En la juventud está el placer

Distintas representaciones de la juventud a lo largo de los años: de los estereotipos norteamericanos más banales a las invisibilizadas del interior del país. Puntos de vista culturales sobre un tema inagotable como la inocencia y la pérdida de ella.

Hola a todos y a todas, espero que estén lo mejor posible en este año tan deforme. Casi sin darnos cuenta –yo por lo menos– llegamos a octubre, y a la entrega #10 de este Hilo Conductor, así que gracias por acompañarme por estas derivas caprichosas y bienintencionadas. Ya toqué temas tan distintos como los hoteles, los cumpleaños, los sueños, Internet, la soledad, la escucha, la costumbre perdida de mandar cartas, la comida y la naturaleza, como para despistar a cualquiera. O como para demostrar que los grandes temas de la humanidad están mediados por la cultura, y viceversa. 

Hoy nos vamos a ocupar de un momento de la vida que tiene límites porosos: la juventud. ¿Cuándo empieza y cuándo termina? ¿Qué cosas nos hacen sentir más maduras o más adultas que antes? No sé ustedes, pero en esta pandemia que nos tocó, siento que envejecí aceleradamente. Aparecieron canas que antes no plateaban mi sien. La piel se me ajó, quizás por la falta de sol o de vitalidad o de fiestas. Comparto con amigas este diagnóstico y veo aquí y allá rostros demacrados y actitudes corporales cansinas como acusando recibo del desconcierto. Ahora, en este presente hostil, la concreción de los deseos, por más sencillos que sean, no dependen enteramente de nosotres y es difícil aceptar eso, a menos que seas un científico buscando la vacuna. Hay que aprender a convivir con la idea de que están sucediendo cosas que escapan a nuestro control y que los planes que podíamos hacer a mediano o largo plazo lo más probable es que cambien una y otra vez.

¿A qué voy con todo esto? A que la juventud se suele idealizar como algo perdido, pero a la vez mientras éramos jóvenes no estábamos todo el tiempo reflexionando sobre qué bueno era serlo: simplemente sucedía y ya. Todos esos recuerdos que ahora revisitamos con nostalgia eran solo una manera de tomarse la vida. ¿Tener conciencia implica perder la inocencia definitivamente? Para profundizar un poco en lo que nos dejó ese período de inmadurez es que vamos a pasear por algunas representaciones más o menos estereotipadas de las juventudes.

La energía de los que se resisten a crecer

Me impresiona mucho que todos los retratos, en películas o libros, de una parte tan importante de nuestras vidas como la juventud hayan sido hechos desde la perspectiva de los adultos. El tópico de la adolescencia no es abordado nunca por los adolescentes, sino por adultos nostálgicos que tratan de recapturar ese pathos disimuladamente. A veces sale bien, a veces no tanto. 

Cuando era niña, me fascinaba una película que ya había fascinado a generaciones anteriores, justamente porque no disimulaba sus intenciones. Me refiero al musical Bugsy Malone, un film de gángsters y mafiosos con armas que en vez de disparar balas lanzaban pasteles, dirigido por Alan Parker en 1976. Es una de las primeras apuestas por filmar a niños y jóvenes como si fueran adultos trajeados con códigos tan distintos que en el contraste, en la simulación, aparece la parodia, aunque traten temas serios como el crack del 29 y la ley seca. El mundo de los cabarets interpretado por niñitos es mucho más estimulante que tantas otras recreaciones que vimos. Y si no disfruten “My name is Tallulah”, esta canción interpretada por una Jodie Foster de 13 años caracterizada como femme fatal de la noche, acariciando a hombres adinerados y lujuriosos –que por supuesto también son púberes–. 

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Pero quizás la mejor representación de la inmadurez –por lo menos en lo que concierne a la literatura–, sea la de Witold Gombrowicz en su célebre Ferdydurke. No puedo resumir acá la vida ni la obra de Gombrowicz, pero sí decir que de su paso por la Argentina conservamos la traducción colectiva de esta novela descomunal, que apuesta a la inmadurez como lo deseable, como un estado al que aspirar de forma permanente. Decía Sergio Pitol, escritor mexicano y eximio traductor del polaco que “Gombrowicz declaraba que Ferdydurke era la novela de la inmadurez, y que lo era por su plena voluntad. En ella todo aquello que parecía seguro, firme, respetable en el mundo de los hombres es demolido a golpes, resquebrajado, ridiculizado, hasta terminar convertido en algo risible, grotesco, lamentable. El fenómeno desacralizador que logra esos resultados es precisamente la inmadurez, la energía de los que se resisten a crecer, el golpe que lo inferior asesta a lo superior, el triunfo de lo vulgar, la subcultura y la impureza sobre la exquisitez, la cultura y la pureza”. Leamos a Gombrowicz, un extranjero que nos entendía.

Afecto y complicidades

Si por algo es recordada la adolescencia es por el tipo de amistades que se cosechan. Es el período de la vida en el que formamos los recuerdos más duraderos, afectivamente hablando. Una obra que consigue retratar esa simbiosis amistosa con sus contradicciones y peleas es la tetralogía La amiga estupenda (qué título tan poco natural, ¿no?) de la escritora italiana Elena Ferrante. La obra empieza en la infancia de sus dos protagonistas, Lila y Lenú, en una Nápoles muy empobrecida de posguerra y sigue en el tiempo la relación entre ellas, abriendo el juego coral con toda una galería de personajes. Rivalidad, sexo, miseria y devoción marcan la vida de estas dos jovencitas tan distintas y tan magnéticas. La novela fue un éxito rotundo en todo el mundo –se tradujo a ¡42! lenguas– y llegó a la pantalla en una adaptación muy digna de HBO. Gracias a este éxito, ahora Ferrante es una autora indiscutida de la que publican hasta la lista del supermercado. Pero a comienzos de la década, cuando recién empezaron a salir los libros, se armó un revuelo importante porque Elena Ferrante como tal no existe. Sí, se puede ser best-seller sin tener rostro. Si les interesa toda la historia, les dejo esta crónica del New York Times. Lo que saco en limpio del “caso Ferrante” es que si los libros son lo suficientemente buenos, no debería importarnos como lectoras qué grado de realidad alcanza la autora en cuestión. No hace falta esa legitimidad. 

Serie La amiga estupenda, basada en los libros de Elena Ferrante.

Como las novelas de Ferrante, hay una cantidad apabullante de historias centradas en la complicidad y transformación entre amigas. Otra de ellas es la película Ni idea (Clueless), un clásico noventoso que llegó a Netflix con Alicia Silverstone –ex ícono– y un jovencísimo y amoroso Paul Rudd, en la que una muchacha millonaria y extremadamente superficial consigue “humanizarse” gracias a la amistad de Tai, una chica mucho menos pretenciosa pero más sexualizada. Y más acá en el tiempo, otra película de la “preparatoria” yanki entre tantas que vimos es la comedia Booksmart, una estudiantina de mujeres nerds en la que dos amigas deciden ponérsela fuerte la última noche de clases. Dirigida por Olivia Wilde y estrictamente contemporánea, la película tiene una vuelta de tuerca más interesante y menos sosa que otras comedietas del género. 

Otro ejemplo de complicidades femeninas es la novela ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? de la exitosa escritora Lorrie Moore, que con su humor tan mordaz y afilado aborda la amistad de dos jovencitas en un pueblo del nordeste de Estados Unidos. La relación está vista con desencanto y nostalgia desde la adultez de una de ellas, Berie, la narradora. Si no leyeron a Moore, pueden empezar por este libro, en la nueva edición de Eterna Cadencia, con traducción argentina de Inés Garland.

Juventudes reactivas y poderosas

Algo muy reactivo en la adolescencia es sentir que nos están imponiendo cosas y desafiar a las autoridades en cuestión. Ejemplos de esto hay para tirar al techo. Pero decido quedarme con una película que al volver a verla me gustó más que la primera vez: Lady Bird, de Greta Gerwig, una directora y actriz asociada directamente al mumblecore, ese movimiento que hizo la comedia norteamericana en los últimos años para dejar de ser consumista y superficial y pasar a tener un tono más desencantado e indie. En general les protagonistas de estas películas son personas más inseguras y los guiones son menos artificiosos: se apuesta a un realismo crudo, entre el drama y la comedia, y muchas veces para eso convocan a actores y actrices amateurs. En este caso, Lady Bird es una jovencita de una familia muy poco acomodada en Sacramento, California, interpretada por Saoirse Ronan –antes de convertirse en la Jo de Mujercitas–. En plena adolescencia, mantiene dos conflictos: con su madre –gran contrafigura– y con los chicos con los que pretende perder la virginidad. Pero lo que está por debajo es la sensación del personaje de que nadie cree en ella. Nadie la cree capaz de tener un futuro promisorio y entonces la encasillan, le acotan las opciones. La película tiene varios niveles de análisis, pero me gusta quedarme con la sensación de que la crisis vital del personaje se resuelve insistiendo en el deseo.

Pasando a la comedia pero de tono inglés, son varias las series de estos últimos años sobre adolescentes y aprendizajes para la vida: Sex Education a la cabeza, pero también Esta mierda me supera (que agrega un componente deliberadamente fantástico). Elijo quedarme con The End of the F***ing World: basada en un cómic, esta serie con capítulos electrizantes de 30 minutos, muy ajustados y con un humor sádico, presenta la relación de una parejita bastante psicópata formada por un chico y una chica que se escapan de sus casas. La primera temporada cerraba perfecto, pero insistieron con una segunda y estiraron la historia, que igual es digna. La adolescencia con su componente maldito, desprejuiciado y violento está acá en su mayor esplendor. Las actuaciones son muy buenas y ellos con su gestualidad logran expresarse mucho. Y la música es de lo mejor que tiene. Este es el álbum original de Graham Coxon –el guitarrista de Blur– para la primera temporada.

No suelo referirme a novedades editoriales en El Hilo Conductor, pero justo dos novelas que leí este último tiempo van por este sendero también. La primera es El verano en que mi madre tuvo sus ojos verdes, de la autora rumana Tatiana Tibuleac. Un libro que empieza poniendo en escena todo el odio que un hijo puede sentir por su madre y que a lo largo de las páginas consigue transformarse en otra cosa. Es crudo, es fuerte, pero es también amoroso y conmovedor. Y la segunda novela es Cómo provocar un incendio y por qué, de un escritor joven norteamericano llamado Jesse Ball, de quien había leído la muy buena Toque de queda. Lo mejor del libro de Ball es su personaje: Lucia Stanton, una pirómana en ciernes, con una vida tortuosa y una mente chispeante. Es curioso que la novela de Tatiana Tibuleac esté escrita por una mujer pero narrada por un hombre y la de Jesse Ball al revés, la escribió él tomando la voz de su protagonista femenina. Una clave de lectura posible está en estos cruces.

No tan hegemónicxs

Hay por suerte muchísimos modelos de juventud que escapan de la norma. De la norma norteamericana y del estereotipo que dice que crecer es odiar a tus padres y madres un rato y después reconciliarte con ellos. 

Un libro que se va por la tangente es definitivamente En la juventud está el placer, de Denton Welch, un escritor británico que nació en Shanghai y murió en 1948. La novela es muy bella y acompaña al joven Orvil Pym, quinceañero sensible, un poco morboso y sutilmente homosexual, en sus andanzas en un verano inolvidable. Situado en 1930, el texto cobra especial relevancia cuando conocemos más detalles de la vida de su autor. Es que Welch, a los 20 años, mientras paseaba en bicicleta, sufrió un accidente gravísimo que lo dejó prácticamente paralítico. Este hecho es el que lo “empujó” a la escritura: el accidente impredecible, la posterior inmovilidad. Murió trece años después, y todo lo que produjo está fijado por ese hecho, tal como cuenta César Aira en su libro Las tres fechas. De hecho, todo lo que escribió Welch se sitúa antes, en el tiempo de la infancia y de la adolescencia, cosa que leyéndolo en retrospectiva parece cruel evocar. Si no hubiese conocido ese dato biográfico, no me habría detenido morbosamente en los fragmentos de la novela en los que Pym pide prestada una bicicleta para recorrer en solitario los alrededores del hotel donde pasa el verano con su familia, ni me hubieran impactado los pasajes en los que se expresa la libertad del movimiento, la exploración de un terreno que se desconoce para hacerlo propio. Lo que nos interpela de una novela de formación como En la juventud está el placer es en todo caso buscar en qué se reconoce esa juventud que ya no nos es contemporánea, y lo que resuena es la pregunta respecto de lo que viene después… Para Denton Welch es el sufrimiento físico, la muerte, la escritura. ¿Para nosotros? Si en la juventud está el placer, ¿qué se espera del resto de la vida?

Saltemos a otra representación a veces invisibilizada: la de las juventudes del interior del país, fuera del influjo de Buenos Aires. Uno de los ejemplos más recientes de textos en esta dirección es la novela directa y fluida de Fremdina Bianco: Esto que me pasa, obra que trabajó en clínica con Hernán Ronsino durante la última edición de la Bienal de Arte Joven en 2019. Situada en un pequeño pueblo de Misiones, de donde proviene la autora, en plena tierra colorada y bajo un calor aplastante, la novela recrea las voces de tres chicas distintas, rivales entre sí y muy adolescentes, para hacer foco en un conflicto clave que es el de la educación sexual de las juventudes marginadas y la necesidad de la ESI a nivel nacional. La Negra, Sabrina y Betiana encarnan tres subjetividades complejas que tienen que vérselas feas con el patriarcado, la iglesia y los embarazos no deseados. Una novela eminentemente política y feminista que nos atrapa desde sus tonos. Acá se puede leer el primer capítulo.

¿Y si la juventud fuera un estado deseable e interminable? Creo que tendría la forma de estos poemas de Mariano Blatt que cierran su volumen de poesía reunida llamado nada menos que Mi juventud unida. “No es” y “Ahora”, respectivamente, son dos poemas eternos, que no se clausuran nunca, “dos poemas que voy a escribir toda su vida”, dice Blatt. El procedimiento es simple porque son una especie de lista interminable de sensaciones eclipsadas y dispuestas una atrás de otra, hasta atragantarnos de imágenes. Me impresiona siempre al leerlos esa idea de que ahí puede condensarse toda una vida. Es que Blatt fue creciendo al mismo tiempo que sus poemas, que son claves para pensar de qué manera hablamos de los sentimientos y de la camaradería, de los afectos y de los deseos, durante buena parte de los últimos quince años. Mariano tiene una escritura magnética y nada compleja, que puede leer cualquiera, que puede disfrutar cualquiera, como la mejor poesía.

Les dejo una parte de “Ahora” para que sepan de qué estoy hablando: todo el tiempo puede terminar, pero no termina.

Ahora

que mis amigos están lejos,
que en el cielo brilla una sola estrella,
que apagaron las luces de la fábrica de en frente,
que tengo los pies sucios,
que me envicio y lloro, lloro y me envicio,
que me llamaste a la tarde y te traté mal,
que para un lado el cielo está negro y para el otro violeta,
que las cosas no son lo que parecen,
que no tenés excusas,
que los chilenos están en chile,
que te rapaste la nuca,
que no hay más porro picado,
que la primera semana de enero hiciste planes para
todo el año y a la segunda ya todos te
parecían imposibles de cumplir,
que naciste en Buenos Aires, viviste en Buenos Aires
pero no sabés dónde te querés morir,
que bajás el volumen de la música cuando escuchás a alguien en el palier
(…)
que se me abrieron los poros de la mente,
que estamos chateando a todo lo que da,
que un perro ladra en la noche brumosa,
que me estoy clavando una Sibarita,
que estoy al borde del llanto,
que Brent está en California,
que las cosas y las voces que me rodean adquieren esta
noche un matiz particular,
que la piel patina,
que una de mis palabras favoritas ya no existe más,

Fijate siempre de qué lado de la mecha te encontrás

Antes de despedirnos, con la premisa de que los ideales de juventud van cambiando con las décadas, les dejo dos temas que están en las antípodas pero que insisten en representar distintos tipos de adolescencia.

En un extremo, “La juventud”, de Luis Miguel, en un video que abraza el bizarro extraído de la película Ya nunca más, de 1984. Luismi es acá un purrete que canta con su tradicional fraseo cosas como: “Este planeta enfermo ya no da más/ Tiende a morir, tú lo salvarás / Tú lo salvarás/ Cantemos todos porque la juventud / Viene marchando, es una gran multitud / Que trae al viento la bandera de la paz / Todo cambiará, todo cambiará”, mientras un grupo de púberes baila descoordinado atrás con una ingenuidad paralizante.

En el otro extremo, Wos, en 2019, año marcado por la contienda electoral, consagrándose como el campeón de la juventud comprometida y politizada, capaz de plantarse y decir en “Canguro”: “Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas/ Que sin oportunidades esa mierda no funciona / Y no, no hace falta gente que labure más / Hace falta que con menos se pueda vivir en paz”.

Esto no es consumo irónico ni una diatriba contra el Rey: vos fijate de qué lado de la mecha te encontrás.

Ahora sí, me despido hasta dentro de 15 días.

Por favor cuidate mucho y cuidá a los que tenés cerca.

Gracias por leer,

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.