El péndulo en Sudamérica pendula menos

El regreso de los resilientes populismos. La derecha incompresible. Los votantes que son killers.

En el día de hoy, domingo 14 de marzo de 2021, la policía boliviana detuvo a la expresidenta de facto de Bolivia, Jeanine Áñez, bajo cargos de “sedición y terrorismo” en la organización del golpe de Estado que derrocó al entonces presidente Evo Morales. Apenas unos días antes se supo la noticia de que un juez del Superior Tribunal anuló los cargos del proceso instruido por el juez Sergio Moro contra el expresidente Lula Da Silva y, si esta anulación queda firme según la totalidad del tribunal, Lula podría ser candidato en las futuras elecciones presidenciales. Esto se suma a la victoria en primera ronda de los comicios ecuatorianos de Andrés Arauz, el candidato del correísmo (aunque todavía no es seguro que gane la segunda) y el retorno al poder del MAS en Bolivia por la vía electoral. En el 2019 ya había retornado al poder el peronismo en Argentina. El péndulo penduló, el subibaja subió, y todo cambió. 

Este es un momento sumamente rico, aunque incierto, del escenario político sudamericano. Es tentador sacar conclusiones apresuradas. Hay que luchar en contra del impulso de hacerlo, porque el péndulo político gira a una velocidad tal que le puede arrancar la cabeza al más pintado. Pero aún así hay elementos que me parecen incontrastables. 

Lo primero que hay que notar es un dato que yo ya mencionaba en (perdón por la autocita), mi libro: la inédita resiliencia de los populismos de izquierda sudamericanos. Ni el kirchnerismo, ni el MAS, ni el PT, ni siquiera el correísmo, que tenía una densidad partidaria y organizacional mucho menor, dejaron de existir. Eso, aún cuando el proyecto de los partidos o líderes (o dictaduras) que los sucedieron fue explícitamente el de asegurar que “no volvieran más”. No sólo no dejaron de existir fuera del poder, sino que se convirtieron en la principal oposición a los gobiernos de derecha que los sucedieron. Todos ellos o bien ganaron elecciones nuevamente, o quedaron perfilados como la primera minoría (como en el caso de Ecuador).  

Esto es un dato bastante novedoso. Las sociedades que expresaron su fatiga luego de diez o más años de gobierno de estos populismos, que les votaron en contra, o que marcharon en contra de ellos cuando gobernaban ahora los miran si no con amor, al menos con algo de simpatía. Tal vez añoranza. 

Otro dato: es necesario llegar a la conclusión, entonces, que los gobiernos de los famosos populismos de izquierda fueron buenos. ¿Perfectos? No. ¿Excelentes? Tampoco. Digamos buenos. Es materia opinable, pero si los ciudadanos de sus países no pensaran que sus años en el poder representaron momentos de relativa estabilidad y bonanza, no los votarían de nuevo. Los abandonarían sin pensar, como hacen los votantes sudamericanos, notorios killers dentro del cuarto oscuro. Harían bien en anotar esto los gurúes de la derecha antipopulista: estos partidos o movimientos no van a desaparecer, así que dejen de intentarlo. Sólo concéntrense en gobernar bien y ganarles elecciones. 

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El reverso de este dato es que los gobiernos de derecha que sacaron del poder a los populismos fueron, también dicho con simpleza, malos. O peor que malos, incomprensibles. Parecería que ni Bolsonaro, ni Áñez, ni Lenin Moreno tuvieron muy claro el para qué de llegar a la presidencia más allá del obvio “para sacar del poder al populismo malvado”. Lo cual fue algo valorado por los votantes en un tiempo y un lugar determinado, pero luego, bueno, los habitantes esperan resultados de gobierno contantes y sonantes. Casas, trabajos, educación, estabilidad. Y los gobiernos de derecha resultaron sorprendentemente indolentes en la gestión. Sin un proyecto económico, con pocas ideas de política pública innovadora. Fueron los gobiernos del no puede hacer, como dijera hace poco Jair Bolsonaro: “Brasil está quebrado, yo no puedo hacer nada”. Como sostuve antes, los votantes sudamericanos son killers. ¿El gobierno no funciona? A otra cosa. En Brasil Bolsonaro ganó con comodidad su elección presidencial, y el PT parecía agónico. Hoy las encuestas marcan que Lula rozaría el 50% de la intención de voto. Mauricio Macri perdió las PASO por más de quince puntos. Hoy ganás, mañana te patean al costado. Es la democracia. 

En Argentina, Mauricio Macri está redoblando la apuesta del antipopulismo radical como promesa de campaña. Tal vez sea eficaz para ganar una elección, no lo será (otra vez) para gobernar. 

Último punto. El péndulo sudamericano sigue oscilando, pero las oscilaciones han sido menores durante los últimos cuatro años. Ninguno de los gobiernos de derecha pudo (supongo que se podría argumentar que ninguno quiso) llevar adelante los cambios profundos sociales, económicos y políticos que sí hicieron los gobiernos neoliberales de los noventa (ni hablar de las dictaduras de los setentas). Al mismo tiempo, es muy pero muy dudoso que los gobiernos “de segundas líneas” que los sucedieron (Luis Arce, Alberto Fernández, tal vez Andrés Arauz) puedan llevar adelante agendas muy radicales de transformación. ¿Será ésta una (otra) nueva normalidad sudamericana?

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.