La discusión por los impuestos no es (sólo) económica, es también moral

La grieta en torno al sentido de la libertad y la justicia permite entender el debate que generaron las retenciones y el dólar turista.

El fin de semana nos trajo varias novedades en cuanto a los primeros trazos de la política económica del gobierno entrante: se suben impuestos a sectores de mayores ingresos (como retenciones al campo, a los consumos con tarjeta en el exterior y -aparentemente también- bienes personales), para financiar con eso mayores transferencias a los sectores más vulnerables, quienes fueron los grandes perdedores en los últimos años. Se trata, por tanto, de una política que mucha gente catalogaría (me incluyo) como «progresiva».

La discusión sobre retenciones y dólar tarjeta fue intensa en redes sociales, y hubo argumentos económicos de todo tipo, a favor y en contra. Ejemplos de ello son los siguientes:

-«no hay que penalizar al sector que genera los dólares que tanto necesita Argentina»

-«las retenciones ayudan a cerrar el déficit fiscal y además atenúan la suba de precios de los alimentos»

-«las retenciones son un impuesto mal diseñado, mejor cobrar más impuesto a las Ganancias»

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-«es cierto que las retenciones no son el impuesto ideal, pero se cobran más fácil que otros impuestos y por eso son bastante útiles»

-«hoy el dólar blue está muy parecido al oficial y el dólar tarjeta lo que hará es que el blue se dispare porque la gente va a ir corriendo a las cuevas a hacerse de dólares para sus próximas vacaciones»

-«el dólar blue igual iba a subir en el mediano plazo, así que el dólar turista a lo sumo acelerará los plazos de su suba»

-«que los argentinos puedan irse afuera es bueno porque los enriquece culturalmente y eso aporta económicamente en el largo plazo al país, entonces este impuesto al dólar tarjeta es malo»

-«penalizar el turismo emisivo es bueno porque permitirá que las clases medias-altas veraneen más en nuestro país, moviendo las castigadas economías regionales»

-«poner un impuesto al turismo emisivo distorsiona el mercado del mismo modo que un arancel, y encarece el turismo local, desalentando a que nos visiten turistas extranjeros y perjudicando a la clase media-baja que sólo veranea en el país»

Un conflicto moral

Además de los argumentos económicos (que podrían resumirse en «esto ayuda/perjudica la situación económica de Argentina») encontramos enunciados (a favor y en contra) con un contenido moral mucho más manifiesto. Por ejemplo,

-«el campo fue uno de los pocos ganadores en estos años y debe poner su grano de arena y solidarizarse con los que menos tienen»

-«las retenciones son un robo. Si quieren a la sociedad, ¿por qué le roban

-«el gobierno está volviendo a niveles similares de retenciones que había puesto Macri en septiembre de 2018, ¿por qué el campo ahora nos amenaza si antes aceptó las retenciones? ¿Será que odian a un gobierno que se preocupa por los pobres?»

-«el Estado otra vez le pone un pie encima al único sector que labura y saca adelante a este país, es fundamental bajar el gasto público más que subir impuestos para mantener vagos»

estoy harto: me rompo el lomo laburando todo el año y ahora no voy a poder irme afuera de vacaciones porque me encarecen 30% el dólar turista»

-«ganando 2000 dólares por mes, no tengo que contribuir en nada. Me molesta que me digan que soy un privilegiado, es injusto que me dificulten poder viajar a donde quiero»

-«estoy harto de que suban los impuestos para mantener vagos»

-«estoy podrida de los oligarcas del campo que son amarretes y nunca colaboran con el país»

-«en un país con escasez de dólares y tanta pobreza es de miserable quejarte porque vas a pagar más caro un pasaje a Miami»

Estas frases no sólo denotan un conflicto distributivo, tan estructural de la sociedad argentina. Para entenderlas mejor, abandonemos por un momento la sociología y la economía, y adentrémonos en el fascinante campo de la psicología moral.

Los fundamentos morales

En su brillante libro La Mente de los Justos, y combinando los aportes de la antropología, los estudios culturales, la psicología evolutiva y la biología, el psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt sostiene que los humanos hemos evolucionado para tener una matrix moral con seis fundamentos -aparentemente presentes en todas las culturas-, del mismo modo que tenemos un sistema del gusto con cinco papilas gustativas (pueden ver su charla TED aquí).

El primero de estos pilares de la moralidad es el cuidado/daño, y que tiene que ver con preocuparnos y sentir compasión por los demás, en particular a los indefensos. Cuando por ejemplo nos indignamos cuando vemos a alguien agredir a un perrito o a una persona discapacitada, a muchos de nosotros se nos activa esa «papila gustativa moral». Este fundamento moral existe a lo largo de todo el espectro político, pero es particularmente intenso en la gente progresista.

El segundo de los fundamentos morales es el de lealtad/traición, y que tiene que ver con cuánto valoramos el que otras personas se mantengan dentro de nuestro grupo. Cuando nos enojamos con alguien porque sentimos que traicionó a nuestro grupo (por ejemplo, cuando un diputado se cambia de fuerza política, cuando un conciudadano prende fuego la bandera argentina o cuando un jugador de fútbol pasa de nuestro club a otro que odiamos) este fundamento moral está operando. Este pilar moral es particularmente intenso en, por ejemplo, las ideologías nacionalistas.

El tercero de los fundamentos morales es el de la autoridad/subversión, y que tiene que ver con la obediencia voluntaria a la tradición y la autoridad que consideramos legítima. Por ejemplo, cuando muchas personas se molestan si alguien tutea a una persona mayor o a un superior este fundamento está activo. Este pilar moral es muy fuerte en los conservadores y débil en la izquierda y los libertarios.

El cuarto pilar es el de la santidad/degradación y que tiene que ver con la defensa de la pulcritud y la castidad respecto a algo que potencialmente puede «contaminar» el cuerpo humano. Por ejemplo, cuando nos da asco que una persona coma una cucaracha, este fundamento está en acción. Con este fundamento podemos explicar también por qué hay muchas personas que rechazan que dos personas LGBT se besen en la calle, el sexo antes del matrimonio o que otras personas fumen marihuana o se tatúen el cuerpo. Al igual que el anterior, este pilar moral es muy fuerte en las personas conservadoras, y débil en las progresistas y libertarios.

Los próximos dos pilares morales son los que más tienen que ver con la discusión que nos compete hoy, la de los impuestos. Veamos más de cerca.

El quinto fundamento moral es el de la libertad/opresión, y tiene que ver con el rechazo a las restricciones ilegítimas a la libertad propia. Este pilar moral está presente en todo el arco político aunque de distintas maneras; asimismo, es particularmente intenso en los libertarios.

En algunos casos, es la acumulación de poder político por manos del Estado la que dispara este fundamento moral («no te metas en mis asuntos»); cuando de temas económicos se trata, los conservadores y los libertarios son muy sensibles. En otros casos, es la excesiva concentración de la riqueza en manos de unos pocos la que lo detona; esto último es más relevante para la gente de izquierda. Cuando sentimos que la violencia (por la vía revolucionaria) es en ciertos casos legítima para derrocar a lo que consideramos una «tiranía» o a una «plutocracia», tenemos a este fundamento moral operando.

Por último, el sexto fundamento moral es el de la justicia/engaño, y que tiene que ver con el respeto por las normas compartidas y la reciprocidad. Por ejemplo, cuando nos enojábamos cuando en la escuela nos mandaban a hacer un trabajo práctico de a varios y había uno que no hacía nada y sacaba la misma nota grupal que nosotros, tenemos a este fundamento en acción. En otros términos, este pilar moral tiene que ver con cuánto sentimos que recibimos de los demás respecto a lo que nos esforzamos, y la ira que nos provoca que alguien de quien esperábamos una acción recíproca haga trampa y se quede con algo que «no se merece». El eje de la justicia/engaño tiene mucho que ver con la cuestión distributiva.

Vale mencionar que, al igual que el eje libertad/opresión, el pilar de la justicia/engaño es importante en todo el arco político. Sin embargo, puede asumir distintas formas. Para la izquierda, no hay justicia sin igualdad (deberíamos apuntar a que todos reciban lo mismo); para la derecha, la justicia es sinónimo de proporcionalidad (cada uno debe recibir en base a lo que aportó), y la igualdad distributiva no es algo importante per se. Por eso hay tanta grieta respecto a los impuestos y, en particular, aquellos que son redistributivos.

Dos encuestas con resultados llamativos

A partir del debate por estos cambios impositivos, se me ocurrió hacer dos encuestas en Twitter. La primera preguntaba lo siguiente: «¿Por quién tenés más simpatía, Alberto Fernández o Mauricio Macri? ¿Qué preferís, un dólar a $60 con impuesto al turismo del 30% o un dólar a $78 sin ningún impuesto?» Los resultados me llamaron la atención: mientras que el 88% de los simpatizantes de Fernández eligió la primera opción, esa cifra cayó a apenas el 30% en los que prefieren a Macri. En otros términos, el 70% de quienes prefieren a Macri consideran que es mejor un dólar para toda la economía a $78 (con la inflación que ello implica en, por ejemplo, alimentos), que un dólar a $60 para casi toda la economía y de $78 para el turismo en el exterior.

La segunda encuesta preguntaba lo siguiente: «¿Qué preferís, un sueldo de $100.000 del cual te retengan el 35% por impuestos, o un sueldo de $64.000 en donde no te retengan nada?» Los resultados volvieron a sorprenderme. Un 89% de los votantes de Alberto Fernández eligió la primera opción, en la que el sueldo neto termina siendo de $65.000. En contraste, ese porcentaje es mucho menor en los votantes de Macri (59%), en donde sube mucho la importancia de las personas que prefieren ganar $1.000 menos pero sin pagar impuestos. ¿Cómo puede ser? ¿Quién en su «sano juicio» elegiría ganar menos?

Si pensamos esto desde el ángulo tradicional de la economía, en donde las personas procuran maximizar y hacer costos-beneficios para ello, creeríamos que el 41% de los simpatizantes de Macri que votaron la encuesta son unos irracionales. (Vale aclarar que, en otra encuesta, encontramos algo similar pero del lado del peronismo/kirchnerismo, en donde hay mucha más gente que dice estar dispuesta a pagar $1.000 más caro un mueble nacional respecto a uno importado, siendo los dos exactamente iguales).

El problema de todo esto es pensarlo como algo meramente económico, y no de preferencias morales. Si las introducimos, veremos que las cosas cobran mucho más sentido.

A veces deseamos castigar

Hace ya casi 20 años, los investigadores Ernst Fehr y Simon Gätcher hicieron un experimento que consistía en que un grupo de estudiantes jugara un juego de 12 rondas. En ese juego, los estudiantes recibían dinero y, en cada ronda, podían decidir ponerlo en una alcancía común para los jugadores o quedárselo. Esto lo hacían frente a una computadora en un cubículo sin contacto con los demás, de modo que ningún estudiante sabía con qué otros estudiantes estaba interactuando. Al final de cada turno, los experimentadores duplicaban[1] lo recaudado en la alcancía, distribuyéndolo en partes iguales. Por ejemplo, si en la ronda había cuatro jugadores que ponían 10 dólares cada uno, la alcancía sumaba 40 dólares que se multiplicaba a 80 al final del turno. Los 10 dólares que ponía cada jugador se transformaban ahora en 20.

Ahora bien, una de las reglas del juego era que si uno no ponía nada, también compartía los beneficios de la alcancía. En el ejemplo anterior, si tres de los cuatro jugadores ponían 10 dólares y el otro nada, lo recaudado en total era 30, que se transformaba en 60, a ser dividido en cuatro partes de 15. Ciertamente, lo más conveniente desde una racionalidad económica es no cooperar y no aportar nada a la alcancía (pongo 0 y recibo 15, comparado contra poner 10 y recibir 15).

Los experimentadores encontraron que, al principio, la gente cooperaba bastante, pero que con el correr de las rondas empezaban a aumentar los «vividores», que ponían 0 y recibían lo que los demás compañeros de la ronda aportaban. De este modo, se iba reforzando un círculo vicioso, ya que los estudiantes que todavía aportaban a la alcancía decían: «otros no están dando tanto, no voy a cooperar más porque me siento un tonto». Al cabo de la sexta ronda, la cooperación era ya casi nula: nadie ponía nada y por lo tanto no se multiplicaba nada de lo que había en la alcancía.

La originalidad de los experimentadores estuvo a partir de la séptima ronda, cuando introdujeron una regla nueva. La regla nueva consistía en que los estudiantes podían pagar para castigar a los vividores. Por cada dólar que un estudiante pagaba en castigar a quien no hubiera aportado a la alcancía, se le quitaban 3 dólares al «vividor». La racionalidad económica diría que sería estúpido castigar a otros, si total es un dólar perdido para mí.

Sin embargo, el experimento mostró que, tras la introducción de esta regla, el 84% de los participantes decidió pagar para castigar al menos una vez. Y a partir de ahí, la cooperación volvió a crecer ronda tras ronda hasta el final del experimento: la alcancía volvió a llenarse y, por ende, los ingresos de los estudiantes aumentaron. Es decir, cuando apareció la amenaza del castigo, las personas se comportaron más cooperativamente y relajaron su egoísmo. De acuerdo a Haidt, la importancia del castigo surgió evolutivamente pues los grupos que tenían individuos egoístas «vividores» terminaron siendo desplazados por aquellos que funcionaban más cooperativamente (la cooperación al interior del grupo por ejemplo es fundamental en un Ejército para ganar guerras).

¿Y entonces?

Ya estamos en condiciones de entender por qué los votantes de mis dos encuestas votaron como votaron. Respecto a la primera, podríamos decir que lo que primó en los simpatizantes de Macri es el fundamento moral de la libertad, entendido en este caso como «que el Estado no se meta donde no debe» (y que lleva a racionalizaciones posteriores como «siempre que el Estado distorsiona un mercado, en este caso, el turista, las consecuencias económicas terminan siendo peores», aunque la evidencia empírica al respecto es harto discutible). Si no, es difícil entender por qué se prefiere un dólar a $78 para toda la economía (que, a priori, tendría mayores efectos inflacionarios por lo menos en el corto plazo) que uno a $60 para la gran mayoría de los sectores y de $78 para el turismo (con un impacto inflacionario a priori menor en el corto plazo).

Los resultados de la segunda encuesta pueden también leerse desde el eje libertad/opresión («prefiero ganar menos pero sin tener al Estado encima») pero, creo yo, fundamentalmente desde el eje justicia/engaño. Mucha gente prefiere ganar un menor sueldo, si eso implica que otros que «no lo merecen» (políticos corruptos, vagos, «planeros», etcétera) se queden sin nada. Se elige castigar a otros, aun si eso implica pérdidas en el corto plazo, del mismo modo que ocurría en el experimento descript-externoo antes. En las personas de derecha, esta preocupación por atrapar y castigar a los «vividores» que reciben algo a cambio sin haberlo «merecido» es mucho más alta que en las de izquierda.

En resumen, la discusión por los impuestos no es solo económica sino fundamentalmente moral. Pensarlo meramente en términos económicos es verlo con un solo ojo, dificultando la comprensión de un fenómeno decididamente más profundo y que tiene que ver con algo fundamental: que, antes que nada, somos seres morales, y que esa moralidad nos despierta una infinidad de emociones.

 

[1] En rigor, se multiplicaba por un factor de 1,6.

 

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo.