¿Otra vez con el chamuyo de la industria?

Un diálogo ficticio sobre los debates, prejuicios y verdades respecto a una pregunta central para la Argentina: ¿Cómo desarrollarse?

A Florencia y Marcelo los une una amistad de muchos años, pero desde hace algunos también los dividen las ideas. Hace unas semanas que no se ven; pero ahora enero los encuentra más relajados y con tiempo para juntarse. Se encuentran en un café; además de la vida, les apasiona hablar de Argentina, su pasado, su presente y sobre todo su futuro.

Marcelo es periodista, le interesa mucho la economía; se define a sí mismo como un liberal progresista. La igualdad le parece un objetivo deseable; a su vez, está cansado de la burocracia estatal y siente que el país es inviable con tanta maraña de regulaciones. No lo dice explícitamente, pero en el fondo cree que Argentina pudo haber sido Australia o Canadá si no hubiera existido tanto afán industrialista en el pasado y si Argentina hubiera seguido su trayectoria al desarrollo de principios de siglo XX, como país agroexportador.

Florencia, por su parte, es economista y se define como desarrollista. A diferencia de Marcelo, Florencia cree que el país desbarrancó en los ’70, cuando Argentina abandonó el proyecto industrialista que había tenido, con sus vaivenes, por varias décadas. Mientras que en el inconsciente de Marcelo la palabra «industria» está asociada a «ineficiencia», «lobby», «protección», «inviable» o «subsidio», en el de Florencia se liga a «oportunidad», «tecnología», «innovación», «desarrollo» y «necesidad». Aquí imaginamos la charla sobre el desarrollo argentino que tuvieron.

Marcelo: Che Flor, estamos en 2020, ¿por qué seguís chamuyando con la «industria»? Vos de esto sabés más que yo, ¿pero no es un concepto que huele a oxidado, a los años ’60?

Florencia: Marce, en realidad, más que pensar en sectores aislados (como «recursos naturales», «industria» o «servicios»), tenemos que pensar en «cadenas productivas», en donde estos sectores son muy interdependientes. Un ejemplo: en el café que estamos tomando acá: ¿cuánto agro hay? ¿Cuánta industria? ¿Cuántos servicios? Si mirás la cadena, vas a ver que hay un eslabón agrícola brasilero que se ocupa del cultivo del café, que usa muchos insumos, como fertilizantes o pesticidas, fabricados por empresas industriales. Después tenés el transporte, la logística, el comercio mayorista y la llegada al consumidor a través de esta cafetería, que muele el café usando una maquinaria fabricada por una pyme industrial italiana.

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M: ¿Entonces? No entiendo a dónde vas…

F: Dejame terminar. Mi primer punto es que es fundamental el concepto de «cadenas». Los eslabones que llamamos «industriales» son particularmente estratégicos dentro de las cadenas, porque bombean la tecnología al conjunto del sistema productivo.

M: ¿Por qué esos eslabones y no, ponele, los del sector primario o los servicios?

F: Te tiro un dato para que se entienda mejor. Los países desarrollados se caracterizan por ser los que mueven la frontera tecnológica. Un indicador de eso es el gasto en investigación y desarrollo (I+D). Aunque la industria perdió peso en el empleo a nivel mundial, sigue siendo absolutamente determinante en la I+D mundial, la cual es explicada en un 80% por las empresas industriales. La industria también es uno de los sectores (sino EL sector) donde más rápido se dan los aumentos de productividad (producir más con menos) gracias a las mejoras tecnológicas. El sector primario y buena parte de los servicios (salvo aquellos basados en el conocimiento, como la informática) son usuarios de tecnologías, no productores. Los eslabones productores de tecnología son los industriales junto con ciertos servicios. Incluso en Argentina, donde la I+D de las empresas es muy baja, alrededor del 65% de la I+D privada es explicada por la industria.

M: Justo hablaste de servicios. Leí la otra vez que las dos empresas que más invirtieron en I+D en 2018 fueron Amazon y Google, que son informáticas más que industriales. ¿No estamos cambiando de paradigma? ¿Por qué hace años que se habla de sociedades posindustriales?

F: Es cierto que la industria ha tendido a perder peso en el empleo en las últimas décadas. De ahí que se hable de sociedades «posindustriales»: el trabajador fabril sindicalizado, típico de la segunda posguerra, ha ido perdiendo peso en los países avanzados a manos de los empleados de servicios de cuello blanco, muchos de los cuales en los últimos años han adoptado modalidades nuevas de trabajo como el freelance. Eso ocurrió por lo que te decía del aumento de la productividad que es altísimo en la industria, producto de la mecanización y automatización constantes. Pero volviendo a tu pregunta sobre Amazon y Google, dos cosas. Primero, ¿podrían haber existido estas empresas en un país que no tuviera un ecosistema industrial como es Estados Unidos? Acá ya entramos en un contrafáctico. Mi impresión es que no; quizá la tuya que sí. Segundo, como te decía antes, el 80% de la I+D empresarial mundial sigue dándose en firmas industriales, muchas de las cuales están muy entrelazadas con la informática, como Apple. Amazon y Google lideran el ranking de la I+D mundial, pero en ese ranking de las más innovadoras están también automotrices como Volkswagen, Ford y Toyota, farmacéuticas como Roche o Bayer, electrónicas como Samsung, Intel o Apple, aeroespaciales como Boeing o Airbus o todoterrenos como Siemens.

M: Ahí hablaste de algunas partes de la industria: automotriz, farmacéutica, electrónica, maquinarias, aviones. Pero no me digas que toda la industria es así porque no te lo creo…

F: efectivamente, un error común que tenemos al hablar es que hablamos de «industria» como un bodoque, cuando en realidad abarca a firmas que son recontra heterogéneas. La industria es heterogénea: poco y nada tienen que ver una firma que apenas puede vender al mercado interno con sus empleados que cobran cerca del salario mínimo y con maquinarias obsoletas con una firma que paga salarios altos, tiene la planta automatizada con tecnologías 4.0 y que además cuenta con un laboratorio de I+D. Pero así como la industria es heterogénea, lo mismo pueden decirse del agro y los servicios. ¿Qué tienen que ver una firma agrícola que usa datos satelitales para mejorar la cosecha y maquinarias de última generación con una plantación familiar que no está mecanizada y de bajísima productividad? ¿Qué tienen que ver las firmas de software de última generación con el conductor de Uber o el comercio informal? Ambos son «servicios» según la clasificación tradicional.

M: ¿Y qué sentido tiene proteger a estas firmas de baja productividad, que terminan prolongando el atraso argentino? No jodamos. Esas firmas solo pueden vivir del Estado, y la consecuencia de eso es que lo pagamos todos, o con nuestros impuestos (cuando se las subsidia) o pagándolas más caro (por la protección comercial).

F: Entiendo tu enojo. Muchas veces me pasa de comprar algo nacional y que sea caro y de menor calidad. Pero tirarle con toda la culpa de eso a la industria es errado. Primero, si pensamos en cadenas en lugar de sectores, que el precio sea caro no necesariamente se debe a que el eslabón industrial esté fallando, sino que la materia prima agrícola puede ser deficiente, los costos logísticos sean caros por falta de infraestructura y los costos financieros sean carísimos por nuestra crónica falta de crédito. A eso sumale la falta de competencia o la necesidad de inversión en ramas como telecomunicaciones que hacen que un abono de Internet o telefonía celular sean más caros en Argentina que en otros países. Y a todo eso sumale los impuestos, que tienen una doble cara: por un lado te encarecen el producto, pero a la vez son la contracara de políticas redistributivas que permiten que Argentina, pese a todo, sea uno de los países más igualitarios de América Latina (aunque muy lejos de los europeos). A mí no me joden los impuestos altos, pero creo que deberían ser más bajos para los sectores transables (es decir, de los sectores que compiten con otros países) y más altos para las personas de altos ingresos y los no transables. Y también quiero un gasto más eficiente y de calidad. Pero eso es ya otra discusión.

M: ¿Y? Estás pateando la pelota afuera. No me contestás por qué tiene sentido bancar a esa industria, o cadena, o lo que sea. Que quiebren y sobrevivan los eficientes, los más productivos. El capitalismo es evolutivo, no lo digo yo, lo decía Schumpeter. Sobreviven los mejores, los más aptos. El que no se adapta, mala suerte. Entiendo y me preocupa lo del empleo, que generarías un quilombo importante. De última pensemos en un buen seguro de desempleo o en mayor ayuda social para amortiguar a los que pierdan el laburo.

F: Marce, pará un segundo. Primero, si me preguntás a mí, yo quiero que la economía del 2040 sea más abierta y con mayor competencia de la del 2020. Pero si abrís mal y con una mirada prejuiciosa, creyendo que el problema es la industria, terminás peor. Lo vivimos en los ’70. Lo vivimos en parte de los ’90. Lo vivimos en los últimos años. Te cuento una cosa: entre 2002 y 2011, muchos de estos sectores que para vos son ahora la escoria de la estructura productiva argentina anduvieron bárbaro. Tuviste 200.000 empresas nuevas en un puñado de años, en todos los sectores, sean industriales o no. Tuviste más empleo de calidad, mejores salarios y suba de la productividad…

M: Vamos Flor… En los ’70, en los ’90 y con Macri no hubo verdadera apertura. Hubo intentos de apertura que fracasaron porque somos un país imposible. Nuestras exportaciones e importaciones siguieron siendo bajas relativas a nuestra economía. Y, respecto a lo de 2002-2011, convengamos que todo eso fue por el viento de cola de la soja…

F: No me quiero meter con eso porque es para otra discusión. Sí, claro, la soja ayudó muchísimo, pero hubo otros factores que fueron más allá. Pero termino la idea. A lo que voy es que me da la sensación de que tu enojo con la industria seguramente no lo tenías hace diez años, cuando la economía argentina crecía. Me parece que tu enojo con la industria es producto del estancamiento argentino que empezó en 2011 y que en los últimos dos años fue caída lisa y llana. Con buena macroeconomía, eso que hoy considerás inviable es perfectamente viable. Y te agrego algo más: todos queremos una economía más competitiva y más abierta. Pero la forma de volverte más competitivo es aprendiendo a producir, para lo cual requerís producir más en lugar de haciendo desaparecer firmas. La productividad no brota de la nada, sino que se construye, y para eso necesitás que las empresas produzcan y, obviamente, brindarles incentivos para que no se achanchen. Ahí creo que estaremos de acuerdo en el costado bueno de la competencia.

M: No entiendo cómo tenés tanto optimismo en un país en donde nuestra clase empresaria, salvo contadas excepciones, es lobbista y reticente a invertir. Esto que te digo vale para la industria pero también para muchos otros sectores. Y el Estado, en lugar de ponerlos a raya, lo único que hace es ceder ante extorsiones como «peligra el empleo», porque nuestra dirigencia política es corrupta y mediocre. A eso sumale los sindicalistas, que en nada se parecen a los sindicalistas de los países nórdicos. Acá, en su mayoría son chorros y se oponen a la modernización. Todos, empresarios, políticos y sindicalistas, quieren ver qué tajada sacan, es un «sálvese quién pueda» esto. Argentina hace años que es inviable y sólo un saneamiento por el lado de que el mercado haga quebrar a los empresarios que tengan que quebrar es lo que nos va a ayudar a salir del pozo. Quizá sea doloroso en el muy corto plazo, pero en el largo estoy seguro de que vamos a estar mejor.

F: Yo seré optimista, pero vos exagerás tu pesimismo en creer que somos un país de mierda. Te cuento algo: uno de los mayores estudiosos de la industria argentina fue Aldo Ferrer. Él decía que si vos traés empresarios coreanos a Argentina, al poco tiempo van a estar haciendo lo mismo que los empresarios argentinos. Y viceversa. Si Tonomac -la empresa de radios y electrónica que lideró Marcelo Diamand, el ingeniero que se hizo reconocido por escribir sobre los dilemas del desarrollo argentino- hubiese nacido en Corea hoy sería Samsung. Argentina tiene múltiples casos de industrias y empresarios exitosos, que logran zafar de la tremenda volatilidad que tuvo nuestra economía desde los ’70. También hubo un montón de empresarios que apostaron al país pero fracasaron en el medio por crisis macroeconómicas de la cual ellos no fueron responsables y que, producto de tanta inestabilidad, hoy su acto reflejo es tener conductas defensivas para sobrevivir, en lugar de ofensivas. No está en el ADN de nuestros empresarios ser parásitos ni timoratos, sino que nuestro historial de crisis-crisis-crisis les hace pensar noventa veces antes de invertir en el país, porque ya se clavaron varias veces. Por eso la estabilidad macroeconómica es tan importante. Y generalizar lo que decís de políticos y sindicalistas es también un error.

M: No digo que esté en el ADN. Concuerdo con lo que decís de Ferrer. Pero, Flor, estamos muy podridos como país, como estructura. Nuestras instituciones apestan. Deberías ser más realista y menos naif respecto a nuestros grupos de poder.

F: No es ser naif, al revés, es ser realista. Guste o no, tenemos estos empresarios, esta dirigencia política, estos sindicatos y estas instituciones. ¿Qué vas a hacer? ¿Prenderlos fuego y que así broten los verdaderos emprendedores, una sociedad depurada? ¿O, con lo que tenés, tratás de armar algo mínimamente piola? Me rehúso a pensar que no podemos lograr acuerdos básicos entre la dirigencia política, los sindicatos y los empresarios que permitan alejarnos de alguna vez por todas de esa volatilidad que termina haciendo que seamos reacios a invertir.

M: ¿Qué vamos a poder armar? Para eso necesitás de un Estado decente, y el que tenemos nos saca mucho más de lo que nos da. Flor, estás viendo algo que no es.

F: Marce, no todo el Estado funciona mal. Vos creés que nuestro Estado es predatorio de la sociedad, que la mata a impuestos y regulaciones y no ofrece nada a cambio. Está claro que no somos Suecia, pero te vas de mambo de nuevo. Pintás a nuestro Estado como el de un país subsahariano. No es así. Nuestras capacidades estatales son intermedias, del mismo modo que nuestro nivel de desarrollo es intermedio. Con todas sus limitaciones, nuestro Estado pudo ser el artífice de sectores de excelencia como el nuclear y el satelital. También, muchos de los sectores industriales que hoy pueden exportar fueron directa o indirectamente fomentados por políticas públicas. Nuestra industria metalúrgica, nuestra automotriz y nuestra industria química, que hoy exportan y que tienen una productividad muchísimo más alta que el promedio de la economía, existen porque hubo un Estado que apostó por ellas décadas atrás. En muchos casos, y al igual que en otros países que se desarrollaron, estas industrias estuvieron vinculadas a la defensa, algo que nos cuesta mucho hablar por la historia de nuestro país.

M: OK, está bien, hay excepciones. Pero me parece que tenés una sobreconfianza en el Estado argentino que puede llevar a decisiones equivocadas. Ponele que te concedo que no tenemos un Estado totalmente de mierda. Pero, en el global, el Estado argentino resta más de lo que suma. Y, aun suponiendo que tengas razón en todo lo que dijiste antes sobre la necesidad de la industria y eso, creo que eso requiere de capacidades para hacer una política pública muy fina, y nuestro Estado no las tiene. Teniendo el antecedente de países como Australia, a los que les fue bien dedicándose a las materias primas, ¿por qué no inspirarnos en esa experiencia, que no implicaría hacer tanta política pública y dejaría las riendas un poco más sueltas al mercado? Está bien que el mercado a veces falla, pero también en cierto punto es sabio. Y el Estado muchas veces falla y vos subestimás esas fallas.

F: Hay un punto en donde estamos de acuerdo. Si el Estado no construye capacidades institucionales, no vamos ni a la esquina. Apuntalar nuestras cadenas productivas implica buenas políticas productivas con eje en los eslabones industriales. Los países desarrollados están a full en la actualidad apostando a eso, desde Estados Unidos hasta China, pasando por Alemania o Japón y otra veintena de países. Y ellos tienen la ventaja de que sus Estados son más capaces, entonces pueden lograr mejor lo que se proponen. Pero bajar los brazos para mí es equivocado. La idea de Australia suena linda y más fácil, ya que no requerís de tanta política pública y dejás que los mecanismos de mercado hagan buena parte de su trabajo. Pero no creo que podamos ser Australia. La principal razón es que ellos tienen una densidad demográfica cinco veces menor y, por tanto, muchos más recursos naturales por habitante que nosotros. A eso se le pueden sumar otras cosas que nunca se mencionan cuando nos comparamos con Australia, como que su Estado tempranamente invirtió mucho más en I+D que nosotros, que tuvieron una distribución del ingreso históricamente más igualitaria que la nuestra y, por supuesto, que los favoreció haber sido parte de la Commonwealth británica y, desde los ’40, un aliado clave de Estados Unidos en el Pacífico Sur. Si Argentina tuviera 15 millones de habitantes en lugar de 45, el plan Australia sería un poco más viable. Con 45 millones y un tercio de la superficie australiana, no la veo. Además, tené en cuenta que Australia durante buen parte del siglo XX fue proteccionista y sí tuvo una industria mercado-internista importante, y no le fue para nada mal durante esos años de economía semicerrada. Es cierto que su transición a una economía abierta fue exitosa, pero por todo lo demás no creo que podamos ser Australia.

M: Cómo te gusta correr el arco Flor eh… ¿Siempre vas a tener una excusa para decir «no nos comparemos con el que no me conviene»? ¿Y, si no es Australia, quién? No me vas a decir que podemos ser Corea del Sur o Alemania porque estarías del marote…

F: No, no pienso eso. No creo que podamos ser Corea, que es el reverso de Australia. Australia tiene muchísimos recursos naturales. Corea no tiene casi nada. Argentina está en el medio, tiene recursos pero no tantos. Obviamente, es fundamental potenciarlos. Nos aportan divisas y eso es fundamental para poder crecer con inclusión social y sin la maldita volatilidad macroeconómica de la que hablamos antes. No sólo es clave potenciar sosteniblemente los recursos naturales (siendo muy cuidadosos con la dimensión ambiental, que en el mundo de hoy es muy importante), sino también muchos de sus encadenamientos. Si pensamos en Vaca Muerta, tenemos que pensar en cómo lograr fomentar empresas que sean proveedoras de las firmas petroleras. En otras palabras, es lo que nosotros los economistas decimos «tenemos que desarrollar más la cadena». Pero con las cadenas basadas en recursos naturales no nos alcanza, necesitás otros sectores. Y hay muchas cadenas industriales en donde tenemos capacidades, la farmacéutica, la automotriz, la metalmecánica, la petroquímica y podría seguir pero es para largo.

M: Ya te dije que sos una optimista. Ahora pienso que sos demasiado optimista viendo una armonía entre recursos naturales e industria.

F: ¡Es que es un error grave pensarlo como antinomia!

M: ¿Por? En general, en Argentina si fomentás la industria lo hacés a expensas del campo y viceversa. Me resulta mágico creer que podés salvar esa antinomia.

F: Hay unos que dicen que la industria es todo y el campo es la oligarquía rentista. Otros dicen que el campo es producción, trabajo y eficiencia, y que la industria es inviable. Pero me rehúso a pensar así. ¿Querés decirme mágica? Decime mágica. Pero pensá en Canadá, en Dinamarca, en Finlandia. Mismo, algo más cercano culturalmente, España o Italia. Son países que lograron congeniar recursos naturales con industria con éxito. En Canadá exportan materias primas (trigo, petróleo, madera, minerales) y a la vez tienen alta industria automotriz e industria aeroespacial. Dinamarca es gran exportadora de alimentos y también algo de hidrocarburos pero también de diversas maquinarias y medicamentos. A eso sumale que son muy grosos en su marina mercante, lo que les permite obtener divisas exportando servicios de transporte. Mismo España, exporta muchos alimentos y con mucho valor agregado y marca país, pero también tiene una base industrial bastante fuerte. Y si bien tiene pocos recursos naturales en el sentido clásico (carbón, petróleo, minerales, agua dulce) ha logrado explotar su sol y su playa para tener una de las industrias turísticas más impresionantes del mundo. Recursos naturales e industria pueden ser aliadas. No es una o la otra. Y entre 2002-11 tuviste expansión de ambas, no hace falta remontarte tanto en el tiempo. Lógicamente va a haber tensiones entre ambos, pero no son necesariamente irresolubles.

M: Se ve que arrancaste el 2020 con optimismo. Después contame el secreto de eso a ver si aflojo un poco con el escepticismo. Igual estuvo buena la charla, está bueno ordenar las ideas propias y escuchar las del otro. ¿Estás para caminar un rato? La tarde está linda para unas birras.

F: Dale. Ahí pido la cuenta.

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo.

Economista. Director ejecutivo de la Unión Industrial Argentina y docente universitario en UBA y UCES.