Con o sin virus, el hacinamiento es un problema

Así como en las viviendas, en las cárceles el hacinamiento también es un problema de derechos humanos que el Estado debe atender con virus o sin virus.

Hola, ¿cómo estás? Antes que nada quería pedirte disculpas por no haberte escrito la semana pasada. No pude sentarme a escribir algo que valiera la pena leer, espero que sepas entender. Finalmente sucedió: la cuarentena llegó a los cuarenta días. Y, de mínima, vamos camino a la cincuentena. Sí, yo tampoco sabía que se le decía así al conjunto de cincuenta unidades iguales.

Bueno, mejor vamos a lo nuestro. 

Hoy quiero que hablemos de un tema que rompió, al menos en parte, una especie de armonía social que había dominado las primeras semanas del aislamiento social preventivo. El tímido cacerolazo pidiendo que funcionarios y legisladores se bajaran el sueldo fue reemplazado por uno bastante más estruendoso en contra de la supuesta liberación masiva de presos peligrosos. La efervescencia social al respecto duró menos de lo esperado y en un confuso episodio todo terminó en un nuevo -y de nuevo mucho más tímido- cacerolazo contra el comunismo. 

Hoy quiero escribirte sobre la relación de la cárcel con la ciudad.  

Obviamente no es materia de este correo -ni expertise de quien lo escribe- la dinámica del sistema judicial en general ni del penitenciario en particular. Sí te puedo decir que, así como en las viviendas, en las cárceles el hacinamiento también es un problema de derechos humanos que el Estado debe atender con virus o sin virus.

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Pero ninguno de los dos es un problema de rápida resolución. Argentina no es el único país que tiene ese problema y tampoco en el único que se están pensando soluciones de emergencia frente a la pandemia. El hacinamiento, entonces, es el denominador común que une al problema carcelario y al habitacional y potencia el contagio del Covid-19, como enunció Noelia Barral Grigera en esta nota, y como se vivió de manera dramática esta semana en las villas de la Ciudad de Buenos Aires y especialmente en el Barrio Padre Mugica.

Así como te conté que la epidemia de la fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires a fines del siglo XIX dio comienzo a una etapa donde la higiene comenzó a ocupar un rol central en la planificación de la ciudad, la definición de los espacios que iban a ocupar los presos estuvo inmersa en esa mirada higienista. De hecho, en La cárcel en la ciudad. Planificación y degradación territorial. Buenos Aires 1877-1927 el arquitecto Matías Ruiz Díaz describe las primeras cárceles modernas como “máquinas higiénicas” que formaban un mismo sistema con, por ejemplo, el cementerio del Norte (Recoleta) y el del Oeste (Chacarita). 

En 1869 las autoridades abrieron un llamado a concurso para construir la Penitenciaría Nacional -terreno donde hoy está la Parque Las Heras- en reemplazo de la cárcel del Cabildo, donde los presos de entonces estaban hacinados y se había convertido en un foco de distintos virus. ¿Te suena?

Años después en ese mismos predio la dictadura de Uriburu iba a fusilar al anarquista Severino Di Giovanni y la de Aramburu iba a hacer lo propio con Juan José Valle, general peronista que encabezó una fallida sublevación. Pero volvamos a lo nuestro.

En su artículo, Ruiz Díaz destaca que una de las discusiones principales pasó por el lugar de la ciudad donde se emplazaría y, si bien la idea de construirla en la Isla Martín García se descartó, en ese momento Palermo aún era parte de la periferia de Buenos Aires. 

Sin embargo, el entonces diputado Leandro Alem advirtió que “dentro de tres, cuatro o seis años, esa localidad ha de ser un barrio de la ciudad” y se preguntaba: “¿Es posible que vayamos a erigir una cárcel de criminales en aquellos centros de población cuya presencia ofrecería siempre un motivo de temor a la gente de este pueblo?”.

Los temores de Alem se vieron materializados años después, o por lo menos reflejados en los medios de la época, que describía esa zona de Palermo como insegura y degradada ya que nadie quería vivir ahí porque supuestamente la cárcel no garantizaba que los reclusos escaparan. 

Las Heras y Salguero en 1939

Esa imagen de la cárcel como un lugar no tan confiable, según señala Lila Caimari -otra de las especialistas en el tema- en su libro Apenas un delincuente, crimen, castigo y cultura en la Argentina, fue construida en parte por los diarios de la época. Pero este, como diría René Magritte, no es un correo sobre el rol de los medios.

Tierra del Fuego

Además es cierto que hubo fugas y, de hecho una de las más famosas fue retratada en una película de Eduardo Mignona que me gusta mucho: La Fuga. Como la locación original -alerta spoiler– ya había sido demolida cuarenta años antes, las tomas de adentro de la prisión se filmaron en el famoso Penal de Ushuaia, conocida luego como la Cárcel del Fin del Mundo

Mignona eligió esa cárcel porque había sido construida a imagen y semejanza de la Penitenciaría Nacional de la que se habían fugado los protagonistas de su novela, con una estructura de panóptico, en la cual los distintos cuerpos con celdas confluían. Lo curioso es que a la Penitenciaría Nacional le decían Tierra del Fuego mucho antes de que exista la cárcel de Ushuaia. Era una manera de expresar lo lejos que te mandaban -física y simbólicamente hablando- si infringías la ley. La cárcel aparece así como un reemplazo del exilio, una pena más común en las sociedades pre-capitalistas.

Las nuevas tipologías al estilo panóptico eran algo muy novedoso para fines del siglo XIX, cuando se acostumbraba tratar a los presos de una manera muy distinta. Era parte de una mirada menos punitivista y más restitutiva de la privación de la libertad. 

En el trasfondo, emergía una idea muy moderna: que los delincuentes podían ser reinsertados en la sociedad.  En el libro que cité más arriba, Lila Caimari también destaca que en los discursos de la época no estaban bien vistas las nuevas comodidades de las que gozaban los presos. Según un testimonio de un grupo de vecinos que visitaron las instalaciones, el lugar era un «hotel que se cierra al público honrado y sólo abre para los parroquianos del crimen». 

Pero volvamos a Ushuaia. Todavía se trataba de una fase intermedia entre el exilio y la cárcel. Pero los presos que fueron enviados al sur no eran los que tenían mayores penas o los más peligrosos, sino los que estaban más aptos para ayudar en la construcción de la misma. Y lo que se buscaba era, en consonancia con el espíritu de la época, poblar zonas alejadas de Buenos Aires movilizando también a los empleados de las cárceles. Así Ushuaia cumplía una doble función -penal y demográfica- configurándose como una de las primeras colonias penales, un modelo que -bajo características muy diferentes- aún hoy existe en Argentina.

“Ushuaia no fue la Australia argentina, como habían previsto sus diseñadores, sino más bien una suerte de Siberia criolla”, sostiene Caimari en su libro. Es que durante las primeras décadas del siglo XX la cárcel de Ushuaia se fue convirtiendo en un lugar tenebroso, donde aquellos que cumplían su condena relataban escenas de tortura y hasta de asesinatos dentro del penal. Entre los reclusos de Ushuaia hubo muchos presos políticos, sobre todo anarquistas y socialistas. Pero los que primeros que fueron escuchados acerca de las condiciones infrahumanas de detención fueron los radicales enviados allí por el gobierno militar que derrocó a Yrigoyen en 1930.

La llegada del peronismo introdujo cambios profundos en la concepción de las personas privadas de su libertad, a las cuales se les concedió un status diferente, con una mirada más humanitaria y con el objetivo claro de que pudieran reformarse y volver a la sociedad. Esos cambios tuvieron un nombre propio que quizás te suene familiar: Roberto Petinatto

El padre del saxofonista de Sumo fue el Director General de Institutos Penales durante los dos primeros gobiernos de Perón y creó la Escuela Penitenciaria Nacional, institución que buscaría formar a quienes trabajan en el sistema penitenciario como agentes especializados y no sólo como guardiacárceles. Entre sus reformas más conocidas está la prohibición del uso de grilletes y del traje a rayas amarillo y negro. 

Pero de lo que hizo Petinatto lo que más te puede interesar es que decidió cerrar la cárcel de Ushuaia. En palabras de Caimari, esa decisión fue la que mejor representó “el mensaje rupturista sobre el castigo”. El mismo Petinatto había trabajado allí y visto las prácticas que más reprobaba en primera persona. La cárcel del fin del mundo fue definida en ese momento por Perón como “el penal más vergonzoso de la Tierra” que había sido suprimido para que los reclusos tengan derecho “a moldear una nueva vida”. 

Sin embargo, el reclamo de los vecinos de Buenos Aires que -acompañados por un fuerte lobby inmobiliario- pedían por la mudanza de al Penitenciaría Nacional de Las Heras y Salguero desde hacía décadas nunca fue escuchado por la gestión peronista. Recién en 1961, ya con el peronismo derrocado, la Penitenciaría Nacional fue demolida y sus reclusos trasladados. 

La periferia

El nuevo espacio carcelario de la ciudad de Buenos Aires sería Villa Devoto, donde desde 1929 funcionaba la “cárcel de contraventores”. Nuevamente se trataba de un sector periférico de la ciudad pero que volvería a ser envuelta por la rápida urbanización. Luego se le sumaría la cárcel de Caseros, en Parque Patricios, de la que te hablé en la primera entrega de #TramaUrbana.

Sobre esa historia repetida conversé largamente con Andrea Lombraña, antropóloga que analiza este y otros temas relacionados con el sistema penitenciario junto a sus colegas del NESDI (Núcleo de Estudios Socioculturales sobre el Derecho y sus Instituciones) de la Universidad de San Martín.

Para Andrea, hay una razón histórica y otra ideológica de por qué las cárceles se construyen en las periferias. “La histórica tiene que ver con que la cárcel como institución es heredera de la pena del destierro. Pero el sentido es el mismo en tanto y en cuanto lo que se busca es aislar a alguien que transgredió las normas de una sociedad”, me responde. Y continúa con la razón ideológica-epistemológica, “que tiene que ver con colocar simbólicamente por fuera de la sociedad a aquellas personas que infringieron un daño. De alguna manera esas personas no le pertenecen a la sociedad, no nos hacemos cargo de ellas y por eso los expulsamos a un lugar separado físicamente”.

En homenaje a alguien que cumplió años esta semana podríamos decir que la historia se repitió como farsa en el caso de la cárcel de Devoto. Hoy un grupo de vecinos organizados reclama que la cárcel se mude y las razones son idénticas a las de aquellos que vivían cerca de la Penitenciaría Nacional de Palermo. “Más verde y menos cemento” titulaba Clarín el año pasado en una nota elogiosa sobre el proyecto que en ese momento coordinaban Larreta en Ciudad y Macri en Nación y donde se proyectaba que se emplazaría el ya clásico mix entre espacio verde y desarrollo inmobiliario. Con el cambio de gobierno, el plan es más incierto. 

“A nadie le gusta vivir cerca de una cárcel y hay elementos concretos que provocan ese rechazo: desde las colas que se arman en el horario de visitas para que sean requisadas, los ruidos de los camiones proveedores de alimentos, hasta el olor a los colchones quemados durante el motín que se produjo la semana pasada en reclamo de mejores condiciones frente a la propagación del virus” analiza Andrea. 

También hay un componente de clase: las personas que van a visitar a sus familiares en el penal de Devoto no tienen mucho que ver en ese sentido al vecino promedio del barrio cuyo metro cuadrado vale casi lo mismo que el de Recoleta. “Del otro lado del conflicto están las asociaciones de familiares de presos que resisten ese traslado, que según el último plan iba a ser a Marcos Paz, que es una diferencia de distancia abismal”, señala la antropóloga. 

Los presos de Devoto además cuentan con el Centro Universitario de Devoto desde 1985, donde estudian más de 400 reclusos que no saben si podrán continuar con sus estudios luego de la mudanza.

La investigadora del CONICET, además, sostiene que las implicaciones de alojar a una persona en una cárcel lejos del lugar donde tienen su vida social son concretas: la imposibilidad de mantener relaciones fluidas cons sus familiares hace que los depósitos que los mismos le pueden acercar para poder contar, por ejemplo, con elementos de higiene, sean menores. 

Si bien construir cárceles nuevas como las 1.500 plazas que anunció Axel Kicillof el miércoles o mudar presos a cárceles del interior -mediando algún tipo de beneficio a cambio como la compra de pasajes para familiares- podrían ser soluciones parciales, Andrea sostiene que “el instrumento más efectivo es el cambio la política criminal y judicial de un Estado”. 

Durante el gobierno de Mauricio Macri, me cuenta y las cifras oficiales la respaldan, se mantuvo una política de encarcelamiento a personas por delitos menores, sobre todo por narcomenudeo, es decir la venta de droga a pequeña escala. Fue la verdadera cara de la bandera de campaña de Cambiemos que tomó como propia Patricia Bullrich: la guerra contra el narcotráfico. Pero casi siempre se apuntó al eslabón más débil de la cadena. Esa aceleración en la cantidad de nuevos presos aumentó el hacinamiento heredado, especialmente en las cárceles bonaerenses, donde hay una sobrepoblación de más de casi el 200%.  

Para bajar el hacinamiento “se podría optar en caso de delitos menores por otras opciones como las probation o los arrestos domiciliarios con control de pulseras, que son muy escasos. Esto es la política criminal: qué tipo de delincuentes decide perseguir el Estado y cuáles van a parar un establecimiento penitenciario. Un cambio de paradigma en ese sentido sí puede hacer la diferencia”, concluye Andrea.

Integrar el adentro con el afuera

Como ya te conté al principio, la problemática de la expansión del virus en las cárceles no es ni por asomo un problema argentino. Casi todas las ciudades pasaron o están pasando por lo mismo. Tampoco es solamente nuestra la problemática acerca de la relación de las cárceles con su entorno urbano. 

Sobre este tema, encontré dos experiencias en el mundo que me llamaron la atención por su particular propuesta de vinculación con el afuera. Una de ellas es el Proyecto Cárcel Pueblo, ideado por un conjunto de estudiantes y profesores uruguayos de distintas carreras para una de las unidades de la cárcel de Punta de Rieles, un penal de seguridad media ubicado a 14 km. de Montevideo.   

El proyecto de la Cárcel Pueblo se gestó teniendo en cuenta la opinión de los reclusos y con la idea de generar algo parecido a una ciudad pero dentro del penal. La Unidad 6 de Punta de Rieles cuenta con distintos sectores donde los presos se capacitan y trabajan y hasta tienen una plaza. Todo el penal es como un barrio con calles y negocios, como restaurantes y peluquerías, gestionados por los mismos reclusos. 

Según uno de los arquitectos encargados, el proyecto -que se inspira en experiencias de países nórdicos como Noruega y Suecia- busca generar “el afuera en el adentro”. Para Diego Morera, “si querés que una persona se transforme en un proceso de encierro, de la única forma que puede volver a vivir bien afuera es que adentro no sea un infierno”.  

La segunda experiencia sobre la que te quiero contar nos lleva hasta Nueva York, donde el gobernador Andrew Cuomo dispuso la liberación de 1.500 presos por delitos no graves y con penas a cumplir dentro de menos de un año. 

Pero hace unos años la mudanza del hacinado complejo penitenciario neoyorquino de Rikers Island, anunciada por el alcalde de la ciudad Bill de Blasio, había despertado una propuesta innovadora respecto de la vinculación de un nuevo complejo penitenciario con el resto de los habitantes de la ciudad. 

El proyecto que viene ganando terreno, aunque no sin controversia, es el de reemplazar el modelo de Rikers Island, donde hoy hay alrededor de 5 mil reclusos, por cinco Justice Hubs (Centros de Justicia), repartidos en diferentes zonas de la ciudad, con cierta apertura a la comunidad mediante galerías de arte y otros negocios en la planta baja. La propuesta fue ideada por el Instituto Van Alen y tiene como objetivo volver a vincular a los presos con sus barrios de pertenencia para que cuando salgan su integración sea menos difícil. 

En Argentina, según también me contó Andrea Lombraña, la experiencia más cercana a este tipo de vinculaciones son las cooperativas de liberados, que tienen un pie adentro y un pie afuera de la cárcel. Aunque por ahora son experiencias muy puntuales, “con algo de apoyo del Estado podrían ser un instrumento efectivo de integración” concluye la especialista. 

Bonus track

La longitud de este correo ameritaba prescindir del BT, pero no quería dejar de contarte la gravedad de la situación que se vive en las villas de la ciudad de Buenos Aires, en las que hace dos semanas no había infectados y hoy ya concentran casi un cuarto de los casos de Covid-19 de todo el territorio porteño. Ya hay seis muertos. 

En particular en el barrio Padre Mugica, con 237 casos, la situación es muy delicada y además de la falta de prevención por parte del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, refleja un proceso de re-urbanización -a cargo del empresario gastronómico Diego Fernández– con déficits cualitativos y cuantitativos de larga data. Al respecto, te recomiendo este comunicado del CELS y este hilo de Rosario Fassina de ACIJ.

Con cinco veces la población de la CABA, la provincia de Buenos Aires presenta sólo un 20% más de casos pero la situación en las villas porteñas alertó a Axel Kicillof, que desplegó un operativo preventivo en los barrios populares del conurbano bonaerense. La ventaja relativa es que los asentamientos informales de la PBA suelen tener menor densidad, lo que disminuiría la velocidad de propagación del virus.    

Eso es todo por hoy, amigue. Espero que tengas un lindo fin de semana. Para que lo disfrutes con buena música te recomiendo a Tony Allen, ex baterista de Fela Kuti, que murió la semana pasada pero un mes antes nos regaló este discazo.

Abrazos, 

Fer  

Escribo sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de mi trabajo. Estudié Sociología en la UBA y cursé maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en mis ratos libres juego a la pelota con amigos. Siempre tengo ganas de hacer un asado.