Domado

Javier Milei, relegado de la centralidad de campaña por la presencia de Mauricio Macri. El envión poselectoral del peronismo se quedó sin nafta. Fortalezas y debilidades de cada candidato de cara a la segunda vuelta.

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“Se fue a comer con Macri”. La sorpresa de Luis Barrionuevo por las palabras de Fátima Florez fue la misma que tuvieron muchos de los dirigentes de La Libertad Avanza al enterarse de un acuerdo inconsulto del que, hasta el momento, no se conoce su alcance. Las palabras de su amiga generaron en el gastronómico -que ofició de celestino entre la actriz y Javier Milei- un sentimiento de traición al apoyo que desinteresadamente le había brindado al libertario. La gestualidad del poder -en la que Mauricio Macri elige la sede, el día, la hora y los comensales- abre un interrogante: ¿resiste la Argentina otro proceso en el que la jefatura no la ejerce el presidente? La pregunta es interesante porque era la principal impugnación del fundador del PRO a esta gestión. ¿Sería Milei, en los términos de Elisa Carrió, el Alberto Fernández de Macri? Es una incógnita.

La estrategia, desde la llegada de Macri a la campaña, es clara. La incertidumbre que implica Milei, que la sociedad codificó como “un salto al vacío” en las generales, está intentando ser reconfigurada como un aspecto positivo por el PRO: “No sabemos bien qué es, pero al menos no es Sergio Massa”. Así lo expresó, con demasiada elocuencia, el ex presidente en un reportaje con Radio Mitre cuando comparó a Milei con tirarse de un auto a 100km por hora. “¿Vas a sobrevivir? Y qué sé yo, pero tenés una chance”. El encuadre lo definieron los estrategas de campaña de Patricia Bullrich y el libertario: Diego Carlos Hampton –Derek, para el negocio- y Santiago Caputo, socios junto a Rodrigo Lugones y Guillermo Garat en Move. Los rivales de Massa en las generales, que se disputaban el voto opositor, tenían a la misma empresa que los asesoraba para el posicionamiento. Una extravagancia.

La explicación del movimiento, ante #OffTheRecord, es sencilla: “Tenemos que sacar a Massa del futuro y ponerlo a explicar la realidad”. El interrogante, que se intentará despejar hacia fines de esta semana y comienzo de la que viene, es saber cómo le da el neto a LLA con la incorporación de Macri y Bullrich. Las lecturas inmediatas son obvias. Macri domesticó a Milei con su presencia y le dio la estructura mediática que el libertario necesitaba. Esta secuencia puede tener un anverso: que el electorado antisistema, que veía en Milei el vector de una furia que ellos compartían, se sienta traicionado por una decisión tomada en secreto y sin solución de continuidad después de las acusaciones a la titular del PRO.

En los reportajes que brindó después de las elecciones, Macri se expresó largamente sobre los motivos de la derrota de Juntos por el Cambio. En ninguna de las variables está su gestión como presidente. Con ese encuadre, el Ingeniero citó a Diego Santilli y Cristian Ritondo al ágape con Milei y su hermana. Rápidamente, entre lunes y martes, los dos protoperonistas le aclararon a su ecosistema de relaciones que habían ido sin saber que estaría el libertario. Era cierto. También sostuvieron que iban a declararse neutrales, pero con gestualidades hacia el candidato oficialista. Pasaron 48 horas. Las mismas en las que periodistas que habían reivindicado su independencia para pedir el voto en blanco lo repensaron espontáneamente. Santilli y Ritondo también. Casualidades.

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En paralelo, la sinergia entre el macrismo y los libertarios empieza a volverse operativa. Ayer fue la primera reunión luego del flechazo, en este caso por la fiscalización. Guillermo Dietrich, por Macri, y Paula Bertol, por Bullrich, fueron por el extinto JxC. Guillermo Ferraro, el eventual ministro de Infraestructura, asistió por LLA. La mesa chica del espacio, en la que solo se sentaban Karina y su hermano, empezó a ampliarse con cada vez más frecuencia del ascendente Nicolás Posse y Guillermo Francos en reemplazo del caído Carlos Kikuchi.

Mientras tanto, desde Estados Unidos llegan ejemplos de que una presidencia de Milei podría tener que enfrentar también costos insospechados y difíciles de medir. El reciente segmento en que el humorista John Oliver, uno de los presentadores más reconocidos de los Estados Unidos -hasta se ha escrito sobre el “efecto John Oliver” por su capacidad de influencia sobre las políticas públicas-, es sintomático de un problema que espera al país si el libertario resultara elegido. La excentricidad tanto personal como de las ideas que profesa Milei marida mal con una Argentina que ya es foco de atención por las dificultades muy particulares que enfrenta en materia económica.

La experiencia de otros líderes prestos a la parodia y la ridiculización, como Jair Bolsonaro, Boris Johnson y el propio Donald Trump demuestra que, más allá de una claque de seguidores leales y un grupo de apoyadores externo, esta clase de liderazgo es nociva para el poder blando de los países que lideran, que suelen perder algo de estatura moral en la escena global. En el caso de Argentina, los factores estructurales que hacían de los Estados Unidos, Brasil o el Reino Unido actores indispensables a nivel mundial o regional, que atenuaban el costo reputacional que significan sus líderes, están ausentes en una coyuntura en que el país es vulnerable y dependiente de créditos externos de entidades oficiales cuya diversidad abarca desde el FMI hasta el gobierno chino. Los ámbitos donde Argentina construyó prestigio internacional, como los derechos humanos o la política nuclear, están marcados por una fuerte impronta estatal que es hasta programáticamente opuesta a las ideas de Milei, que tampoco podrá aspirar a los beneficios de pasar desapercibido.

La matemática, sin embargo, deja el escenario completamente abierto. La demanda de cambio favorece a Milei. La ganabilidad, ese intangible que los especialistas usan para explicar porqué los votantes se suben al carro ganador, a Massa. El peronismo está transitando el único de todos los escenarios posibles en el que tenía chances. Y fue creado, integralmente, por su candidato. La crisis de la nafta no sólo cortó el envión sino que trasladó la discusión al terreno más espinoso para el oficialismo: la economía. ¿Es el más espinoso? Jaime Durán Barba abrió la discusión ayer en LN+: “¿Estará tan mal la gente que Massa sale primero? La gente no es idiota: si estuviera tan mal, no votaría por ese señor”. La discusión, entonces, es -además de económica-, simbólica. El cambio o continuidad esconde, detrás de argumentos racionales, una cuestión ideológica, tan antigua como la dependencia con el dólar: el antiperonismo. El plan económico que está pensando Roberto Lavagna contra la dolarización de Milei. El apoyo de Felipe González contra el de Eduardo Bolsonaro. Una deriva incómoda para los liberales del PRO.

La mencionada corrida por el abastecimiento de naftas en todo el país dejó los riesgos de que cualquier coyuntura fuera de lo ordinario pueda provocar dificultades inéditas. Un aumento de la demanda causado por las necesidades del agro, los viajes adicionales por las elecciones y el fin de semana largo, así como la parada técnica de la refinería de YPF en La Plata se conjugaron con las tensiones sobre los precios internos y los incentivos que generan. Algo que resultó en una tormenta perfecta cuyo resultado fue la escasez que, en un círculo vicioso, generó aumentos de la demanda que potenciaron los faltantes.

Si los factores estacionales como el turismo y la siembra cumplieron un rol, otros, de índole regulatoria, aparecen con mayor importancia. El enojo de Massa contra las productoras se debe a la caída de la cantidad de petróleo procesado localmente, un factor que atenúa pero que no explica enteramente la citada parada técnica. El diferencial de precio entre exportaciones y mercado interno es un incentivo a mayores exportaciones y menor provisión al mercado interno, donde el “barril criollo” se ofrece a unos 40 dólares menos que su costo actual en el mercado internacional.

Por otro lado, el congelamiento del precio minorista de las naftas derivó en incentivos complejos para los consumidores mayoristas -que, sujetos a precios más altos, buscan compensarlos como sea posible para bajar sus costos, aún contra la ley- y para el pequeño contrabando hacia países limítrofes. En ambos casos, la naturaleza relativamente fácil del bien a transportar hace sencillas las violaciones al esquema vigente y difícil el control de cumplimiento. El resultado es un aumento en la demanda de naftas -tanto legal como ilegal- a lo largo del año que no se condice con los números generales de la economía.

A estos factores se suma la escasez crónica de dólares que impactó sobre los pagos de importaciones, una situación a la que, desde las empresas distribuidoras, atribuyen relevancia en la crisis de los últimos días. Aunque, también en este caso, las dinámicas de precios y su regulación cumplieron un rol en la falta de combustibles, ya que la Argentina sólo tiene capacidad de refinamiento para cerca del 80% de las naftas y gasoil que consume, por lo que, estructuralmente, debe importar el resto. Con el barril de crudo a noventa dólares y el precio interno congelado, los incentivos a hacerlo son escasos y las empresas privadas lo hacen a disgusto y casi a reglamento.

A esto se suman problemas de pagos que generaron discusiones entre YPF y las autoridades del Banco Central. Las restricciones a los pagos a importadores -una dificultad transversal que está condicionando el funcionamiento en todos los rubros, no sólo en combustibles-, aparece en versiones coincidentes como un factor que obstaculizó incluso importaciones ya aprobadas, que hubieran permitido adecuar en parte la oferta a las necesidades de la demanda. La imprevisión de las autoridades del Central en este sentido -embarcadas según distintos relatos en discusiones con la línea técnica de YPF sobre la habilitación de los dólares para esas importaciones- parece un acto de desconexión con las necesidades y sensibilidades de la economía real. Los dólares a cuidar son un medio, y no un fin, algo que pareció fallar en la ponderación de la institución que conduce Miguel Ángel Pesce.

Se abre un interrogante, también, sobre el rol cumplido por YPF, la petrolera de bandera de la que el Estado es accionista mayoritario y conduce quien hasta la última semana era candidato del oficialismo. YPF es una empresa integrada verticalmente, que tiene responsabilidades protagónicas en todos los segmentos. En producción lidera el desarrollo de Vaca Muerta y es la principal en los yacimientos convencionales. También es propietaria de la mayor parte de la capacidad de refinamiento del país, donde se produce más de la mitad de los combustibles, mientras su red de estaciones de servicio es responsable de más de la mitad de las ventas. La sensación térmica de la crisis de las naftas, su posibilidad de ocurrencia y las necesidades del mercado deberían haber sido advertidas, antes que nadie, por la estatal, que evidenció, de mínima, una pésima articulación con la gestión económica. Tanto en la prevención de faltantes como en lo que hace a la gestión de pagos, la empresa tiene una responsabilidad evidente.

Por otro lado, parte de la importancia de contar con una empresa estatal, es la posibilidad de tomar medidas de cobertura ante la existencia de problemas de relativamente corto plazo, como aumentos extraordinarios en la demanda por factores estacionales -como el congelamiento de precios- que deberían corregirse eventualmente, pero que la compañía debería atender con mejor disposición que el resto del sector privado. No hay que hacer un ejercicio de imaginación demasiado frondosa para imaginar que, en otro momento del gobierno, esta situación hubiera generado una crisis interna. La solución del problema -sin que trascienda al público discusiones entre los responsables- hace evidente algo que es, dentro de un escenario de impacto desconocido, una buena noticia para el oficialismo: la articulación, discreta y permanente, entre Massa y Cristina.

Hoy, para terminar, les quiero dejar el especial post electoral que armamos en Cenital. “¿Y ahora qué pasa?” titulamos este dossier ultraviolento a días de los comicios. Además del análisis de los autores de nuestros newsletters, hay textos de Noelia Barral Grigera; Santiago Bulat; Bernabé Malacalza y Juan Gabriel Tokatlian; Franco Galeano y Matías Iglesias.

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Iván

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.