Panamá votó: Mulino al gobierno, ¿Martinelli al poder?

El presidente electo se pregunta de quién son los votos que lo llevaron al sillón, ¿suyos o del exmandatario que lo designó a dedo antes de pedir asilo en Nicaragua? Respuesta clave para ejercer la gobernabilidad.

Las elecciones generales de Panamá del domingo 5 de mayo pasado tuvieron todos los condimentos regionales a los que nos estamos acostumbrando en los últimos años. Un presidente ganador, pero minoritario que necesitará de aliados para poder tomar decisiones. Además, resultó electo, pero no fue la primera opción de su partido porque el elegido está hoy recluido en la Embajada de Nicaragua en el país y no pudo competir. Éste, al mismo tiempo, tiene una condena firme por corrupción y blanqueo de capitales, lo cual le valió su inhabilitación como candidato a la presidencia, a pesar de haber ganado sus internas presidenciales. Todo esto desarrollado en un contexto marcado por una importante caída en la confianza ciudadana en sus instituciones políticas.

Panamá, una síntesis latinoamericana.

Historia reciente de las elecciones panameñas

El país del canal recién comenzó a tener elecciones presidenciales libres, justas, transparentes y sin tutela militar a partir de 1994. Antes, los ciudadanos votaban cada tanto, pero los uniformados decidían. Esto venía así desde 1968, cuando miembros de la Guardia Nacional liderados por el mayor Boris Martínez y el teniente coronel Omar Torrijos destituyeron a Arnulfo Arias Madrid, presidente asumido tan solo 11 días antes del golpe. Recordá estos nombres porque van a ser una constante de la historia política del país.

Los militares idearon un esquema institucional que consistía, básicamente, en la elección de 505 integrantes de la Asamblea de Representantes de Corregimientos. Ellos iban a ser los encargados de elegir al presidente y vice, método indirecto que se remontaba a leyes, usos y costumbres utilizados entre 1908 y 1920 en el país. Esta metodología se aplicó en 1972 y 1978. En 1984 y 1989 volvieron las elecciones presidenciales directas, pero siempre y cuando el candidato ganador fuera del agrado de la institución militar. Para esta época, Torrijos había muerto en un accidente aéreo nunca esclarecido y había tomado el mando del país –renombrado general– Manuel Antonio Noriega. Un personaje que dejó una marca.

Entre otras cosas, por el resultado de las elecciones de 1989 y su desarrollo posterior. A diferencia de las celebradas 5 años antes, que estuvieron teñidas de fraude, según distintas investigaciones, las de ese año marcaron una diferencia mayor a la esperada en favor de la oposición aglutinada en la Alianza Democrática de Oposición Cívica (ADOC). Su candidato era Guillermo Endara, quien pintaba que iba a desbancar al oficialismo pro-militar encabezado por Carlos Alberto Duque Jaén del Partido Revolucionario Democrático (PRD). El conteo inicial daba victorioso a Endara, pero la cosa se picó feo. El 10 de mayo, tres días después de celebrada la elección, el presidente del Tribunal Electoral anuló las elecciones alegando irregularidades generalizadas que impedían el normal conteo de los votos. Un día después, los candidatos de ADOC fueron atacados por grupos paramilitares que apoyaban a Noriega. A eso se sumó que en agosto de ese mismo año, Noriega, por intermedio del Consejo de Estado, disolvió la Asamblea Nacional de 70 bancas que oficiaba de poder legislativo, designó una propia a dedo, se dio títulos marciales supremos y nombró un gobierno provisional que llamaría a elecciones en 6 meses. En diciembre de ese año, 1989, Estados Unidos invadió Panamá, detuvo al líder militar y reinstauró las instituciones desarmadas a fuerza de botas, balas y blindados. “Una causa justa”, dijeron.

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Y todo esto cobra sentido porque, de alguna manera, las ramificaciones de los actores políticos de décadas pasadas siguen vigentes en la palestra electoral cada cinco años. El PRD fue fundado justamente por Torrijos y, desde la caída de Noriega, puso tres presidentes: Ernesto Pérez Balladares (en 1994), Martín Torrijos Espino (el hijo del general, en 2004) y Laurentino Cortizo (en 2019, que termina su mandato en breve). Hoy aparenta ser la fuerza de centro-izquierda en el país, a pesar de su pasado militar. Integra el Foro de San Pablo, la COPPPAL y la Internacional Socialista. Enfrente, históricamente, se le para el Partido Panameñista (PAN), ubicado más en la centro-derecha y afiliado a la Internacional Demócrata de Centro, la de Andrés Pastrana, José María Aznar y compañía. Fue fundado en 1931 por Arnulfo Arias Madrid, el mismo presidente electo que destituyeron Torrijos y sus secuaces. Por eso, luego de su fallecimiento en agosto de 1988, fue renombrado como Partido Arnulfista en 1991 a instancias de Endara, el golpeado, y de Mireya Moscoso, viuda de Arnulfo y quien fuera electa presidenta en 1999 con ese mismo sello. En 2004, luego de perder el poder, volvió al viejo nombre del PAN.

Ambos actores dominantes de la política panameña han dado forma a la disputa en todos los niveles del sistema político. De las 7 elecciones generales celebradas desde la caída de Noriega, el PRD ha ganado 3 y el PAN 2. Solo se han colado entre medio dos espacios. En el 2009 Cambio Democrático (CD). Y en estas de 2024, Realizando Metas (RM). Las dos son creaciones de Ricardo Martinelli, el hombre en torno al cual giró todo el proceso electoral de este año.

El que condimentó el país con Latinoamérica.

La grieta Martinelli

Ricardo Martinelli no pudo ser candidato presidencial por segunda vez. Bueno, sí pudo, pero no compitió. El hombre ya había sido electo presidente en 2009 cuando sumó el apoyo del PAN en el marco de la Alianza por el Cambio. Era su segundo intento, luego del fallido 5% de los votos y el cuarto lugar que logró en 2004. El ejercicio le salió bien, porque terminó siendo el presidente más votado desde el retorno a la democracia en Panamá. Récord que ostenta hasta el día de hoy.

Y que muestra que, además de ser un hombre paciente, es un hombre escurridizo. La propia creación de Cambio Democrático se hizo al calor del poder. El partido fue fundado en 1998 como un satélite oficialista del PRD bajo el gobierno de Balladares. Se llevaban bastante bien, hasta que el Gobierno convocó en agosto de ese mismo año a un referéndum popular para modificar la constitución del país y habilitar la reelección inmediata. El oficialismo perdió feo, y Martinelli olió que era momento de buscar nuevos rumbos. Se acercó al PAN, le dio su apoyo a Mireya Moscoso, coló dos diputados nacionales y agarró el cargo de ministro de Asuntos del Canal. Las joyas de la abuela en el país. Ya para el final del Gobierno, volvió a romper y se lanzó solo a la carrera presidencial. Ya no era tiempo de buscar aliados, sino que lo buscaran.

Lo cual le valió esa abultada victoria conseguida en 2009, en la que el PAN puso el vicepresidente y Martinelli fue la cara. Semejante acumulación de votos, única en la historia del país, puede llevar a que se le suba el poder a la cabeza a cualquier simple mortal. No sé si es algo que efectivamente le pasó a quien logró romper el bipartidismo tradicional panameño, pero sí dejó su huella. A mediados del 2011, cuando promediaba su mandato presidencial, empezó a ver de reojo (y con mal ojo) a su vice, Juan Carlos Varela. Juanca no solo era el dos en la sucesión presidencial, sino que también oficiaba de canciller y presidía el PAN. Martinelli le pidió la renuncia, situación que derivó en el quiebre del acuerdo CD-PAN en múltiples áreas del Estado. Esto generó más que un incordio. Fue un problema institucional porque Varela se quedó sin poder y sin asistir a las reuniones de Gabinete, pero con el cargo a cuestas. Pasa en las mejores coaliciones.

A estas tensiones internas se le agregaron otros condimentos, pero más vinculados al ámbito privado del fundador de Cambio Democrático. Ni bien terminó su mandato presidencial, Martinelli asumió como diputado del Parlamento Centroamericano. Las malas lenguas dicen que fue para protegerse judicialmente. Las buenas indican que es una formalidad para expresidentes por el carácter consultivo del organismo regional. A partir de ese momento, todo se empezó a poner espeso en Panamá. Resulta que quien ganó las elecciones presidenciales de 2014 fue Juanca, el ninguneado. Sentado en el sillón, Martinelli encontró el argumento justo para acusar al nuevo Gobierno de persecución política, lo cual motivó un primer viaje a Guatemala en 2015 para defenderse en tierra extranjera y otro posterior a Estados Unidos para autoexiliarse.

Pero el que busca, encuentra. En diciembre del 2015, la Corte Suprema de Panamá ordenó la detención del expresidente en el marco de una causa que investigó supuestas escuchas ilegales a unos 150 dirigentes políticos opositores y periodistas. El gobierno de Varela pidió la extradición a Estados Unidos en septiembre de 2016, lo que motivó que Interpol emitiera una alerta roja en abril de 2017. Finalmente, los Marshalls gringos lo agarraron en junio de ese mismo año y lo devolvieron a Panamá. En junio de 2018 llegó al Centro Penitenciario El Renacer, famoso por albergar a personalidades públicas destacadas del país como un tal Noriega. Las vueltas de la vida política.

La cuestión es que, luego de su paso por la cárcel, le dieron prisión domiciliaria a mediados de 2019, siendo absuelto y declarado no culpable en agosto de ese mismo año. Sorpresivamente, las causas no terminaron ahí para el Mr. Grieta. En noviembre de 2020, el Tribunal de Apelaciones anuló el fallo anterior y dio inicio a un nuevo juicio, en lo que se denominó famosamente como “el caso New Business”. Vos te preguntarás qué más hizo este buen hombre. La investigación se concentró en determinar si Martinelli, durante su presidencia, había utilizado más de 40 millones de dólares de los fondos públicos del Estado panameño para comprar acciones de la editorial Epasa, que tiene a su cargo tres medios de tirada nacional: Panamá América, La Crítica y Día a Día, de los más leídos. En julio del año pasado, fue encontrado culpable y se le aplicó una pena de 10 años y 8 meses de prisión, más el desembolso de 19,2 millones de dólares por blanqueo. Y en febrero de este año, el Tribunal Supremo de Justicia confirmó su condena. Por normativa constitucional, no pudo presentarse a una nueva carrera presidencial.

¿Y qué hizo Ricard Martinelli? Pidió asilo a Nicaragua y se metió en su embajada acusando persecución política. De manual regional.

El delegado

Lo increíble de todo esto es que el hombre ya había anunciado sus intenciones de volver a la presidencia de Panamá, había arrasado en sus elecciones primarias celebradas en junio de 2023 y picaba en punta para alzarse de vuelta con una victoria. Pero la confirmación de la condena dejó todo ese esfuerzo en vano. No le quedó otra que habilitar a su candidato a vicepresidente, elegido a dedo, como su delegado. Los cañones apuntaron a José Raúl Mulino, ministro de Seguridad Pública, y de Gobierno y Justicia con Martinelli entre 2009 y 2014. El designado candidato a vice (pero ahora a presi) asumió formalmente el rol de candidato el 11 de marzo de este año, menos de 2 meses antes de las elecciones y no sin antes convertirse en el centro del debate político panameño. Por un formalismo que se volvió una laguna, en realidad. La legislación electoral de Panamá establece que las candidaturas deben definirse en elecciones primarias. Así viene ocurriendo desde 2019. El caso es que Mulino asumió la candidatura “a dedo” sin pasar por el filtro de la participación popular.

La cosa es que, silbando bajito y cuando parecía que no estaba en sus planes, terminó siendo electo presidente de Panamá el domingo 5 de mayo pasado. Lo hizo por Realizando Metas (RM), la nueva creación de Martinelli, inventada en 2021 por él y un grupo de dirigentes que se fueron de Cambio Democrático luego de que lo absolvieran del primer juicio en 2019. En este contexto, Mulino llega al Palacio de las Garzas como un presidente menos fuerte de lo que parece. Por dos razones.

Fuente: elaboración propia en base a Wikipedia. Arriba de cada columna azul se indica el partido político ganador de la elección presidencial.

La primera es la que indica el gráfico. Realizando Metas (RM) tendrá solamente el 21% de las bancas en un Congreso panameño donde, particularmente en este ciclo, ningún partido tendrá quórum propio, como bien indica el último informe de Directorio Legislativo. Este contexto no es ajeno a los gobiernos que no son del Partido Revolucionario Democrático (PRD) porque, salvo cuando ganan los herederos de Torrijos, los oficialismos no superan el cuarto del recinto con bancada propia. Eso obligará al presidente electo a construir alianzas y acuerdos, al igual que sus antecesores no perredistas. Uno espera que sean más estables que las de Martinelli.

La segunda es el mismo hecho que lo convirtió en candidato, primero, y titular del poder ejecutivo, después. El hombre fuerte de la política panameña hoy tiene un proceso judicial que cumplir, un asilo que esperar y un posible indulto que reclamar. Cabe agregar que el propio Martinelli se había ubicado como candidato a diputado nacional, la cual fue removida como consecuencia de su inhabilitación por la justicia electoral. El antecedente de Cambio Democrático (CM) es bastante claro al respecto. Cuando el partido dejó de ser útil, armó uno nuevo. En esa misma línea, si lo inhabilitaban como candidato presidencial, tal vez podía zafar como diputado. Lo cual muestra una clara señal de control político sobre su propia creación.

Nota para Mulino de cara al corto plazo.

El problemón de la confianza

Pero los dolores de cabeza no terminan ahí para el futuro presidente de Panamá. Uno de los principales temas de campaña fue la corrupción y su contraparte buena, la transparencia en la política. Panamá es un país que, de acuerdo a datos de Latinobarómetro, ha tenido serias dificultades para construir confianza ciudadana en sus instituciones políticas desde la caída de Noriega hasta la fecha. Eso a pesar de tener índices estables y saludables de participación electoral con voto obligatorio, tal como muestra el gráfico anterior. El que viene a continuación muestra otra película.

Fuente: elaboración propia en base a datos de Latinobarómetro.

El eje vertical indica el valor de confianza ciudadana en cuatro instituciones de la política panameña, como son el Gobierno, el Congreso, el Poder Judicial y los partidos políticos. El valor reportado es la sumatoria entre quienes contestan “mucha confianza” y quienes contestan “algo de confianza” frente a cada pregunta sobre cada institución. De esta manera, y tal como podés ver, salvo el pico de la línea negra sólida (“gobierno”) que supera el 60% al momento de que asumiera Ricardo Martinelli en 2009, durante todo el período post-Noriega Panamá no alcanzó niveles mayoritarios de confianza en sus principales instituciones políticas. Incluso, en los últimos años, anda por debajo del 30%. Eso quiere decir que el 70% no confía en ellas. Dato para un nuevo relato.

Si sos de seguir los informes que aporta esta corporación que hace encuestas por todos lados, vas a inferir fácilmente que Panamá no es el único caso en la región con estas líneas de tendencia descendentes. Pero sí vas a poder concluir conmigo que, en un contexto donde un expresidente tenía todas las cartas en su mano para ganar; donde su primaria prácticamente no tuvo competencia interna; donde todas las encuestas lo daban ganador; y donde la sola designación de su candidato a vice como su candidato a presidente le bastó para “volver” al poder, entonces hay una cuestión estructural, de fondo y grave en la política panameña. El mensaje de una parte de la sociedad pareciera ser, como bien me apuntaron desde Panorama Electoral Global en un intercambio que tuvimos una vez conocidos los resultados: “Con mis corruptos no te metas”.

Hay más para rascar de estas elecciones. Hace algunas semanas crucé mensajes con mi buena amiga Yanina Welp, consultada en múltiples oportunidades por este espacio. Me comentó que, 10 días antes de celebrarse las elecciones, se generó una controversia importante por el sistema electoral para cargos legislativos. Más concretamente, por la fórmula de asignación de bancas y el efecto que eso genera sobre la entrada de nuevos actores al Congreso en un momento donde, justamente, hay un tire y afloje entre renovación, cambio y continuidad. Protestas que solo podrían ser motorizadas por politólogas y politólogos, en Panamá llegaron a las calles. Así como escuchás, mirá.

El gran interrogante que queda todavía abierto luego de un largo, discutido y (hasta el cansancio) debatido proceso electoral panameño es qué gobernabilidad podrá construir Mulino. Y, sobre todo, si será un segundo Juanca Varela, o preferirá el camino de la disciplina que mantuvo hasta ahora. Hasta el sábado pasado, quien entrará al Palacio de las Garzas el 1° de julio próximo era un dirigente más, formado y construido a la sombra de Martinelli. Pero desde el domingo ambos están pensando de quién son los votos.

Si son del presidente que no está. O del que fue electo.

Politólogo, consultor e investigador independiente. Hoy lo encuentran dando clases en UBA y UTDT. Le encantan las elecciones y le sacan menos canas verdes que Racing. Un hobby que tiene es aprender la historia de los partidos políticos. Cree que la política marida muy bien con un tinto.