La soledad en el paisaje

El confinamiento expuso la importancia de la soledad y la dimensionó de formas insospechadas. En este Hilo vamos a rastrear distintos tipos de soledad, con especial atención a la de los paisajes. Porque el mundo sigue ahí afuera, claro, con escenarios enormes, bellos y deshabitados para descubrir.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible. Pasaron quince días desde nuestro último correo y el coronavirus sigue pisándonos los talones, así que espero que te estés cuidando mucho. 

En el último Hilo Conductor derivamos por una serie de senderos posibles que ofrece la web en relación con el arte, el juego y la fiesta. Hoy vamos a ampliar ese espectro al afuera, al espacio exterior. El tema que atraviesa este Hilo es nada menos que la soledad. Sí, la soledad. Porque si algo puso sobre la mesa esta pandemia en la experiencia doméstica es lo difícil que es conseguirla o afrontarla.

Si estuviste haciendo la cuarentena con otras personas, seguramente la soledad se volvió un bien de lujo: es casi imposible estar sola rodeada de gente y conseguir un momento de silencio e intimidad. Ni hablar si hay niñes. A la vez, puede suceder que estés con personas todo el día, pero te sientas profundamente solo o sola igual: una paradoja difícil de desarticular. Y si pasaste toda esta larga cuarentena sin compañía humana o con alguna mascota, entonces esa soledad seguramente se profundizó y llegaste a límites inimaginables. No veo nada malo a priori en que te mimetices con tu gato o en que le hables a los vegetales. Pero queda demostrado que la de la pandemia no es nuestra mejor versión. 

Soy de las que piensan que siempre en el fondo estamos un poco solas en nuestras decisiones y pensamientos. Y que el mundo es un espacio en el que la soledad toma dimensiones insospechadamente fascinantes. Así que hoy vamos a pensar un poco en esa soledad situada en los paisajes. Porque el planeta sigue ahí afuera con escenarios enormes, bellos y deshabitados.

Internet del espacio exterior

No hay nada como caminar por la calle, ya sé. O viajar. Pero en este momento en el que hay peligros y restricciones varias, también podemos salir por Internet a ver el mundo. RandomStreetView, como su nombre lo indica, es una web que selecciona aleatoriamente una ubicación de Google Street View para que la transites (la conocí gracias al newsletter Futuro, de Axel Marazzi, y me encantó). Se puede filtrar por país, o dejar seteada la interesante opción de “All Countries”. Como son fotos tomadas por el autito de Google, siempre nos deposita on the road –en el medio de una calle, camino, ruta, autopista-. Se puede pasar del recodo de una montaña en una impronunciable isla griega a un estacionamiento de camiones en Raureka, Nueva Zelanda. O de una zona industrial de Corea del Sur a un caserío en Tailandia. Llama la atención cuánto territorio hay sin poblar todavía. Pensemos en animales pastando en grandes extensiones de pasto descolorido, en casas perdidas sin buena conexión wifi: la soledad en el paisaje.

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¿Cansades de mirar siempre la misma porción de cielo desde sus ventanas? Esta web es una hermosa salvación, que conocí gracias a otro newsletter de Cenital, Primera Mañana, de Tomás Aguerre. Es tan simple como esto: entrás y ves el paisaje por una ventana de otra parte del mundo -desde el lado de adentro- que alguien filmó con una cámara fija. Ahora por ejemplo estoy mirando por una en Brooklyn que tiene unas macetas apoyadas y el vidrio entreabierto. Entra una brisa suave que mueve apenas las hojas de una de las plantas y es todo bastante relajante. No hay humanos a la vista pero sí el sonido ambiente de la ciudad. Aprieto el cursor y ahora asomo por la ventana moderna de una habitación en Singapur: el cielo está prístino y se divisan varios rascacielos que de forma inquietante tienen exactamente la misma altura. Paso a una ventana en Parramatta, Australia: da al fondo de una especie de baldío y a lo lejos se ve una grúa enorme en movimiento. Las nubes se mueven rapidísimo y la zona parece silenciosa. Y así sucesivamente. El sonido ambiente es clave, porque se cuela el afuera pero también los sonidos propios de la casa. Si te gusta la idea, hasta podés subir la vista de tu propia ventana.

Si prefieren evitar todo contacto con la humanidad, también está la opción de colgarse mirando las webcams escondidas en los parques nacionales, que registran qué hacen los animales cuando nadie los molesta. Mientras escribo esto, unos osos grizzly de Alaska comen salmón fresco que pescan al vuelo en una cascadita. Los animales la tienen más clara con la soledad. Estas cámaras vienen a evidenciar lo poco que nos necesitan cuando están en sus entornos naturales. 

¿Y por el cielo cómo andamos? Ahí entre los astros la soledad debe ser inconmensurable. Para elevar la mirada a la galaxia existe Stellarium, una suerte de planetario de código abierto en 3D con más de 600 mil estrellas identificadas. Se puede calcular la posición del sol respecto de nuestra ubicación, o apreciar una lluvia de meteoritos. Como abisma un poco todo esto, lo mejor es combinar la investigación estelar con algún tutorial para principiantes en YouTube. 

Pasear en soledad

El dato de Drive & Listen circuló mucho estas semanas,  y la verdad es que vale tanto la pena que lo repito acá, porque me hizo pasar muy buenos momentos. La premisa es pasear por un listado de ciudades, como si estuviésemos arriba de una moto o de un auto, escuchando las radios locales. Se puede elegir la velocidad del recorrido y también ir cambiando de emisora si no va con nuestro gusto. Estuve conociendo Moscú, Bombay, Curitiba. Y -atención- esquivamos un embotellamiento feo en la tristemente célebre ciudad de Wuhan mientras sonaba una música clásica mongola. Está buena la experiencia de espiar el funcionamiento urbano y ver a la gente haciendo su vida ahí, a la altura de la calle. Y también chusmear qué paisajes eligieron para filmar de Buenos Aires, por qué no. 

Si no estás para pasear tu soledad por las urbes, podés hacer un viaje más volado y refugiarte en este tren que recorre durante casi diez horitas el Círculo Polar Ártico noruego filmado desde la locomotora misma. El trayecto es fabuloso porque el tren va por el borde del mar, después sube por unas montañas muy desoladas, se mete en un par de túneles. Además, en YouTube está el mismo viaje en las cuatro estaciones, para ver sus variaciones. Si te copa el calor, por acá. Y si te gustan las estaciones moderadas, acá está la primavera con sus deshielos y brotes, y acá el mismo camino con los colores del otoño. Lo más cerca que estaremos de manejar un tren -o de conocer Noruega- en nuestras vidas.

Otra opción es hacer un paseo cultural. Las visitas virtuales a los museos no siempre están tan bien hechas. Por eso el caso de la Casa Azul de Frida Kahlo se destaca. Este tour virtual en 360° permite conocer los interiores y los exteriores de la casona más colorida del barrio de Coyoacán como si literalmente estuviéramos caminando por allí en soledad. Estuve de visita en esa casa y la verdad es que estaba llena de turistas, así que poder hacer el recorrido tranquila se agradece. El taller de trabajo de Frida, su recámara de día -con una cama que tiene un espejo arriba-, la hermosa cocina con todos sus objetos… Tómense un rato para disfrutarla.

El taller de Frida Kahlo en la Casa Azul 

La soledad de la escritura

Podría pasarme muchos párrafos hablando de la relación entre literatura y soledad y recomendando obras que apuntalen esas líneas, pero voy a concentrarme en estas tres recomendaciones para no atosigar.

Del caminar sobre hielo, de Werner Herzog. Un libro brevísimo y contundente editado por Entropía que es el registro, a modo de diario, del viaje que hizo Herzog ¡a pie! uniendo Munich con París en 1974. 

A fines de noviembre me llamó un amigo y me dijo que Lotte Eisner estaba muy enferma y que probablemente moriría, a lo que yo dije que eso no podía ser, el cine alemán aún no podía prescindir de ella. (…) Agarré una campera, una brújula y un bolso con lo estrictamente necesario. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino recto hacia París, con la firme creencia de que ella seguiría con vida si yo iba a pie”.

Esa es la premisa de este peregrinaje por ciudades, pueblos y bosques afrontando el frío, la lluvia y la nieve. En la travesía, el joven Herzog alcanza reflexiones muy profundas y otras más mundanas. Es impactante cómo narra el cansancio y el sufrimiento físico de lo que implica caminar sin parar durante todo el día. Todo por una buena causa.

La soledad del lector, de David Markson. Un libro experimental -publicado por La Bestia Equilátera- escrito en párrafos cortos llenos de datos y anécdotas de artistas y escritores mezclados con una mínima trama de personajes conceptuales. Al principio no se entiende bien adónde nos lleva Markson, pero se va armando un fresco de soledades y anécdotas muy atrapantes. ¿Sabía usted que Emily Dickinson pasó por propia voluntad diez años de su vida sin salir de su casa? Confinamientos eran los de antes.

Once tipos de soledad, de Richard Yates. Un conjunto de relatos protagonizados por personas comunes y corrientes que exhiben o disimulan sus tragedias menores sin redenciones, del autor de Revolutionary Road y con traducción de la escritora Esther Cross. Se consigue en papel, ebook o audiolibro editado por Fiordo. Insatisfacción garantizada. 

Hasta que vuelvan los aplausos

No sé si les pasó, pero esta cuarentena vi varios vivos de músicos y músicas tocando desde sus casas y me impresionó el momento en el que terminaban de tocar una canción y nadie los aplaudía. O tal vez aplaudíamos, pero elles no podían escucharnos. ¿Cómo es la soledad de los artistas? ¿Cuán importantes son los aplausos para quienes acostumbran tocar para otres?

Me inquieta este tema de la reacción virtual de lo que era una manifestación física. Hasta antes de la pandemia, en general me molestaba escuchar discos en vivo y que estuvieran atravesados por los aplausos del público. Esas palmas me recordaban que yo no había tenido la posibilidad de estar ahí. Pero ahora estoy resignificando la experiencia porque extraño mucho ir a escuchar bandas. Así que van un par de recomendaciones de discos o shows en vivo para replicar mínimamente la sensación, salvando las distancias.

Estoy siendo medio obvia, pero este registro en vivo del show completo de Talking Heads de 1984, Stop Making Sense, levanta los ánimos más caídos y pone a bailar hasta a los muertos.

Y más acá en el tiempo, este disco en vivo de Caetano Veloso y Gilberto Gil, Dois amigos, um século de música, de la gira que hicieron juntos durante 2016, es una belleza, emotivo y calmo, aunque el público cante a capella algunos temas. 

Tengo más ejemplos pero vamos a dejarlo ahí porque la lista es infinita. Si quieren, pueden mandarme ustedes sus recomendaciones. 

Otras supervivencias

Llegamos al cine, donde el tema de la soledad está también muy transitado (no, no voy a recomendar Náufrago…). Caprichosamente, elijo dos películas muy distintas entre sí que se tocan en el sentimiento de desamparo de sus personajes. No tienen golpes bajos, pero sí una reflexión interesante sobre cómo la soledad o el aislamiento abisma a los sujetos hasta transformarlos en otra cosa. ¿Locos? ¿Melancólicos incurables? 

La primera película es La mujer de los perros, dirigida por Laura Citarella y Verónica Llinás para El Pampero Cine, y protagonizada por Llinás, que se luce como protagonista excluyente haciendo algo muy distinto a su humor histriónico habitual. Acá es una mujer vagabunda que no habla y que vive con sus perros en una casilla, completamente desconectada de la sociedad de consumo. La cámara la sigue en su aislamiento, registra de manera notable su relación con esos perros, y rompe cualquier narrativa clásica: esta es una película de climas, de silencios enigmáticos, que no quiere sobreexplicarnos nada sino sugerirnos más preguntas que respuestas. La película tiene música de Juana Molina y se puede ver y/o alquilar en Mubi.

¿Hay alguien más solo que un fantasma? Muy lejos de las convenciones del terror o del suspenso, A Ghost Story, de David Lowery, que es de 2017 pero acaba de llegar a Netflix, es una historia de fantasmas con un conflicto existencial y romántico. Un chico muere repentinamente en un accidente y en vez de ir al más allá vuelve a la casa que compartía con su novia y queda ahí varado indefectiblemente. Se convierte en un fantasma de los clásicos: vaporoso, con sábana blanca y ojos caídos con agujeros. Lo psicológico y lo místico quieren mezclarse en esta película, pero lo que más se pone en evidencia es la fragilidad masculina a la hora de afrontar algunos sentimientos o de descifrar los significados profundos de la muerte y la ausencia. 

Bueno, ahora sí me despido. 

Espero que este Hilo te haya ayudado a sentirte mejor con tu soledad. 

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Un abrazo y hasta la próxima,

Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.