Israel y Gaza: claves para entender el cambio de actitud de Estados Unidos

¿La gestión de Biden se desmarca de Netanyahu porque no cree que su estrategia contribuya a la seguridad o porque está preocupado por su política exterior en un año electoral?

A días de que se cumpla medio año de los ataques terroristas de Hamás al sur de Israel y de que se iniciara, como respuesta, la ofensiva israelí en la Franja de Gaza, creo que hay que mirar no solo lo que pasa en el territorio palestino, donde las muertes se cuentan de a miles y alertan sobre los riesgos de hambruna, sino también a Nueva York. ¿El motivo? Esta semana que pasó la nota la dio Estados Unidos con una simbólica abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU, que habilitó el llamado al cese al fuego en Gaza y la liberación de los rehenes israelíes.

Mientras siguen los bombardeos, las dudas sobre los efectos de esa votación son legítimas. Y si me pongo pesimista, me acuerdo de cuando Donald Rumsfeld fue designado como enviado especial para Medio Oriente por el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan y, tras hacer varios viajes por la región, envió su primer memo a EE.UU. que se tituló “El pantano”. El exsecretario de Defensa e impulsor de la guerra de Irak dijo ahí que nunca escucharían de su boca que EE.UU. debía buscar una paz “justa y duradera” en esa zona, porque “hay pocas cosas justas y lo único que perdura son los conflictos, los chantajes y los asesinatos”.

Salgamos de ese pesimismo y digamos que el pedido de una paz “justa y duradera” en la región sigue siendo una demanda válida, y que EE.UU. es el único actor que puede presionar a Israel para lograr el cese al fuego votado en la ONU.

¿Cuál es la “superpotencia”?

Por primera vez desde el 7 octubre y recién en la quinta votación en el Consejo de Seguridad de la ONU, la administración demócrata de Estados Unidos permitió que prospere un pedido de cese al fuego en el territorio palestino de la Franja de Gaza. La resolución “exige el cese al fuego inmediato” durante el mes sagrado musulmán de Ramadán –que finaliza la semana próxima– y “la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes” en manos de Hamás.

Dos comentarios sobre la votación. 1) Digo que EE.UU. “permitió” porque aun cuando tiene poder de veto, por ser uno de los cinco miembros permanentes en ese cuerpo, no lo usó (lo había usado en las tres primeras votaciones que se pidió un cese al fuego y en la cuarta había presentado una resolución propia que fracasó por los vetos de Rusia y China); 2) Washington no considera que la resolución aprobada sea vinculante, tema que implica autoinfligirse un golpe y abrió un gran debate que tendremos que prestarle atención.

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Pero aun cuando el presidente de EE.UU., Joe Biden, había dicho en las horas posteriores al 7 de octubre que en su administración el respaldo a la seguridad de Israel era “sólido como una roca”, y lo ha demostrado, Israel tomó la actitud demócrata en la ONU como una afrenta. “No tenemos derecho moral a detener la guerra mientras siga habiendo rehenes en Gaza”, dijo el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. En tanto, el primer ministro de Israel, Benjamín “Bibi” Netanyahu ya no cree tanto en el apoyo de Biden y una vez enterado por los demócratas de cómo votarían en la ONU, les dijo que consideraba eso como un cambio en la política estadounidense, y canceló el viaje de una delegación a Washington. Estados Unidos se opuso a esa interpretación y lo acusó de “sobrerreaccionar”.

Este no es el primer gesto de distanciamiento –modesto, pero significativo– que la gestión de Biden marca respecto a Netanyahu: 1) Desde la vicepresidenta, Kamala Harris, hasta el líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer, buscaron marcarle –algo– la cancha al gobierno israelí; 2) EE.UU. viene reiterando sus reparos respecto al ingreso terrestre de las fuerzas israelíes en la ciudad gazatí de Rafah (sobre la que ya me detendré), pero el líder israelí ya desestimó la advertencia y dijo que va a entrar con o sin apoyo de EE.UU.; 3) los dos líderes tienen diferencias sobre “el día después” de la guerra; 4) respecto al ingreso de ayuda humanitaria (EE.UU. es uno de los países que arrojan ayuda por el aire); 5) la Casa Blanca, y sus socios europeos, sancionaron a líderes colonos israelíes por sus acciones violentas en Cisjordania, territorio palestino que Israel ocupa crecientemente desde 1967.

¿Estados Unidos se desmarcó de algunas decisiones de la actual gestión israelí porque no cree que la estrategia de Netanyahu contribuya a la seguridad de Israel o porque está preocupado por su propia política interior en un año electoral? Quizás los dos puntos no sean excluyentes, ya que, por un lado, la gestión Biden alertó a Bibi que quedará como un “paria” internacional si sigue con su estrategia de ir por Hamás y los rehenes, sin rendir cuentas por la vida de los civiles gazatíes que se cobra a su pasoy que eso puede afectar la seguridad de los judíos –no solo de los israelíes– en cualquier parte del mundo. Por otro lado, en la Casa Blanca están atentos a las últimas encuestas que señalan que ahora más de la mitad de los estadounidenses desaprueba las acciones israelíes en Gaza.

Pero a Netanyahu no le importan los motivos de las “dudas” estadounidense y solo ve los consejos como inconducentes e incluso que lo llevarán a perder la guerra (aunque existen diferencias importantes en Israel sobre qué se puede considerar como una “victoria”). A la vez, Bibi está preocupado por varias cosas: su propia supervivencia luego de que su imagen de “Sr. Seguridad” quedara afectada desde octubre, de que parte de sus aliados salieran del gobierno días atrás, y de que sigan las protestas en su contra. Además, sabe que los demócratas pueden estar en tiempo de descuento ante un posible recambio hacia los republicanos en noviembre. Sin embargo, Donald Trump también advirtió a Israel sobre la pérdida de apoyo internacional y por eso le indicó que debe terminar rápido la guerra, aunque sin aclarar bajo qué condiciones y sin nombrar a los rehenes. Bibi no lo confrontó por eso.

Lo cierto es que el desplante de Bibi a Biden no duró mucho. Netanyahu sabe que necesita del apoyo de EE.UU., así que retomó el diálogo con la Casa Blanca sobre su plan de ingresar por tierra a Rafah, a la vez que autorizó una nueva ronda de conversaciones en Doha y en El Cairo para negociar una tregua en Gaza. Hasta anoche, la vuelta de Israel a la mesa de negociaciones con Hamás, bajo la mediación de EE.UU., Catar y Egipto, no había dado los frutos que se vieron en noviembre, durante la única vez que desde el 7 de octubre lograron un acuerdo de cese al fuego y que permitió la liberación de rehenes a cambio de presos palestinos, además del ingreso de un mayor volumen de ayuda humanitaria a Gaza.

Tampoco duraron mucho los reparos de Biden hacia Netanyahu porque terminó cuestionando el alcance de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU dándole libertad de acción a las fuerzas israelíes, sino que también aprobó el envío de más armas a Israel, aun cuando dice oponerse al ingreso israelí a Rafah, aun cuando permite una votación de cese al fuego, aun cuando critica el lento ingreso de ayuda humanitaria… EE.UU. sigue siendo el único actor internacional capaz de persuadir a Israel para lograr un cese al fuego, como señala la resolución de la ONU, pero no queda claro que esa sea su intención.

La actitud de Netanyahu –quien demanda el apoyo incondicional de EE.UU., pero pretende que sea justamente sin condiciones– me disparó una anécdota que creo que ayuda a pensar la relación entre EE.UU. e Israel en las últimas décadas.

Después del asesinato del primer ministro Isaac Rabin por un extremista israelí, Bibi ganó las elecciones y mantuvo su primera reunión con el presidente estadounidense Bill Clinton, quien venía impulsando las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. En esa reunión el primero le dijo al segundo: “Ustedes no entienden a los árabes. Yo entiendo a los árabes (…) Sabemos qué hacer”. Al final de la reunión, Clinton le dice a su asesor Dennis Ross –quien cuenta la anécdota–: “¿Cuál cree (Netanyahu) que es la superpotencia?”.

La guerra como efectos en los cuerpos

Como era de esperar, las decisiones en el Consejo de Seguridad de la ONU al menos por el momento no tuvieron efecto y en los últimos días, los bombardeos y combates en Gaza siguen sin pausa. El único centro urbano al que no accedieron las fuerzas terrestres israelíes es Rafah, una ciudad que tenía una población de cerca de 300.000 personas, y alberga hoy unos 1,5 millones (más de la mitad de la población de Gaza). Netanyahu supedita el éxito de su objetivo de “eliminar a Hamás” y de liberar a los rehenes a esa operación. Para intentar acallar las críticas, prometió armar “islas humanitarias” para no afectar a civiles, pero es un plan cuya implementación sigue generando desconfianza en sus aliados.

Está claro que el futuro no se puede predecir, pero con base en la evidencia actual hay consecuencias que son inapelables. Siguen surgiendo elementos sobre los efectos devastadores que dejó Hamás en la población israelí, no solo por sus ataques terroristas del 7 de octubre propiamente –ampliamente documentados– en los que mató a 1.200 personas, en su mayoría civiles, sino también lo que generó en los cerca de 240 secuestrados (entre ellos una veintena de argentinos) durante el encierro –los liberados hoy difunden esas historias– y sigue generando en quienes aún están en cautiverio en Gaza.

En tanto, los cuerpos de gran parte de la población de Gaza están y estarán afectados irremediablemente mañana –no solo por los efectos traumáticos de la guerra en su territorio, las casi 33.000 muertes y los más de 75.000 heridos, sino también por las amputaciones masivas y el hambre–. Sobre estos dos últimos puntos me quiero detener porque tienen cierta particularidad. Unicef estima que al menos mil niños en Gaza ya fueron amputados desde octubre, al punto de que “esta es la mayor cohorte de amputados pediátricos de la historia”, según le dijo a The New Yorker el cirujano plástico y reconstructivo Ghassan Abu-Sittah. Y hablando justamente de los efectos permanentes en los cuerpos, el especialista en traumatismos pediátricos también explicó que el número de niños amputados tiene implicaciones a largo plazo porque “necesitan atención médica cada seis meses”, y requieren intervenciones continuas, entre ocho a doce cirugías.

Quiero hacer un par de comentarios sobre el tema de las “cifras”. Si bien los datos son proporcionados por el Ministerio de Salud del enclave controlado por Hamás, es decir, una de las partes del conflicto, hay que aclarar que EE.UU. habló de cifras similares. “Son más de 25.000”, dijo el secretario de Defensa, Lloyd Austin, a fines de febrero, no ante la prensa, sino ante un comité del Congreso en Washington que le pidieron el número de mujeres y niños muertos en Gaza desde el inicio de la ofensiva israelí. La cifra –que excluía a hombres adultos– estaba por esos días dentro del mismo rango de las que brindó Hamás. El Pentágono luego quiso matizar ante la prensa la declaración de su máximo responsable. Sin embargo, el propio Biden dio luego cifras similares cuando advirtió que un ataque a Rafah sería una “línea roja” y que Israel “no puede tener 30.000 palestinos más muertos”. En tanto, el ejército israelí estima que mató a 10.000 integrantes de Hamás. Vale aclarar también que los periodistas no pueden ingresar al enclave –salvo los que ya estaban allí cuando se desató la guerra– para corroborar de forma independiente la información proporcionada por ambas partes.

En cuanto al riesgo inminente de hambruna sobre el que alertan organismos como la ONU, pero también organizaciones sin fines de lucro, es otro elemento con efectos permanentes. “Estamos a punto de presenciar en Gaza la hambruna más intensa desde la Segunda Guerra Mundial”, dijo días atrás Alex de Waal, el escritor sobre temas humanitarios, conflictos y paz, y autor del libro Hambruna masiva: Historia y futuro de la hambruna. En una editorial en The Guardian, de Waal cita tanto informes del Comité de Revisión de la Hambruna como de la Red del Sistema de Alerta Temprana contra la Hambruna de la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional que hablan sobre la “inminente hambruna” en Gaza. Por su parte, la FAO estimó que “la mitad de la población (de Gaza) se enfrenta a niveles catastróficos de inseguridad alimentaria”.

Y aunque en algunos medios israelíes se escuchan voces que buscan relativizar esos indicadores, organismos internacionales denuncian la insuficiencia de la ayuda por aire, mar y tierra, siendo esta última vía la única que puede permitir el ingreso masivo y constante de insumos. Israel decidió durante las primeras semanas del conflicto apelar a un castigo colectivo contra la población al no permitir el ingreso de camiones con ayuda humanitaria y aún hoy restringe –con Egipto– dicho acceso. Además, el gobierno hebreo impide las operaciones de organismos de la ONU para los palestinos (UNRWA) porque acusa a una decena de sus más de 30.000 integrantes de apoyar a Hamás. Aun cuando Naciones Unidas ya inició investigaciones al respecto, impugnan la totalidad de sus tareas. “Necesitamos aumentos inmediatos de la asistencia para evitar la hambruna”, le dijo Austin a Gallant.

A esto se suma que, según la OMS, solo 10 (de 36) hospitales gazatíes están funcionando y “al mínimo”, y que la ONU, en voz de una de sus relatoras, consideró esta semana que hay “indicios razonables” de genocidio en Gaza. Esto vuelve a poner el foco en la Corte Internacional de Justicia que evalúa desde enero la demanda por ese mismo tema que presentó Sudáfrica contra Israel y que hasta el momento derivó únicamente en que el tribunal ordene a Israel que garantice sin demora la entrega de “ayuda humanitaria urgente”.

Pese al contexto crítico, Hamás pidió a los países donantes que paren el lanzamiento aéreo de la ayuda humanitaria, después de que una veintena de personas murieran ahogadas, en estampidas o en enfrentamientos tratando de alcanzarlas. Pero EE. UU. ya dijo que va a seguir con esa técnica.

“Debemos reconocer que ninguna de las partes tiene el monopolio del dolor o de la virtud”, dijo Bill Clinton en 1998 desde Gaza, después de reunirse con Yasser Arafat y Netanyahu, y con familiares de víctimas de las dos naciones. No se trata de igualar ni de una competencia, sino de informar sin omitir “el dolor o la virtud” de unos u otros.

Es periodista especializada en política internacional. Trabaja en la agencia Télam y colabora en medios como el diario italiano Il Manifesto, la revista Nueva Sociedad y El Destape. Hizo coberturas en Brasil, Chile, Colombia y España. Como freelance viajó a otra región que la apasiona: Medio Oriente, donde conoció Israel, Palestina y Egipto.