Íntimo y éxtimo

Hilo dedicado a la escritura más íntima, curiosa y privada: la de los diarios íntimos. ¿Qué tipo de revelaciones deparan cuando circulan entre lectores? Un punteo por los diarios de la Princesa Montonera, Rosario Bléfari, Ricardo Piglia, Witold Gombrowicz y Mario Levrero, entre otros, en este, nuestro primer aniversario de la pandemia.

Hola, ¿qué tal estás? Espero que lo mejor posible empezando a surfear la segunda ola. Estamos cumpliendo nuestro nuestro primer aniversario pandémico, qué impresionante. Hay que reconocer que ya no somos las mismas que en marzo pasado, cuando la primera fase era algo que juzgábamos momentáneo y reversible y mirábamos tutoriales para hacer barbijos usando medias viejas. Aprendimos a convivir con el virus y a aceptar que sin los cuidados correspondientes y la vacuna no va a desaparecer nunca de la faz de la Tierra. Así que sigamos respetando las distancias, ventilando los ambientes ahora que empieza a hacer un poco de frío y cuidando a las personas mayores y a las de riesgo con responsabilidad.

Dicho esto, hoy te propongo que recorramos un tema que tiene que ver con el registro mutante de la propia vida, con la experiencia de lo que nos pasa convertida en palabras. Vamos a hablar de la escritura de diarios íntimos, una práctica que a muchas nos cuesta sostener, pero que permite acceder a lo que sentíamos o pensábamos a lo largo del tiempo. 

La ambigüedad estructural del diario es increíble: se supone que es “íntimo”, pero se escribe pensando en un otro, en una especie de ente que es ese “Querido Diario” tan remanido, un interlocutor a quien dirigirse con la idea asumida de que no nos contestará nunca porque no existe. Ese desdoblamiento es su razón de ser. Y otra de sus ambigüedades pasa por el tema de la lectura. Cuando leemos los famosísimos Diarios de Ana Frank, por ejemplo, entendemos que no sean taaaan íntimos porque nos dan acceso a un valiosísimo testimonio. Gracias a ellos conocemos lo que implicaba para una jovencita judía ser perseguida por los nazis y tener que vivir escondida con su familia durante dos años en Ámsterdam. Pero en el caso de otros diarios de escritores famosos o de artistas: ¿hacemos bien en meter nuestras narices ahí? ¿Realmente querían que se leyeran, o funcionaban como un ejercicio de autoconocimiento o autoanálisis? 

Escribir un diario es como conversar con una misma desde el presente para la posteridad. Permite afianzar ciertos hechos al pasarlos en limpio y dejar en el camino otros menos determinantes o trascendentes. Hay en los diarios una selección consciente de los que se narra. Y ese registro puede ser de lo más arbitrario también. Hace poco, por ejemplo, encontré el diario de un viaje a Italia que hice con mis abuelos y mi hermano cuando tenía 9 años. Y ahí en vez de contar lo que me provocaban los museos o monumentos históricos de Roma, me la paso hablando de lo que comíamos con lujo de detalles, de la ropa que llevaba puesta cada día y de las maldades que me hacía mi hermano para sacarme de quicio. Desopilantes mis prioridades de niña.

Cerrado este paréntesis confesional, revisemos entonces algunos diarios y que cada quien saque sus propias conclusiones sobre si hacemos bien o mal en inmiscuirnos en la intimidad ajena. Y para ilustrar este Hilo contamos con distintas páginas del Diario visual de Pep Carrió, un artista y diseñador mallorquí que se propuso, según sus palabras, “realizar una imagen diaria sobre una agenda realizada con cualquier técnica, sin ningún objetivo preciso, sin otro condicionante que el del juego en libertad, sin otra intención que la de responder con un rasgo de belleza al inevitable paso del tiempo”. Ahí vamos.

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Extimidad

Respecto de otras décadas en las que no existía Internet, seguramente ahora haya una menor proporción de personas que lleven un diario íntimo en un cuaderno, a la vieja usanza. La hiper exhibición en las redes sociales podría leerse como el reemplazo de ese registro escrito por otro en el que las imágenes, la interacción y las reacciones instantáneas tienen un rol preponderante. Y ahí es donde aparece el concepto de “extimidad” para nombrar a toda esa exposición voluntaria de las vidas supuestamente privadas, moldeadas hacia los otros con o sin filtros. Si bien el primero que usó esta palabra fue Jacques Lacan, después la retomó Jacques-Allain Miller para aplicarla desde el psicoanálisis a la estricta contemporaneidad. Simplificando un poco las cosas, se trata de ese pasaje en el que lo íntimo se vuelve público, borroneando los límites entre lo que se exhibe y lo que permanece en la privacidad.

Un ejemplo que me conmueve mucho por estos días es el Diario de una princesa montonera, el libro de Mariana Eva Pérez en el que cuenta su vida como hija de dos desaparecidos, José Manuel Pérez Rojo y Patricia Julia Roisinblit. Empezó como blog, registro en el que lo íntimo y lo público se trenzaban fuerte, y ahora se convirtió en un libro dividido en tres partes. No lo pude soltar desde que lo empecé. Creo que es lo más fuerte, sincero e inteligente que leí sobre las vidas de las víctimas del terrorismo de Estado y sobre las extrañas formas que toma un trauma. A Mariana le pasaron cosas espantosas: la secuestraron a los 15 meses junto con su mamá embarazadísima, torturaron y desaparecieron a sus padres, buscó a su hermano nacido en la ESMA durante décadas y cuando lo encontró las cosas no fueron nada felices, se enfrentó a los secuestradores y genocidas en los juicios y podría seguir enumerando. Se convirtió en escritora y politóloga, especialista en el temita, como le dice ella, en la “esmóloga más joven”, “la niña precoz de los derechos humanos”, la “ex huérfana superstar”. La clave del libro está quizás en que ella no frivoliza el trauma ni lo desdramatiza: aprende a convivir con él, a hacerle espacio en su vida cotidiana a fuerza de miedos, virulencia, síntomas, dolor. Incluso los sueños, muy presentes en el libro, son parte de esa elaboración escrita: en ellos encuentra a sus padres o rosquea con políticos. Para tremenda elaboración sensible el condimento clave es un humor corrosivo, incómodo y súmamente necesario para no atragantarse de tristeza. Me gusta además que no trata de “construir memoria” ni de arrogarse el rol reivindicativo de la militancia de sus padres. De hecho nunca se mencionan los nombres completos y reales de ellos, ni el de su hermano, ni el de sus abuelas que la criaron, ni siquiera da demasiados detalles de sus conflictos con Abuelas con mayúscula. Pasa por otro lado. Por ejemplo, con lo que le sucede internamente cuando ella misma se convierte en madre y conecta con su propia infancia trunca y la desaparición de sus viejos desde otro lugar. Me emocioné mucho mientras lo leía y también solté risotadas. El subtítulo es muy sugerente: 110% verdad, como si algo así fuera posible. Acá pueden leer un fragmento. (Y anoten: el libro se presenta este martes, en la “previa” del 24 de marzo, con una charla de la autora con Tamara Tenenbaum desde el Instagram de editorial Planeta).

Otro libro que me dejó abiertas muchas preguntas es el Diario del dinero de Rosario Bléfari, editado por Mansalva, que dejó listo antes de morir en julio del año pasado. En él, Rosario va registrando insistentemente su relación con la plata, con los gastos. Anota las compras en Día%, lo que le cuesta un café en un bar según pasan los años, lo que gasta con su banda en imprimir los discos y lo que les pagan por tocar. ¿Se puede escribir un diario sobre una sola cosa? Claramente no. Este Diario del dinero es también el registro sensible de su mirada del mundo atravesada por la precariedad permanente que padecen los y las artistas independientes en este país. En ese sentido, es triste leerlo y comprobar lo difícil que era todo para ella, y apreciar cuán luminosa es la obra que nos dejó. Y algo que lo singulariza también es el hecho de que Bléfari lo desordena todo. No hay un orden cronológico esperable como en cualquier diario, sino que ella cruza entradas de los tempranos noventa con otras de los entrados 2000 quizás reafirmando la idea de que aunque pase el tiempo se padecen los mismos sobresaltos en relación con el dinero en cuestión. Les dejo solo un pedacito.

Mayo 2015

(…)

Deudas y cuentas se me aparecen como un sueño, como si al final no importara. Toda esa preocupación eterna por el dinero que me acompañó toda mi vida parece, de pronto, perder peso y lugar. Tal vez si muero ya no importe de verdad. Se encargarán otros, del dinero que se debe, del que me deben, del que podría ganar…, algo de lo que hubiera querido no tener que preocuparme nunca… o algo en lo que me hubiera gustado ser más ¿práctica o afortunada?

Para algunos parece más fácil.

Piglia y Gombrowicz como chivos expiatorios

Algo que me salvó los primeros y traumáticos meses de la pandemia fue abocarme a la lectura obsesiva de los tres tomos de los diarios de Ricardo Piglia. O mejor: Los diarios de Emilio Renzi, porque así eligió titularlos, como si hubieran sido escritos por el alter ego que protagoniza varios de sus libros y que llevaba su segundo nombre y su segundo apellido. Siempre me pareció notable la lucidez de Piglia y su potente imaginación crítica para hablar de literatura. Acá en los diarios queda claro que era una persona inteligentísima, que no paraba de leer y formarse. Es notable también la tenacidad de su registro. Lleva diarios por más de medio siglo, de 1957 a 2015, y los escribe siempre en el mismo tipo de cuaderno. Habla de su educación, claro, de las dificultades de la escritura, de sus amistades en el tiempo (tuvo un entrañable amigo que era ¡ladrón!), de sus padres, de sus distintas parejas (la escena en la que conoce a su compañera Beba es hermosa), de la bohemia porteña de fines de los sesenta y principios de los setenta (en particular en el segundo volumen, Los años felices) y finalmente de su temporada en Princeton y de la aparición de la enfermedad que lo aquejó hasta el final. Acá estamos ante la culminación de un proyecto literario total. Es que Piglia llegó a seleccionar qué pasajes de sus cuadernos quería dar a conocer. Los releyó, los ordenó, los prologó. Controló el proceso de tal manera que al leerlos no nos sentimos voyeurs, sino simplemente lectoras. 

No hay que perder de vista que los diarios ajenos suelen transportarnos a otra época. Son un chivo expiatorio de nuestro presente también. Viene bien cada tanto escaparnos de la estricta vida contemporánea y sorprendernos, por ejemplo, de las dificultades que implicaba hacer o recibir una llamada telefónica en la década del 70. Y un paréntesis más: Andrés Di Tella, su amigo personal, llegó a filmar con él la película documental en la que muestra todos esos 357 cuadernos que son sus diarios y que apilaba en un armario. Es muy bella y muy poco solemne. Di Tella está en EEUU cuando Piglia embala todo para volver a la Argentina y también cuando recibe el diagnóstico de esclerosis múltiple, por lo que el objetivo inicial del film se modifica sobre la marcha. No encontré la peli para ver online, pero acá les dejo una entrevista que le hice al director allá por 2015, cuando se estrenó en la TV Pública. 

Piglia fue uno de los primeros y mejores lectores argentinos de la obra del polaco Witold Gombrowicz, lo que me da pie para hablar de sus Diarios, que llevó durante casi toda su vida con un egotismo inquebrantable. De hecho llega a escribir “Lunes: Yo. Martes: Yo. Miércoles: Yo. Jueves: Yo”. Me encanta Gombrowicz, es uno de mis escritores de cabecera. Seguramente sepan que llegó a Buenos Aires medio de casualidad como invitado en el transatlántico Chrorby y decidió no subirse en el viaje de vuelta porque había estallado la guerra en Europa. Cuestión que se quedó en el país 24 años. Trabó relación no tanto con la intelligentsia local -el grupo Sur en ese momento-, sino más bien con los jovencitos que lo idolatraban y que se estaban formando como escritores (por ejemplo con Jorge Di Paola y Miguel Grinberg). Vivió en Flores, en el Centro, visitó lugares como Tandil, Necochea, Santiago del Estero. Fue leído con mucho interés por Sábato, por Saer. Incluso se armó un comité presidido por Virgilio Piñera que se reunía en bares a traducir colectivamente al español su novela Ferdydurke. Para no explayarme tanto, hoy solo les recomiendo su Diario argentino, publicado originalmente en 1967 y traducido por Sergio Pitol. Witold lo dice así: 

No encontrarán acá una descripción de la Argentina. Quizás incluso no reconozcan sus paisajes. El paisaje es aquí “un estado de ánimo”. (…) No es la descripción de Argentina, sino la de mi vivencia de Argentina. Argentina es aquí tan solo mi aventura, nada más. Generalmente se dice de Argentina que no existe, o que existe, sí, pero como algo aún embrionario, doloroso, desesperado… (…) Tales cosas me parecen harto exageradas. (…) Escribo sobre mí mismo y no sobre Argentina. (…) Mi diario no quiere ser literatura comprometida, quiere ser literatura privada. (…) Sí, mi diario argentino es una especie de salto de un tema a otro. Y, sin embargo, es cierto que Argentina se convirtió para mí en algo inusitadamente importante, conmovedor hasta lo más profundo. Pero no sé bien a qué se debe eso y en qué consiste. No, no miento y no exagero al decir que hasta hoy no he logrado desprenderme de la Argentina. 

El diario como lugar adonde ir

Un diario me lleva a otro, como buen Hilo Conductor. Encuentro relaciones muy concretas entre estos cuatro que siguen, imperdibles totales. 

  • Ningún lugar adonde ir, del cineasta experimental Jonas Mekas, narra el largo exilio desde su Lituania natal en 1944 hasta Nueva York, donde decide quedarse todo el resto de su vida. El viaje incluye las estadías en campos de trabajo forzados y de refugiados junto a su hermano Adolfas, un viaje movedizo por el océano Atlántico y las luces y sombras del sueño americano para los inmigrantes judíos que llegaron escapando de los estragos de la guerra y que se amucharon en Brooklyn. Mekas es un poeta: esa es su visión del mundo, incluso en situaciones adversas. En el libro registra la naturaleza, la amistad y la soledad con una nostalgia entrañable que nunca deja de confiar en la humanidad. Estos diarios escritos son el germen de sus bellísimos films-diarios: un estilo propio que él crea cámara en mano para registrar pequeños destellos de belleza, como pueden verse en varias de sus películas. (En MUBI hay un ciclo con algunas de ellas. Y si no, se encuentran por ahí). Te quiero siempre, Jonas.  
  • Del refugiado lituano pasamos al filósofo alemán que se suicida joven en la frontera entre España y Francia al verse acorralado y perseguido por la Gestapo: Walter Benjamin. ¡Qué sería de los estudios culturales sin él! Quiero detenerme en sus Diarios de Moscú, donde registra su estancia en la capital rusa entre diciembre de 1926 a enero de 1927, nueve años después de la Revolución de Octubre. Entre vaivenes políticos varios y descripciones sagaces de su visita al Kremlin, lo que más me gusta del diario es cómo narra la amorosa -y tormentosa- relación con la directora y actriz Asia Lacis, que atravesaba problemas psicológicos graves. De hecho sobre este libro se hizo una obra de teatro en el CC San Martín, en la que Damián Dreizyk consigue un parecido notable con Walter. 
  • ¿Y si el diario íntimo fuera una ficción? Eso propone Diario pinchado, el último libro publicado por Mercedes Halfon, una novela escrita siguiendo esta forma que cuenta la historia de una chica que viaja a reencontrarse con su novio que vive en Berlín por una beca. Ella llega entusiasta y se encuentra con que su pareja no está nada cómoda con su presencia ahí. Así que no le queda más remedio que perderse sola por la ciudad, deambular buscando viejos ecos del Muro, pasear en exposiciones y teatros, algo despistada y pinchada, como el colchón inflable que comparten en el departamento. Benjamin aparece aquí y allá, como un espectro bueno. Y Mekas un poco también, con ese registro tan íntimo y personal de las relaciones humanas y la naturaleza.  
  • Y hablando de becas (y de dinero, como en el de Bléfari), no puedo dejar de mencionar el gran Diario de la Beca del uruguayo Mario Levrero, parte sustancial de su gran libro La novela luminosa. Él mismo cuenta en el prólogo que en el año 2000 recibió la Beca Guggenheim para terminar y corregir los capítulos de la obra que ya tenía avanzada, pero que en vez de lograrlo estuvo escribiendo este diario en el que registra su procrastinación. El insomnio, su relación con la computadora y la programación, sus problemas financieros, la presencia-ausencia de la bella Chl, y demás inconvenientes de la vida en Montevideo nos hablan de cerca de un Levrero obsesivo, desordenado, buen amigo, con grandes arrebatos de lucidez. Creo que me gustó más este diario que el texto dedicado a La novela luminosa en sí.

Nada parece más antiguo que el pasado reciente

Para terminar cerca de donde empezamos, o sea mencionando el primer aniversario del Covid-19 en nuestras vidas, les dejo acá un dossier interesantísimo de la Revista de la Universidad de México -dirigida nada menos que por la escritora Guadalupe Nettel-. Durante varios meses se ocuparon de publicar escritos de distintos autores y autoras en su mayoría latinoamericanos bajo el rótulo de Diario de la pandemia: testimonios de sorpresa, curiosidad y desesperación enviados desde distintas partes del mundo redactados en pleno confinamiento estricto, y que pueden leerse como una reflexión colectiva que seguro con el paso del tiempo se vuelva más y más reveladora. 

Entre mis preferidos está este texto de Mariana Enriquez llamado “La ansiedad”, este del brasilero Joao Paulo Cuenca llamado “Nada parece más antiguo que el pasado reciente”, y este de Luis Chaves, “Síntomas”. Pero pueden picar el resto acá. Hay para todos los gustos.

Ahora sí, me despido hasta dentro de dos semanas. 

Ojalá que este Hilo te haya dado ganas de escribir o retomar tu diario íntimo. No hace falta que escribas demasiado. Con un párrafo por día nos conformamos.

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.