España: la izquierda resiste, pero el gobierno está en el aire

La derecha se queda corta y no consigue la mayoría absoluta. Pedro Sánchez tiene el camino apenas más allanado para quedarse en el poder, pero no será fácil y puede haber repetición de elecciones.

¡Buen día!

Este es un correo exprés sobre las elecciones en España. Hace un par de envíos te dije que me encantaría cubrirlas, cosa de aprovechar el veranito europeo. Lamentablemente no tuve esa suerte ayer, pero los resultados pueden darme revancha, porque hay buenas chances de que se vuelvan a repetir.

El escenario es de bloqueo: ningún partido tiene por ahora los números para formar gobierno, aunque la aritmética favorece al actual ejecutivo. El Partido Popular (PP), de centroderecha, salió primero con el 33% de los votos y 136 escaños, un resultado mucho mejor al de 2019, pero decepcionante. Su candidato, Alberto Núñez Feijóo, aspiraba a conseguir una mayoría rotunda, con el principal objetivo de gobernar en solitario; el plan B era hacerlo en coalición con Vox, la ultraderecha. Las encuestas sugerían que eso era factible, pero se equivocaron: el bloque no llega a la mayoría y tiene poco de donde rascar. La sorpresa la dio el PSOE, de centroizquierda, que tuvo un mejor resultado del que esperaba e incluso supera la marca de la elección anterior. Vox fue el máximo derrotado: conservó el tercer lugar pero perdió casi 20 escaños y una porción importante de centralidad.

Fuente: El País

Voy con tres apuntes sobre lo que pasó ayer, y lo que viene.

Sánchez apostó y ganó

La autobiografía del esbelto presidente de España, publicada en 2019, se titula Manual de resistencia. Es una oda a su resiliencia política, que lo ha acompañado desde siempre y parece seguir intacta. A Sánchez lo han dado por muerto varias veces a lo largo de estos años, turbulentos y cambiantes, y el socialista ha sobrevivido una vez más. Luego del desastre electoral de las autonómicas y municipales de fines de mayo, el presidente pateó el tablero y adelantó las generales. El objetivo era correr el foco de la derrota y activar la movilización de la izquierda con el temor de un gobierno con la ultraderecha adentro.

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Esa apuesta fue acertada. La participación aumentó, el PSOE mejoró su posición y Sumar, el nuevo espacio de izquierda en el que confluyó Podemos, aguantó el reto y obtuvo un resultado digno. Los números le permiten soñar con una reedición de la actual coalición, aunque el equilibrio ahora es más precario.

Con la mayoría de encuestas y pronósticos en contra, Sánchez aceleró en el tramo final de la campaña, multiplicando sus apariciones (incluso se fugó de la cumbre Celac-UE que él mismo lideraba). Su mensaje no apuntó solamente al miedo ante la ultraderecha sino que defendió los logros de su gobierno (subida del salario mínimo, reforma laboral y leyes de avanzada en materia cultural, entre otros) en clave de futuro, mientras acusaba a la oposición de representar el atraso.

Esa defensa también incluía su política ante Cataluña. Obligado en parte por su alianza con el independentismo de izquierda, nucleado en el partido Esquerra Republicana (ERC), Sánchez mostró un acercamiento distinto ante el conflicto, concediendo indultos a algunos presos y promoviendo el diálogo. Contrario a la caricatura que dibujó la derecha, que lo acusaba de “secesionista”, el presidente le amputó apoyo popular al bloque independentista, que pierde nueve escaños respecto a la última elección. Una parte de ese apoyo se lo robó directamente, como atestigua el primer lugar del socialismo en Cataluña, seguido por el de Sumar.

En Cataluña también está la llave del próximo gobierno, porque Sánchez solo completará la hazaña si se asegura tanto los votos del independentismo de izquierda (ERC) como el guiño de Junts, su equivalente por derecha.

La derecha se queda corta

Luego de los resultados de mayo, que significaron su debut como líder del PP, Alberto Núñez Feijóo comenzó a hablar como presidente virtualmente electo. Las condiciones no podían ser mejores: el sanchismo –el nombre que eligió para rivalizar con el gobierno– exhibía desgaste y su partido había renacido, luego de un convulso periodo de internas y algunos golpes electorales. Con Ciudadanos, la centroderecha liberal que antes había sido amenaza, derretido y oficialmente fuera de juego, y Vox aceptando su condición de socio menor, La Moncloa estaba servida.

El resultado es decepcionante, porque al partido no le fue tan bien como esperaba y el declive de Vox le ha quitado la posibilidad de una mayoría para gobernar. Es el karma de la nueva relación de fuerzas: el PP se consolida como el partido más votado de España pero su dependencia con la ultraderecha le resta capacidad para llegar a acuerdos con partidos regionalistas y nacionalistas, que ven en el españolismo de Vox una amenaza terminal.

Quizás embriagado por el confort de las encuestas y un clima de opinión que parecía determinante, Feijóo pifió en la recta final. Salió herido de una entrevista televisiva en el que lo expusieron con datos falsos y pegó el faltazo en el último debate, dejando a Abascal, el líder de la ultraderecha, acorralado por los dos candidatos de la izquierda.

Oriundo de Galicia, donde ganó cuatro elecciones autonómicas consecutivas, Feijóo representa a los barones del PP, de carácter más moderado. Está más cerca de Mariano Rajoy que de José María Aznar, el precursor de la radicalización. Luego del liderazgo fallido de Pablo Casado, Feijóo prometía una victoria segura, y eso le bastó para conseguir el apoyo de todo el partido. No cumplió, y eso no sería un problema en el corto plazo si el PP no tuviera otro liderazgo popular, con gravitación nacional, pero lo tiene: se llama Isabel Diaz-Ayuso, gobierna con mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid y es una suerte de fenómeno entre las bases.

Ayer, mientras Feijóo improvisaba un discurso en el que se resistía a asumir la derrota, los seguidores del PP lo interrumpieron para corear el nombre de Ayuso. Este murmullo, si las elecciones se repiten, solo puede crecer.

¿Y entonces?

Ahora las matemáticas. España tiene un sistema parlamentario en el que, para ser investido presidente, tenés una suerte de doble chance. Me explico: hay una primera votación ante el flamante Congreso donde el candidato debe reunir una mayoría absoluta de 176 escaños. Pero, si no lo consigue, como ya le pasó al propio Sánchez en el pasado, se enfrenta a una segunda votación en el que solo hace falta una mayoría simple, es decir, tener más síes que noes. Acá empiezan a jugar las abstenciones, porque lo importante ya no es cuánto sumás sino que sumes más a favor que en contra.

Como dijimos, la derecha está más complicada, porque si bien podría sumar dos apoyos de partidos chicos (Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro), se quedaría en 171. El Partido Nacionalista Vasco (PNV), con 5 escaños, podría ayudar al PP, dado que ya lo hizo en el pasado, pero su líder ya dijo que nunca apoyaría un gobierno con Vox. O sea, hay menos de donde rascar y un bloque consolidado en contra.

Sánchez también tiene un camino difícil, pero más llano. Si consigue el apoyo de todos los partidos que ya lo apoyaron en su última investidura (Sumar, ERC, EH Bildu, PNV y BNG), quedaría en 172. La llave la tendría Junts, el independentismo catalán de derecha, que tiene 7 escaños y ya avisó que no va a facilitar la investidura “a cambio de nada”. La pregunta ahí es si va a primar el ala más radical del partido, directamente involucrada en el referéndum fallido del 1-O, o la más pragmática, que teme un costo electoral ante la posibilidad de que la ultraderecha termine llegando al gobierno en una repetición.

Es un campo minado, porque a la negociación con los dos partidos catalanes (ERC y Junts) se le suman los vascos (PNV y Bildu), que también pelean por el liderazgo de su región. Por eso las elecciones pueden repetirse.

Ahora hay que ver quién va primero, si Sánchez o Feijóo. Porque el sistema establece que es el rey quien le encarga al candidato someterse a la votación del Congreso. La formalidad indica que el candidato más votado, que sería el del PP, debe probar primero. Pero eso depende de si se va a presentar con el apoyo de Vox, porque de lo contrario Sánchez tendría a priori más escaños a favor.

Como sea, se vienen semanas de rosca en España. Sánchez, con el pecho inflado, buscará completar la hazaña, una vez más. Feijóo va a pelear fuerte, porque sabe que se juega el liderazgo del partido. Será lindo de ver, pero no necesariamente concluyente. En ese caso, se votará de nuevo, probablemente en diciembre. Invierno, mucho frío.

Igual, si me invitan, voy.

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.