La guerra entre Israel y Hamás se abre a escenarios paralelos

El conflicto se rodeó de hechos que excedieron la Franja de Gaza. El visto bueno de la Asamblea General de la ONU para ampliar la participación de Palestina, el cese al fuego frustrado en El Cairo y la voz de la población civil.

La Franja de Gaza es el escenario principal en la guerra entre Israel y Hamás. En paralelo se abre otro en Estados Unidos, donde la semana pasada se votó la ampliación de la participación palestina en la ONU mientras el presidente Joe Biden especulaba con retener el envío de armas al país hebreo para intentar condicionarlo en la ofensiva militar en el enclave. Y hay uno más en El Cairo, donde las negociaciones para un cese al fuego entre las partes llegaron a un punto muerto. 

Me interesa señalar que cuando se habla de “las partes” la referencia es el Gobierno de Israel y de Hamás y no de Israel-Palestina, porque esto implicaría reducir a dos pueblos a las decisiones de sus dirigentes -o incluso a parte de ellos-. Acá no hay dos bloques monolíticos: Israel no es su primer ministro Benjamín “Bibi” Netanyahu y Palestina no es Hamás. O no solamente. Si hacemos doble click, por lo bajo se ven las tensiones, las contradicciones, la complejidad. 

Para hacer un mínimo gesto en esa dirección, hablé con el fotógrafo gazatí Fadel Maghari, quien respondió desde la Franja de Gaza; con Mirta Tinaro, quien es tía de Ariel y David Cunio, dos jóvenes israelíes que siguen secuestrados en enclave palestino; y con Enrique Rosenburt, trabajador social que compaña a los familiares de los rehenes. 

En la macro: marchas y contramarchas

La semana pasada, los anuncios y desmentidas a nivel de la “macro-política” no pararon: 

La dirigencia de Hamás dijo que había aceptado un acuerdo de cese al fuego, pero Israel lo desdijo y tuvieron que reunirse una vez más en El Cairo. Sin embargo, las delegaciones se retiraron de la capital egipcia con las negociaciones en un punto muerto. Una vez más, un acuerdo de cese al fuego, que supondría el intercambio de rehenes israelíes por presos palestinos, como sucedió en noviembre, se escurrió como arena en las manos. De todos modos, el plan de Israel de ingresar a Rafah –última ciudad gazatí que no fue invadida en forma terrestre y que recibió a cerca de 1.4 millones de palestinos desplazados del norte y centro– no estaba en cuestión, según Netanyahu y sus ministros, quienes también prometieron que lo harían “con o sin acuerdo” para liberar a los rehenes. Y finalmente lo hizo, el Ejército Israelí ingresó. Aún no desplegó su ofensiva, pero ya cortó, por ejemplo, el paso fronterizo de esa ciudad con Egipto, uno de los principales puntos de ingreso de ayuda humanitaria. Esto fue alertado por organizaciones como Human Right Watch. En paralelo, centros de acopio de esa ayuda fueron atacadas por extremistas en Israel.

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Por otro lado, en un acto casi inédito, pero en línea con las tensiones que te conté en este #MundoPropio, Biden informó que suspendió el envío de determinado armamento bélico a Israel porque teme que el país hebreo lo utilice en su ofensiva en Rafah, pero su secretario de Estado, Antony Blinken, lo relativizó. Se trata, principalmente, de bombas y proyectiles de artillería. Republicanos y demócratas presionaron al presidente para que revierta esa decisión. Aquí el debate es en torno a si Israel es “inconsistente” con el derecho internacional –centralmente si evita afectar a población civil– porque esto supondría una red flag para Biden (o al menos eso declaran). Y si bien las inconsistencias fueron reconocidas por Blinken en el mismo informe presentado ante el Congreso, la rendición de cuentas parece no estar de moda. Así también lo demostró un vocero israelí que solo pudo dar el número de muertos en las filas de Hamás, pero no de los civiles

Otro hecho significativo se produjo cuando la mayoría de los países de la ONU se expresaron en la Asamblea General a favor de ampliar la representación palestina en esa instancia internacional aunque sin darle derechos plenos. Esto quiere decir que no cambiaría su estatus de “observador” ni se le daría derecho a voto. Sin embargo, EE.UU. adelantó que rechazará esa decisión en el Consejo de Seguridad como ya lo hizo en abril. Durante la asamblea, la nota la dio el embajador de Israel ante Naciones Unidas, Gilad Erdan, quien dijo que el organismo internacional le había abierto sus puertas a un «Estado terrorista» mientras destruía una copia de la Carta de la ONU con una pequeña trituradora de papel. Otro highlight para vos que estás leyendo desde Argentina: nuestro país, con apenas otras ocho naciones, se opuso a la ampliación de derechos de los palestinos en esa instancia multilateral.

“No puedo decirte cómo uno se siente mientras espera la muerte”

Hasta el 7 de octubre, Fadel Maghari trabajaba fotografiando productos de restaurantes y otros comercios y también piezas de arte. Pero pasó sus 34 años en la Franja de Gaza, algo imposible de ignorar, así que, en paralelo, fue dedicándose al fotoperiodismo y empezó a registrar las tensiones constantes de un territorio que antes del 7 de octubre ya se encontraba bloqueado por cielo, mar y tierra por Israel. Estuvo separado un mes de su familia porque esta fue desplazada a Rafah, pero ahora, frente al riesgo de la inminente ofensiva israelí en esa ciudad del extremo sur de la Franja, los volvieron a desplazar. 

Fadel está en Nuseirat, en el centro del enclave, y me cuenta que comen lo que pueden comprar “a precios muy caros” o lo que les llega de ayuda humanitaria, pero que suele ser “muy malo”: “Nos provocó enfermedades estomacales a mí y a mi familia. El agua tampoco es apta para beber y todo esto tiene un efecto negativo en nuestros cuerpos. Estamos sufriendo una deficiencia de calcio, vitaminas y proteínas por toda la comida enlatada que llega”. Algo que también relata el personal de salud extranjero en Gaza y la ONU.

“No puedo decirte cómo te sentís mientras esperás la muerte”, me dice, pero después lo intenta. “Cada vez que escuchás el sonido de una explosión, pensás en quién ya se fue, y te preguntás: ¿nos tocará a nosotros la próxima explosión?, ¿moriremos o sufriremos bajo los escombros mientras exhalamos nuestro último aliento?, ¿viviré y perderé a uno de mi familia?”. 

Me dice que la muerte no es lo que lo asusta porque ya no sentirá “nada”. A lo que le teme es a quedar atrapado entre los escombros. “Tenemos miedo a la pérdida, a que cuando estés durmiendo a salvo, te despiertes y te encuentres con un montón de escombros sobre tu cabeza, sin poder respirar, sin poder ver nada, sin poder salvarte a ti mismo ni a los que te rodean. Por eso, los momentos más difíciles son a la hora de dormir. Dormimos con miedo. Dibujamos escenarios terroríficos que no nos dejan dormir”, cuenta Fadel. 

El fotógrafo palestino relata que perdió “todo en esta guerra”. Desde su teléfono, su cámara –“lo más preciado que tenía”–, la plata que había ahorrado “para el futuro” y 54 miembros de su familia. “No nos queda nada y uno no quiere nada. Es suficiente porque estamos cansados. Estoy cansado. No hay futuro, no hay vida, no hay seres queridos, no hay calles, no hay lugares bonitos. Estamos en la etapa de la despedida”, cuenta. Según él, lo más importante ahora es “detener el fuego” porque ya no pueden “tolerar nada”, pero solo ve la “inacción del mundo”.

Con Fadel estoy en contacto desde que el Ejército israelí mató –según la ONU “intencional o imprudentemente” y, según Israel, “accidentalmente”— a la periodista Shireen Abu Akleh de la cadena Al Jazeera en mayo de 2022, asesinato del que se cumplen dos años. Como de costumbre, Fadel cita a Dios y hasta le agradece. “Toda nuestra esperanza está puesta en Dios, en que la guerra termine y volvamos a vivir nuestras vidas, aunque nada será como antes. Gracias a Dios por lo que nos ha pasado”, me dice y le pregunto cómo puede dar gracias por eso: “Somos musulmanes, siempre damos gracias a Dios, en los buenos y en los malos momentos, porque nos dijo que todo dolor desaparecerá. Nuestra fe en Dios es lo que mantiene la esperanza y la paciencia”, afirma.

La espera que no deja mirar hacia adelante

Mirta, tía de David y Ariel Cuneo, quienes aún están secuestrados en Gaza por Hamás, estuvo hasta hace trece días en Israel. Por primera vez desde el 7 de octubre, pudo abrazar a su familia. “Me hacía mucha falta tener intimidad con ellos. Me duele mucho verlos en los diarios. Quería que estemos juntos, abrazarlos”, me dijo por teléfono desde Buenos Aires. Su familia vivía en el kibutz Nir Oz, y el verbo en pasado es correcto no solo porque algunos de sus habitantes aún se encuentran secuestrados, sino también porque los sobrevivientes están actualmente desplazados. Desde el día del ataque terrorista de Hamás, los llevaron al sur de Israel y tiempo después les consiguieron viviendas en Kiryat Gat, en el centro del país. 

“Si bien tuvimos la alegría de juntarnos con mi familia para las pascuas, ellos están viviendo en otro lugar, se quedaron sin casas, todavía no pueden realizar sus trabajos, están en shock. Es una situación de espera. Emocionalmente, está todo suspendido en sus vidas. No se puede proyectar para adelante. Ninguna de las personas con las que hablé me puede decir si tiene un plan para el futuro. Todavía no”, describe. Recientemente, se activaron algunos cultivos del kibutz que habían sido destruidos, pero no saben si estarán preparados para volver a vivir en el mismo lugar.

Mirta no solo tiene familia en Nir Oz, sino que también vivió allí tiempo atrás, así que yo quería saber qué visión tenía antes del ataque de Hamás de sus vecinos palestinos y si considera que, como muchos relatan, eran kibutzims con posiciones más de izquierda. “Mi familia emigró hace casi 40 años y vivió siempre en kibutz. Los kibutzim que están en esa zona son, digamos, socialistas. Ellos tenían una relación con los vecinos [de Gaza]. Muchos cruzaban la frontera hacia Israel para trabajar en esas granjas agrícolas. Tenían una relación bastante estrecha, incluso gente de Nir Oz que estuvo secuestrada se dedicaba a ayudar a las mujeres palestinas, que las acompañaban con sus hijos a los hospitales. Tengo fotos de mi primo con compañeros palestinos y los hijos de ellos jugando. Después las cosas fueron cambiando. Es muy duro contar esto”, dice. 

Las concentraciones de familiares y amigos de rehenes israelíes, o incluso de quienes estuvieron secuestrados, trascienden a la prensa internacional principalmente cuando se desarrollan en Tel Aviv o Jerusalén y cuando se producen enfrentamientos con la Policía, pero Mirta me cuenta que en las zonas donde está la población desplazada también se reúnen en la calle una vez a la semana. “Allá me reencontré con personas que conocí y que habían estado secuestradas. Parte de mi familia también volvió (luego de estar como rehenes), las hijas de mis sobrinos y su mamá. El tema principal es el regreso de los secuestrados. No vi una manifestación política, lo que veía eran ciudadanos que estaban diciendo ‘traigan a los nuestros de vuelta’. Todavía están cursando el dolor”.

Para Mirta, cada ciudadano tiene su opinión acerca del Gobierno y su manejo de la guerra, pero cree que “la mayoría de las personas lo que quieren primero es que se solucione el problema de los rehenes. Saber quiénes están, quiénes sobreviven, quiénes no sobrevivieron”. La espera y el temor de que lleguen noticias como la de hace dos semanas, cuando la Embajada de Israel en Argentina anunció que el argentino Lior Rudaeff, de 61 años, quien se pensaba estaba secuestrado, en realidad fue asesinado el mismo 7 de octubre y que su cuerpo se encontraba aún retenido en Gaza. 

El miedo a hacer la paz

“Desde el 7 de octubre hubo más de 200.000 desplazados en Israel y en la actualidad menos del 50% volvió a su casa”, me dice desde Israel el trabajador social Enrique Rosenburt. Algunos aún no regresaron por cuestiones de seguridad. “El Gobierno actual, que piensa más en lo económico que a nivel social, está intentando obligar a la población a volver antes del 1 de septiembre, porque busca presentar una foto de victoria. Es decir, de que empiezan las clases y vuelve la normalidad, cuando sabemos que hasta que no terminen los bombardeos de Hamás o no se pueda llegar a un acuerdo bilateral de cese al fuego estamos muy lejos de tener una foto de la victoria”, dice.

Para Rosenburt, después de tantos años de Netanyahu (con sus impasses) como primer ministro y de “manejar un Gobierno de ultraderecha”, no quiere dejar “un legado de guerra porque eso sería negativo”. Es por esto que él “había empezado con los Acuerdos de Abraham [para normalizar relaciones con países vecinos árabes] que van a ser prioridad cuando esta guerra se termine. A aislar a los países fanáticos como Irán y también a grupos como Hezbollah y Hamás”, afirma. 

Enrique me da pie para preguntarle por esa misma mirada de más largo plazo, pero respecto a los palestinos, ya que considera que sí debe haber un Estado para ese pueblo, pero no cree que pueda ser con las fronteras definidas en 1947 en la ONU, ni por las que resultaron de la “Guerra de los Seis días” de 1967. Le pregunté por las colonias israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este –territorio definido internacionalmente como palestino– cada vez más alentadas por ministros del actual Gobierno: “Hay ciudades, que dicen que son colonias, que ya no podemos evacuar, son más de 300.000 personas que viven ahí. Lo que vamos a dar son otros territorios de intercambio. Una ciudad como Ariel, que es grande, es inviable evacuarla. Los mapas que se firmaron el ‘67 o el ‘48 hay que redibujarlos. Lamentablemente, no se puede volver atrás. Pero también tenemos que generar una paz o un acuerdo porque no hay paz sin resignación”, me comenta.

En este escenario de confrontación directa, hay posiciones extremas que proponen construir sus naciones “del río (Jordán) al mar (Mediteraneo)” –suponen, como dice Tom Segev, una “tierra indivisa”– e impugnan el derecho a existir del otro. Quienes proponen acuerdos de normalización o paz, “pierden”. Enrique me sitúa rápidamente:  “No vi en Occidente gente a la que asesinen por hacer la paz. Pero si sos líder en Medio Oriente, tenés miedo a hacer la paz. Lamentablemente, acá es algo que se pone en la balanza”.

Es periodista especializada en política internacional. Trabaja en la agencia Télam y colabora en medios como el diario italiano Il Manifesto, la revista Nueva Sociedad y El Destape. Hizo coberturas en Brasil, Chile, Colombia y España. Como freelance viajó a otra región que la apasiona: Medio Oriente, donde conoció Israel, Palestina y Egipto.