El filibusterismo de Alberto irrita al kirchnerismo e inquieta a Massa

La indefinición del Presidente sobre su candidatura, tema central en el Frente de Todos. El posible Plan B de Cristina. La verdadera mesa política del oficialismo. Macri, Boca y el FMI.

Cristina Fernández de Kirchner eligió el silencio en público, pero está hiperactiva en privado. Atenta a los números de la economía y con una decena de pilas de hojas con diferentes indicadores arriba de su escritorio del Senado, la vice está leyendo La era del conspiracionismo: Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio, el último libro de Ignacio Ramonet. Además de su núcleo cercano, CFK dialoga diariamente con Sergio Massa y tiene una frecuencia inconstante con Juan Manuel Olmos sobre temas de gestión.

En los últimos días recibió, entre muchos otros, al intendente de José C. Paz, Mario Ishii. Si bien es difícil saber si fue agenda de ese encuentro, hace al menos un año y medio que una de las preocupaciones centrales de la ex Presidente tiene que ver con los planes sociales. “En algún momento va a haber que tomar el toro por las astas y meter mano”, dicen en su entorno. CFK tiene -así como en 2021- dudas respecto a que la recuperación de la economía -que el presidente Alberto Fernández repitió que en los últimos dos años es la de mayor crecimiento entre las principales del mundo después de China- siga sin tener un reflejo claro en salarios y, en general, en ingresos.

Mientras el rezago de la fórmula de ajuste de las jubilaciones y pensiones hace decrecer el porcentaje del producto interno bruto (PIB) destinado a la seguridad social, para alivio de los resultados fiscales y angustia del poder adquisitivo, el INDEC publicó los datos salariales que, una vez más, arrojaron valores de estancamiento entre los trabajadores registrados e indicios de pérdidas significativas entre los trabajadores no registrados, aunque los valores para estos últimos no aparecen claros debido a dificultades metodológicas y temporales para su determinación, por lo que su situación posiblemente sea menos dramática que lo que indica la publicación del instituto estadístico.

La paradoja entre una economía que crece y un salario en caída, cuando el consumo explica poco menos de tres cuartas partes del PIB, se explica por dos motivos. Por un lado, la inversión de 2022, alrededor del 21,5% del producto, se encuentra en el mayor valor en al menos una década, con un crecimiento real significativo respecto de 2021. La noticia, que debería ser auspiciosa en un contexto en que la Argentina tiene serias deficiencias en su dotación de capital fijo, debe matizarse en un contexto inflacionario donde los pesos sobran y los dólares escasean. Las importaciones de maquinarias son una buena manera de hacerse de dólares baratos, aún con su correlato de ganancias productivas. Por otro lado, el estancamiento o caída de los salarios reales se compensa -en términos de crecimiento de los ingresos- con un aumento del empleo, formal e informal, aunque este último es el que lo hace a mayor velocidad, a veces de forma asalariada y otras, por cuenta propia.

Con el salario alrededor de un 25% por debajo de los niveles de 2015, el gobierno debería encarar el año con algunas certezas. La primera, aunque posiblemente la más compleja de remediar, es la urgencia de comenzar revertir el proceso de precarización del empleo, con una proporción creciente de trabajadores desprotegidos y sin paritarias, al margen de lo consagrado por la legislación, que genera una grieta entre la clase trabajadora con derechos y la que no los tiene. Lo segundo, hasta con un sentido de supervivencia electoral, es la necesidad de recuperar ingresos con un sentido progresivo.

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Si está demostrado por la experiencia que no existe el escenario donde con una inflación cercana al 100% las paritarias libres permitan garantizar aumentos que la superen, incluso en contextos de crecimiento, también es evidente que hay herramientas que permitirían conciliar la pelea contra la espiralización de la inflación con una mejora de ingresos para quienes más lo necesitan. El otorgamiento de sumas fijas debería estar contemplado como parte de la estrategia de negociación colectiva, otorgando una base común que haga que quienes están por debajo en la escala salarial no sean quienes paguen por una búsqueda de moderación inflacionaria. Esta estrategia, que choca con el foco que algunos de los gremios más importantes y combativos ponen en el impuesto a las ganancias, podría tener efectos virtuosos sobre la lucha contra la pobreza y sobre la siempre reclamada distribución del ingreso.

Mientras tanto, la reunión del sábado entre el Presidente y Wado de Pedro -que se gestó entre ellos y sin intermediarios-, previa a la mesa electoral del Frente de Todos, tuvo como objetivo eliminar la novedad de la presencia del ministro del Interior en un encuentro cuyo resultado será un documento que muestre no ya unidad en la diversidad sino -y sin pretensiones de originalidad- unidad en el espanto. La reunión del jueves todavía no tiene definida la convocatoria. “A mí todavía no me llamó nadie”, le decía ayer a #OffTheRecord un gobernador que todos los sectores quieren sentado en esa mesa. A pesar de la foto de familia, la verdadera mesa política posible del día a día ya existe: la componen Massa, De Pedro y Olmos.

Por lo tanto, la discusión central en el oficialismo hoy orbita sobre la definición -o la falta de ella- de Fernández acerca de si intentará ir por la reelección. El argumento kirchnerista -y que también empieza a inquietar a Massa- es que el filibusterismo presidencial le impide al peronismo buscar alternativas en caso de que él decida no competir. En el albertismo sostienen que para evaluar esa definición debería aparecer un candidato que garantice una mejor performance que la suya. “Eso no va a pasar porque hay un presidente peronista, nadie lo va a verbalizar: Alberto está buscando ser candidato por default”, replican.

Fuera de los razonamientos de cada tribu, la realidad se impone: la oposición hoy cuenta con Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, Gerardo Morales y Facundo Manes como posibles candidatos a presidente -con la sombra siempre presente de Mauricio Macri. En el oficialismo, el escenario es bien distinto: Alberto en modo Jaime Naranjo, Cristina y la amenaza de la proscripción, Massa y su límite autoimpuesto de la inflación, Axel Kicillof en su pago chico y De Pedro y el debate interno sobre qué hacer, pero con menos ideas que Vladímir Ilich Uliánov.

Hay, en el kirchnerismo, quienes se animan a especular con un posible Plan B en caso que vuelva a disputarse la conducción del peronismo sin tiempo para organizar una alternativa electoral. Esto incluye dos cuestiones hoy lejanas: que Cristina decida hacer competir a Kicillof como candidato a Presidente y ella se vea forzada a ocupar el lugar de senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. El cuadro se completaría con De Pedro encabezando la lista de Diputados y una PASO para definir el candidato a gobernador de esa lista. Por ahora, ciencia ficción.

Macri, por su parte, poco afecto -al menos desde la campaña presidencial de 2019- a ahorrar en formulaciones brutales, apeló a la sutileza para comunicar su pensamiento en una de las cuestiones más relevantes de la discusión política argentina: la deuda. Y, muy especialmente, la discusión del programa económico que la próxima administración deberá encarar con el Fondo Monetario Internacional. Con un retuit en la red social propiedad de Elon Musk, el ex Presidente señaló su coincidencia con una nota de Marcos Buscaglia, publicada en el diario La Nación, que califica de “vergonzoso” el acuerdo de Argentina con el FMI.

Si bien el centro de la crítica es la relativa flexibilidad en la implementación que caracterizó hasta el momento la ejecución de lo pactado entre el país y el organismo multilateral, el ensayo tiene varias aristas que, de reflejar el pensamiento de quien fuera el principal responsable de los destinos del país al momento de negociar el endeudamiento, sus condiciones y los términos de su repago, resultarían cuanto menos dignas de la curiosidad de analistas y juristas. El articulista califica el acuerdo alcanzado entre la administración y el Fondo en octubre de 2018 como “plan Volver 2019” y se autocita para decir que habría provocado la victoria electoral y el retorno del peronismo en las elecciones del año siguiente a su suscripción. La lógica es que las exigencias del organismo en materia monetaria y cambiaria aparecían demasiado duras para sostener las chances electorales del gobierno.

Sería un caso de masoquismo extraño a las relaciones políticas. El 24 de septiembre de 2018, mientras ultimaba los detalles de aquel programa, Macri declaraba su amor tras recibir una distinción en los Estados Unidos: “Debo confesar que con Christine (Lagarde) hemos empezado una gran relación, que espero que funcione muy bien y que termine con toda la Argentina enamorada de Christine”. Los gestos de amor excedieron las palabras y fueron recíprocos. La revisión del propio Fondo de su Stand-By con la administración macrista señaló que se trató de un acuerdo “frágil desde el comienzo”, en un “marco de acceso excepcional”, al tiempo que reprocha que en Argentina se evitó imponer cualquier control de capitales y no se exigió una reestructuración de la deuda, dos cuestiones que aparecen señaladas como parte del fracaso del programa. Del lado del gobierno argentino, como señala el último dictamen de la Auditoría General de la Nación, por el que se recomienda rechazar la cuenta de ejecución presupuestaria de 2018, se evitó acudir al Congreso o incluso dictar un decreto para autorizar el mayor plan de endeudamiento de la historia tanto de Argentina como del Fondo Monetario Internacional. Llama la atención tanto esfuerzo cuando el objetivo del organismo era traer de vuelta al poder al peronismo.

La manera en la que Macri endeudó a la Argentina con el FMI no es nueva. En su libro, el ex Presidente cuenta una situación que explica bastante bien la consecuencia entre prosa y acto. “Siempre creí, y Boca me lo reafirmó, que las instituciones están primero. Para poder tener resultados positivos en cualquier lugar, hace falta una base institucional sólida”, escribe Macri en la página 54 de Para qué. Un hombre de diálogo. Sin embargo, en la página siguiente, la 55, ocurre esto: “Finalmente, alquilé una topadora y por primera vez en la vida me subí yo mismo a conducirla. Apunté hacia los viejos palcos que daban a la calle Del Valle Iberlucea. Así comenzó la demolición. Pero tenía un problema: había pasado por alto que la asamblea de socios no se había reunido aún para aprobar la reforma que ya estaba licitada y en marcha. No tenía alternativa. Sentía la urgencia de mostrar resultados y sabía que las obras llevarían meses”. La proverbial institucionalidad de las topadoras.

El centro de la crítica de la nota mira al futuro. Buscaglia -Macri- reprocha muy amargamente al Fondo no haber exigido al gobierno ajustes y consolidaciones fiscales y monetarias mucho más duras. Señala que esto obligará a la próxima gestión a mayores niveles de ajuste para cumplir con objetivos fiscales, de desinflación y de desactivación de los controles de capitales. La teoría del autor, en un contexto de dificultades enormes como las causadas por la invasión de Ucrania -producida apenas días después de la firma del entendimiento- es que el Fondo debería haber sido inflexible en el seguimiento del programa que, de todos modos, juzga demasiado blando en sus metas fiscales.

La aparente contradicción entre las amargas quejas por la supuesta flexibilidad concedida por el actual programa a las autoridades argentinas y la nula mención a la absoluta laxitud con la que el Fondo abordó en el acuerdo firmado por el gobierno de Macri la falta de controles sobre los movimientos de capitales y pospuso para la siguiente administración la renegociación de la deuda privada, no causó sorpresa entre quienes negociaron el acuerdo vigente por parte del gobierno argentino, quienes mantienen la convicción de que la cúpula del PRO está asociada estructuralmente a esos intereses. Allí coincidirían el anterior gobierno y la línea estable del Tesoro estadounidense -que garantizaron el excepcional préstamo a Macri sin reestructuración de la deuda- con acreedores externos que, a su vez, trabajaron contra la aprobación, decidida a nivel político, del actual acuerdo.

En 1976, el gobierno laborista del Reino Unido acudió al Fondo Monetario Internacional y solicitó un préstamo de cuatro mil millones de dólares que fue concedido a cambio de durísimas medidas de recorte del gasto público. De acuerdo a varias investigaciones históricas, sin embargo, aquella administración escondió bajo requerimientos externos teóricamente impostergables su propia voluntad de imponer un programa de austeridad que sería inevitablemente resistido por la sociedad civil y que podía poner en peligro al gobierno. Quizás de repasar juntas esta historia y la nota de Buscaglia aparezcan las claves de lo que un Macri victorioso buscaría de la futura relación con el Fondo Monetario Internacional.

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Iván

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.