La peor pesadilla de Milei: por qué la política industrial es mejor para un país

En los últimos diez años, las economías más desarrolladas o las que están en vías de serlo fueron las que intervinieron con planificación el desarrollo del sector desde el Estado. Ahora, es cuestionada por el presidente. ¿De qué sirve?

Podemos pensar la política industrial como aquella destinada a lograr una transformación económica a través de la intervención directa del Estado sobre las formas de producción, en busca de un objetivo en particular (vinculado con el mundo productivo/industrial). Para lograrlo, ejecuta determinadas acciones que modifican los precios “normales” de la economía, incentivando a que se tomen decisiones que de otra manera no se hubieran hecho. 

Es decir, dentro de este concepto podemos encuadrar diferentes medidas que toman los gobiernos: subsidios dirigidos a ciertas industrias, poner aranceles a la importación más altos para algunos bienes, establecer retenciones a bienes de menor valor agregado para incentivar aquellos de mayor valor, otorgar créditos para la adquisición de bienes de capital, reducir impuestos en caso de innovar, entre tantos otros.

Varias de esas medidas probablemente te resulten familiares, así que la política industrial está más cerca tuyo de lo que pensás. El tema es si están encuadradas dentro de una estrategia más general de desarrollo o si existen desvinculadas del resto. Pero, esto lo dejo para más adelante. 

Ahora bien, cabe preguntarnos por qué alguien querría distorsionar los precios de una economía para favorecer o incentivar ciertas decisiones. Supongamos por un momento que nos encontramos en una economía que se insertó tardíamente en el mundo moderno, en la cual la industria es la excepción y gracias al sector agropecuario esa economía cuenta con un nivel de ingresos increíblemente alto. Seguro te suena, no soy muy ingenioso. Si las tecnologías fueran estáticas y estuvieran dadas, no tendrías ningún incentivo por cambiar la forma de producir, con lo que tenés te alcanza. Sin embargo, el cambio tecnológico existe y algunas actividades económicas tienen mayor capacidad para innovar y aumentar su productividad. Por lo tanto, nuestra supuesta economía podría interesarse en cambiar su estructura productiva y acercarse a aquellos sectores con mayor capacidad de incorporar tecnologías -por ejemplo, los industriales-, ya que a la larga le será más conveniente.

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En la misma línea, un célebre economista noruego llamado Erik Reinert plantea en uno de sus trabajos que incluso en actividades dentro de todo parecidas –si las miramos con poco detalle– existen divergencias en la adopción de tecnologías y en la capacidad de innovar, razón por la cual no da lo mismo en cuál especializarte. En su artículo, ejemplifica esto con el caso de Haití. Al parecer, en el país más pobre de América se fabrican pelotas de béisbol, producto que es necesario coser a mano y que no se logró tecnificar. Ese caso lo contrasta con las pelotas de golf, producción en la que sí se logró incorporar tecnología en los países productores para fabricarse de forma mecanizada, a través de innovaciones. Mientras que las de béisbol las hace un país pobre y subdesarrollado, las de golf las hacen países más desarrollados, donde los salarios son mayores y la calidad de vida –incluso al fabricar pelotitas– es mejor. Es decir, la actividad económica realizada importa en el largo plazo. ¡Ojo! Esto no significa que elegir un sector salga siempre bien, puede fallar… 

Todo esto que te estoy contando es la peor pesadilla de nuestro presidente. En varias ocasiones, Javier Milei ha tildado de fatal arrogancia la idea de planificar y centralizar decisiones de la vida social por parte del Estado. ¿Qué tipo de decisiones? Por ejemplo, distorsionar los precios relativos de ciertas actividades económicas para incentivar su producción. Su crítica proviene de uno de los pilares de la escuela austríaca que es la idea del sistema de precios de Friedrich Hayek. En el trabajo donde lo postura –te lo dejo porque me parece un gran artículo–, sostiene que son los agentes económicos individuales quienes mejor conocen qué es lo que pueden producir y cómo lo pueden producir, por lo que el propio precio de las cosas los lleva a decidir qué hacer de la mejor manera posible. Entrometerse en esa dinámica decisoria, según Hayek, es un grave error cometido por los gobiernos socialistas que vulnera la dinámica económica y la forma en la que circula la información en el sistema capitalista. Insisto en que leas ese artículo. 

I’ll be back 

“La mejor política industrial es la que no existe”, planteó Gary Becker –economista mencionado por Milei en el debate presidencial al hablar de inseguridad–. Ese fue el mantra que guió por varios años al discurso económico preponderante en el mundo occidental. Sin embargo, recientemente esto empezó a cambiar. 

Tan fuerte fue la transición que incluso el FMI tomó nota de esto y se puso a relevar este tipo de iniciativas a nivel mundial. Si observamos la aparición del término política industrial en los artículos de prensa de los principales diarios y revistas de negocios veremos que entre 1990 y los 2000 se usaba muy poco, en la primera década del nuevo siglo creció un poco, pero no fue hasta 2015 que tomó más relevancia. 

“Seguro es China”, me dirás. Pero no, o al menos no solo. En la base de datos que están construyendo desde el FMI lograron categorizar los instrumentos implementados y asignarlos a los países y regiones que las implementaron. Notamos en el gráfico de abajo que pese a que en Asia hay una fuerte presencia de políticas industriales, también la hay en América del Norte y en Europa, principalmente implementada a través de subsidios domésticos (ya sea a la producción o al consumo local). Por el contrario, en América Latina y en Asia Pacífico priman las barreras a la importación, una medida un tanto más barata para los estados que los subsidios directos. 

Bueno, pero esto no ocurre por generación espontánea. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron al incremento de las políticas industriales? Entre 1990 y la actualidad las cosas cambiaron bastante. El mundo unipolar dominado por EE.UU. no existe más –aparece China–, la idea de convivencia pacífica entre potencias tampoco –la guerra en Ucrania– y el cambio climático nos obliga a tomar medidas serias para no morir tan rápido. Es decir, la geopolítica y la transición energética tomaron un rol más relevante en la escena política y económica internacional. 

Yendo a lo particular, tres fenómenos marcan la agenda de política industrial: 

  • La necesidad de otorgar subsidios para lograr una transición energética más veloz, dado que los precios de mercado no se alinean necesariamente con este fenómeno, sino que suele ser más barato producir de la vieja forma; 
  • La necesidad de garantizar una mayor autonomía por parte de ciertas regiones, de forma tal de no depender del comercio internacional para satisfacer sus necesidades –por ejemplo, garantizar la energía para sobrevivir sin Rusia en el caso europeo–; 
  • Autoabastecerse de insumos críticos para la producción de las nuevas tecnologías y de bienes de extrema necesidad –por ejemplo, semiconductores o respiradores durante la pandemia–.

En ese marco, Estados Unidos implementó en los últimos años la CHIPS Act y la Inflation Reduction Act (IRA). La primera destinada a la producción local de semiconductores, de forma tal de evitar el bloqueo de fabricación electrónica ante conflictos geopolíticos (potenciales y efectivos) que tiene con China, o problemas en el suministro por complicaciones en el comercio internacional. La segunda política, más allá de su nombre, tiene como uno de sus principales objetivos combatir el cambio climático a través de políticas de subsidios que incentiven la producción con contenido local de materiales críticos para la transición energética –por ejemplo vehículos eléctricos, sus componentes e insumos, como el litio–. Para ello quieren destinar 700 mil millones de dólares (más de un PBI argentino).

Por su parte, la Unión Europea tiene varias estrategias de política industrial en la misma lógica: garantizar autonomía de materiales críticos, favorecer la transición energética, volver a industrializar a sus países, entre otros. Para no hacerlo largo, te dejo este video donde lo explican muy bien. 

Lula y otra vez, el sol sonreirá 

Si navegás las oscuras aguas de las redes sociales, seguro te encontraste más de una vez con los memes de Lula anunciando algo completamente opuesto a las enunciaciones del gobierno argentino. Para serte sincero, el chiste ya se me hizo pesado, pero en este caso es cierto. Mientras que Argentina frena sus principales políticas industriales y su planificación del desarrollo –que seguramente podemos discutir, pero existían–, Brasil lanzó su estrategia Nova Indústria Brasil. 

Inicialmente esta entrega tenía un foco mucho mayor en nuestro país vecino, pero decidimos hacer una entrega especial de este newsletter sobre la industria brasileña próximamente, así que no vamos a ahondar mucho en ella ahora. De todas maneras, sí vamos a decir que esta Nova Indústria es un conjunto de directrices a realizar en algunos sectores estratégicos –para Brasil– y de políticas que deben llevarse adelante con el objeto de mejorar la productividad, la innovación y el grado de desarrollo brasilero en seis áreas claves: seguridad alimentaria, sanidad, energía, infraestructura, transformación digital y defensa. Como te imaginarás, esas áreas tienen una variedad de sectores dentro que merecen un tratamiento específico, pero lo que sí requieren todas es financiamiento, por lo que el gobierno brasilero tiene por objetivo destinar 61 mil millones de dólares en estas tareas, en parte con créditos, aportes no reembolsables, inversión directa del Estado, entre otras. Mucho menor a IRA de EE.UU., pero mayor a nuestro presupuesto cero. 

En México hace dos años lanzaron también Rumbo a una Política Industrial, como lineamientos generales para implementar políticas industriales en el país, luego de muchísimos años en los que parte de su política fue atraer inversiones de su país vecino del norte. Colombia hizo lo propio a fines del año pasado al presentar su programa de reindustrialización, que por ahora pareciera seguir en estado de plan, pero apunta a lo mismo.

Bonus track

¿Por qué hablamos de esto hoy? En las últimas semanas despidieron a trabajadores de la Administración Pública Nacional de muchísimas dependencias del Estado. El día de mañana si otro gobierno quiere implementar un programa de política industrial o una estrategia de desarrollo, vamos a tener un problema, ya que muchísima gente valiosa y que conoce el funcionamiento del Estado y los vínculos con el sector privado fueron despedidas. A ellos, desde mi pequeño espacio virtual, mi solidaridad y todo mi acompañamiento. 

Para cerrar, les dejo unas recomendaciones:

  • No todos los economistas están de acuerdo con la política industrial o lo están desde distintos puntos de vista. Esta nota de Project Syndicate indaga sobre los contrapuntos de 5 economistas famosos de la actualidad;
  • Esta charla entre Pablo Borda y Julieta Romero sobre energía nuclear en Argentina. Julieta Romero es ingeniera nuclear, laburó en las centrales de Argentina y sabe muchísimo sobre el tema. De paso, te recomiendo la última edición de #InfinitoPuntoVerde con Paula Castellano sobre este tema.
  • El flamante primer capítulo de No la ven, un programa de Necochea, sobre la economía de esa ciudad y las transformaciones que vivieron desde la década de los ‘70. Me dicen por la cucaracha que pronto vienen unas columnas mucho más específicas sobre la ciudad y su economía, así que atentis;

Escribe sobre temas de sectores y desarrollo productivo y trata, todo lo posible, de cruzarlo con datos. Le importa que estos sectores impulsen el bienestar social. Estudió economía en la UBA, está terminando una especialización en políticas sociales en UNTREF y arrancó una maestría en desarrollo económico en UNSAM.