Nada es fácil en la pandemia

Circula la leyenda que en el año 2002 Eduardo Duhalde pronunció la frase "en una crisis todos tienen razón". No lo sabíamos, pero ahora nos enteramos que en una pandemia también.

Circula la leyenda que en el año 2002, en el medio de esos meses en donde la Argentina estaba sacudida por la sucesión de cinco presidentes, por ahorristas que golpeaban los bancos, por un 50% de pobreza, Eduardo Duhalde pronunció la frase “en una crisis todos tienen razón”. No lo sabíamos, pero ahora nos enteramos, que en una pandemia también. 

Tienen razón quienes sostienen que es necesario mantener el distanciamiento y la cuarentena, y tienen razón quienes sostienen que ambas cosas no pueden prolongarse indefinidamente. Tienen razón quienes señalan que la cuarentena argentina permitió hasta ahora que no se dispararan las cifras de personas enfermas y muertas, y tienen razón quienes sostienen que la misma tiene altos costos económicos. Todos tienen (tenemos) razón. 

Gobernar en una crisis es tener que tomar decisiones que tienen ganadores y perdedores en un contexto en el que todos tienen razón. 

Gobernar es muy difícil.

Gobernar en el mundo hoy es tomar decisiones cuyos efectos pueden ser tremendos, a partir de información fragmentaria o preliminar. Gobernar en el mundo hoy es decidir entre las voces de incontables actores sociales, políticos y culturales que demandan que, al mismo tiempo, se les garantice la salud, se tomen las medidas sanitarias necesarias, se asegure su sustento, se les de un horizonte de futuro en donde el retorno a la normalidad sea algo garantizado. 

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Además, gobernar en el mundo es estar sometido a un constante juego de la silla de países. Algo así como “imitemos a otro país”. El presidente de Estados Unidos dice que hay que hacer como Suecia. Algunos sectores de Suecia dicen que hay que hacer como Noruega. En Argentina decían que había que imitar a Corea, luego a Alemania, luego a Gran Bretaña, luego a Chile, luego a Uruguay. El ex ministro de salud echado por Jair Bolsonaro (uno de ellos) dijo que Brasil debería haber imitado a Argentina. (Sorprendentemente, nadie mira a Paraguay, que es uno de los países de la región con menos casos y muertes). 

Gobernar es muy difícil, y gobernar la Argentina más todavía. 

Parece ser verdaderamente imposible admitir que ningún país ni ningún gobierno tiene un modelo perfecto para eliminar el peligro del coronavirus, que la geografía, la demografía y la fortaleza del estado son cruciales, y que todas las políticas públicas involucran trade offs de difícil resolución. La geografía y la demografía importan. No es lo mismo un país de dos millones de habitantes que uno de 120; no es lo mismo un país sin pobreza urbana que un país en donde viven sesenta mil personas en una villa miseria, compartiendo un baño entre tres familias. No es lo mismo hacer testeos masivos en un país que tiene la mayor inversión en tecnología per cápita que en un uno en donde ni siquiera hay acceso a la salud básica. No es lo mismo, etc.

Sin embargo, aún en este marco de total incertidumbre, los gobernantes deciden. De hecho, si algo nos deja esta crisis del coronavirus es la total certeza de que los liderazgos importan. No todo son instituciones o capacidades estatales; las respuestas a la pandemia aparecen como resultado de las preferencias y disposiciones de los jefes de los ejecutivos. Donald Trump eligió voluntariamente no movilizar los vastos recursos con que cuenta el estado norteamericano en esta emergencia; Jair Bolsonaro eligió decir que el coronavirus era “una gripecinha”; Sebastián Piñera eligió mantener la actividad normal andando todo lo posible. Alberto Fernández eligió poner en pie una cuarentena de manera temprana; probablemente si el presidente hubiera sido otro en ese momento la respuesta habría sido otra.

Para entender las diferencias entre una elección y otra aparece otra vez la relevancia de las preferencias ideológicas. Las ideologías son más fuertes que nunca. Aparece una cuestión muy interesante que es la genderización de las acciones sobre el coronavirus. Todos los jefes de estado que apostaron a no hacer cuarentena usan un lenguaje para explicar sus decisiones en donde intentar prevenir los contagios es conectado simbólicamente con la debilidad, la falta de coraje, lo femenino. Trump, Boris Johnson y Bolsonaro utilizan metáforas de guerra, de coraje físico, del soldado o el guerrero, de “aguantar la piña”. En una dimensión (que yo creo tan fundamental o más que el privilegio de la economía), la política “sanitarista” se rechaza porque es una política del cuidado, y el cuidado se supone que lo hacen mujeres, y es muy importante que nada de lo que estos líderes tan machos hagan pueda ser asociado con lo femenino. Por ejemplo, según encuestas, quienes rechazan más visceralmente la cuarentena en EEUU son varones. El cuidado de sí y de otros es igualado a cobardía y debilidad. Y es mucho muy importante no ser débil.

Se ha escrito en varios lados que los países con líderes mujeres están manejando mejor la pandemia. Ese argumento es inexacto, y además, esencializante: decir que las mujeres son mejores intrínsecamente en el cuidado sostendría la tesis de que el cuidado debe ser sólo responsabilidad femenina. Prefiero pensar que no son ellas las que son mejores, sino que el hecho de que ellas gobiernen habla de sociedades en donde se valoran ideas de cuidado, solidaridad y responsabilidad compartida. Jacinda Arden o Angela Merkel no son líderes providenciales, sino que sus liderazgos son producto de países que se permiten a sí mismos votar y seguir mujeres. 

Alberto Fernández no es mujer, sin embargo su discurso hasta ahora ha privilegiado, como él mismo dijo “cuidar la salud por sobre la economía”. Habrá que ver hasta cuando lo mantiene. Los números los acompañan: a pesar de las voces que exigen levantar las restricciones ya, el 70% de los y las argentinos acompaña, por ahora, la cuarentena. Pero, se sabe, gobernar es muy difícil.

María Esperanza Casullo

Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.