de calidad o posee redes familiares o comunitarias óptimas, por no decir los más ricos. Ahora bien, ¿aumentando la calificación laboral de los más jóvenes, podríamos mejorar su posibilidad de conseguir empleos, sean estos de buena calidad o no? ¿Resuelve el problema de la desocupación juvenil “mejorar” su cultura del trabajo? ¿Por qué hay alta desocupación juvenil?

De las juventudes que se encuentran inactivas, el 80% son estudiantes (la actividad en la inactividad) y el 10% declara que su actividad principal son las tareas de cuidado (otra actividad no remunerada). No están en el mercado de trabajo remunerado porque estudian o cuidan. ¿Aún hay dudas de que quienes tienen más probabilidades de conseguir un buen trabajo en el futuro son quienes más estudian, extienden su trayectoria educativa y completan sus estudios? Lo veremos. Entonces, ¿cuál es la clave para reducir la desocupación juvenil? ¿Acaso alentar primerísimos empleos a temprana edad para quienes no terminaron, pero podrían interrumpir sus estudios? ¿Enviar masivamente a quienes ya abandonaron la educación a un destino de inevitable precariedad laboral? ¿Políticas de primer empleo o políticas de terminalidad educativa? Ambas, se dirá. Algunos aprenderán para luego trabajar y muchos aprenderán trabajando, se afirma. Pero aquellas políticas son diametralmente incompatibles si se abordan como políticas generales, si intentan imponer una cultura única del trabajo. Trabajar por un salario bajo, desde los 18 años, en puestos inestables que requieren calificaciones, y a la vez completar y continuar con los estudios es una carrera contra los cuatro vientos del mercado. Nunca derrotado, reclama la nueva era. Dalo todo, no te detengas. El saldo negativo de esta perspectiva de valores únicos y universales es, precisamente, la falta de perspectiva, porque la realidad se le interpone con crudeza. Es el malestar en la cultura del trabajo.

Entre el Never defeated y la falta de perspectiva de este siglo puede aparecer una pregunta paralizante. ¿Para qué estudiar tanto hoy si mañana no voy a poder conseguir un buen trabajo? Contra todo pronóstico, algunos viejos y buenos consejos que llegan del siglo XX como susurros se confirman en los datos. En la Argentina, los jóvenes con estudios universitarios completos tienen la tasa de formalidad laboral de los adultos (70%). A la vez, los adultos con estudios universitarios completos tienen la tasa de formalidad más alta del mercado de trabajo. Este dato también es contundente. Estudiar sirve, y mucho.

¿Ahora, cuál es el peor problema? ¿Trabajadores y profesionales altamente calificados en un mercado de trabajo deprimido (2001) o trabajadores no calificados que pivotan en empleos de baja calidad (2021)? Resulta que los adultos que hoy tienen empleos precarios son los que ayer abandonaron sus estudios. Es lo mismo que decir que los jóvenes que hoy continúan sus estudios serán los menos precarizados el día de mañana. ¿Suena a premisa de abuela del siglo XX? Es posible. La premisa que surge de la propuesta de “mejorar la cultura del trabajo” es la siguiente: empieza a trabajar ahora, no abandones tus estudios -aunque eso signifique sacrificarte al máximo, no darte por vencido, darlo todo- y tendrás un mejor mañana. El siquieropuedo es una premisa que podría no derrumbarse por falsa, pero a la larga se caerá por el malestar que engendra. Porque, según lo que surge como evidencia, el trabajo que empezás muy pronto es un mal trabajo y entonces, el trabajo que tendrás en el futuro también lo será. Quienes no logren continuar y terminar con sus estudios padecerán el malestar (bajos ingresos, sin derechos, sin estabilidad). Quienes en su trayectoria exigida, de estudio y de trabajo soporten el reto de darlo todo, también padecerán el malestar (máxima productividad, sin descanso, sin ocio). Podrán ser malestares distintos o uno solo experimentado de distintas maneras. Pero no es un malestar ni de pobres ni de ricos. Malestar en la falta de oportunidades y malestar en el mérito. Malestares en la cultura del trabajo.

Altos ingresos para los adultos es desaliento de la desocupación y la precariedad laboral juvenil. Recursos para la terminalidad educativa es desaliento de la desocupación y de la precariedad laboral juvenil.

Ni muy ni, ni tan tan

Entre quienes no estudian ni trabajan, la mitad son personas que cuidan sin remuneración. Entonces, el verdadero ninismo es más estrecho. El ninismo es chico, muy chico (5%). De hecho, 7 de cada diez mujeres nini siquiera son ni-ni porque trabajan en los cuidados. Podríamos llamarlas ni-ni porque ni estudian ni cobran por su trabajo. Volviendo. La gran mayoría de los jóvenes estudia y/o trabaja. La vagancia es marginal, y no al revés. Con estos indicadores a la vista se vuelve necesario desarmar la narrativa del ninismo como fenómeno extendido de la juventud argentina. Incluso si observamos los mismos indicadores por edad en Latinoamérica podríamos preguntarnos ¿para bajar la desocupación juvenil hay que ampliar las áreas de color (celeste) o las de color (rosa y amarillo)? (Cuadro OIT, 2020)


Las juventudes trabajan pero sobre todo quieren estudiar. Lo que sucede es que más que trabajar quieren progresar y para eso saben que lo más conveniente es seguir estudiando. Esas expectativas podrían ser la punta del ovillo para implementar un ingreso universal básico educativo. Una política tan educativa como laboral que despeje las trayectorias educativas y de entrenamiento de los obstáculos del mercado. Una política que desature el mercado de trabajo y prolongue las trayectorias de formación media, universitaria, técnica y profesional.

Entonces, de una vez por todas, ¿qué explica la desocupación juvenil? No la explican las ocupaciones porque la mayoría estudia y trabaja. Tampoco la precariedad de quienes no tienen cobertura ni la inestabilidad de quienes la tienen. Despejamos las culpas que echa la cultura del trabajo, la presión por producir y darlo todo en el trabajo más temprano que tarde. ¿La culpa está en quienes la echan? Acertaste. La ecuación es la siguiente. El mercado de trabajo demanda jóvenes con experiencia para cubrir puestos riesgosos y de bajos salarios. Las juventudes quieren estudiar pero presionan por entrar en el mercado de trabajo. ¿Quieren independizarse? Quizás. ¿Buscan sumar experiencia? También los habrá. Pero esas son las expectativas que se topan con la realidad del mercado y de los hogares. A prepararse porque aquí viene la respuesta, y es muy obvia. En la Argentina, la realidad de los hogares donde habitan las juventudes que estudian y tienen que salir a trabajar es dramática, y se hizo más dramática en los años AP y DP (antes y después de la pandemia). La caída del 20% de los salarios entre 2019 y 2023 (RIPTE) equivale a cientos de miles de jóvenes arrojados al mercado en busca de ingresos para ayudar en casa, o reemplazar ingresos caídos para bancarse los estudios o complementar aquellos que apenas decayeron. Son trayectorias educativas interrumpidas y trayectorias laborales aceleradas por la necesidad. De virtud, necesidad. Es el lado B de la tasa de actividad de las juventudes. Es lo que explica casi todo el desempleo joven pero apenas sirve para empezar a explicar el malestar. Porque el malestar está en la desocupación pero también en cualquier forma de (mal) trabajo. Aún en el trabajo de quienes podrían estar mejor. La tasa de sobreocupación horaria (más de 45 horas semanales) de las juventudes argentinas que trabajan es de 26,4%. Esto es 15 puntos más que la tasa de sobreocupación de la población trabajadora. En la Argentina, el burnout podría ser un asunto de las juventudes. En 2022, Bumeran actualizó los resultados de una encuesta comparada sobre burnout y la Argentina se destacó sobre otros países de la región. Otra vez sonaron las alarmas. Sin embargo, al explorar las causas del agotamiento, la encuesta se enfoca en el uso individual del tiempo. El direccionamiento de las preguntas y las respuestas derivó en un análisis culpabilizante sobre la individualidad de las personas. El agotamiento sería la consecuencia de “la falta de relajación derivada de una incapacidad de desconectar del trabajo fuera de la jornada laboral”. ¿Incapacidad individual o imposibilidad objetiva?

¹ Muchas de las estimaciones sobre actividad, dedicación a estudios, trabajo asalariado, desocupación, informalidad, etc. suelen realizarse en base a recortes de edad distintos que explican conclusiones distintas sobre un mismo universo de juventudes. En varias de las estimaciones realizadas aquí elegimos un recorte de la edad (16 a 24 años) para observar la radiografía de quienes son más jóvenes. Un poco para poder contar con evidencia sobre las poblaciones en las que recaen las exigencias de “la cultura del trabajo” y otro poco para no enturbiar el diagnóstico con poblaciones (de 25 en adelante) que pueden estar en una etapa más orientada de su trayectoria educativa, profesional y laboral. Ese es el motivo por el cual en ocasiones nos podemos referir a “los más jóvenes”. Para no caer en arbitrariedades de edad y dar cuenta de la heterogeneidad de las juventudes, las cuales según la biblioteca o la dimensión de estudio, tienen edades de inicio y de final bastante difusas. 
² DNEIyG en base a EPH (INDEC), 3 trim. 2022
³ Ídem.
⁴ El estudio de Bumeran puede ser cuestionado desde el punto de vista metodológico. Para conocer más sobre las características de las preguntas y las respuestas es posible participar de la encuesta que a la fecha está en línea.


Procesamiento y análisis de EPH (INDEC): Laura Perelman

Composición: Sofía Maschio y Iara Carbotti.

Abogado laboralista especializado en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social por la UBA. Actualmente es investigador del CETyD, de IDAES-UNSAM y de Fundar. Es asesor sindical, divulgador y especialista en temas de trabajo y cambio tecnológico.