El exilio en el arte: una casa lejos de casa

En las vísperas de un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, la experiencia de algunos artistas que tuvieron que abandonar sus países de origen.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, pero debo decir que todo ese tiempo insufrible que vivimos con calor me costó muchísimo. Muy horrorosa la sensación de no saber dónde meterse ni qué hacer con el cuerpo ante una especie de catástrofe climática. Ya me estoy recuperando.

Esta quincena vamos a ocuparnos de un tema del que quería escribir hace rato. Y ahora llegó el momento, porque estamos cerca de un nuevo aniversario del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976 y la efeméride nefasta me da el pie justo. 

Vamos a hablar del exilio. De la condición traumática de tener que dejar el país en el que se vive porque ya no están dadas las condiciones para seguir haciéndolo. Una experiencia que pone en crisis la identidad y que marca un punto de inflexión en las personas, en las familias, en los lazos. Es que el exilio suele ser una forma muy dolorosa de dejar de estar en peligro, de ponerse a salvo.  

Es muy poco generalizable el exilio: a cada persona que pasó por eso le pegó de una manera muy distinta. No es lo mismo pensarlo como algo pasajero que darse cuenta de que será definitivo. Tampoco es lo mismo planificarlo con un poco de tiempo que tener que huir en estampida y desaparecer del mapa. ¿Y nacer en el exilio? Otra cuestión difícil porque la nacionalidad se reviste de dudas: ¿se es del país en el que se nace, o del país del que vienen los padres? ¿Depende de la legislación de las naciones o de la autopercepción? 

Recorramos algunas manifestaciones culturales del exilio en la obra de distintos artistas. Es un tema muy vasto, así que me voy a referir en particular a algunos casos argentinos de estas últimas décadas y recién al final nos permitiremos deslizamientos. Empecemos.

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Infierno, 2000. Jaula con palomas y santos. 83 x 47 cm.

UNO. León Ferrari: la huida a Brasil

Vamos a ilustrar esta entrega con algunas esculturas de León Ferrari (1920-2013). Son muy emblemáticas a esta altura, porque generaron reverberancias y polémicas varias cuando fueron expuestas por su relectura crítica de la Biblia. Pero en vez de hablar de la obra de Ferrari, que fue y sigue siendo muy conocida y estudiada, me interesa tocar el tema de su exilio. Es que a fines de 1976 tuvo que escapar a Brasil junto con su mujer Alicia, su hijo Pablo, la pareja de éste (que militaban en el Partido Obrero), su pequeña nieta, y algunos familiares más. Se quedaron en San Pablo, aprendieron a hablar en portugués y se salvaron. En Brasil, León dejó de ser ingeniero químico y se convirtió en artista a tiempo completo. Influenció a la escena del arte de Brasil, y a la vez se dejó influenciar por ella. Con su familia vivieron ahí hasta que regresaron definitivamente al país en 1991. Pero el que no se salvó ni se escapó fue su hijo Ariel Ferrari, militante montonero, que desapareció en febrero de 1977. Y esa desaparición marcó definitivamente la obra de su padre. Me enteré de muchos detalles de la historia de huida, de reconversión y de regreso escuchando una entrevista que le hicieron a Anna Ferrari, nacida justamente en Brasil y arquitecta de profesión, que es una de las nietas de Ferrari y quien está a cargo del archivo y la obra de su abuelo. Acá, en poco más de diez minutos, Anna cuenta cómo fue que sus familiares pudieron escapar cruzando la frontera en barco y qué pasó con algunas producciones de León que se consideraban “subversivas” y lograron esconder y salvar. En este otro video habla del regreso a la patria, de la desaparición de Ariel y de cómo León se ocupó de denunciar su ausencia en muchísimas cartas que escribió a distintos organismos internacionales de derechos humanos. Es muy emotivo escuchar de parte de la nieta la narración de un exilio que no vivió, como si la forma de reconstruir esas pérdidas sea parte de la tarea afectiva de las generaciones que vinieron después.

DOS. Extranjera en su propia lengua

Y hablando de exilios y generaciones, este Hilo se me ocurrió el verano pasado cuando leí Una casa lejos de casa. La escritura extranjera, un libro excelente de Clara Obligado publicado por el sello platense EME en el que cuenta cuánto la desacomodó el haberse tenido que ir del país. Ella vive desde 1976 en Madrid, ciudad a la que llegó cuando Franco, el Generalísimo, había muerto hacía un año. ¿Por qué se fue ahí y no a otra parte? Confiesa que tal vez por el idioma, aunque luego cuenta con cierto humor y patetismo cómo esa supuesta lengua común la llevó a muchas distorsiones y equívocos. Una casa lejos de casa va hilando fino en el desarraigo a través de la relación de ella con la escritura y la lectura –Obligado es pionera en el dictado de talleres literarios y en el llamado microrrelato–, y en lo que le costó empezar una carrera literaria a la distancia, educar a sus hijas españolas con su marido argentino hablándoles de “vos” y de “tú”. Pero sobre todo habla de lo que tuvo que dejar atrás, de la culpa que sintió por seguir viva y haber podido escapar a tiempo. Les dejo algunos fragmentos fuertes y conmovedores de Obligado para no seguir glosando: 

Escribir es atenerse a una doble lógica, la de los recuerdos y la de la ficción. Reconducir el pasado, organizarlo, mirarlo desde lejos, darle forma, intentar comprender. También para eso escribimos.
Hubo treinta mil desaparecidos.
Sobreviví.
*
Llegar sola a un lugar en el que no conoces a nadie. Estar segura de que es imposible que te cruces con un rostro familiar. Saber que no hay regreso. Sentirte encerrada fuera. No comprender lo que te dicen, aunque hables en el mismo idioma. Eso te modifica para siempre.
*
Llegar a un país desconocido es triste y adánico, temible y apasionante, antiguo e inaugural. Morir de añoranza y curiosidad. Caminar por un bosque de comparaciones. Para el que viene de afuera, las ciudades se establecen por comparación: “En Buenos Aires esto no es así”, o “Eso me recuerda a Buenos Aires”. Ver la realidad con una visión doble, como si la observara con un estereoscopio. Los paseos se plagan de analogías.
*
La herida al aire libre. La hostilidad contra un país extraño en el que no se quiere estar. La pérdida de la pertenencia. Los ojos en la nuca. Las pesadillas. Pero lo que no imagina quien llega es que la distancia se hace carne. Poco a poco iría fraguando la certeza de que la pérdida de la patria no puede repararse nunca, pero bien puede convertirse en un gran tema literario.

La civilización occidental y cristiana (1965).

TRES. Los casos de Gelman y Bayer

Juan Gelman y Osvaldo Bayer, un poeta y un historiador. Dos periodistas e intelectuales argentinos muy determinantes que fueron amigos y que compartieron y reflexionaron sobre su condición de exiliados en el volumen Exilio, publicado en 1984 y reeditado por Página/12. En el caso de Gelman, pasó por Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México. Regresó al país en 1988, pero decidió radicarse en México definitivamente y allí murió en 2014. Sus hijos Nora y Marcelo, de 19 y 21 años respectivamente, fueron secuestrados en el 76 junto con su nuera embarazada. Su nieta Macarena, nacida en cautiverio en Uruguay, fue recuperada en 2000 y hoy es una militante por los derechos humanos.

“Serías más aguantable, exilio, sin tantos profesores del exilio, sociólogos, poetas del exilio, llorones del exilio, alumnos del exilio, profesionales del exilio, buenas almas con una balancita en la mano pesando el más, el menos, el residuo, la división de las distancias, el 2 x 2 de esta miseria. Un hombre dividido por dos no da dos hombres”, dice Gelman agarrándoselas con todos aquellos que osan reducir una experiencia tan dolorosa o dar cátedra de eso. Para él no existían los mal llamados “ciudadanos del mundo”, sino que la supervivencia afectiva pasaba por generar lazos con otros compañeros y amigos en su misma condición con los que compartir la pena.

Bayer, por su parte, tuvo que partir al exilio alemán durante la presidencia de Estela Martínez de Perón, cuando fue censurado y perseguido por su libro Los vengadores de la Patagonia trágica y su adaptación al cine, La Patagonia rebelde. Cuenta el editor de este libro, Guillermo Schavelzon, en sus memorias, que fue él quien le advirtió a Bayer que lo buscaba la Triple A en Aeroparque, cuando Osvaldo volvía de un viaje al interior, y quien le sugirió que no pasara por su casa. Lo acompañó personalmente hasta la Embajada de Alemania en Buenos Aires para refugiarse allí (Bayer tenía doble nacionalidad) y luego el mismo agregado cultural lo trasladó en el baúl del auto diplomático a Ezeiza, hasta sentarlo en un vuelo de Lufthansa con destino a Frankfurt. Se fue con lo puesto. Y logró llevar a toda su familia allí, donde se quedaron hasta el retorno de la democracia. Desde el exilio, entre muchas otras cosas, se carteó con Osvaldo Soriano, refugiado en Bruselas. 

Me quedé con Bayer y Gelman, pero podrían haber sido tantos otros… Leónidas Lamborghini, Tamara Kamenszain, Oscar Terán, Norman Briski, Nicolás Casullo, Antonio Di Benedetto, Federico Luppi, David e Ismael Viñas, Griselda Gambaro, Nacha Guevara, Héctor Libertella, Norma Aleandro, Atahualpa Yupanqui, Carlos Ulanovsky, tuvieron que exiliarse también, y la lista sigue.

CUATRO. Tres hijas del exilio

Me interesa detenerme ahora en la producción ficcional de tres mujeres escritoras que nacieron en el exilio de sus padres y madres y que encontraron en la literatura un espacio en el cual hablar de eso. Son tres primeras novelas muy buenas que reflexionan sobre cómo impactó el desarraigo y la migración en las generaciones que vinieron después. Ellas son hijas de personas que tuvieron que escaparse, resignarse y rehacer su vida no solo con la frustración de no haber podido hacer la revolución, sino también con la culpa de haber sobrevivido. Estos libros, cada uno a su manera, hablan de lazos rotos, de reconstrucciones imposibles, de nostalgias propias y ajenas. Vamos a comentarlos brevemente por estricto orden de aparición.

  • La habitación alemana, de Carla Maliandi (Mardulce, 2017)

Maliandi nació en Venezuela en 1976 y es dramaturga, directora teatral y docente. La novela cuenta en primera persona la historia de una chica que decide viajar a Heidelberg, Alemania, porque de allí provienen sus recuerdos más entrañables. Es que en esa ciudad vivió con sus padres los primeros cinco años de vida por culpa del exilio. Pero la protagonista, de más de 30 años y con una separación incómoda a cuestas, vuelve sin saber demasiado qué es lo que está buscando y se aloja en una residencia de estudiantes (aunque no estudia nada), donde conoce gente bastante bizarra. Como dicen en la contratapa: este libro es lo contrario a una novela de aprendizaje. Se lee con fluidez y nos deja instaladas una serie de preguntas.

  • Una familia bajo la nieve, de Mónica Zwaig (Blatt & Ríos, 2021)

Mónica Zwaig es la primera hija que nació en el exilio. Fue criada junto con sus hermanas en un suburbio francés. Sus padres quisieron hacer la revolución, cambiar el mundo, y no pudieron, así que ella cuenta un poco cómo era vivir con esa carga siendo niña. Después el libro cambia por una serie de rupturas familiares, y se convierte en un diario, porque su protagonista siente el impulso de venir a vivir a la Argentina, reconstruir su árbol genealógico e involucrarse en la trama de los juicios de lesa humanidad. La novela está escrita con mucha destreza y ternura. Y ya que estamos, ella está participando actualmente de la obra performática Cuarto intermedio: guía práctica para audiencias de lesa humanidad junto a su pareja, el escritor Félix Bruzzone, que recomiendo mucho.

  • Los eufemismos, de Ana Negri (Firmamento, 2022)

Ana Negri es una argen-mex, hija de padres argentinos exiliados. En esta novela, narrada en tercera persona, cuenta la historia de Clara, una joven mexicana que tiene que lidiar con una crisis psiquiátrica de su madre, desencadenada, entre otros motivos, cuando tiene que afrontar los trámites de reparación histórica para exiliados. No se sabe con exactitud clínica qué tipo de desbarajuste tiene su madre –de allí los eufemismos del título– pero no importa del todo, porque vamos profundizando con Clara en las marcas identitarias que se trafican entre países que hablan una misma lengua pero que son también distantes. Toda la novela va y viene entre las formas de nombrar y sus significados en México y en Argentina. Es que Clara aprende la lengua de dos argentinos para desenvolverse entre mexicanos, y esas pequeñas distorsiones entre la lengua íntima de ellos y el mexicano escolar o social es el primero de los muchos desajustes que tiene que atravesar para encontrar un punto de equilibrio. Una novela que azuza a los fantasmas (del terrorismo de estado, de la locura) y que cuenta de qué manera las hijas tienen que convivir y aceptar una carga generacional pesada a la que hay que transformar en otra cosa. En una novela, por ejemplo.

Sin título, de la serie «Ideas para Infiernos», 2008.

CINCO. Gombrowicz y el exilio inesperado

Ya sé que siempre hablo de Gombrowicz en el Hilo, pero es que realmente lo leí mucho y entonces siempre encuentro algo de su obra que viene al caso para el tema en cuestión. El suyo en Argentina fue un exilio “involuntario”, digamos. Se subió a un barco pensando que volvería a Polonia en breve, y ese paseo se extendió muchos años. Nicolás Hochman –un especialista argentino en su obra, encargado de organizar el Congreso Gombrowicz, entre otras cosas–, lo resume mejor: 

El 22 de agosto de 1939, Witold Gombrowicz, prestigioso escritor polaco, miembro de la aristocracia, con una eminente posición social y gran futuro en las letras de su país, llegó a Buenos Aires a bordo del trasatlántico Chrobry para cubrir periodísticamente su viaje inaugural. El 1º de septiembre Alemania invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar, el comunismo se instaló como régimen gubernamental y la obra de Gombrowicz quedó proscrita. La estadía originalmente fugaz del escritor en Argentina duró veinticuatro años. Sin dinero, sin contactos, sin posición social alguna, ni un mínimo conocimiento del idioma español, Gombrowicz comenzó a atravesar una etapa de penurias que duraría hasta 1963, desempleado o trabajando como secretario a sueldo en el Banco de Polonia. Luego llegaría una invitación de la Fundación Ford para regresar a Europa, becado durante un año en Berlín, y los últimos años en Vence, Francia, hasta su muerte en 1969. Nunca más regresó a Polonia.

Una podría pensar que todo esto fue terrible para él. Pero le pasó lo inverso, tal como lo cuenta en su Autobiografía sucinta: “Habiendo perdido mi rango social, mi familia, mis costumbres, habiendo encontrado el anonimato, me sentía diez veces mejor, me sentía liberado”. Si quieren leer más sobre lo que el exilio produjo en el autor de Ferdydurke, pueden consultar este artículo de Hochman, “Exilio y paralaje”, o bien el libro El exilio procaz. Gombrowicz por la Argentina, de Pablo Gasparini.

SEIS. Santiago, Italia

Terminemos con una película del director italiano Nanni Moretti. Pero esta no es una de las autobiográficas como Caro Diario, ni es tan triste como La habitación del hijo. Confieso que la vi hace un tiempo en MUBI sin saber del todo de qué se trataba y me gustó muchísimo. Santiago, Italia es un documental de 2018 que ilumina una parte de la historia chilena y también italiana bastante desconocida. Es que se refiere específicamente a los militantes, periodistas, diplomáticos y estudiantes chilenos que, en pleno golpe a Salvador Allende en 1973, desesperados y perseguidos, consiguen refugiarse de forma provisoria en la Embajada Italiana de Santiago antes de obtener un salvoconducto para salir del país. El rol de esta Embajada fue clave para salvar a muchísimas personas. Pero lo extraño era el método: como ya no podían hacer entrar a los chilenos y chilenas por la puerta principal, que estaba vigilada, habilitaron un mecanismo un poco rústico que consistía en trepar de la vereda al muro y de ahí saltar hasta perderse en los jardines de la sede diplomática. Una vez que se lograba pasar ese muro, ya estaban en territorio italiano. Saltaron muchos, también pasaron niños, y familias enteras. Parece que por momentos se descontroló un poco la cosa adentro por la cantidad de gente refugiada y tuvieron que improvisar comisiones para cocinar y mantener la limpieza del espacio. El documental está armado a partir de testimonios muy sentidos de todas esas personas, muchas de ellas chilenas que hablan con acento italiano porque ya nunca regresaron a su país. Está muy presente eso de sentir que no son ni de un lugar ni del otro, pero también muy agradecidos. Y es bastante interesante lo que hace Moretti, porque en un momento accede a la prisión y logra entrevistarse con un alto mando militar que justifica la represión y el sometimiento con una naturalidad pasmosa. Y ahí Nanni se le planta y le explica que no puede ser imparcial ante la violación de los derechos humanos y lo enfrenta. Una película que se hace grande en el hallazgo de contar una historia pequeña –la de los exiliados chilenos a Italia– dentro de una historia mayor.

Ahora sí, dejamos acá.

Ojalá este Hilo te haya hecho valorar la democracia que supimos conseguir, y que ya lleva cuarenta años ininterrumpidos en el país. Desde este humilde espacio seguimos pidiendo Memoria, Verdad y Justicia el 24 de marzo y todos los otros días también.

Gracias por leer y por favor cuidate mucho,

Malena

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Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.