Las aventuras de SuperSergio en el SuperMinisterio

El escenario que se le abre al Frente de Todos con la llegada del tigrense. Y la gran duda: si dos personas no podían ponerse de acuerdo, ¿por qué lo harían tres?

El newsletter de hoy, como no puede ser de otra manera, trata sobre el ingreso de Sergio Massa al gabinete presidencial. El jueves pasado se confirmó que pasaría a ser lo que muchos medios aman llamar “superministro”, ya que quedaría a cargo de un reforzado Ministerio de Economía, con las áreas de producción, industria, agricultura y crédito internacional bajo su cargo. (Debo decir que este newsletter está llegando a sus casillas de mail el domingo 30 de julio por la mañana, pero en realidad se terminó de componer el viernes al mediodía. Por lo tanto, tal vez partes de él hayan quedado desactualizadas en caso de que se produzcan más cambios en el gabinete. Eu, ¡tal vez haya quedado todo desactualizado! Si es así, sólo puedo ofrecer disculpas).

El ingreso de Sergio Massa al gabinete nacional intenta dar respuesta al principal problema del gobierno encabezado por el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández. El principal problema del gobierno no es el dólar ni la inflación, sino, para mí al menos, la erosión de su autoridad política. O, para decirlo de otra manera: si el gobierno tuviera más consolidada su autoridad, tendría muchas más chances de mejorar cuestiones relacionadas con la política económica. A la sociedad argentina no le queda claro dónde reside la autoridad y cuál es el peso de la palabra que sustenta las decisiones que se anuncian. En un sistema presidencialista se asume naturalmente que la autoridad reside en lo que diga el presidente o la presidenta, quien habla con el peso de la institución, más el que le otorga su legitimidad electoral. Más todavía: las y los presidentes peronistas gozaban de una triple dosis de autoridad: a la institucional y electoral se le sumaba la coalicional, dado que el presidente en ejercicio era siempre, automáticamente, también el líder del amplio movimiento peronista. Carlos Menem ocupó esta posición; por un momento lo hizo Eduardo Duhalde (aunque más atenuadamente, porque no tenía votos a su nombre) y luego también lo hicieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.

La presidencia de Alberto Fernández siempre asomó como un experimento, algo novedoso desde 1983 hasta la fecha: la suya nació y todavía es una oficina con autoridad compartida. Su elección fue innegablemente legítima y le pertenece la autoridad institucional. Sin embargo, nunca fue ni es el único líder político de su coalición. Su voz no es la más autoritativa dentro del peronismo. Para una buena parte de su propia base de votos, la “palabra de última instancia” sigue siendo la de su vicepresidenta. La “fuerza performativa” (como diría Eliseo Verón) de la palabra de Cristina sigue siendo tal que cuando manifiesta su desacuerdo con alguna cuestión de política ésta casi automáticamente queda vetada.

Su palabra tiene mucho peso. Sin embargo, tampoco puede decirse que Cristina Fernández gobierna directamente. Ni siquiera puede afirmarse que esté claro que quiera hacerlo, ni que pueda, dado que los recursos institucionales de la vicepresidencia son limitados y que existen otros actores en el peronismo con poder. Tuvo la capacidad de impulsar la renuncia de Martín Guzmán, pero Silvina Batakis, su reemplazante, no era una figura del riñón del kirchnerismo. Nunca quedó muy claro qué grado de apoyo tenía desde el entorno de Cristina ni tampoco cuáles son las políticas económicas preferidas por este círculo.

Cristina Fernández habla poco en público, y cuando lo hace es para señalar fallas en la gestión de gobierno o para identificar “funcionarios que no funcionan”. Por eso, en el último tiempo, habla como una especie de “auditora” del gobierno, marcando decisiones con las cuales se muestra insatisfecha. Esto genera una “doble enunciación”. Pero, como en definitiva el Presidente sigue siendo otro, existe un interrogante permanente sobre cuál es el peso político de las decisiones, cuál es su sustentabilidad a largo plazo y dónde recae, finalmente, el poder. Este modelo, además, enlentece la gestión aun de las cuestiones más sencillas.

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El ingreso de Sergio Massa y la formación del “superministerio” a su cargo podría ser una señal de que tanto Alberto Fernández como Cristina Fernández se dieron cuenta de que la ausencia de una voz autorizada erosiona la autoridad de ambos, impide la toma de decisiones y amenaza, finalmente, la sobrevivencia del gobierno que ambos conforman.

Pero (y siempre hay un pero en Argentina), no resulta para nada obvio que si dos personas no pueden ponerse de acuerdo lo puedan hacer tres. Podría funcionar si, más allá de organigramas y gacetillas sobre “superministerios”, cambiara la dinámica personal y política que se viene dando. Fracasará si no lo hace. Se me ocurren tres preguntas fundamentales de cuya respuesta depende el resultado final.

Primera pregunta: queda claro que el ingreso de Massa se da con el apoyo implícito de Cristina Fernández y con la aceptación del presidente. Pero, ¿cuál será el modelo de toma de decisiones? Este es un gobierno lleno de offs, declaraciones a medios e hilos de Twitter, sin embargo, en su núcleo hay un área de silencio sobre la cual nunca se supo ni se sabe nada: ¿qué acordaron originalmente Alberto y Cristina sobre cómo distribuir el poder? Asimismo, tampoco sabemos ahora qué espacios de libertad de decisión real se le dan a Sergio Massa y cómo se tomarán las decisiones. ¿Se tomarán por consenso entre tres? ¿Se le ha dicho “vos hacé y te juzgamos en seis meses en base a resultados”? No lo sabemos, pero sería deseable que, sea cual fuere el modelo, las decisiones se tomen de forma rápida y sin ambigüedad, no importa cuáles sean.

Segunda pregunta: qué implica esto de cara hacia 2023. Alberto Fernández siempre manifestó su intención de buscar su reelección; algunos actores del kirchnerismo sostienen que la decisión de CFK de dividir su autoridad en 2019 fue catastrófica y que ella debe ser la próxima candidata. Es claro que la apuesta (fuerte, muy fuerte) de Sergio Massa es capitalizar una supuesta estabilización de la economía a su cargo como preludio de un camino triunfal hacia la presidencia. Suponiendo una hipotética (¿milagrosa?) mejoría de la economía, ¿el kirchnerismo le abrirá el camino hacia la presidencia a Massa sin obstáculos? ¿Lo hará el (debilitado) albertismo? Sobre todo teniendo en cuenta que, de lograr ser electo, Sergio Massa tendría más probabilidades de disputar el liderazgo que las que Alberto Fernández nunca tuvo.

Dejé para el final la pregunta que es, sin embargo, la más fundamental para el corto plazo. ¿Estará dispuesta Cristina a dar un apoyo explícito, público y articulado a las medidas económicas que tome Sergio Massa? En este momento de incertidumbre el silencio estratégico probablemente no alcance. CFK demostró que efectivamente sigue siendo “la socia mayoritaria” de la coalición; por lo tanto, para fortalecer esta apuesta es necesario que dé su apoyo público a eventuales decisiones de política económica.

Si dos personas no podían ponerse de acuerdo, ¿por qué lo harían tres? No es fácil cambiar, no es algo que a los adultos nos salga bien. Sin embargo, como diría Hobbes, la pasión humana más fuerte de todas es el miedo. En inglés se dice “nada genera tanta concentración de la mente como el miedo”. Tal vez dependamos todos de cuán clara sea la percepción de que ésta es la última oportunidad.

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.