¿Podríamos todos vivir en Nordelta?

A raíz de la discusión de los carpinchos y Nordelta traigo una de las preguntas más difíciles de la cuestión del desarrollo sostenible: ¿cuál es el nivel de consumo justo?

¡Hola! ¿Cómo estás?

Me voy a poner intensa con esto pero lentamente arranca la primavera, la mejor estación del año -y la estación de mi cumple- y me pone demasiado feliz. Mi balcón ya está lleno de flores y las frutillas vienen riquísimas, no tengo nada más que pedirle a una estación. 

Obviamente no voy a dejar pasar el tema carpinchos y Nordelta pero, para no repetir cosas que seguramente ya leíste por todos lados respecto de la importancia de la planificación urbana y la protección de los humedales, lo quiero usar para pensar un tema que a mí me desvela y ya hace tiempo tenía ganas de traer: los impactos ambientales individuales. 

Frente a la noticia de la aparición -o vuelta- de los carpinchos a su hábitat hubo bastante consenso respecto de los problemas ambientales y sociales que trae ese tipo de expansión urbana. Para profundizar en este aspecto te recomiendo la entrega de ayer de Trama Urbana, el newsletter de Fer Bercovich. De esta manera, el impacto negativo de Nordelta aparece como muy evidente y asociado al estrato más rico de la sociedad, replicando la desigualdad de la contaminación a nivel global, que se ve, por ejemplo, en esta publicación de El Gato y la Caja.

En este sentido está claro que Nordelta es un problema. Ahora, ¿qué hay del impacto ambiental del resto de las y los argentinos? Siempre hablamos acá de los impactos agregados, de cambios estructurales y demás porque entiendo que es el gran desafío. Pero no es el único y hay mucho para hacer en términos individuales. 

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Un episodio que a mí me marcó mucho para pensar esta discusión fue una pregunta que hizo alguien hace muchos años en un evento ambiental: “Todos hablamos de reducir el consumo, pero ¿a cuánto estamos dispuestos a reducirlo?”.

Según OXFAM, el 1% más rico de la población mundial es responsable de más del doble de contaminación por carbono que los 3.100 millones de personas que constituyen la mitad más pobre de la humanidad. Luego, el 10% de las personas más ricas del mundo fue responsable de más de la mitad del carbono agregado a la atmósfera entre 1990 y 2015. Solo en esos 25 años, desperdiciaron un tercio de nuestro presupuesto global de carbono que nos queda para no superar los 1.5° C, en comparación con sólo el 4 por ciento para la mitad más pobre de la población.

Los datos son elocuentes y reflejan la enorme desigualdad global. Ahora bien, lxs argentinos solemos pensar que somos mitad de tabla en estos temas de ingreso y contaminación y que el problema de fondo a atacar son los superricos. Sin embargo, es probable que la mayoría de las y los lectores de Cenital estén más cerca del 10% más rico que de mitad de tabla. 

En esta página de World Inequality Database podés poner tus ingresos para calcular dónde te encontrás en la distribución global. Después contame si estás ahí donde pensabas o no.

Para ver específicamente dónde se ubica la población argentina respecto de la escala de distribución global, en 2017 Daniel Schteingart había armado una tablita en esta nota. Muy amablemente la actualizó para los ingresos del primer trimestre de 2021. Hay que leerla como ingreso per cápita familiar. Para hacer el cálculo de dónde estarías tenés que sumar los ingresos de todo tu hogar y dividirlo por la cantidad de miembros.

Para sumar otro elemento que nos permita ubicarnos respecto de nuestros impactos ambientales, te presento esta página que se llama Global Footprint Network (Red de Huella Ecológica Global) donde podés calcular tu huella personal en función de una serie de dimensiones. Contame qué te da y si te sorprende o no.

A mí me dio 2 planetas y eso que no contabilicé mi plan favorito que es viajar por todos lados. 

A partir de esta ubicación en la escala del ingreso global, nacional y la huella ecológica, derivó lo que para mí es una de las preguntas más interesantes y complejas de toda esta discusión: ¿cuál es el nivel de consumo justo? Basándonos en la intuición más o menos podríamos decir qué casos no serían justos y sustentables. Por debajo está cualquiera que no tenga asegurado techo y comida, por arriba cualquiera que tenga un jet y una mansión. Ahora bien, en el gris entre ambos puntos entra de todo. Solemos tener esta idea de que los estilos de vida insustentables son los de los multimillonarios a lo Jeff Bezos, pero créeme que yo estoy muy lejos de ser siquiera millonaria, no tengo un jet ni una mansión y aun así el cálculo me da super mal. 

Sin embargo, a la vez considero que mi nivel de vida -un departamento de 3 ambientes para dos personas, un consumo moderado de productos derivados de animales, reciclado, consumo más o menos razonable y alguna escapada en auto- no es una cosa descontrolada sino algo que me parecería deseable que pudiera alcanzar toda la humanidad. 

Más allá del hasta inmoral nivel de riqueza y consumo de los superricos, sobre todo en el marco de la profunda desigualdad global y la crisis ambiental, nos encontramos frente a un enorme problema: la reducción de la pobreza y la ampliación de las clases medias es un objetivo indiscutiblemente deseable, pero a la vez genera que seamos cada vez más personas como yo, a las que el cálculo de la huella planetaria le da horrible. 

Esto nos deja entonces con 3 tareas:

  1. La discusión filosófica del nivel de consumo justo y la discusión política respecto de cómo alcanzarlo.
  2. El imperativo de los cambios sociales y tecnológicos para desacoplar al máximo posible el aumento del bienestar del impacto ambiental.
  3. La reducción consciente y constante de nuestros impactos individuales.

Vamos a dejar los primeros dos para otra ocasión y profundizar sobre la tercera. Según el medidor del Global Footprint Network, mi huella ambiental personal se explica por las siguientes dimensiones:

Esta herramienta que te compartí mide la huella ecológica en tres ejes: alimentación, hogar y movilidad.

ALIMENTOS

  1. El consumo de productos pecuarios (carne roja, cerdo, pollo, pescado, huevos, productos lácteos)
  2. El consumo de alimentos no procesados, no envasados o cultivados localmente

HOGAR

  1. El tipo de vivienda (casa, departamento, etc)
  2. El tipo de material con el que está construida la vivienda (madera, ladrillo, etc)
  3. La cantidad de personas que viven en el hogar
  4. El tamaño de la casa
  5. El nivel de eficiencia del consumo energético en el hogar 
  6. Porcentaje de la electricidad que proviene de fuentes limpias/renovables
  7. Cantidad de basura que se genera

MOVILIDAD

  1. Los kilómetros semanales en automóvil o motocicleta 
  2. La eficiencia del combustible de los vehículos utilizados
  3. Frecuencia de viajes compartidos sobre el total 
  4. Kilómetros semanales en transporte público
  5. Kilómetros anuales en avión. 

Lo que nos muestran estos indicadores es que para reducir nuestro impacto -además de todas las cuestiones estructurales que siempre hablamos- es urgente, imperativo y, sobre todo, posible llevar adelante un montón de acciones que tienen que ver con estos tres ejes. 

En primer lugar, respecto de la dieta, tanto la reducción del consumo de alimentos provenientes de animales, como el mayor consumo de productos frescos, no envasados y producidos localmente (frutas y verduras de estación, por ejemplo) son pasos importantes no solo para el ambiente, sino también para la salud.

En segundo lugar, respecto del hogar, es relevante saber que el tipo de vivienda que elegimos importa: un departamento tiende a ser más eficiente que cualquier otra opción. Luego, todo tipo de incremento de la eficiencia energética a través de la elección del tipo de electrodomésticos, el aislamiento y el uso racional de la energía también aportan mucho. En vinculación,  aparece la cuestión de las fuentes renovables, aquí -sobre todo en departamentos- es difícil aportar de manera individual, pero en casas y fábricas la posibilidad de la generación distribuida puede ser un factor importante. En este apartado está la cuestión de la generación de residuos, el reciclado y el consumo responsable.

En tercer lugar, todo lo que tiene que ver con la movilidad: reducir el uso de auto o moto; si se usa, hacerlo compartido; aumentar la eficiencia; aprovechar el transporte público y evitar todos los vuelos en avión en la medida de lo posible. 

En la misma línea, este video que me mandó muy amablemente Gastón Tenenbaum, detalla 26 formas de luchar contra el cambio climático de manera individual.

Asimismo, mientras escribía el news escuché la columna de Ana Aneise en Pasaron Cosas, que recomendó cinco posibilidades complementarias para aportar individualmente a la transición hacia el desarrollo sostenible:

  1. Informarse. Ya lo ambiental no es una cuestión sólo de ambientalistas, sino de toda la sociedad.
  2. Hablar del tema.
  3. Pensar contribuciones particulares desde nuestras profesiones o actividades singulares. 
  4. Aumentar la exigencia a las empresas tanto en los procesos productivos como en los productos que ofrecen.
  5. Organizarse colectivamente para impulsar los cambios más estructurales.

Voy a repetir lo de que son todos cambios posibles para hacer hoy, mañana, pasado. Está claro que en su mayoría significan un esfuerzo, un cambio de hábito, pero el mundo no va a cambiar solo. Y, además de trabajar en nuestros diferentes espacios en los cambios estructurales, es importante reducir estos impactos y señalar a Estados y empresas que queremos vivir y consumir de manera más sustentable.

Para cerrar, esta viñeta me gusta para pensar que aun si algunos impactos del cambio climático -como vimos en el news anterior con el informe del IPCC– fueran irreversibles e inevitables, valen la pena todos los cambios que nos permitan vivir mejor.

Traduzco: en una cumbre climática el pizarrón dice “independencia energética, preservación de bosques, ciudades vivibles, renovables, agua y aire limpio” y el señor del público pregunta “¿y qué si es todo una gran mentira y creamos un mundo mejor para nada?”.

Te mando un abrazo, nos leemos en dos semanas. 

Eli

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Soy licenciada en Ciencias Ambientales, magíster en Políticas Públicas y becaria doctoral en Ciencia Política en la UNSAM. En todos los ámbitos que puedo me dedico a sumergirme en los dilemas que nos presenta el desarrollo sustentable, uno de los mayores desafíos que enfrentamos en este siglo.