La ultraderecha amenaza a Europa: del caso de España a las elecciones en el Parlamento de la UE

El amague a renunciar de Pedro Sánchez, el crecimiento de fuerzas fascistas en Italia y Alemania y la radicalización del electorado en Portugal. Qué está en juego este año en el continente.

En menos de seis semanas, la Unión Europea (UE) define la composición de su parlamento en una elección que augura un crecimiento de las extremas derechas, el cual según los analistas Steven Forti y Antonio Maestre, que dialogaron con Cenital, expone el quiebre de los cordones democráticos, la “normalización” de estas fuerzas y su capacidad de daño, aun cuando son minoritarias, como se vio estos días en España, donde el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, consideró por unos días dejar el cargo por una denuncia de sectores “ultras” contra su esposa. Hoy resolvió quedarse.

Te propongo empezar por el final, para ir de lo particular, a lo general, del caso español que explotó en los últimos días, a la escena europea ya lanzada a la campaña electoral.

Colaboradores necesarios, galaxia digital y máquina de denunciar

“¿Merece la pena todo esto?”, se preguntaba Sánchez después de que el miércoles, el autodefinido “sindicato de funcionarios” Manos Limpias denunciara a su esposa, Begoña Gómez, por delitos de tráfico de influencias y corrupción basada en publicaciones en portales de extrema derecha. Si bien el grupo no es una fuerza partidaria, el Partido Popular (PP) y VOX no solo se hicieron eco de la denuncia, sino que venían agitando la posible investigación contra la primera dama. El conflicto escaló al punto que el mandatario socialista publicó una carta en la que acusó a los líderes de las dos formaciones, Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, respectivamente, de impulsar una estrategia de “acoso y derribo” de su Gobierno desde hace meses y de ser “colaboradores necesarios junto a una galaxia digital ultraderechista y la organización Manos Limpias”.

Allí también anunció que se tomaba unos días para reflexionar si dejaba el Ejecutivo. Las opciones eran (ya sabemos el final, hoy resolvió seguir en el cargo, pero igual analicemos): si renunciaba, podía someterse a una cuestión de confianza en el Congreso de los Diputados (un gran ¡no te vayas Chavo!, que se ve en la campaña gráfica un poco cringe que lo apoya) para la que alcanza con mayoría simple y donde siempre tiene chances debido a su reciente medición de fuerza, pero de no superarla debería haber dejado el cargo.

Si renunciaba –o en caso de tener que hacerlo por no superar la moción de confianza– se tendrían que iniciar rondas de consultas por parte del rey para formar nuevo Ejecutivo que debería ser votado en la Cámara Baja. Si Sánchez convocaba a elecciones (mismo pedido, pero en las urnas), debería resolver el Congreso y ese era un camino más arriesgado.

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Como esta carta ya la jugó en 2023, hubiese tenido que esperar a que se cumpla el año –el 29 de mayo– para repetirla. ¿Merece la pena “todo esto”?, se preguntaba Sánchez y le respondieron: “Claro que vale la pena”.

¿Renunciar? ¿Para tanto? Esa pregunta se la dejo a la oposición. Mejor te cito algo que está en el último libro del socialista, Tierra Firme, donde relata que fue a su esposa a quien primero le contó que adelantaría las elecciones de 2023, pero también va un poco más allá: “Le conté mi razonamiento (…) y se mostró de acuerdo. Aunque intento dejar las cuestiones políticas fuera del ámbito de mi familia, Begoña es un apoyo fundamental para mí en cualquier encrucijada. Aquella noche también lo fue”.

Luego de un fin de semana de suspenso, con movilizaciones en la puerta de la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, Sánchez anunció hoy que se queda pero dijo que es un “punto aparte” y no una continuidad. Un analista le preguntaría “¿cómo inscribís lo que pasó?” La clave de lectura parece estar en el clivaje que trazó entre quienes defienden la democracia y los que la impugnan. Parece ser el tono del debate político de ahora en más y no solo en España.

“Este episodio (la denuncia a Gómez) es inédito y hasta imprevisible. Nos damos cuenta que hay una derecha política, pero también sectores mediáticos y poderes que podríamos llamar fácticos que usan herramientas por fuera de las tradicionales del juego político democrático para conseguir derribar un Gobierno elegido democráticamente”, me dijo el historiador italiano Steven Forti, autor del libro Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla.

El especialista puso el acento en el denominado “sindicato” pero también en sectores judiciales y partidos políticos que Sánchez llamó “colaboradores necesarios”. “Manos Limpias es una asociación personalista de Miguel Bernad, condenado por diferentes crímenes y que reapareció después de unos años para presentar una denuncia inventada, basada en noticias de medios de extrema derecha difusores de bulos (noticias falsas, fake news). Un juez aceptó esta denuncia esperpéntica, sin base real, y hay partidos con representación parlamentaria, VOX y el PP, que llevan a cabo desde hace tiempo un intento de acoso y derribo del Gobierno y de Sánchez, atacando a su familia, y que trasladan esta campaña, que no tiene ninguna línea roja, al Parlamento. Es una estrategia como mínimo antidemocrática”.

Le pregunté al periodista y autor de libros como Franquismo S.A., Antonio Maestre, sobre la figura de Bernad, apodado “máquina de denunciar”: “Para que nos hagamos una idea –dice Antonio–, él llevó a juicio a la infanta de España, la hija del Rey, en la causa contra su marido Iñaki Urdangarin, pero la intención que tenía era extorsionar a su abogado diciéndole que retiraría la causa si le pagaban. Este es el modus operandi de este hombre ultraderechista que usa la justicia para disciplinar a todos aquellos que él considera que son enemigos ideológicos o bien para sacarles beneficio económico”.

La denuncia estaría “floja de papeles”; el propio Bernad admitió que puede estar basada en noticias falsas y la fiscalía de Madrid pidió que se archive. “Mediante grupos de extrema derecha o pseudo fascistas que presumen ser medios de comunicación –pero que no siguen ningún código deontológico– y jueces presentan casos que no se sostienen desde lo jurídico”, dijo Maestre, quien me comentó que en su país hace tiempo –un punto de inflexión fueron los atentados terroristas del 11M de 2004– ve “un ambiente tóxico que provocó dinámicas en las que la extrema derecha no aceptaba perder el poder”. Si bien hace 20 años no existía VOX, remarcó que “siempre ha habido un ecosistema próximo a sus ideas”, y ahora, ya conformado en partido, se ve “más” esa falta de aceptación.

El caso es ilustrativo de esa articulación entre partidos, sectores judiciales y ecosistema mediático, pero me interesa detenerme en el próximo apartado en algo que Forti detecta desde hace tiempo que es un proceso más general de normalización de las extremas derechas.

La normalización y crecimiento de las extremas derechas

Miremos algunos casos a nivel local dentro del bloque europeo para analizar esa creciente presencia de las extremas derechas y sus potenciales o ya consolidadas formas de colaboración con las derechas tradicionales.

En España, vimos que el PP y VOX no pudieron hacer una alianza sólida para llegar al Gobierno post elecciones de 2023, pero mantienen alianzas locales y articulan unidos en temas como el que vimos más arriba. En ese acercamiento, VOX logró ser un actor autorizado en la escena española y europea. Y pese a ocupar un espacio minoritario en el parlamento nacional (tiene 33 de las 350 bancas de la Cámara Baja encargada de investir al titular del Ejecutivo) tiene capacidad de fuego al menos en la llamada “batalla cultural”. En tanto, el PP por momentos se desdibuja en la duda de si cortarse solo o radicalizarse, al punto que ha llegado a replicar una estrategia trumpista: deslegitimar al Gobierno sembrando dudas sobre su elección.

“Ahora mismo el PP y VOX son indistinguibles”, me dijo Maestre y se centró en las reacciones de Núñez Feijóo, que citó “noticias falsas, que solo operan en grupos de conspiración de la extrema derecha”. Según el analista, “para un observador externo, si oye a Feijóo es imposible distinguirlo de VOX, y el problema es que la oposición de derecha conservadora tradicional no asumió la derrota y está funcionando de la misma manera que la extrema derecha”.

Si nos quedamos en la península ibérica, hay que mencionar las elecciones en Portugal de marzo, donde la nota la dio el partido “ultra” de Chega! (Basta) que si bien quedó en tercera lugar, pasó de 7% de los votos a casi el 20% y espera un posible tambaleo del gobierno conservador en minoría, que lo excluyó, pero que lo podría necesitar en un futuro próximo.

Si nos vamos al este, vimos en Países Bajos que el líder del ultraderechista y antiislamista Partido por la Libertad, Geert Wilders, si bien no consiguió formar Gobierno, ganó la elección en 2023. En tanto, los vecinos del partido neonazi Alternativa para Alemania (AfD) –que viene de armar un plan de expulsión masiva de migrantes– podría quedar en primer lugar en las elecciones de septiembre en tres regiones del país, y esto expone los “cordones democráticos” debido a una creciente normalización y aceptación de estas fuerzas en el sistema de partidos. De hecho, desde hace algunos años, la colaboración entre ellos se volvió una constante.

“Estamos viendo una ultraderechización por parte de las derechas tradicionales que –tras 1945 y, en la Península Ibérica, de 1975– habían aceptado las reglas del juego democrático y han sido uno de los pilares de las democracias liberales occidentales. Hay un retroceso preocupante al aceptar posturas que son antidemocráticas. Otro elemento importante es que las alianzas y los gobiernos que se formaron entre la derecha tradicional y extrema derecha han normalizado estas formaciones con el fin de los cordones sanitarios. Lo que se ha dicho es ‘esta es gente con la cual se puede pactar un gobierno, que podemos aceptar’”, explicó Forti. Entre los factores de la pervivencia de los sectores ultra, el historiador italiano ubica no solo estas alianzas, sino también las condiciones de desigualdad y el clima de miedo.

En Austria, donde meses después de ir a votar para las europeas tendrán parlamentarias, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) de raíces nazis, es un símbolo de la normalización y hasta podría liderar el gobierno a fin de año. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, –acusada en los últimos días de censurar un discurso antifascista– ya lleva asentada en el Gobierno desde 2022 con su partido Hermanos de Italia, una formación en la que, según Forti, conviven tendencias neo y posfascista, pero también la nacional-conservadora. Por debajo, se deja discurrir un ecosistema de grupos neofascistas y algunos con foco antiinmigrante. La Hungría de Viktor Orbán ya es un lugar común para hablar de extrema derecha y en Francia, la competitiva Marine Le Pen y su Agrupación Nacional, que le disputaron los dos último ballotage a Emmanuel Macron, son un “éxito perdurable de la desdemonización” ultra, descrita por el especialista Pablo Stefanoni. Los efectos de estos partidos extremos sobre las agendas de las derechas tradicionales merecen un trabajo aparte, pero están a la vista por ejemplo en Austria o en países del continente por fuera del bloque de los 27, como el Reino Unido donde el primer ministro, Rishi Sunak, anunció un proyecto para deportar migrantes a Ruanda.

“Un sistema democrático, liberal y pluralista necesita tener una fuerza que represente al votante de derecha, conservador, pero que también entienda que hay unas líneas rojas, reglas del juego. Una democracia necesita estas formaciones, porque los ciudadanos que tienen esas opiniones no pueden desaparecer. Si perdemos, como vemos, las formaciones de derecha porque se radicalizan, tenemos un problema”, agregó Forti.

Punto aparte a cinco décadas

Los casos nacionales que elegí contarte son solo algunos de los ejemplos más salientes de la presencia de la extrema derecha en Europa, donde casi no hay parlamento o incluso Gobierno que no haya sido alcanzado por estas fuerzas. Este escenario me parece un termómetro más que complementa al de las encuestas, para no confiar solo en ellas. En suma, lo local y los guarismos anticipan el crecimiento de la extrema derecha en las elecciones del 6 al 9 de junio, algo que podría cambiar cinco décadas de tradición en el Parlamento Europeo signada mayormente por la alianza entre los populares y socialdemócratas.

Si bien la mayoría del Partido Popular Europeo (PPE), se mantendría, el espacio de centro-derecha podría perder algunas bancas según las proyecciones (tiene 178 de las 705 y pasaría a 177, con un parlamento que elevará a 720 escaños). En las mismas estimaciones, le siguen, también a la baja, el grupo socialistas y demócratas con 140 (perderían unos cuatro escaños) y los liberales de Renovar Europa (RE) con 102 (que perderían cerca de 17).

Si los mayoritarios pierden lugares, ¿quiénes ganan? Las miradas están puestas en los cerca de 30 escaños adicionales que está previsto que sumen en conjunto Identidad y Democracia (ID) –donde están Le Pen y el italiano Matteo Salvini (aliado en Italia de Meloni, pero separado a nivel del bloque)– y Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, por sus siglas en inglés) –conducidos por Meloni–. A nivel de partidos, se prevé que Agrupación Nacional de Le Pen, sume diez diputados más, convirtiéndose en el partido más importante del Europarlamento junto a la CDU/ CSU de Alemania.

Es cierto que ni en el pasado ni en la actualidad la extrema derecha pudo unificarse en un solo grupo, pero hay que decir que la mejora de sus resultados a nivel nacional los vuelven aliados deseables. La pregunta que me hago es si este ascenso ultra podría tentar a los populares a mirar a la derecha en lugar de a sus socios de centro-izquierda.

“Hasta ahora, en la historia de las instituciones europeas, nunca hubo grandes dudas de que la mayoría en el Parlamento Europeo y la composición de la Comisión (su Ejecutivo) estaría entre populares y socialdemócratas. El único cambio fue cuando se amplió con los liberales en 2019. Siempre las grandes familias tradicionales habían sido europeístas. Ahora hay una situación inédita que podría cambiar esa mayoría”, se planteó Forti. Como alertó Macron la semana pasada: “Nuestra Europa no se quiere a sí misma”.

¿Qué escenarios se abrirían? “Una opción es que los populares se alíen tanto con ECR –de Meloni y los polacos de Ley y Justicia–; como con ID, de Salvini, Le Pen. Pero los primeros son atlantistas, mientras que los segundos tienen posiciones anti-atlantistas, más cercanas al Kremlin. Este escenario lo veo más difícil por los números, pero más por esas diferencias. La segunda, es una alianza entre populares, ECR y liberales (RE), donde está Macron. Aquí también puede haber dificultades, porque no sé hasta qué punto Macron estará de acuerdo, aunque él saldrá debilitado de las elecciones europeas porque su partido tiene prácticamente la mitad de la intención de votos que el de Le Pen en Francia”, explicó Forti.

Para Forti y Maestre, el escenario más probable es que se mantenga la actual alianza entre populares, socialdemócratas y liberales. Sin embargo, subrayan que puede haber una paulatina apertura hacia los conservadores y reformistas, o al menos una parte de ellos. Algo de esa permeabilidad ya se estuvo viendo en las posiciones de Von der Leyen, pero quedará para más adelante el análisis sobre el Ejecutivo Europeo. Solo te dejo un apunte que me señaló Forti: hay que mirar al presidente polaco, Donald Tusk. Este rechaza a los ultras porque sufre los ataques de la extrema derecha de su país, en concreto de Ley y Justicia, y podría poner un freno a las aspiraciones del PPE de mirar a esos sectores.

Es periodista especializada en política internacional. Trabaja en la agencia Télam y colabora en medios como el diario italiano Il Manifesto, la revista Nueva Sociedad y El Destape. Hizo coberturas en Brasil, Chile, Colombia y España. Como freelance viajó a otra región que la apasiona: Medio Oriente, donde conoció Israel, Palestina y Egipto.