Entre la pena y la nada

De Pizarnik a Roland Barthes, pasando por Macedonio, John Waters y Romina Paula, este Hilo Conductor no esquiva ni naturaliza la muerte. A través de distintas formas de ritualización, rastreamos aquí de qué manera –desde Occidente– le damos sentido a lo irreversible en un presente plagado de adioses dolorosos.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible. Por acá contenta porque esta semana finalmente estrenamos en Cenital el primer episodio del podcast de El Hilo Conductor. Es una apuesta que hicimos, probando cómo se adapta este newsletter a su versión sonora. Por ahora serán 4 episodios que retoman algunos de los temas ya tratados en entregas anteriores. Los trabajé mucho y me di el gusto de invitar a distintos escritores y escritoras a que lean, con sus voces, distintos textos. El primer episodio está dedicado a los intercambios epistolares y cuenta con la participación de Pablo Katchadjian y Nicolás Schuff. Pueden escucharlo acá en Spotify (dura 22 minutos) y contarme qué les pareció. Me gustaría mucho saber qué sienten los lectores y lectoras fieles de los Hilos ante este nuevo formato de escucha.

Ahora sí, pasemos a lo que nos ocupa. Después de dos entregas dedicadas al alcohol y a las canciones de amor, me pareció que tenía que tocar un tema insoslayable de nuestro presente pandémico como es la muerte, el duelo. Las últimas semanas fueron muy impresionantes en cuanto a la cantidad de muertes diarias por Covid –un dato que me resulta escalofriante naturalizar–, y sobre todo de mucho dolor y despedida en las redes sociales. Más allá del fuero interno, muchísimas personas dejaron ahí registro de la tristeza por una muerte cercana. Twitter, Instagram y Facebook se convirtieron en obituarios abiertos, en espacios de catarsis o de contención colectiva para ponerle palabras a tantos adioses. Sabemos que la muerte es luto y ritual. Pero en pandemia esa ritualización de llorar juntes y a los abrazos dejó de ser una posibilidad viable. Supongo que estamos buscando nuevas formas de no dejar pasar las muertes que nos transforman y conmueven. Pero todavía me parece muy fuerte esto de la despedida socializada y llena de comments. La muerte se anuncia y se recuerda de inmediato algo de la persona fallecida que ya no está más en esa red para leerlo, y pronto se pasa a otro tema. 

En este Hilo me voy a ocupar de distintas formas de ritualizar la muerte. Vamos a repasar de qué manera la literatura la fue procesando. No pretendo abarcar demasiado (de hecho voy a dejar afuera el suicidio y algunas enfermedades puntuales): la muerte y la cultura tienen una relación demasiado estrecha como para abordarla en un solo newsletter que además sale los domingos. No tengo intenciones de ponerlos tristes mientras leen, pero sí de recordar con respeto y amor a las personas queridas que ya no están más con nosotras. Va dedicado a elles.

Ilustraré este recorrido con pinturas de la increíble artista Hilma af Klint, una pionera del arte abstracto que nació en Suecia en 1862. Sus cuadros coloridos contrastan mucho mejor con los efectos de la muerte que las pinturas oscuras y tenebrosas. Además, ella decía que para pintar recibía órdenes y mensajes del más allá. Formó parte del “grupo de las cinco” con otras mujeres con las que hacían prácticas de espiritismo. Dejó escrito en su testamento que sus cuadros no debían exhibirse en público hasta veinte años después de su fallecimiento. Creía que sus significados no podrían descifrarse hasta ese entonces. Si quieren saber más de ella y su obra, pasen por acá. Nada que envidiarle a Kandinsky, Malevich o Mondrian. 

Presencia de la ausencia

De Alejandra Pizarnik seguramente muchas recordarán poemas enteros. A mí me pasa que me flotan frases suyas desde la adolescencia. Están ahí agazapadas en algún lugar de mi cerebro y de pronto rebrotan, como un cuerpo extraño pero a la vez conocido. Así me aparecieron estos versos que cito de memoria, mientras pensaba en el tema que nos convoca:

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La muerte siempre al lado. Escucho su decir. Sólo me oigo.

¿Cómo hace Pizarnik en tan pocas palabras para resumir algo tan profundo? Esa cercanía de la muerte susurrándonos lo que al final es nuestra propia voz. Hay algo muy categórico en el hecho de decir que está siempre al lado, como presencia permanente. Que nos acompaña, que es lo otro pero que a la vez es parte de nosotras. Entiendo que ahí se cifra su misterio: cada una sabrá en soledad la verdad sobre qué es la muerte cuando se deje de escuchar, en ese instante en el que se termina la vida. Bueno, quizás me estoy enroscando un poco. Pero Pizarnik siempre me llevó a este tipo de pensamientos, un poco oscuros pero también bastante reveladores y necesarios. Tuve un vínculo muy fuerte con su literatura –y con su persona, a quien por supuesto no conocí porque ella se suicidó en 1972 y yo nací en 1983. Tal fascinación me causaba que el día en que se cumplían justo treinta años de su muerte –el 15 de septiembre de 2002– me apersoné en el edificio en el que había vivido (Montevideo 980, 7°D, Ciudad de Buenos Aires) y toqué el timbre pidiendo entrar al departamento. Me atendió el portero. Dudó un poco de mi fanatismo porque en ese momento yo era una flaca desgarbada con el pelo sucio. Pero algo de lo que le dije le habrá dado confianza porque me citó: “Vení a las cuatro de la tarde”. Ahí estuve. Y subimos. Y entramos al departamento. Guardo para mí lo que vi y lo que sentí ahí. También lo que dejé como ofrenda. Pero fue una experiencia íntima de conexión con su muerte. Un ritual retardado y necesario. Quizás tan necesario como el homenaje que le hicieron unas horas después en la Biblioteca de la Mujer, al que también fui. Desde ese día me quedó la sensación de que más allá de que haya una despedida colectiva, cada quien hace el duelo de una muerte cuando puede, de la manera en que lo necesita. No hay un tiempo estipulado, sino un trabajo interno. A través de Pizarnik, seguramente estaba haciendo duelos de otras muertes también.

¿Y Macedonio Fernández? Un experimentado en el arte de duelar. Escribió uno de los poemas de amor y muerte más desgarradoramente bellos. Me refiero a “Elena Bellamuerte”, dedicado al fallecimiento de su esposa, con quien estuvo casado casi veinte años y tuvo cuatro hijos. A Macedonio la muerte de su mujer lo afectó profundamente. Fue lo que hizo que dejara a los hijos al cuidado de otros familiares, que abandonara su profesión de abogado, y se pusiera a escribir en serio. La Muerte es uno de los personajes que entra y sale de su obra. Les dejo estos versos porque son mi parte preferida del poema, pero acá pueden leerlo entero. Me impresiona en particular este verso: “Yo sabía muerte pero aquel partir no”. Explicita ese sentimiento tan alevosamente difícil de soportar como es el de que te arrebaten a una persona muy muy amada. Podemos tener presente la idea de muerte, entenderla de manera racional, pero hay partires más insoportables que otros. 

(…)
Yo sabía muerte pero aquel partir no.
Muerte es beldad y me quedó aprendida
por juego de niña que a sonreída muerte
echó la cabeza inventora
por ingenios de amor mucho luchada.
¡Oh qué juego de niña quisiste!

Niña del fingido morir
—con más lágrimas visto que el más cierto.
Tanta lucha sudorosa hizo la abrumadora cabeza
cuando la echaste a dormir tu “muerte”
en la almohada
—del Despertar Mañana—
ojos y almas tan dueños del mañana
que sin amargarse en lágrimas
todo lloro movieron.

Un texto ineludible para quienes estén procesando una muerte es el maravilloso Diario de duelo, del semiólogo francés Roland Barthes. Lejos de sus libros tan lúcidos de ensayo y crítica, acá hay una composición sencilla y fragmentaria sobre cómo fue conviviendo con la muerte de su madre, a quien cuidó durante sus últimos seis meses y con quien convivió siempre. Empezó a escribirlo al día siguiente de su fallecimiento: parece que dejaba fichas vacías en su escritorio y mientras trabajaba y lo atacaba el duelo llevaba registro de las formas en las que su madre ya no estaba. Por ejemplo estos:

27 de octubre

Todo el mundo conjetura –así lo siento– el grado de intensidad de un duelo. Pero imposible medir hasta qué punto alguien ha sido alcanzado.

5 de noviembre

Una tarde triste. (…) Compro un pastel. La camarera, al servir a un cliente, dice ‘voilà’. Esa era la palabra que yo decía cuando le traía algo a mi madre mientras la cuidaba. Una noche, casi inconsciente, repitió como un eco: ‘Voilà’ . Es algo que nos hemos dicho ella y yo durante toda la vida. El episodio de la camarera me ha hecho saltar las lágrimas. De vuelta en el departamento en silencio lloro durante un rato muy largo.

7 de diciembre

Ahora, a veces, sube en mí, inopinadamente, como un globo que revienta, la constatación: ella ya no está, ella ya no está, para siempre y totalmente. Es algo sin adjetivo –vertiginoso por insignificante (sin interpretación posible). Dolor nuevo.

18 de enero

Lo irremediable es a la vez lo que me desgarra y lo que me contiene (ninguna posibilidad de chantaje con el sufrimiento, puesto que todo ya ha sido juzgado).

La falta del refugio materno, la imperiosa necesidad de darle sentido a lo irreversible y la imposibilidad de evasión contrastan en Barthes con el carácter discontinuo del duelo, que por momentos lo asalta y por momentos parece abandonarlo. ¿Quién no experimentó culpa al sentirse bien o reírse mientras se está duelando? Como si ese estado obturara la capacidad humana de hacer convivir de manera irreverente la tragedia y la comedia. La pena y el humor están mucho más cerca de lo que imaginamos. Es muy interesante cómo Barthes, quien en sus textos condensó y conceptualizó temas complejos con maestría, se desconcierta y se ve en la necesidad de escribir sobre ese desconcierto ante la pérdida. Balancea la tristeza con ternura, habita la aflicción, no la rehuye. Si quieren seguir leyendo este Diario de duelo, pueden buscar el libro en librerías o pasar por acá.

Tumbas de la gloria

Otra manera de ritualizar la muerte es erigir monumentos, construir lápidas. Armar espacios para situar a los muertos, para ir a llorarlos. Así que pasemos a hablar de los camposantos o cementerios, esos lugares misteriosos y un poco sórdidos. Y acá la referencia ineludible es el excelente libro de crónicas de Mariana Enriquez: Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios en el que se dedica a escribir sobre su obsesión por visitarlos. Este libro –que salió en Argentina por Galerna y ahora apareció una edición ampliada en Anagrama, solo disponible en España– documenta rituales mortuorios en países y ciudades con costumbres culturales muy distintas. Lo interesante es la perspectiva de Enriquez, que se vuelve una experta “catadora de cementerios”, siempre dispuesta a las excursiones. Recorre por ejemplo un cementerio de Guadalajara y cuenta un poco de las ceremonias del Día de Muertos en México, peregrina a Graceland, Memphis, para conocer el mausoleo de Elvis, visita Azul y las construcciones desproporcionadas del arquitecto Salamone. Acá pueden leer la crónica de su visita al Cementerio Monumental de Staglieno de Génova, Italia, en 1997. Es la que abre el libro y la que justifica de manera pasional de dónde le viene esta inclinación. Si me preguntan, mis textos preferidos del libro son la crónica sobre el cementerio de la Isla Martín García –con el misterio de sus cruces torcidas– y en especial “Un hueso de los inocentes”, en el que Enriquez deschava sus aventuras en las catacumbas de Montparnasse, en París, donde no tiene mejor idea que llevarse un hueso escondido en el abrigo, al que le pone nombre y todo. Macabra y fascinante, como siempre. 

Y hablando de otros rituales mortuorios, me llevé una impresión profunda cuando visité en Roma, a instancias de mi abuelo Marcello, la Cripta de los Capuchinos. Se trata de un osario en Via Veneto, en pleno centro de la ciudad, en el que se alojan en seis recámaras pequeñas y subterráneas más de 4000 huesos de esqueletos de hermanos capuchinos fallecidos entre 1528 y 1870. Hay toda una decoración escenificada con esos restos que están divididos según las partes del cuerpo. Está la Cripta de las Piernas, la Cripta de la Pelvis, la de los Cráneos y la de los Tres Esqueletos, entre otras. Hay, también, varios cuerpos momificados y decenas de motivos ornamentales realizados con los huesos de las costillas. Acá pueden ver varias imágenes de lo que les cuento (no apto para impresionables). Es impactante estar ahí, entender que esa gente también estuvo viva y que algún día también nosotras seremos huesos, tan desmembrados como esos monjes antiguos.

Quien ya tiene clarísimo todo esto hace rato es el irreverente director de cine John Waters. En su último libro (Consejos de un sabelotodo, que saldrá en julio por Caja Negra), cuenta que decidió no ser enterrado, cuando le toque, en el mismo sepulcro que sus padres, entre otras cosas porque la señora que lo atendió en ese camposanto lo quiso estafar. Así que optó por comprar por adelantado una parcela para él en el mismo cementerio donde está Divine (su actriz trans fetiche) y tuvo la idea de invitar a varias parejas de amigos para que compren las parcelas contiguas: “Contrario a lo que varios de nosotros pensamos, nuestras familias no se sintieron ofendidas por no querer ser enterrados junto a ellas. Por lo general, hermanos y hermanas son enterradas con sus respectivas familias políticas, por lo tanto nadie objetó nuestros planes de entierro entre amigos. O tal vez nuestras familias no querían

admitir que la idea de nuestros fanáticos pasando cerca de sus tumbas las ponían nerviosas. Supongo que es un concepto funerario novedoso. ¿Quién más decide enterrarse con sus amistades? Si ustedes viven más que yo, visiten mi tumba pero, por favor, no tengan sexo encima mío”, dice. Este nivel de previsión es increíble. Cuando muera, podrán encontrarlo entonces en el cementerio Prospect Hill en Towson, Maryland. 

Las más largas despedidas

Revisemos brevemente la obra de Romina Paula. Es que esta escritora y narradora argentina escribió una excelente novela sobre la pérdida llamada Agosto en la que la protagonista, una chica joven, se encuentra transitando el duelo por la muerte de su mejor amiga. Para esparcir sus cenizas cinco años después de su fallecimiento, tiene que viajar hasta su pueblo natal en la Patagonia y enfrentarse ahí con todo su pasado. Es muy fuerte el registro de la novela: logra transmitirnos la sensación más íntima de la melancolía sin caer en los golpes bajos. Agosto tuvo una adaptación reciente al cine, dirigida por Fernando Salem, llamada La muerte no existe y el amor tampoco, protagonizada por Antonella Saldicco y con música compuesta para la ocasión por Santiago Motorizado que pueden escuchar acá

Romina Paula tocó también el tema del duelo en su última novela, Acá todavía, en la que su protagonista, Andrea, se enfrenta a la agonía de su padre y al trajín del hospital, de la inminencia de la muerte. Pero la apuesta no se queda ahí: el libro pega un salto y ella sigue su búsqueda, esta vez en Uruguay, donde tiene que animarse a otros destinos. (A propósito, les recomiendo mucho la columna tan conmovedora que escribió para elDiarioAr sobre cómo su amistad con la poeta Clara Muschietti la ayudó a procesar el duelo por la muerte de su hermana.)

Y llegamos a una novedad que salió el mes pasado: la crónica testimonial de la periodista rusa Anna Starobinets llamada Tienes que mirar, un libro perfecto para leer en tándem con La hija única de Guadalupe Nettel. Starobinets queda embarazada de su segundo hijo y en una ecografía de rutina encuentran una malformación inviable del feto, de esas que le harán imposible la vida. El libro es una radiografía muy valiente de cómo una mujer debe, por un lado, tomar decisiones contundentes sobre ese hijo que lleva en su cuerpo y a la vez lidiar con las polémicas políticas sanitarias rusas, que están a años luz de respetar el deseo y los cuerpos de las madres. Las secuelas personales y familiares ante la pérdida de un hijo deseado están narradas con una sensibilidad a flor de piel, logrando que por lo menos el testimonio le sirva a alguien más que pase por lo mismo. El “tienes que mirar” del título se refiere a que aconsejan, al momento de dar a luz a un niño muerto, mirarlo aunque sea una vez. Captar su expresión, su rostro, transmitirle amor, antes de dejarlo ir para siempre. Desgarrador y a la vez profundamente humano.

Antes de terminar, musicalicemos un poco el tema de la muerte, que puede ser pesado o escabroso, con algo que nos deje más arriba. Le propongo darle play a Funeral, el álbum debut de la banda canadiense Arcade Fire, editado hace ya 17 años. Es un disco conceptual redondo, que tiene canciones muy épicas, de esas que conviene escuchar fuerte para que inunden los ambientes de la casa. La banda tiene además de los instrumentos tradicionales muchos arreglos de cuerdas y vientos, así que levantan vuelo. La gema es este video de YouTube de “Wake up”, una de las mejores canciones del disco, en vivo con Bowie cantando y tocando la guitarra como invitado. Como dice uno de los comentarios al video: “Deberíamos considerarnos afortunados por vivir durante la época en que existió David Bowie”. Totalmente.

Ahora sí, me despido hasta dentro de dos semanas. 

Espero que este Hilo te haya ayudado si están transitando un duelo doloroso. Y también espero que socialmente dejemos de hacer como si nada cuando hay más de 400 muertos diarios por Covid. 

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.