Cuando pase el temblor

Los terremotos que están sufriendo Turquía y Siria nos hacen pensar sobre qué significa que una ciudad esté pensada para recibir sismos y otros desastres naturales. San Juan, la experiencia argentina.

La semana pasada, reiterados terremotos golpearon la zona fronteriza entre Turquía y Siria provocando miles de muertes y desapariciones bajo los escombros. Hace unos años, durante otro terremoto de menor intensidad en la misma región, un rescatista dijo que “lo que mata no es el terremoto sino las malas construcciones”. Creo que es una frase muy ilustrativa de qué significa pensar una ciudad sobre un territorio sísmico.

El epicentro esta vez fue la ciudad de Gaziantep, una de las que tuvo mayor crecimiento urbano de Turquía por estar muy cerca de Alepo, la ciudad más poblada de Siria. Ahí en 2016 hubo otro epicentro: fue el escenario de la guerra civil que atravesó el país y que obligó a miles de personas a cruzar la frontera e instalarse justamente en Gaziantep. Las construcciones de muchos de estos migrantes no cumplían ni cumplen hoy con las condiciones antisísmicas más rigurosas y es probable que sea por eso que la cantidad de víctimas es más elevada en esta ocasión.

La gestión de una ciudad que tiene riesgo sísmico obviamente es diferente a la de una ciudad que no lo tiene. Principalmente se tienen que atender dos aspectos: adecuar las infraestructuras y las edificaciones para prevenir pero también generar una ciudad resiliente. ¿Qué quiere decir esto? Que la ciudad sea capaz de recuperarse rápidamente luego del impacto de un terremoto o cualquier otro desastre natural.

En Estambul, según el ministro de Urbanismo turco en una declaración de hace apenas dos años, “hay unos 600.000 edificios que no están preparados para un terremoto de gran intensidad”. Para que todos los edificios cumplan con este requisito se necesitan alrededor de diez años y muchísima inversión. Para que un edificio esté preparado para recibir un sismo tiene que estar pensado de esa forma desde su concepción, con dispositivos en sus cimientos que le permitan compensar la energía que genera un movimiento de placas tectónicas y así evitar el derrumbe.

Pero no alcanza con que los edificios estén preparados, las personas también tienen que saber qué hacer si la tierra empieza a temblar.

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Aparte de medir la intensidad de los terremotos y estudiar su dinámica en el tiempo, el Observatorio Sísmico de Estambul trabaja para educar a la población sobre los riesgos de un sismo. Todos los miércoles invita a niños y niñas de escuelas para enseñarles cómo prepararse . En algún punto siento que puede ser divertido: durante la visita, el grupo entra a una habitación construida en madera y, cuando uno de los empleados del observatorio aprieta un botón, todo el lugar empieza a temblar. Así, desde sus primeros años las personas que viven en Estambul ya saben cómo se siente un terremoto y qué hacer en caso de que llegue.

Esta idea se llevó a otro nivel en Melbourne, Australia, otra ciudad con sismos. El risky playground (algo así como un “patio de juegos de riesgo”) es un sector de juegos en un parque para que los niños y las niñas estén en contacto con este tipo de escenarios desde muy temprano y sepan moverse ante un evento sísmico.

Un lugar lleno de rocas y toboganes que parecen posarse precariamente en carritos con ruedas y pedazos de caños rotos es lo que se ve a primera vista, aunque obviamente casi todos los materiales son blandos y pensados para que no lastimen. De todas formas, la primera reacción de madres y padres no fue muy positiva. Ante las críticas, el diseñador de estos juegos, Mike Hewson, quien sufrió terremotos en carne propia, contestó: “No podemos poner pasamanos alrededor de todo, e incluso si pudiéramos no creo que realmente nos beneficie. Abrazar el riesgo es parte de abrazar la vida”.


El antes y el después de San Juan

Son las 20.52 del 15 de enero de 1944, momento en que la ciudad de San Juan es destruida casi por completo por un temblor de 7,8 puntos de intensidad en la escala de Richter, o sea muy violento. “Casi por completo” no es una expresión. El sismo destruyó el 90% de las construcciones que había entonces en la ciudad del viento zonda. Murieron alrededor de 10.000 personas, que equivalía al 5% de la población de toda la provincia en ese momento.

Las imágenes que podés ver en este fragmento de un documental emitido por el canal Encuentro son muy elocuentes. “Unas cuantas manzanas de edificios lujosos, rodeadas por kilómetros de pobreza”, sentencia el locutor. Es que en ese momento la desigualdad se vio literalmente materializada en los tipos de construcciones, que se dividían entre aquellas de los sectores trabajadores, hechas con la vieja técnica del adobe, y las mansiones de materiales más caros donde vivía la aristocracia sanjuanina.

Si bien habría que esperar más de un año para su verdadero mito fundacional, el 17 de octubre de 1945, el proceso de reconstrucción de la ciudad de San Juan fue fundamental en el surgimiento del peronismo. No sólo porque en uno de los eventos de recolección de fondos se conocieron Juan Perón y Eva Duarte, sino porque esa desigualdad que señalaba el locutor fue tomada por el entonces secretario de Trabajo y Previsión como principal bandera para generar adhesión. Se dice que los trabajos de reconstrucción de la ciudad sirvieron como ensayo para lo que el peronismo quiso pregonar en el resto del país en los años venideros.

Fue a través del Consejo de Reconstrucción que se puso en marcha la ambiciosa tarea de levantar de nuevo una ciudad entera. Como era de esperar, el camino no estuvo exento de tensiones. Había quienes querían reconstruir la ciudad en el mismo terreno en el que se encontraba, los quedistas, y quienes creían que era más eficiente reconstruir la ciudad en otro lugar cercano, los trasladistas.

Más allá de la acotada creatividad que denotan los nombres de cada grupo, estos tenían intereses específicos en sus posturas. Quienes querían reconstruir la ciudad en el mismo territorio por lo general estaban vinculados al poder económico de la provincia y a sus tierras productivas ubicadas en las cercanías de la destruida ciudad. Moverse significaba una inversión que no querían hacer y que tampoco necesitaban, ya que probablemente sus casas eran de las pocas que habían quedado en pie o habían podido restaurarlas con sus propios recursos.

La posición trasladista, en cambio, creía que era una oportunidad para repensar la ciudad desde cero, con otro enfoque más moderno e inclusivo en Pocito, una zona más estable. Además, se ahorraría mucha plata en expropiaciones necesarias para abrir nuevas calles y espacios públicos y en refacciones de las edificaciones dañadas cuya construcción de cero era más fácil y barata que su restauración.

Esa era la posición de José Pastor, el urbanista encargado de pensar la reconstrucción de la ciudad que quedó al frente del Consejo. Pero no pudo imponer su posición. Decidió echar por tierra la disputa proponiendo el Plan de Reajuste de San Juan, donde aceptaba la reedificación en el lugar pero sobre un trazado diferente, haciendo uso de las técnicas del urbanismo moderno de la época que eran las de Le Corbusier y compañía. Según sus propias palabras, Pastor proponía “trocar una vulgar reedificación en una remodelación urbana” e incluir espacios libres, la coordinación de los accesos ferroviarios y la remodelación de las áreas edificadas.

Uno de los cambios más importantes fue reemplazar todas las casas de adobe por casas de hormigón. Además, se cambiaron las arterias angostas y sin árboles por avenidas parquizadas con veredas anchas con árboles y acequias, una forma de recolección de agua, un recurso muy escaso en la región de Cuyo.

Pastor planificó el ejido urbano para que sea habitado por un máximo de 100.000 habitantes y lo rodeó de una avenida circunvalación para contener la expansión urbana. Se diseñó una avenida central y se replanteó la infraestructura ferroviaria de la ciudad. Para controlar el tipo de construcciones nuevas y cambios en la fisonomía de la ciudad que atentaran contra el bien común, se dictaron prescripciones edilicias y urbanísticas (prácticamente por primera vez en el país) para que las edificaciones sean resistentes a los temblores de alta intensidad.

Pero la transformación no se quedó ahí. Natalia Segurado, directora del Museo de la Historia Urbana en San Juan, sostiene que Pastor fue “el que realmente puso sobre la mesa la necesidad de estructurar una nueva ciudad con veredas más anchas, por ejemplo. Y va un poco más allá: “El urbanismo hasta ese momento en la Argentina no existía como tal”.

Durante la primera etapa, la reconstrucción de San Juan fue relativamente exitosa. Se construyeron decenas de miles de viviendas de emergencia y definitivas en muy pocos meses. Sin embargo, en su libro El peronismo entre las ruinas: el terremoto y la reconstrucción de San Juan, Mark Healey señala que el gobierno local reservó las mejores casas para los sectores más pudientes y los trabajadores pudieron acceder a las más austeras y periféricas. Lo cierto es que, una vez dejado atrás el ímpetu inicial, la reconstrucción llevó varias décadas hasta que se consideró relativamente finalizada.

Según las arquitectas María Elvira Sentagne, Esther Solera, María Eugenia Roses y Militza Laciar en La imagen moderna de la ciudad de San Juan, la reconstrucción de la ciudad tuvo tres etapas. En el primer período, el que le tocó al peronismo (hasta 1955), “el Estado aparece con un papel protagónico que se expresa en la arquitectura a través de las ideas de monumentalidad que destacan el valor simbólico de las obras, combinadas con la sobriedad del racionalismo. El esfuerzo del Estado en estos años se concretó entre la Plaza Aberastain y la Av. Alem, ubicando allí el mayor caudal de obra pública en lotes de grandes dimensiones producto de expropiaciones”.

“En el segundo período (1955–1970)”, continúan las autoras, “se manifiesta todavía una actividad importante por parte del Estado, con preocupaciones y logros en relación a la planificación urbana y al desarrollo del espacio público que encara producto de las circunstancias, problemas de equipamiento en gran escala, construcción de avenidas, entre otros”.

Más allá de todas las complejidades atravesadas, San Juan se convirtió en una de las pocas ciudades sísmicas del mundo en ese momento. La prueba de fuego llegó más de tres décadas después de la tragedia del 44. El terremoto de 1977, de mayor intensidad aún, apenas provocó 65 muertes y algunos daños edilicios puntuales.

Escribe sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de su trabajo. Estudió Sociología en la UBA y cursó maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en sus ratos libres juega a la pelota con amigos. Siempre tiene ganas de hacer un asado.